“Uruguay pretende ‘traer algunos jóvenes palestinos de Cisjordania’ para formarlos en agricultura a través de programa de FAO, dijo Lubetkin” (Canal 12, Uruguay, 6 de junio de 2025)
El lunes 12 de mayo de 1919, el ministro de Guerra del Reino Unido, futuro ministro y héroe de la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill, refiriéndose a su propia práctica de gaseo de manifestantes y rebeldes árabes, escribió:
“No entiendo esta reticencia al uso de gas. En la Conferencia de Paz, hemos adoptado la postura definitiva de defender su mantenimiento como método de guerra permanente… Estoy firmemente a favor del uso de gas venenoso contra tribus incivilizadas. El efecto moral debería ser tan positivo que la pérdida de vidas se reduzca al mínimo. No es necesario utilizar solo los gases más mortíferos: también se pueden utilizar gases que causan grandes inconvenientes y siembran el terror…”
De los hindúes dijo que eran animales que adoraban elefantes. Consecuente, fue responsable directo y consciente de la hambruna que mató millones de personas en Bengala, en 1943, poco antes que firmase un acuerdo de alianza con Stalin en Irán para luchar contra el nazismo.
Estas palabras del héroe británico y defensor de la libertad y los Derechos Humanos, estas ideas y acciones supremacistas por entonces no eran una novedad ni provocaron ningún escándalo. El racismo supremacista y mesiánico, como el Destino manifiesto de O’Neill y El sacrificio del hombre blanco de Kipling que en el siglo XIX justificaron y promovieron matanzas de “pueblos incivilizados” y de “razas inferiores” fueron el antecedente de Hitler y el nazismo. Hitler le plagió párrafos enteros a Madison Grant para Mi Lucha y le agradeció la inspiración. La popularidad del nazismo en países como Inglaterra y Estados Unidos era profunda y extensa, sobre todo entre los empresarios ricos y entre políticos poderosos, hasta que comenzaron a perder la Segunda Guerra y, de repente, los criminales nazis fueron apenas un puñado de locos, no una masa cómplice y cobarde de hermosos y superiores civilizados con amnesia súbita.
Cien años después la historia de suprimir incivilizados, razas inferiores, pueblos maldecidos por Dios, es mil veces peor y, como entonces, parece que no es para tanto. Pero también es mil veces superior la información disponible en tiempo real, por lo cual también la responsabilidad y la vergüenza (o desvergüenza) se multiplican por mil.
Actualmente, Uruguay es uno de esos ejemplos que no alcanzan a ser trágicos por el solo hecho de su incapacidad militar y propagandística de hacer tanto mal. No porque seamos un pueblo superior, como su gobierno tan amablemente insiste en dejarlo en claro con su propio ejemplo. Lo cual no nos exime de la vergüenza por la cobardía de la negación o los titubeos morales ante los hechos más trágicos de la historia contemporánea. Cobardía y negación de la cual se eximen aquellos miles de uruguayos que no se inclinan temblorosos ante los fascistas de turno, esos que aterrorizan con total impunidad de derecha a izquierda―en ese orden.
Luego de que el presidente de Uruguay Yamandú Orsi se negó a la petición de su partido (la coalición de izquierda Frente Amplio) a definir las matanzas en Gaza como genocidio, se defendió diciendo que lo suyo son las acciones, no las palabras, y que prefiere no hablar sobre “la guerra” y aportar “soluciones concretas”, como enviar leche en polvo y arroz a Gaza… La embajada de Israel en Uruguay calificó la crítica del Frente Amplio al genocidio en Gaza como “expresiones de odio disfrazado” y advirtió de “consecuencias peligrosas”. La B’nai B’rith calificó el breve comunicado del FA como “gravísima falta moral”.
Debido a la previa crítica de artistas y militantes de la izquierda a los titubeos de su propio gobierno, el presidente volvió a intentar apagar el fuego con más combustible. En una nueva declaración a los diarios, dijo que condenaba la “escalada militar” y que la ofensiva de Netanyahu “alimenta el antisemitismo” y genera “hartazgo” en “sectores importantes” del pueblo israelí.
Es bastante obvio que el genocidio sionista puede alimentar, entre otras cosas, el antisemitismo, ya que han sido desde siempre los mismos sionistas quienes, por razones políticas, geopolíticas e ideológicas se encargaron de confundir e identificar estratégicamente sionismo con judaísmo (como identificar al KKK con el cristianismo), por lo cual hasta los cientos de miles de judíos que se oponen activamente a las matanzas de palestinos y al apartheid en Israel pueden terminar siendo víctimas responsabilizadas por algo que condenan.
¿Pero qué hay de los cientos de miles de palestinos masacrados, mutilados, traumatizados y hambreados? ¿No son ellos las víctimas directas del odio y de la violencia que insiste que “en Gaza no hay inocentes, ni siquiera los niños”, por lo cual se justifica exterminarlos antes que se conviertan en “terroristas”? ¿No serán los colonos europeos que dicen ser descendientes de un hombre llamado Abraham que vivó hace 4.000 años en lo que hoy es Irak, los verdaderos antisemitas? Un hombre que primero tuvo un hijo con su esclava a petición se su esposa infértil. Pero el hijo de Abraham y la esclava produjo el linaje de los árabes. Como algo salió mal, Sara tuvo su hijo a los 90 años por milagro del Señor, el que produjo el linaje de los israelíes (según la misma tradición que identifica a aquellos israelíes de hace 3.000 años con los actuales) una versión mejorada de la raza de su hermano. Pero dejemos esta línea surrealista de razonamiento que es sólo obvia para los fanáticos en trance perpetuo.
La sola idea de enviar leche y arroz a Gaza bajo el lema de “acciones y no palabras” oculta la profunda ignorancia de lo que ocurre con la ayuda humanitaria en Palestina o, más probablemente, el negacionismo y un conocido temor a criticar al poderoso que está cometiendo un genocidio ―digamos masacre, para no ofender la sensibilidad de los asesinos y sus apologistas.
Claro, si lo mencionas, el argumento automático es “no te he visto condenar el ataque del 8 de octubre”. Lo cual es falso y paradójico, ya que siempre es dicho por quienes jamás condenaron ni condenarán las repetidas masacres y violación sistemática de Derechos Humanos contra los palestinos y otros vecinos desde la Segunda Guerra mundial, cuando los mismos sionistas, con orgullo, se reconocían como terroristas.
El canciller uruguayo, Mario Lubetkin (ex Director de Comunicación Institucional de la FAO para América Latina) ha salido a apagar el fuego (ahora incendio) de las críticas de sus bases políticas anunciando planes para permitir la llegada al país de “algunos jóvenes palestinos de Cisjordania” para que puedan formarse en agricultura sostenible. En otro programa de radio afirmó que los jóvenes palestinos podían “pensar en el día después” convirtiéndose en entrepreneurs y comenzar su propias start-ups.
¿El día después de qué? ¿Por qué tenemos que decirles, los amos occidentales, qué deben hacer para civilizarse, como adoctrinarse y adaptarse al progreso y sumisión al capitalismo anglosajón? Claro, volver a exiliaros, lejos de su tierra y de sus propias y soberanas decisiones como individuos y como pueblo.
Aparte de la conciencia turbia de la cancillería de Uruguay, muchos no entienden ni imaginan que en Palestina hay miles de profesionales y académicos bilingües cuyas escuelas y universidades fueron bombardeadas hasta los escombros. En Israel los consideran animales de carga y en Occidente creen que pueden enseñarles a plantar olivos.
A principios del 2024 me reuní con encargados de Asuntos Internacionales de mi universidad en Estados Unidos para proponerles la creación de “becas humanitarias” para estudiantes afectados por los conflictos bélicos. Aparte de que la idea fue muy bien recibida, se hundió en la desidia de los donantes. ¡Pero qué buena idea, eso de sacar palestinos de Palestina para enseñarles a cultivar otras tierras! ¿Cómo no se les había ocurrido antes? No se trata de darles una beca a los jóvenes que lo perdieron todo bajo las bombas para que se preparen y den una lucha internacional por la soberanía de su pueblo, sino para que aprendan a cultivar la tierra, otras tierras que no tienen nada que ver con la suya que conocen como la palma de la mano y la han cultivado por miles de años de forma más que sostenible.
¿Dónde está la cantaleta que escuchamos los profesores de Occidente con una frecuencia tóxica sobre la necesidad de “formar líderes mundiales”? Cada vez que en alguna reunión critico este lema colonialista, a muchos les cuesta entenderme.
Desplazar jóvenes palestinos para que aprendan “agricultura sostenible” en Uruguay es tan buena idea que se parece a la de la “Solución final”, de la que tanto hablan miembros del gabinete de Natadasco ―y la mayoría de los israelíes; según una encuesta del periódico israelí Haaretz, el 82 por ciento de la población apoya la expulsión forzada de los palestinos de Gaza.
A esta altura no sé qué es peor, si tener un Trump en Argentina o un Biden en Uruguay.
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