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Estampas

Los intocables

Fuentes: Rebelión

A lo largo de la historia ha habido siempre pueblos cuyos dirigentes políticos y religiosos los han convencido de que son los «elegidos» Esta creencia los ha llevado a considerarse redentores de los males y malos del mundo. En el mejor de los casos intentaron realizar los sueños ancestrales de establecer el paraíso en la […]

A lo largo de la historia ha habido siempre pueblos cuyos dirigentes políticos y religiosos los han convencido de que son los «elegidos» Esta creencia los ha llevado a considerarse redentores de los males y malos del mundo. En el mejor de los casos intentaron realizar los sueños ancestrales de establecer el paraíso en la tierra.

Un ejemplo no muy lejano lo constituye el experimento nazi de limpiar Europa de seres inferiores. Este intento costó la destrucción de miles de ciudades y la muerte de 72 millones de personas durante los 6 años que duró la II Guerra Mundial.

Hoy día, esa convicción de redentores la encarnan el sionismo de Israel y el fundamentalismo de los Estados Unidos. La historia de Israel como pueblo elegido de Dios es sobradamente conocida y forma parte de nuestra tradición cultural. Menos conocida es, sin embargo, la idea de Norteamérica como tierra de promisión para los marginados, perseguidos, explotados y utópicos de todo tipo que, desde Europa, contemplaban aquellas tierras como el remedio de sus penurias.

Persuadidos de su misión redentora, tanto unos como otros estiman perfectamente justificada la apropiación de las tierras y riquezas de otros pueblos inferiores, ya sean palestinos, indígenas norteamericanos o iraquíes. Su supuesta superioridad espiritual, étnica, cultural y, sobre todo, militar, les permite presentarse como «intocables», es decir, por encima de cualquier responsabilidad ante la ONU, de las leyes internacionales y de los derechos humanos.

Estiman que su Dios les ha otorgado la misión de juzgar a los demás y clasificarlos en buenos y malos según les sean sumisos o no. Gozan, por tanto, como en los mejores tiempos de la piratería, de patente de corso en los mares, tierras y cielos de este mundo, predestinado a estar a su servicio y engrosar los dividendos de sus empresas. No es sino de justicia divina que los demás acepten sus formas de vida y de gobierno. Por eso sus aviones y tanques pueden bombardear y destruir a discreción, asesinar a mansalva, aniquilar de hambre y enfermedades a los niños de Vietnam, Africa, Palestina, Irak, etc.; borrar del mapa los malvados bosques con productos químicos; arrasar puentes, fábricas, depuradoras de agua, escuelas, hospitales, centrales eléctricas y demás infraestructuras de los «malos»; contaminar sus tierras, sus aguas y sus aires con uranio empobrecido, y así sucesivamente.

Se establece un tribunal internacional para castigar a los culpables de crímenes contra la humanidad, la Corte Internacional Penal. Pero, hasta ahora, sólo an llevado ante ella a Milosevic, el presidente de la antigua Yugoslavia que ellos desmembraron y trocearon a base de bombardeos y cañonazos, uranio empobrecido incluido. Ni por asomo se les ha ocurrido incriminar a los numerosos generales latinoamericanos, genocidas de sus propios pueblos y formados todos ellos en la Escuela de las Américas que los norteamericanos mantenían en Panamá.

Mas, tal vez conscientes de que sus manos están más ensangrentadas que las de todos ellos, exigen que sus soldados queden impunes. El actual Gobierno de los EE. UU. se niega a formar parte de la CIP por considerar que viola los derechos e sus ciudadanos. Exige para sus soldados acusados ante este tribunal de cometer crímenes contra la humanidad una amnistía de tiempo indefinido que les permita volver a su país y eludir así la justicia internacional. Son intocables.

Tal vez por eso, los EE. UU. no admiten que hayan cometido ningún error en Afganistán, aunque sus aviones bombardeen a los pacíficos ciudadanos del pueblo de Dehrawad mientras celebraban una boda disparando salvas de júbilo que sus bien entrenados aviadores interpretaron como fuego enemigo. Tras matar a más de 40 afganos, los caritativos helicópteros del ejército de salvación trasladaron a 4 niños malheridos al hospital de Kandahar. Conmovedor.

El gobierno sionista del otro pueblo elegido, el de Israel, ordena que sus soldados sólo se identifiquen con el nombre de pila. Así evitarán ser identificados en los tribunales que puedan juzgar sus crímenes de guerra. En suma, la mundialización de la economía capitalista acaba con la era de la razón, que tantos años y fatigas costó conquistarla. Los intereses comerciales y la rentabilidad financiera desplazan a los derechos humanos, a la rentabilidad social. El depredador enriquecimiento de los pocos «elegidos» de un Dios devora la calidad de vida y la existencia de los muchos.

No obstante, no está demás recordar que, en la jerarquía de valores del sistema hindú, los «intocables», los parias, ocupan el estrato más bajo de la sociedad. Y es indudable que estos fundamentalistas norteamericanos y sionistas ocupan el estrato más bajo y abyecto de la jerarquía moral y humana.

Recogido en el libro «Estampas», recién publicado en la editorial El Viejo Topo