En 2018, el mensaje de Arecibo, enviado al espacio en 1974 desde el radiotelescopio de Arecibo, y que constituía una especie de invitación para que posibles inteligencias extraterrestres pudiesen localizarnos y visitarnos, fue milagrosamente contestado con otro mensaje: «RECIBIDO. EN DOS AÑOS ESTAMOS ALLÍ». Las primeras reacciones en la Tierra ante el mensaje alienígena fueron […]
En 2018, el mensaje de Arecibo, enviado al espacio en 1974 desde el radiotelescopio de Arecibo, y que constituía una especie de invitación para que posibles inteligencias extraterrestres pudiesen localizarnos y visitarnos, fue milagrosamente contestado con otro mensaje: «RECIBIDO. EN DOS AÑOS ESTAMOS ALLÍ».
Las primeras reacciones en la Tierra ante el mensaje alienígena fueron de un encendido optimismo. Los científicos por fin podrían comparar nuestra inteligencia con la de otra civilización, y desde los medios de comunicación de masas llegaba a la población mundial un continuo bombardeo de consignas de esperanza y júbilo.
Sin embargo, el optimismo inicial no tardó en convertirse en desasosiego: los gobiernos occidentales empezaron a preguntarse cómo reaccionarían los invitados extraterrestres al ver la miseria del continente africano, las torturas de Guantánamo o el genocidio del pueblo palestino.
También se temió por nuestro armamento. Los gobiernos de las potencias nucleares se preguntaron si los invitados tomarían represalias contra la humanidad por poseer armas de destrucción masiva. Tal posibilidad no debía descartarse: en 2003 una coalición de países liderados por Estados Unidos invadió Irak tras acusarle de poseer armas de destrucción masiva. A diferencia de Irak, la humanidad en su conjunto sí poseía armas de destrucción masiva, por lo que una invasión alienígena tendría que ser admitida como lícita y muy sensata.
Cuando sólo quedaba un año para la llegada de los invitados, los gobiernos de las principales potencias, tras eternos y encendidos debates, comenzaron a tomar medidas de urgencia que transformarían el planeta en un lugar más justo y habitable, o al menos que causara esa impresión.
Una de las primeras medidas que se tomó fue la de nacionalizar todas las multinacionales farmacéuticas del mundo bajo el lema «con la salud no se negocia». Después vendría la industrialización de África, el desarme de Israel, y posteriormente el de Estados Unidos, Rusia y el resto de los países.
Quizá la medida más polémica de todas las que se tomaron fue la de la abolición de la propiedad privada y el consiguiente cese del uso del dinero. Muchos hacendados se rebelaron contra el nuevo reparto, aunque pronto fueron convencidos de que los extraterrestres, más avanzados que nosotros, sólo simpatizarían con una humanidad unida, justa y solidaria. El temor a ser castigados hizo que se desprendieran de sus riquezas. Incluso algunos potentados pretendieron hacerse indigentes, lo cual carecía de sentido en la nueva sociedad igualitaria que se estaba fraguando.
Otra de las medidas que se tomó fue la de esconder bajo tierra, junto con el arsenal militar, todos los libros de Historia, que se suplantaron por libros de Historia nuevos, en los que apenas existía mención de conflictos o injusticias, en los que una humanidad cabal había superado con armonía el paso de los siglos.
En 2020, dos años después de la respuesta al mensaje de Arecibo, nuestro planeta, antes un cuchitril sucio, maloliente y desordenado, se había transformado en una casa digna de ser visitada.
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Cuando los invitados se marcharon, transcurrieron varios años de gran desconcierto. Los que habían gozado de privilegios con anterioridad a la visita extraterrestre querían recuperarlos. Por el contrario, los que habitaban África y otras zonas deprimidas del planeta, así como los que habían sido víctimas de conflictos bélicos, no querían volver a su anterior situación.
Más de tres cuartas partes de la población del planeta, las que habían prosperado gracias a la visita extraterrestre, solicitaron que el mantenimiento del nuevo orden mundial se sometiese a referéndum, propuesta que no secundaron los antiguos gobiernos y grandes corporaciones de Estados Unidos, Israel y Europa, que consideraban injusto someter a votación una causa de antemano perdida.
En 2022, una caterva de militares estadounidenses contratados por antiguas multinacionales desenterró parte del arsenal militar y en 2025 el mundo volvió a su antigua situación.
Tras el desmantelamiento de las industrias, hospitales y demás infraestructuras levantadas en África, Irak o en Palestina, volvimos a saber del sufrimiento humano y también volvimos a escuchar a los gobiernos de Occidente apenarse por la difícil solución de la pobreza y la violencia en el mundo.
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