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Cronopiando

Los medios, las olimpiadas y la política

Fuentes: Rebelión

En verdad conmovedor ese espíritu olímpico que, conforme se acercan los juegos de Pekín, ha surgido en los grandes medios. No pasa un día sin que no asistamos a alguna extraordinaria remembranza deportiva: luchadores que ganaron el oro estando lesionados, corredores que llegaron primero a pesar de una caída…y, sobre todo, el supremo triunfo de […]

En verdad conmovedor ese espíritu olímpico que, conforme se acercan los juegos de Pekín, ha surgido en los grandes medios. No pasa un día sin que no asistamos a alguna extraordinaria remembranza deportiva: luchadores que ganaron el oro estando lesionados, corredores que llegaron primero a pesar de una caída…y, sobre todo, el supremo triunfo de la verdad sobre la constante amenaza de la mentira.

Los grandes medios preparan a la audiencia para próximas y masivas dosis de deportivas epopeyas con las que, no sólo entretenerla sino, también, ilustrarla sobre la importancia que para la vida tiene el deporte como ejercicio y la honestidad como virtud.

Sé que es mucho creer, a estas alturas, que el deporte profesional tenga algo que ver con la salud y la vida, porque nada más insano que los niveles de sufrimiento y dedicación que se requieren para aspirar a títulos, records o medallas pero, al margen de estas sutiles contradicciones entre deporte y salud, de justicia es valorar la insistencia con que los medios resaltan pasadas y emotivas gestas, en las que siempre la justicia se impuso sobre el fraude y el tramposo fue puesto en evidencia. Y es que los juegos olímpicos, y en ello se han esmerado las grandes cadenas y periódicos, más que una competencia deportiva, son un entrañable y festivo encuentro de la humanidad en el que el principal valor a considerar debe ser la propuesta ética y moral que esconde el pretexto deportivo.

Como parte de ese esfuerzo de los medios por denostar la trampa y celebrar el juego limpio, Televisión Española, por ejemplo, destacaba la honda felicidad del estadounidense Lewis, luego de que fuera descalificado por dopaje el canadiense Ben Johnson en la final de los cien metros lisos y se le otorgara a Lewis una medalla de oro que había prometido a su padre, fallecido días antes, para «honrar su memoria». Hecho que viene a demostrar, además de lo difícil que es honrar a tu padre, la inmaculada limpieza de la competencia, el triunfo de la probidad sobre la perversión del fraude y, muy especialmente, el apoyo irrestricto de los medios a que así sea.

No importa que en Azerbaiyán jugadoras españolas de jockey sobre hierba hayan sido drogadas con el agua que les servían los organizadores, España logró su clasificación y las jugadoras fueron declaradas inocentes de la acusación de dopaje, como evidencia de que la justicia deportiva existe y pone a cada quien en su lugar. Como puso en su sitio a aquel inolvidable y querido Juanito Muller, esquiador alemán reconvertido en español castizo, cuando se despeñó contra un control antidopaje para volver a ser Johan Muehlegg.

Lo que no acabo de entender, y más que a extraña paradoja huele a hipócrita cinismo, es que los mismos medios que en lo deportivo coinciden en aferrarse al juego limpio, defiendan en lo político el ardid, la patraña, el artificio, el fraude, la trampa, la mentira en todos sus calibres.

El presidente colombiano Uribe ha sido bendecido por los mismos medios que ponderan el respeto a las reglas, luego de que bombardeara un país vecino, comprara votos y adhesiones, usurpara identidades, mintiera descaradamente, amén de otros muchos delitos que ni siquiera registra el código penal. El estado israelí sigue gozando del favor de los medios no obstante el centenar de resoluciones de Naciones Unidas condenando sus métodos. George W. Bush, abanderado del terrorismo en el mundo, también conserva el beneplácito de esos mismos medios que no parecen dudar, cada vez que habla, de la palabra del presidente estadounidense que más ha mentido en la historia, no obstante la fuerte competencia. El Tribunal Internacional de Justicia también es felicitado por los medios, tras someter al ex dirigente serbio Karadzic por crímenes de guerra, a pesar de no ignorar, entre otras particularidades del citado tribunal, que no puede encausar a ciudadanos estadounidenses porque los mismos gozan del privilegio de estar por encima del bien y del mal.

Llamar mono a un jugador negro en un campo de fútbol es un insulto racista que, como tal, debe ser sancionado. Llamar gorila al presidente venezolano desde un medio de comunicación es una opinión pública que, como tal, puede ser emitida.

¿Imaginan ustedes que un velocista, por ejemplo, apelara al ardid de disfrazarse de camillero de la Cruz Roja para, so pretexto de ir a retirar la camilla, adelantarse a sus rivales y ganar caminando los cien metros, o que un saltador de longitud comprara a los demás competidores los centímetros que le faltaran para ganar el oro? ¿Imaginan que ciertos corredores pudieran invadir las calles vecinas sin ser descalificados o que haya un atleta cuya calle ha sido bloqueada por decisión de otro competidor? ¿Imaginan que la prueba ciclista la gane un motorista, que haya nadadores que compitan con aletas, o que la regla de dos salidas nulas para ciertos deportistas se extendiera al centenar? ¿Imaginan que un Consejo de Seguridad Olímpico, compuesto por cinco países, pudiera vetar legítimas medallas de no ser de su agrado el campeón?

Podrían hacerse cientos de comparaciones de este tipo y, en todos los casos, los grandes medios de comunicación estarían revelando la misma infame contradicción que apuntara antes, según hablemos de deporte o de política. Y es verdad, sí, que son temas distintos, pero los conceptos que nos hacen libres y nos hacen dignos son siempre los mismos, no importa que haya sol o esté lloviendo y así nos espere la gloria o el infierno.