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El gran carnaval

Los mineros chilenos como carnaza humanitaria

Fuentes: Rebelión

No se puede dejar de sentir alegría por el rescate de los mineros chilenos que llevaban varios meses bajo tierra. En una América Latina -y un Chile- donde los derechos de los trabajadores han sido sistemáticamente ignorados, el que una catástrofe laboral se salde sin muertos es además una buena noticia. Sin embargo, como todo […]

No se puede dejar de sentir alegría por el rescate de los mineros chilenos que llevaban varios meses bajo tierra. En una América Latina -y un Chile- donde los derechos de los trabajadores han sido sistemáticamente ignorados, el que una catástrofe laboral se salde sin muertos es además una buena noticia. Sin embargo, como todo auténtico logro de los trabajadores en el capitalismo, la compleja operación de salvamento que hoy ha concluido tiene también otra dimensión.

La operación, aparte de su dimensión material y técnica, ha estado envuelta desde un primer momento por tres tramas ideológicas que intentan explotarla políticamente: 1. una operación de legitimación del Estado chileno (refundado por Pinochet) ante los trabajadores 2. un negocio mediático que ha convertido la vida de estas 33 personas en el pozo y su posterior recate en un espectáculo digno de Gran Hermano; y 3. una mistificación en términos humanitarios y biopolíticos de la relación entre el poder capitalista chileno y los trabajadores, con la que se esconde la lucha de clases bajo la defensa de un universal «derecho a la vida».

1. El Estado chileno fue refundado por Augusto Pinochet Ugarte con una constitución formal y material directamente dirigida contra la clase obrera. Se trataba, tras el golpe de Estado, de hacer jurídicamente y materialmente imposible una transformación social como la que estaba en curso durante el gobierno de Unidad Popular. La posterior «democratización» mantuvo al tirano y a sus cómplices en cargos oficiales y dejó encerrada en las prisiones de la «democracia» a numerosos combatientes contra la dictadura. El gobierno de izquierda tibiamente socialdemócrata de Bachelet y el actual gobierno «tecnocrático» de Piñera intentan hacer invisible esta situación.

En el caso de Piñera, la «providencia» le fue recientemente favorable al provocar el accidente que sepultó a los 33 mineros. Gracias a él, desde el primer momento el presidente lanzó una auténtica campaña nacional por la salvación de los sepultados. La nación entera, los explotadores y los explotados, los ricos y los pobres, los pinochetistas y sus víctimas, todos tuvieron por fin algo en lo que coincidir. Cerrando aparentemente el sangriento episodio de lucha de clases que fue aquel ya lejano 11 de septiembre chileno, Chile resurgía en torno a su bandera y su presidente como un pueblo unido y orgulloso de su solidaridad con los obreros víctimas de la catástrofe.

El mito de la nación vino así a esconder la realidad particularmente dura de la lucha de clases bajo el gobierno neoliberal de Piñera, que se expresa en un amplio programa de reestructuraciones y privatizaciones, cuyo episodio más señalado será el cierre de la mina en que estuvieron sepultados en vida. El rescate de los mineros se convierte así en un acto de interpelación de todos los sujetos chilenos como hijos de una misma patria, aunque las autoridades de esta «patria» sean fervientes neoliberales que culminan por otros medios la obra de Pinochet y los «Chicago boys». El capitalismo de la catástrofe vuelve así a aplicarse en Chile.

2. El negocio mediático en torno a la catástrofe se articula con la dimensión de acto de afirmación nacional de la operación de rescate, pero tiene una dimensión propia, específicamente comercial. En primer lugar, los medios de comunicación convirtieron el encierro de estas treintaitres personas en un pozo de mina en un espectáculo de telerrealidad. Convergían en él las principales dimensiones del «reality show». Destacaba en primer lugar el goce sádico de ver a estas personas encerradas e impotentes, acompañado por la pregunta no menos sádica de si aguantarían esta situación límite. Los médicos y los psicólogos permitieron a través de la televisión y de la prensa mantener la tensión y el goce, determinando «científicamente» los límites del aguante físico y mental.

Los «mirones» (voyeuristas) también pudieron estar servidos, pues las imágenes de esos rostros fantasmagóricos en la oscuridad del pozo, apuntaban hacia esa otra realidad, la realidad invisible que es la causa misma del goce del mirón. La oscuridad y la dificultad con la que se consiguieron las imágenes aumentaba el misterio y con él la voluntad de ver aún más. La propia filantropía, el propio humanitarismo, la buena voluntad del gobierno y del público en genera son indisociables del sadismo, pues se alimentan del propio escenario sádico.
Todo esto, como se sabe, ha sido rápidamente integrado en la circulación de mercancías: el goce, la imagen tenebrosa, la ciencia incierta de médicos y psicólogos, incluso el saber de la NASA asomado al pozo, se han convertido en dinero para los medios de comunicación y para las propias familias de los mineros, desproletarizados por los medios de comunicación durante un tiempo, antes de que Piñera los ponga a valorizar su «capital humano» en el libre mercado, cuando se haya cerrado la mina y se haya acabado el dinero que han recibido por las «exclusivas».

Con su habitual lucidez, Billy Wilder narró un acontecimiento similar ocurrido en los Estados Unidos de los años 40 en su película «Ace in the Hole» (El gran carnaval), en la que narra como se organiza un inmenso negocio mediático-turístico-humanitario en torno al rescate de una persona que había quedado atrapada en una cueva. Hoy la realidad supera la ficción, si no fuera porque la propia realidad, convertida en telerrealidad, fue inmediatamente transmutada en ficción, sin el genio, la ironía y la distancia del gran Wilder. Aquí puede invertirse el adagio de Hegel: «primero como comedia, luego como (mala) tragedia.» Primero vino la amarga comedia de Wilder, después la tosca tragedia de los medios tardocapitalistas.

3. La tercera perspectiva desde la cual se ha explotado el acontecimiento que nos ocupa tiene una dimensión mucho más estratégica, se trata de la transmutación en catástrofe humanitaria de un hecho que tiene que ver directamente con la explotación y la lucha de clases. La presentación del obrero como «víctima», no ya de la explotación, sino de la fatalidad y como ser humano merecedor de la solicitud y el auxilio de los demás, es un elemento esencial del humanismo burgués. La compasión filantrópica siempre fue como afirma Jacques Rancière el centro de la ideología burguesa del hombre: «El hombre de la burguesía no es fundamentalmente el sujeto conquistador del humanismo, es el hombre de la filantropía, de las humanidades y de la antropometría, el hombre que se forma, el hombre al que se asiste, el hombre que se vigila y se mide.»(Jacques Rancière, La leçon d’Althusser, p.23).

Esto supone, que todo humanitarismo reconoce la existencia de un amo y de un saber que este posee y del que el trabajador se ve desprovisto. La idea de que existen las clases, en su orden necesariamente jerárquico y que la lucha de clases es un mero accidente superable conduce directamente a la aceptación del humanitarismo como ideología de la filantropía y la asistencia, y al rechazo consiguiente de todo auténtico antagonismo. Los amos, los patrones, el Estado, son los que saben: son los que van a educar a los obreros, los que los van a socorrer en su desgracia. Todo, menos imaginar que la vida sea posible sin amos. Como afirmaba elocuentemente el abogado de los «amos» en el proceso contra los obreros tejedores de Lyon en 1833: «En su delirio, han llegado a publicar que ya no habría amos y que la ropa se fabricaría mediante la simple mecánica de las asociaciones, sin crédito, sin responsabilidades y con hombres que serían iguales entre sí, no recibirían órdenes de nadie y ejecutarían su trabajo como les pareciera» (citado en J. Rancière, op.cit,p.169).

La mejor imagen del obrero, la única aceptable dentro del orden capitalista es la del sujeto pasivo de la asistencia humanitaria y filantrópica basada en el reconocimiento de la desigualdad entre los hombres. Las clases clasifican entre los que pueden y saben y una forma de vida cuanto más impotente y larvaria mejor. Dentro de ese orden pueden perfectamente integrarse en la universalidad de la nación, de la patria que vela por todos. El espectáculo del último rescate chileno constituye una ilustración elocuente y un medio de reproducción de esta temática ideológica.

– Fuente: http://iohannesmaurus.blogspot.com/