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Los mineros, sus familiares y nosotros

Fuentes: Punto Final

La televisión construye la trama, la conduce y modela. Dramatiza los eventos, teatraliza la información. La instalación de las cámaras de televisión en la boca de la mina San José, sus transmisiones en vivo, sus múltiples frentes informativos, sus interpretaciones y especulaciones han creado nuevamente un clima nacional conducido por estos medios: como lo fue […]

La televisión construye la trama, la conduce y modela. Dramatiza los eventos, teatraliza la información. La instalación de las cámaras de televisión en la boca de la mina San José, sus transmisiones en vivo, sus múltiples frentes informativos, sus interpretaciones y especulaciones han creado nuevamente un clima nacional conducido por estos medios: como lo fue el drama del terremoto, pero también como la euforia triunfalista en torno a la selección chilena en Sudáfrica. Es la televisión la que tiene el poder de movilizar a la opinión pública. No sólo dice qué atender, sino cómo evaluar, pensar, condenar. Y también cómo sentir. El triste evento de los mineros sepultados en vida deriva en una nueva construcción dramática de desarrollo diario y de desenlace incierto. Una tragedia, pero matizada por la esperanza, por el milagro. Un componente dramático que bien quisiera cualquier programa de televisión. Sobre estas bases se arma el resto de la construcción que no es sólo informativa, sino se filtra por los matinales, por la farándula. Está el evento, está la información, pero está la competencia entre los canales que no se instala sobre la eficiencia, la ética ni la excelencia, sino sobre el rating, que es el mercado. El drama de los mineros sepultados pasa a ser un elemento de disputa entre los canales, una pieza comercial. Es el dolor mediatizado: más que un padecimiento, un evento funesto, es un drama, en toda su estructura teatral con sus figuras, sus descansos, sus textos y subtextos, sus protagonistas y sus antagonistas. Una pieza que crece de forma inorgánica como un enorme tumor, estimulado por el rating y la fruición comercial. Proliferan las voces, los rostros, las figuras, las complejas relaciones con el fútbol, la farándula, entre las familias y la misma televisión; se levantan campañas de ayuda, se moviliza a todo el país por los mineros, pero sin duda por los propios medios y la sintonía.

La televisión es autorreferente, soberbia, autista. Cualquier evento le sirve para mirarse a sí misma. El crecimiento de esta estructura alimentada por esos millares de voces y rostros tiene, pese a los medios, pese al mercado y la búsqueda de sintonía, otro eje. Hay un contenido profundo, pesado, incómodo, que trasciende el padecimiento de los mineros sepultados y el dolor de sus familiares, convertidos por los medios en ausencia de los verdaderos protagonistas en la cara más visible del drama. Hablamos de un modelo de explotación laboral que trasciende a esta empresa minera. La necesaria participación de otras voces ha colocado esta vez a los verdaderos protagonistas de la tragedia en la primera fila informativa. Pese a la opacidad y la confusión que produce el espectáculo, que busca el llanto por sí mismo, la tragedia por sí misma como parte de la vulnerabilidad humana ante la naturaleza, ha surgido el trabajador y sus condiciones de explotación como el verdadero actor de este evento. Las condiciones de trabajo decimonónicas propias de los primeros años de la Revolución Industrial no sólo están relacionadas con los precarios sistemas de seguridad, sino con las turbias normativas, la corrupta fiscalización, con la barata condición que tiene el trabajador chileno como pieza de recambio en el capitalismo del siglo XXI. Los medios abren a los trabajadores sus micrófonos y cámaras. Pero al mismo tiempo ocultan y silencian. Acotan el drama al suceso, reducen, fragmentan el problema. Confunden. Como si fuera un evento fortuito, un maldito destino. La mala suerte. La evidencia de las causas del accidente minero casi no resiste análisis. Pero la fragmentación informativa, la confusión discursiva, son útiles para confundir y evadir preguntas y respuestas. El desastre minero, pese a elevarse a una dimensión nacional, no es una desgracia mediática. Es una tragedia viva de la clase obrera, un drama social y laboral, el verdadero rostro de un modelo que ha puesto el lucro a toda costa como paradigma de país. A costa de la misma vida. Esta evidencia que es la causa y la respuesta a esta fatalidad, aun cuando sale por primera vez a la luz en los medios, también se modela y contrae. Se oculta bajo esa marea discursiva que es el espectáculo informativo.

¿De quién es el sufrimiento? La televisión, así como el gobierno, padecen, se conduelen, sufren. Rasgan vestiduras, se funden con una tragedia ajena, que no les pertenece. Si hay aquí alguna respuesta, si el dolor de los mineros trasciende a ellos mismos y a sus familias, sólo puede recaer en el resto de los trabajadores chilenos. El sufrimiento no está en la cobertura periodística, y tampoco sólo en el desierto de Atacama o en la mina y sus alrededores. Está en la realidad del país, en el trabajo cotidiano, en nuestras precarias condiciones laborales. ¿Cuántas mineras San José existen en Chile? ¿Cuántos trabajadores están sepultados en vida por una espuria normativa laboral?

(Publicado en «Punto Final», edición Nº 716, 20 de agosto, 2010)

www.puntofinal.cl