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Entrevista a Cristóbal Molina Navarrete, catedrático de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social

Los mismos enemigos de siempre

Fuentes: Rebelión

Con esta entrevista a Cristóbal Molina Navarrete, catedrático de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, Universidad de Jaén, España, Sapiens XXI ofrece una de las visiones que hoy explican las causas y efectos de las transformaciones que se están produciendo en el escenario laboral mundial. El conflicto trabajo-tecnología se asienta en la lógica […]

Con esta entrevista a Cristóbal Molina Navarrete, catedrático de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, Universidad de Jaén, España, Sapiens XXI ofrece una de las visiones que hoy explican las causas y efectos de las transformaciones que se están produciendo en el escenario laboral mundial. El conflicto trabajo-tecnología se asienta en la lógica de explotación capitalista con una diferencia, hoy está agasapada en la tecnología. Enfrente el mismo adversario de antaño: Los dueños del capital.

EL REGRESO DE LAS PROFECÍAS MILENARISTAS

PSXXIUd señala que han reverdecido las denominadas «profecías milenaristas» en la actual etapa del capitalismo. Como nunca antes, el mundo laboral está siendo modificado por la transformación digital. Si bien esto incide en todas las órbitas de nuestras vidas, desearía que se centre en la realidad laboral. ¿Cómo se da este proceso a nivel mundial?

CMN -De inicio, hagamos una precisión. El mundo del trabajo productivo está siempre en una continua transformación, desde la primera Revolución Industrial, para limitarnos a la modernidad, precisamente por el fuerte impulso que tienen hacia el cambio los procesos, inevitables, y muy convenientes, de innovación tecnológica, junto a los económicos, sociales y políticos. Ahora bien, precisamente porque esos cambios deben estar al servicio de la mejora del bienestar de las personas y no para arrasarlo, ni ponerlo en riesgo, las normas socio-laborales, conforme al paradigma del trabajo decente de la OIT, deben garantizar que las mutaciones tecnológicas (ahora de la era digital) han de gobernar esas transformaciones, a fin de que se mantenga en equilibrio el desarrollo económico con el progreso social. Y eso no sólo por razones de justicia social, sino de racionalidad económica, porque una economía jamás será sostenible si no tiene compradores con solvencia y esos son, precisamente, en su gran mayoría, los trabajadores.

Sin embargo, esta continuidad del marco de protección socio-laboral asentado en el Derecho Internacional del Trabajo y en buena parte de las Constituciones de los Estados civilizados del mundo, es lo que pondría en riesgo la denominada «sociedad del conocimiento digital». Si el siglo XIX y el siglo XX estuvieron marcados por «la sociedad del trabajo», en la que tener un empleo razonablemente bien remunerado y con expectativas de estabilidad a lo largo de la vida presenta aparecía como el principal factor de integración de las personas en las sociedades, fuente de ciudadanía social, no ya sólo política, por los grandes teóricos de la economía y por las principales corporaciones económicas y empresariales, el siglo XXI quiere caracterizarse como la «sociedad del conocimiento digital». En ella, el «factor trabajo» deja de ser determinante para la vida y el eje se pone en el nivel y calidad de información de que se dispone (de ahí la centralidad de los procesos de Big data y de las empresas vinculadas al control de redes sociales). Aquí se produce ya uno de los primeros y más determinantes impactos de esa transformación digital: no se valora tanto tu trabajo cuanto el conocimiento que tienes sobre los procesos económicos, sociales, tecnológicos, culturales. Por eso, la transformación digital tiene un lado luminoso -ofrece nuevas oportunidades de más y mejores empleos-, pero también un lado oscuro, una suerte de «black mirror» (siguiendo el título de una conocida serie de televisión británica)-, pues amenaza no sólo a los empleos tradicionales sino que presiona para la devaluación de las condiciones de empleo y de trabajo de todos, los viejos y los nuevos.

Cierto, para evitar excesivos alarmismos, conviene recordar que tal inquietud no es nueva, pues, como se recordaba, es inherente a la historia misma de las revoluciones tecnológicas de la humanidad. No obstante, ahora son más los informes e instituciones que dejan en evidencia su preocupación por el impacto de la actual era de cambios sobre el empleo (número y tipos) y el trabajo (contenidos y condiciones de prestación): cuántos y qué empleos destruirá, y cuántos y qué empleos demandará, una economía en su acelerada transformación digital; qué calidad y condiciones tendrá ese empleo; qué papel va a tener en el futuro próximo éste instrumento, otrora garantizador de identidad ciudadana y de cohesión social. La mutación -y el miedo que genera, en especial esa conexión entre digitalización de la economía y robotización- se resume en estos dos titulares de prensa de la mayor economía del mundo. El 12 de enero de 2017, Quartz publicaba: Amazon creará 100.000 nuevos empleos en EEUU para «humanos» («Amazon is creating 100,000 new US jobs-for humans»). ¿Para humanos? ¿Acaso se pueden crear empleos para «no humanos»? ¿Absurdo? No lo parece, si tenemos en cuenta que poco tiempo antes (5 de diciembre de 2016) otro Diario publicaba: «Amazon sería el próximo mayor asesino de empleos al que se enfrentarán los americanos» («the next major job killer to face Americans», por amenazar a 3,5 millones de cajeros en EEUU).

Las señales que acumula este augurio no parecen tener fin. Hace unos meses conocíamos que un fabricante de móviles, Foxconn, socio de APPEL, planea sustituir 1 millón de empleos humanos por robots (tiene 1.200.000 trabajadores). Acaba de sustituir 60.000. La robotización es una cuestión mundial, una vez que los típicos «costes socio-laborales» crecen en Asia igualmente, si bien aún tienen mayor coste los «trabajadores robots» (20.000 y 25.000 Euros, tres veces el salario medio de un trabajador). La Federación Internacional de Robótica estima que, en 2019, China contará con ese millón de «trabajadores artificiales» y el mercado de robots alcanzará los 150.000 millones de dólares (el triple del volumen actual). También se habla de «hoteles atendidos por robots, sin una persona humana», de la multiplicación de servicios de banca «online», de la automatización del proceso de transporte de pasajeros, hasta crear toda una «flota de taxis sin conductor», de fondos de inversión-robots (gestión algorítmica), sin humanos. En esta «sociedad digital con crecimiento (económico), pero sin (tanto) trabajo humano» emergería otro «sujeto de inteligencia artificial»: los «drones». Su potencial uso masivo también amenaza el empleo clásico.

ECONOMÍA DIGITAL: PROMETE MUCHO MÁS DE LO QUE DA

PXXI ¿Las empresas serán vistas en la economía y en la sociedad digital como las mayores «armas de destrucción masiva de empleos» cuando son el principal agente creador de riqueza y empleo?

CMN – Este enfoque, por radical, resulta absurdo, pues tiende a enfatizar lo que se pierde, relegando lo que se gana. Pero el gran desafío sí es muy real, no es pura ciencia ficción económico-social. Por eso es necesario no dejarse llevar por los alarmismos y profecías que muchos nos quieren vender (algunos pagados con millones de dólares), y atender a los datos científicos, a la realidad, no a los «prejuicios ideológicos». Como el prestigioso MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) acaba de desvelar, la economía digital promete mucho más de lo que da

DE LA REVOLUCIÓN DIGITAL A LA REVUELTA NEOLIBERAL

PSXXI -¿Por qué la introducción de nuevas tecnologías, aunque ya no tan nuevas, o la convergencia tecnológica deberían omitir normas o leyes protectivas del trabajador, de acuerdo a las políticas más extendidas de los grupos económicos y empresarios?

CMN -Como siempre, es una estricta cuestión de costes, pero no sólo. También es una cuestión ideológico-política. A la denominada «revolución digital» se está sumando la «revuelta neoliberal», que aprovecha las crisis y los cambios para imponer sus leyes de la oferta y la demanda, haciendo de todo bien -también del trabajo- un mercado económico. Puede comprobarse este aserto con el siguiente dato. Como señala con precisión estadística el referido estudio del MIT apenas citado, las Cinco Grandes Corporaciones de la Economía Digital (Apple, Alphabet, Microsoft, Amazon y Facebook,) apenas alcanza medio millón de trabajadores a jornada completa en Estados Unidos. Casi la mitad de esos trabajadores son empleados de Amazon, pero en puestos de trabajo de almacén que requieren poca cualificación y por lo tanto, asociados a salarios bajos. La cifra es muy inferior a la del número de empleados que tenía General Motors en 1979, cuando la fuerza laboral estadounidense era mucho más pequeña. Asimismo, la digitalización es la razón por la que Tesla Motors, número 31 de la lista de las 50 Empresas más Inteligentes de 2017, vale más que General Motors (GM), aunque vende e ingresa mucho menos, por lo que crea menos empleo. Necesitan, pues, de bajos salarios para poder mantener sus ventajas competitivas, ofreciendo a los consumidores -grandes beneficiarios también de estos procesos, aunque les perjudique en su faceta de trabajadores- un número creciente de nuevos servicios y productos a bajos precios.

Como se dice en ese Estudio, el sector de las tecnologías de información y la comunicación (empresas de software de TI e internet, ocio y a editores de contenidos) ha experimentado un reducido crecimiento del PIB. Por lo tanto, pese a lo que se afirma mediáticamente, sólo un pequeño porcentaje de trabajadores trabajan en lo que se consideraría como una empresa digital. La economía digital, pues, si se analiza en números y no sólo en los mensajes alarmistas y proféticos que se lanzan continuamente en prensa, tampoco ha transformado el mercado laboral tanto como se esperaba, y se augura. Ni son tantos los empleos que destruye realmente, ni son tantos, tampoco, los que crea nuevos. Pero lo que sí resulta seguro, y más importante, es que la economía digital no sólo no ha creado aún una nueva generación de empleos de calidad, sino que su consolidación promueve mercados laborales devaluados y débiles. Pues bien, pese a esos reducidos resultados, cuantitativos y cualitativos, los «gurús» de la economía (como J. RIFKIN. La sociedad de coste marginal cero. Paidós. 2014), ven en esa digitalización (internet de las cosas, le llaman), el «fin de la civilización», dando inicio (alumbrando) a una nueva «gran transformación socio-económica» y cultural, entre cuyas consecuencias estará el «fin del trabajador asalariado» y el advenimiento de un predominio del «trabajo autónomo». Precisamente, de este proceso de eliminación de la figura del trabajador dependiente -y con derechos- por la del trabajo «autónomo» vivirían en gran medida las empresas de «economía a demanda digital»( «nube humana o crowdwork el trabajo a demanda vía apps o work on demand via apps, esto es, plataformas tecnológicas: UBER, DELIVEROO, CABIFY…).

Éstas precisan para mantenerse en el mercado y ganar cuota constante a las empresas tradicionales no sólo bajos salarios sino eliminar -formalmente- la figura del «viejo» trabajador asalariado, sustituido por el «nuevo y joven trabajador autónomo». Por eso huyen hasta de ese nombre, hacen invisible al trabajador, llamándolo «colaborador», «drivers», «riders», «contractors». La página web corporativa de Deliveroo es un ejemplo de ello: no sólo habla de «riders», nunca de trabajadores, sino que se presenta ilusionante como proyecto de vida, pues buscaría, para «colaborar», nunca para «trabajar» propiamente, con la empresa, personas amantes de la ecología (que les guste ir en bici) o de la aventura( que les guste la moto). Por eso están creando numerosos grupos de presión (lobbis) para que los Estados «modernicen» sus legislaciones, eufemismo que significa que piden que asuman la nueva realidad y que creen leyes especiales para favorecer la implantación de estos nuevos modelos de negocio. Por eso sus partidarios exigen «regla de juego » claras, que den seguridad jurídica a los inversores, pero no sobre la base de reforzar las tutelas laborales -y fiscales- clásicas, sino que apuestan porque se dé un tratamiento especial -y privilegiado- a estos nuevos modelos de negocio, bajo la cobertura de las políticas de fomento del «emprendimiento digital». Aunque a menudo la petición de cambios específicos que faciliten su implantación se fundamentan en la ruptura de viejos monopolios (como en el sector del transporte, por ejemplo), en realidad buscan arruinar a estos para asumir su posición, pues realmente se trata de muy pocas empresas que dominan toda la actividad en el mundo. Un ejemplo de estas propuestas de favor en https://confilegal.com/20170620-que-cambios-normativos-son-necesarios-para-impulsar-la-economia-colaborativa/

ECONOMÍA DIGITAL Y PRECARIZACIÓN

PSXXI -¿Se trata de destruir los paradigmas laborales característicos de la etapa anterior? ¿O de crear o reforzar viejos y vigentes derechos frente a las novedades tecnológicas?

CMN -A escala mundial, de acuerdo a datos de la OIT, las empresas intentan imponer un modelo de precarización laboral o bien, achicar y reducir puestos de trabajo. Más que mis palabras, hay que atender a los hechos para comprobar que, en efecto, buena parte de lo que hoy se entiende por economía digital pretende asentar su gran crecimiento, su enorme valor en Bolsa (cotiza muy por encima de su valor real y por eso, nominalmente, tienen más valor que las empresas de economía industrial real o tradicional, esto es, no virtual), se basa en la reducción de costes laborales -y fiscales-, en línea con las empresas de «low cost» (como las compañías aéreas). Y es que, por todas partes, en todos los países del mundo, los «trabajadores» de estas empresas piden que se les «normalice», esto es, que se les reconozca los derechos más mínimos de todo trabajador (un salario mínimo y unas horas de jornada mínima asegurada), de modo que no queden completamente a expensas de lo que trabajan en cada caso. (http://elpais.com/ccaa/2017/06/23/catalunya/1498215685_198093.html?rel=mas).

Es evidente que tras cada prestación al consumidor «low cost» (transporte, ropas, alimentos…) «hay un trabajador low cost», sea dependiente sea «falso autónomo». Por eso se revelan, en Brasil, en EEUU, en Reino Unido , en Francia España , etc. y se empiezan a organizar y piden lo mismo, y a través de las mismas vías: protestas, huelgas, asociación colectiva. En todos los países el modelo es análogo: se trabaja el doble, para ganar la mitad, que si se fuese trabajador protegido. Por lo tanto, es evidente, a mi juicio, conforme a la realidad apabullante, que este tipo de negocios impulsados al calor del boom de la digitalización de la economía, y de la vida social en general están creando competencia desleal, porque sus beneficios se asientan en gran medida en la rebaja de costes, tanto laborales como fiscales. La clave, pues, está en recuperar el sentido de los límites jurídicos que marcan las normas laborales y que ahora se ponen en cuestión, cuando no se vulneran lisa y llanamente. Piénsese, por ejemplo, cómo pretendidos nuevos derechos, como el derecho a la desconexión digital (Francia), realmente no son tales, sino que sólo quieren recuperar para el «futuro» una idea clara en el «pasado» y en el «presente»: todo trabajador no sólo tiene derecho a un salario digno, sino también al descanso, a poner límites a su tiempo de dedicación al trabajo, para dejar tiempo útil a su vida -personal, familiar, social, sindical…-.

MUTACIÓN TECNOLÓGICA Y DESOCUPACIÓN

PSXXI -¿En qué aspectos usted se centraría a la hora postular garantías y derechos socio laborales en este escenario donde el formato digital o , por ejemplo la robótica a la vez que se extienden, crean nuevas estructuras y dinámicas laborales, demandan mayores conocimientos frente al peligro de la precarización y la reducción de puestos de trabajo?

CMN -Confío en haber dejado claro que el problema nunca es, por sí misma, la mutación tecnológica. No lo fue en el pasado y no lo será en el futuro, tampoco con la revolución digital. El problema está siempre en sus condiciones -sociales, políticas y económicas- de uso. Y para que sean justas y racionales se precisan de normas que aseguren no sólo la protección de las personas en posición más débil -prestadores de servicios a cargo de las empresas-, sino también que sean sostenibles en el tiempo. En última instancia, la mayor parte de los economistas aceptan que uno de los retos macroeconómicos fundamentales de los efectos de la robotización en el trabajo tiene que ver con el hecho inexorable de que el capitalismo, incluso financiero, necesita de los consumidores, y si no hay garantía de rentas del trabajo, no hay consumo. Otra cosa será cómo se garantizan esas rentas, si a través del empleo solo o en virtud de las políticas sociales (complementos, rentas universales…), lo que exigirá también revisar la fiscalidad. Pero, en todo caso, es necesario o asegurar que los principales derechos que integran el estándar del trabajo decente se cumplan también para estos trabajadores. Lo importante no es el formato, la forma del trabajo, sino la sustancia, la necesidad de protección que aparece hoy inherente a toda relación de prestación de servicios por cuenta ajena, sea dependiente sea autónoma.

Por eso, todos los trabajadores, sea cual sea el formato -analógico o pre-digital; digital- en que trabaje, precisa de derechos individuales (formación, salario suficiente, jornada adaptada a sus necesidades de conciliar tiempos de vida, respeto a su privacidad…) y colectivos (convenios colectivos, acción asociativa en defensa de sus intereses…). La transformación digital del trabajo no puede ser pura excusa para desmantelar derechos que ha costado tantos años consolidar, al menos en un nivel razonable y que tiene como principal referente el estándar de trabajo decente de la OIT. No tendría sentido alguno promover una economía basada en la digitalización del trabajo si éste se asocia con la precariedad y la pobreza. Por lo tanto, el reto no es blindarse contra el miedo a la digitalización, sino el de identificar las reglas fundamentales para asegurar que las políticas (laborales y de protección social) y las prácticas (de las empresas y de negociación colectiva) están en condiciones de fomentar los cambios -imparables-, acompañándolos con garantías -derechos- para una transición de la economía analógica a la digital tan eficiente (que cree de verdad empleo en cantidades suficientes para toda la humanidad) como equitativa (que permita una vida digna).

EL MIEDO LÍQUIDO EN LA SOCIEDAD DIGITAL

PSXXI -Ud menciona «el miedo líquido», concepto del sociológo Bauman, sobre los males de la sociedad digital…

CMN -La sucesión de noticias sobre los «males» de la sociedad digital genera «miedo líquido» (sociólogo Zygmunt Bauman). Se está creando un miedo difuso, disperso, poco claro; que flota de continuo en el aire, lo que hace que la mayor parte de las personas -trabajadores- se sientan muy vulnerables ante el futuro digital. Y, hoy, como ayer, y como mañana, ese sentirse vulnerable sin encontrar a nadie que culpar -la tecnología digital sería imparable y una necesidad manifiesta- o solución concreta (la digitalización está en todas partes y, por lo tanto, no se puede resolver de una forma precisa), sería es el mayor de los «caldos de cultivo» para que la sociedad en su conjunto tienda a aceptar que siempre es mejor una mínima seguridad -tener empleo- que aspirar a conservar todas sus libertades individuales y derechos, por lo que tenderán a aceptar políticas que devalúen las condiciones de trabajo para salir de las crisis o afrontar los retos de futuro. Los medios de comunicación, consciente o inconscientemente, hacen mucho por difundir esta suerte de «economía del miedo digital».

No es posible, ni positivo, ir en contra de la vocación de transformación, cambio e innovación de la humanidad, por lo que oponerse a las transformaciones tecnológicas es un sinsentido, que la historia demuestra no sólo imposible, sino contraproducente. Ahora bien, lo propio de la humanidad civilizada es dominar esas transformaciones y ponerlas al servicio del conjunto de las personas, los grupos y las sociedades. Como reza la preciosa fórmula de la OIT, el trabajo jamás puede ser mercancía (Espíritu de la Constitución de Filadelfia). Y como dice el maravilloso art. 151 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea, a menudo olvidado, según el cual, el crecimiento económico -digital que sea- debe hacerse siempre sobre la mejora de las condiciones de vida y de trabajo, nunca para su devaluación. Por lo tanto, es conciliable, sino queremos que el futuro deje el progreso a las espaldas y regresemos a los oscuros tiempos retratados en la inmortal película de Charle Chaplin: «Tiempos modernos». Por eso, la tan proclamada «Revolución 4.0» sólo será eso cuando sea socialmente sostenible, sino, si sólo aspira a hacer de las personas máxima trasparencia y disponibilidad, se convertirá en «Economía sumergida 3.0», donde masas ingentes de personas trabajan sin derechos, por salarios míseros. Habremos abandonado la «Ciudad del Humanismo» -presupuesto del trabajo decente- para entrar en la «Ciudad del Economicismo «más puro -presupuesto del modelo de gobernanza liberal de la economía digital, pero no de la digitalización en sí misma, que es instrumento, nunca un fin-.

Lidia Fagale. Licenciada en Periodismo. Integrante del área Tecnología y Juventud de la Federación Latinoamericana de Periodistas.

Fuente: www.proyectosapiens21.com

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.