Vitoria, mediados de junio de 2015: Javier Maroto huye a su exilio dorado. Finales del mismo mes: una ley antifracking es aprobada por el Parlamento Vasco. Muy bien, cierta alegría difícilmente disimulada. ¿Y ahora qué? ¿Misión cumplida? Otoño de 2015 puede marcar el punto de fuga de los antagonismos sociales. En la actitud que tomen […]
Vitoria, mediados de junio de 2015: Javier Maroto huye a su exilio dorado. Finales del mismo mes: una ley antifracking es aprobada por el Parlamento Vasco. Muy bien, cierta alegría difícilmente disimulada. ¿Y ahora qué? ¿Misión cumplida?
Otoño de 2015 puede marcar el punto de fuga de los antagonismos sociales. En la actitud que tomen los movimientos a partir de este verano podrá calibrarse su grado de madurez. Si optaran por rebajar perfil y replegarse, demostrarían que siguen sin poder ser motor de cambio, solo -a lo sumo- meros reactivos. Ha estado bien fijarse objetivos más o menos factibles en torno a los que hacer pivotar la movilización, pero es momento de sentar las bases de lo que debe ser un gran combate cultural: sobre políticas sociales y derivadas, sobre modelo energético y otras hierbas, etc. Por eso no viene nada mal una cita como la de Subijana, la Frackanpada (Acampada Internacional contra el fracking y las políticas extractivistas).
La hegemonía está abrumadoramente en manos de discursos regresivos. El problema de fondo es que no solo los 36.000 votantes de Maroto sino buena parte del resto comparten la esencia del relato racista, y que parecido ocurre con el imaginario desarrollista. Por tanto, se trata de librar una batalla lenta, con mucha paciencia y mano izquierda (dado que hay partir de cero, a la vista de que la mentalidad neoliberal nos ha atravesado de un costado a otro) y con suma audacia (solo sirven ya formas nuevas: «O inventamos o erramos», que dijera Simón Rodríguez). Pero hace falta más que todo eso.
Saquemos consecuencias desde lo que ha funcionado a lo largo de este curso, según el ejemplo de las dos luchas citadas: el movimiento social operando como palanca y vanguardia; y lo político-institucional a sus órdenes, como diría David Fernández (CUP), a modo de Caballo de Troya. Dicho de otro modo: «La estrategia está abajo, lo táctico está arriba», tal y como le señalaba Toni Negri a Pablo Iglesias. Esto es: lo social marca el sentido, y lo político intenta ayudar diciendo cómo, qué instrumentos hay. Lo que aquí se juega es mucho: es que la política sobreviva en base a una fórmula nueva de acción colectiva o muera sumida en lo que significa la fórmula-Maroto, que no es como tal xenofobia (eso es el señuelo, el instrumento: el dedo), es mucho más (son las malditas tramas del neoliberalismo aplastante: la Luna).
Movimientos y partidos
La reflexión sobre el movimiento social es, pues, hoy por hoy, de muy largo alcance y con inusitadas implicaciones. Si se quiere mirar desde la otra orilla (la político-institucional) acaba de quedar muy claro que lo político no puede solo. Primero de todo, porque hoy menos que nunca no existe la autonomía de lo político, antes bien, el cercamiento de lo político a manos del vector económico es ya despótico. Es por ello que ciertos partidos que orbitan a la izquierda no pueden plantearse ocupar las instituciones sin más, como lo hacen los de centro-derecha: o piensan en otros resortes que coadyuven o se hunden. Son fácilmente arrumbados porque precisan -al menos- de unos movimientos con músculo que condicionen el tablero y así los Gobiernos puedan actuar.
El problema es de base. No es de recibo acceder a los Gobiernos y esperar que, simplemente, un buen programa funcione bien. Es ingenuo. Si no hay un modelo global con el que responder a la potencia de fuego mediático de las élites, si no se dispone de un proyecto estratégico claro, definido, trabajado y experimentado, no hay nada que hacer; esto es: jamás se podrán implementar políticas de residuos, energéticos o sociales acertadas si falta el sustrato cultural que las sostenga, y tal humus solo lo pueden facilitar los movimientos.
¿Ahora qué? Como se ve, hay tarea en la producción colectiva de nuevos códigos. Y por si no se habían dado cuenta: no estamos aquí (solo) por el fracking, era obvio que no nos conformaríamos con una ley, queremos cuestionar la matriz energética que vertebra el modelo socio-económico que nos maltrata. El objetivo táctico es detener el fracking, pero el estratégico pasa por extender una subjetividad capaz de confrontar con las élites extractivistas causantes de buena parte de los males que nos asolan. Hay quien se baja en la primera estación y ya es un gran éxito, mas la única solución pasa por la segunda. Los movimientos se demuestran andando y es momento de verificarlo.
Luis Karlos García, periodista y miembro del movimiento vasco antifracking.
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