Músicos migrantes dan alegría a la gente.
El parque Julio Andrade, en el centro norte de Quito, es más que un hermoso jardín, un oasis de tranquilidad. Huele a eucalipto cuando se camina por los senderos que serpentean entre collados y macizos de flores. El hábil diseño del arquitecto Guido Díaz aprovecha un claro formado por altos árboles para ubicar, en bronce y en tamaño natural, las efigies de cinco figuras del Liberalismo que acompañaron a Eloy Alfaro en la Revolución de 1895.
Más allá se levantan en una planicie esquinera 35 pequeñas estelas de acero negro y cristal cada una con el nombre de uno de los AVC (Alfaro Vive Carajo) caídos en el turbulento período 1984 -1988. No muy lejos, trece arbolitos retoñan en conmemoración de los obreros municipales, recolectores de basura, fallecidos a causa de la pandemia que seguimos soportando.
Los visitantes descansan en las bancas de madera, los niños y las parejas retozan en la hierba con bandadas de palomas sobre sus cabezas y la alegre compañía de uno que otro can liberado momentáneamente por sus dueños. De repente vibran notas musicales que llegan desde otra esquina y el parque se llena de melodías. Tocan dos músicos elegantemente vestidos de traje oscuro como para un concierto de gala. Cuando se conversa con ellos, cuentan con dignidad y sencillez la azarosa experiencia que han vivido en su patria y los sinsabores del exilio.
El trompetista, Juan José Sotillo, y el ejecutante del cuatro, Melquisidec Alcalá, pianista de profesión, vienen de Caripe, conocida por su verdor como “el jardín de oriente”. Ambos han integrado varias orquestas sinfónicas del estado de Monaga. Son herederos de la fértil semilla sembrada por José Antonio Abreu, ícono cultural y musical latinoamericano, reconocido en todo el mundo por haber organizado un sistema de orquestas sinfónicas y coros juveniles que ha involucrado hasta un millón de niños y jóvenes.
Juanito y su compañero de nombre bíblico, emprendieron la compleja tarea de armar aquí, entre nosotros, una orquesta sinfónica de nuevo cuño. Lograron reunir a músicos locales, a chinos, argentinos, chilenos, cubanos y el conjunto comenzó a ensayar en una casa particular, pero el generoso empeño fue derrotado por el Covid 19. Fue entonces que se trasladaron al parque. Escogieron el lugar preciso con fino oído, considerando la disposición de los edificios y las condiciones acústicas propicias para su repertorio (jazz, tango, sones caribeños, pasillos y sanjuanitos ecuatorianos) pero omiten casi siempre los joropos y otros aires de su tierra por la nostalgia que les embarga…
El municipio metropolitano ha dispuesto la colocación de un afiche con la foto del trompetista sorprendido en plena interpretación. El dúo recibe a menudo el agradecimiento de los peatones y sobre todo de los pacientes, médicos y personal de la Nova Clínica que afirman que estos músicos emigrantes les ayudan a aliviar las dolencias y a sobrellevar las circunstancias.