El drama de más de 57.000 menores centroamericanos que podrían ser deportados de Estados Unidos, y las horripilantes imágenes de decenas de cadáveres de niños tirados en alguna calle en la franja de Gaza, muestran que la saña con que actúan los agentes del saqueo y la invasión no disminuye ante la tersura de un […]
El drama de más de 57.000 menores centroamericanos que podrían ser deportados de Estados Unidos, y las horripilantes imágenes de decenas de cadáveres de niños tirados en alguna calle en la franja de Gaza, muestran que la saña con que actúan los agentes del saqueo y la invasión no disminuye ante la tersura de un rostro infantil.
La acentuación del carácter excluyente en las leyes migratorias, así como la pobreza y la violencia sembradas durante décadas de saqueo imperialista, han expulsado de sus países de origen a miles de niños centroamericanos, convirtiéndolos en indocumentados o «ilegales», con la carga de odio y de desprecio que esta condición genera.
El pasado viernes en la Casa Blanca, ante los presidentes Otto Pérez, de Guatemala; Salvador Sánchez Cerén, de El Salvador, y Juan Orlando Hernández, de Honduras, Barack Obama puso al desnudo su indolencia y su adhesión a las líneas de la ultraderecha: les pidió que adopten medidas para disuadir el flujo de niños a Estados Unidos, y advirtió que aunque su país tiene gran compasión por dichos niños, aquellos que no tienen razones para permanecer serán deportados.
Habla el máximo representante de una gestión en la cual las deportaciones (repatriaciones es, en la mayoría de los casos, el término preciso, aunque no el más usado) han aumentado en número y en proporciones.
En un artículo publicado en marzo del año pasado, el poeta argentino Juan Gelman, citando cifras de la Universidad de California, señala que, de continuar la tendencia observada hasta entonces, a finales del año que transcurre se podrá decir que en seis años Obama ha deportado el mismo número de personas que sufrieron el mismo trato entre los años 1892 y 1997, un período de 105 años.
Por otra parte, la publicación American Inmigration Council, en una crónica fechada el pasado mes, afirma que de las casi 370.000 personas deportadas el año pasado 72.410 dijeron tener hijos estadounidenses. ¿Cuántos niños y niñas han sido separados, entonces, de sus padres? ¿A esa «compasión» se refiere Obama?
El drama de los niños que llegan solos, es indignante, pero también lo es el de aquellos que, siendo estadounidenses, son separados de sus padres.
Las políticas migratorias de Estados Unidos y de la Unión Europea, en cuanto a legislación y a prácticas, son cada vez más excluyentes. Se ha quedado en promesa la reforma migratoria en Estados Unidos, y con la posposición se busca reducir las conquistas para las mayorías y presentar con naturalidad la intención de cerrar las fronteras. En la Unión Europea, en el año 2008 fueron impuestas nuevas restricciones y se redujo la importancia de aspectos como la reunificación familiar.
En un orden en el cual el capital circula sin trabas, los seres humanos que nacen en la pobreza no pueden hacer lo mismo. Y no hay otra razón que el interés del gran capital, que sujeta la circulación de la fuerza de trabajo a sus objetivos de reproducción.
Esta situación afecta de manera particular a la niñez, pero deja su marca en todos los grupos poblacionales. La exclusión, la marginalidad y la pobreza misma, están en la raíz de los hogares disfuncionales.
LOS NIÑOS DE GAZA
Cifras conservadoras sitúan en 185 el número de niños asesinados por las fuerzas de Israel en la franja de Gaza desde el 7 de julio. Son víctimas de la masacre contra el pueblo palestino.
Recientemente, Estados Unidos se opuso a una resolución de condena aprobada en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Dado que en el organismo que emite resoluciones vinculantes, el Consejo de Seguridad, Estados Unidos tiene poder de veto, no hay que preguntar dónde reside la garantía de la impunidad a los crímenes de Israel.
Aunque hable de compasión el Nobel de la Paz 2009, el Gobierno de Estados Unidos prefiere un Oriente Próximo con un fuerte componente de población israelí y no se opone a la política de exterminio que aplica Israel.
Las agencias bajo su control presentan los bombardeos contra Gaza como una operación militar, y el propio Obama trata de desconocer que hay una fuerza invasora al señalar que hay violencia de una y otra parte.
EXPULSIÓN Y MUERTE
El orden mundial vigente no protege a los niños contra la expulsión y la separación de su núcleo familiar, porque reconoce razones de Estado para el control migratorio. No los protege tampoco de la masacre, porque en las acciones de «guerra» de una potencia ocupante hay daños colaterales, y esa condición adquieren las víctimas de cualquier edad.
Obama no puede ocultar su adhesión a las posiciones de la ultraderecha en temas cruciales para la convivencia como la circulación de las personas y el respeto por la vida.
Estados Unidos y las potencias europeas siguen sellando sus fronteras. Un orden que permite el saqueo y el despojo, les reconoce ese «derecho». Y en otra manifestación de retorcimiento, llama (en voz de la ONU, y de los dirigentes yanquis y europeos) al cese de la violencia en ambos bandos, ignorando adrede de dónde proceden las víctimas.
Desmontar este orden es urgente. Por los millones de seres humanos víctimas de la explotación y de la discriminación… Por los niños y las niñas… Por la preservación de la especie humana…
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.