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Entrevista a David Harvey

Los nuevos rostros del imperialismo

Fuentes: Herramienta

David Harvey es uno de los más conocidos intelectuales de la izquierda norteamericana, y un geógrafo y urbanista de prestigio mundial. Autor de varios trabajos ya clásicos sobre urbanismo y la dinámica espacial del capitalismo, tiene además contribuciones importantes a la teoría económica, y ha escrito una obra de referencia en el campo de la […]

David Harvey es uno de los más conocidos intelectuales de la izquierda norteamericana, y un geógrafo y urbanista de prestigio mundial. Autor de varios trabajos ya clásicos sobre urbanismo y la dinámica espacial del capitalismo, tiene además contribuciones importantes a la teoría económica, y ha escrito una obra de referencia en el campo de la crítica cultural: La condición de la postmodernidad, considerada por el London Independent como uno de los cincuenta libros de no-ficción más importantes publicados desde 1945. A principios de este año, estuvo en Zürich participando en la conferencia El otro Davos, organizada por Attac Suiza como contrapunto altermundialista al encuentro del Foro Económico Mundial. Allí tuvo lugar esta entrevista.

David Harvey nació en 1935 en el Reino Unido. Se doctoró en la Universidad de Cambridge en geografía histórica, y en 1969 se mudó a Baltimore, en Estados Unidos, como profesor de geografía en la John Hopkins University. En ese mismo año aparece su primer libro, La explicación en geografía, y a partir de ese momento su interés comienza a centrarse en los aspectos sociales y políticos de la disciplina. En 1973 publica La ciudad y la justicia social , y durante los años 1970 estudia a Marx en profundidad. Este esfuerzo culmina en 1982 con la publicación de una obra mayor de teoría económica, Los límites del capital . En 1985 publica dos libros de ensayos sobre urbanismo, La conciencia y la experiencia urbana y La urbanización del capital, y en 1989 aparece La condición de la postmodernidad (publicado en español por Amorrortu), probablemente su obra más conocida, donde investiga la emergencia de la cultura y del arte postmodernos como un efecto de las transformaciones del capitalismo y de la aparición del postfordismo. De 1987 a 1993 ocupa la cátedra Halford Mackinder de geografía en la universidad de Oxford, y en 1993 vuelve a Johns Hopkins, donde permanece hasta el año 2000. En la actualidad es profesor en el Graduate Center in Anthropology de la City University of New York. Además de las obras ya mencionadas, Harvey es autor de Justicia, naturaleza y la geografía de la diferencia (1996) y, más recientemente, de Espacios de esperanza (2000) y El nuevo imperialismo (2003), ambos publicados en español por Akal.

Entrevistadores: Uno de los temas recurrentes de su trabajo ha sido la manera en la que la acumulación de capital estructura el espacio geográfico, y usted ha analizado el urbanismo moderno desde ese punto de vista en libros como La urbanización del capital. ¿Cómo está transformándose la ciudad contemporánea en la era de la globalización capitalista?

David Harvey: Tengo que decir como prefacio a esto que una gran parte de mi trabajo teórico en este tema está marcado por la experiencia de vivir en una ciudad norteamericana como Baltimore, observando su evolución e involucrándome -algunas veces políticamente- en lo que allí sucedía.

En los años 1950 y 1960 el estado jugaba un papel muy importante en la transformación de las infraestructuras urbanas, incluso en los Estados Unidos. Pero a partir de finales de los años 1960 las cosas cambiaron. El desarrollo inmobiliario es un campo muy importante para la acumulación de capital, directa e indirectamente, y las instituciones financieras comenzaron a involucrarse a fondo en el desarrollo urbano. Los lobbies inmobiliario y de la construcción se convirtieron en las fuerzas motrices, y estaban interesados principalmente en la construcción de viviendas para gente con muchos ingresos, ya que es de ahí de donde sacan la mayor parte de sus beneficios, a no ser que exista un subsidio estatal para las viviendas de gente de pocos ingresos. Pero en los años 1970, con la crisis fiscal del estado, estos subsidios fueron prácticamente eliminados. Además, en los Estados Unidos hay un importante subsidio fiscal a la vivienda para las clases acomodadas: deduces de tus impuestos todos los intereses que pagas por la compra de una casa. Esto no es más que un mecanismo redistributivo mediante el cual el dinero se va a las clases altas y al lobby inmobiliario.

En definitiva, hubo una explosión de viviendas caras, con la excusa de que la gente rica dejaría tras de sí casas que luego la gente de menos ingresos podría ocupar. Las ciudades norteamericanas se volvieron así muy dinámicas espacialmente, con la construcción de grandes áreas suburbanas para gente rica con un impacto ecológico muy negativo. Pero la contrapartida de este desarrollo fue una cantidad enorme de viviendas abandonadas en el centro de las ciudades. Esto fue lo que pasó en Baltimore, hasta el punto de que a finales de los 1990 había unas 40.000 casas vacías en la ciudad, que es una cifra impresionante. Cuando Pasqual Maragall vino a Baltimore yo lo llevé a visitar la ciudad. Maragall miraba esas 40.000 casas vacías y decía: «¡Ya me gustaría a mí tener todas estas casas en Barcelona!», y yo le contesté «Y a mí me gustaría tenerlo a usted de alcalde en Baltimore».

E: Usted señala también otro aspecto de estos desarrollos: la emergencia de una competencia global en la que las ciudades intentan atraer turismo e inversores construyendo grandes museos, centros comerciales… El caso del Museo Guggenheim en Bilbao es paradigmático.

DH: Esta es la otra cara de la huída a los suburbios: la reocupación del centro, tratando de convertirlo en un centro cultural o en un campo de consumo. Se invirtieron para ello muchos recursos públicos, y muy a menudo a expensas de otras necesidades de los ciudadanos. La teoría con la que se trata de justificar esto es que si consigues revitalizar el centro habrá «beneficios inducidos» para el resto de la ciudad. No podemos negar que hubo algunos, pero en la mayor parte de los casos no llegaron muy lejos. Esto, de alguna manera, es la versión espacial de la famosa tesis del mecanismo de «goteo», que dice que si enriqueces a las clases altas la riqueza acabará por llegarle a todo el mundo. Lo interesante de este proceso de revitalización en el caso de Baltimore es que los beneficios se esparcieron solamente hasta un determinado punto, y la pobreza se quedaba siempre fuera.

E: En La condición de la postmodernidad usted sugiere que la reestructuración actual del tejido urbano tiene como marco estético e ideológico un rechazo de la planificación modernista y una celebración de la arquitectura postmoderna. ¿Cuál es la conexión entre esta arquitectura -que usted llama en algún momento «populismo de libre mercado»- y las fuerzas financieras que remodelan la ciudad en la era neoliberal?

DH: Creo que es muy peligroso establecer una simple relación causal entre estas dos cosas, pero en la medida en que el pensamiento postmoderno promovía las ideas de juego, de apariencia superficial y de atracción de la mercancía, muchas características de la arquitectura postmoderna podían desplegarse fácilmente en el desarrollo de los centros de las ciudades. Pero hay que decir que, en realidad, si analizas la arquitectura postmoderna desde un punto de vista estructural, no es nada más que arquitectura modernista con adornos por encima. Mies van der Rohe decía: «¡Quitemos los adornos!», y la arquitectura postmoderna dice al contrario: «¡Volved a poner los adornos en la misma estructura subyacente!». Hay que decir que existen algunas excepciones a esta pauta, como el trabajo de Michael Grave.

E: Una de las tesis más importantes de La condición de la postmodernidad es que el capitalismo moderno respondió a la crisis económica de los 1970 con una mutación profunda en lo que usted denomina régimen de acumulación «flexible» o «postfordista». ¿Cómo tuvo lugar este proceso y cuáles son las características de la acumulación flexible?

DH: En cualquier situación de crisis, como la que estalló entre 1973 y 1975, el capital -y el estado- necesita encontrar una solución para salir de ella. Por ejemplo, durante la crisis de los años 1930, el estado y el gran capital estaban de acuerdo en que la solución era adoptar una política keynesiana. Esto se debía a que, correcta o incorrectamente, se consideraba que el origen de esta crisis era el subconsumo y la falta de demanda efectiva. El análisis que se hizo de la crisis de principios de los 1970 fue que el capital no tenía la suficiente flexibilidad, ni a nivel geográfico, ni a nivel de mercado de trabajo, ni tecnológicamente. Por lo tanto comenzó a abrirse camino la idea de que la solución a la crisis pasaba por un incremento de la flexibilidad en estas áreas, y esto dio lugar a una increíble liberación de los poderes del capital financiero como el medio para transferir fondos, relocalizar la producción… El capital financiero asumió así el papel que antes se le había asignado al estado, que parecía ser una institución demasiado rígida.

De la misma manera en que el período de los años 1950 y 1960 se conceptualizó a nivel socioeconómico en términos de keynesianismo, y dado que la flexibilidad estaba emergiendo como el tema dominante, creí oportuno hablar sobre esta tendencia a la flexibilidad como un ingrediente fundamental a la solución de la crisis de los 1970. Las características de este capitalismo flexible son el aumento de la exportación de capital, mucha mayor fluidez para la circulación de fondos a través del mundo entero (incluso internamente, dentro de los Estados Unidos o de Europa), la insistencia en un cambio tecnológico muy rápido, y la desregulación en el mercado laboral.

Esta insistencia en la flexibilidad significaba por supuesto que había que atacar instituciones que presuntamente carecían de ella, como por ejemplo los sindicatos, así como algunos aspectos del estado. Hubo, y hay aún, una lucha sobre el desmantelamiento del estado de bienestar, que se pretende llevar a cabo con la excusa de que es una especie de barrera burocrática a la flexibilidad. Aún hay muchos países en Europa que no han recorrido ni la mitad del camino hacia este estado de cosas, y sufren el ataque de esta filosofía neoliberal.

E: Usted identifica la acumulación flexible como la base material de la cultura postmoderna. Pero, ¿existe realmente una cultura postmoderna? Acaba de comentar ahora mismo que la arquitectura postmoderna y la modernista comparten las mismas estructuras, y en La condición de la postmodernidad afirma que hay muchos rasgos ideológicos comunes al modernismo y al postmodernismo -como por ejemplo la insistencia baudelairiana en lo efímero.

DH: Una de las cosas que sucedieron en la transición económica al postfordismo, además de la creciente flexibilidad, fue la emergencia de transformaciones muy rápidas en lo que podemos llamar la cultura del consumo. La relativa estabilidad que había existido durante los años 1950 y 1960 en términos de patrones y hábitos de consumo desapareció en los años 1970 y 1980 con la insistencia en la flexibilidad de los mercados, la diferenciación, la efimeralidad, la moda… Fue una transformación crucial del funcionamiento del capitalismo en el campo cultural, y se reflejó en cosas como la aparición de los estudios culturales en el mundo académico, y en la idea de que la única liberación posible es la del consumidor, puesto que el consumidor es el centro de la flexibilidad, es él quien pide, quien se cansa de una cosa y busca otra…

Por lo tanto, aunque pienso que la transición cultural entre los años 1950 y los 1980 es importante por sí misma, no la veo como una ruptura con el modernismo, y no creo que la diferencia entre los años 1950 y 1960 y los años 1980 se pueda caracterizar como una diferencia entre el modernismo -tal como lo describía Baudelaire, por ejemplo- y lo que más tarde comenzó a llamarse postmodernismo. De hecho, cuando investigué la manera en que la gente intentó definir el modernismo en el siglo XIX, me encontré con que no tenía nada que ver con la definición de lo «moderno» que daban los postmodernistas de los años 1980. Si miras por ejemplo al ambiente cultural del París del Segundo Imperio, en los años 1850 y 1860, ves que hay muchos paralelismos con lo que sucedió en los años 1980, mientras que el París del Segundo Imperio se considera tradicionalmente un período modernista.

E: Por otra parte, usted parece sugerir que hay una verdadera división política entre ciertas formas de modernismo en el período de las vanguardias, que aspiraban a resistir o trascender al capital, y el postmodernismo, que más bien lo celebra como el horizonte final de la historia.

DH: Creo que eso es correcto en términos políticos, y creo también que la política postmoderna fue de alguna manera una respuesta a los movimientos de finales de los años 1960. ¿Qué pedían los movimientos estudiantiles de 1968? Pedían una cierta libertad para explorar su propia identidad, y una de las respuestas políticas que el capital encontró para esta demanda fue decir: ¿queréis libertad? Muy bien, ¡podréis tenerla en la esfera del consumo!

E: ¿Cree usted que en los últimos años el discurso postmoderno perdió peso debido al resurgimiento de la efervescencia política en el movimiento altermundialista?

DH: Creo que sí hay un retorno a la política a través del movimiento altermundialista, aunque algunos movimientos políticos, como el ecologista, aparecieron ya en los años 1980. Pero todos estos nuevos movimientos son muy diferentes de los de la izquierda tradicional. Los movimientos políticos clásicos de la izquierda, que eran fuertes a finales de los años 1960, se construían alrededor de los sindicatos, en las fábricas. Les preocupaba lo que pasaba en el punto de producción y constituían una respuesta al keynesianismo y a la socialdemocracia. Los nuevos movimientos tienen que ver con lo que sucede en la esfera de consumo y con lo que yo llamo «acumulación por desposesión»: están en contra de la mercantilización, de la privatización y del individualismo, y hay que considerarlos como una respuesta al neoliberalismo. Así que, sí, en efecto, ha habido un resurgimiento de lo político, pero en torno a una serie de problemas muy distintos de los de la izquierda tradicional.

E: Tenemos también la emergencia de lo que usted llama fordismo periférico en el Sur global. El capital está utilizando modos decimonónicos de explotación de la mano de obra en países como México o Indonesia, y eso ha vuelto a poner en la agenda de los nuevos movimientos sociales el punto de la producción, como sucede con los Students against Sweatshops en los Estados Unidos…

DH: Esto es también debido a la aparición de un movimiento sindical muy significativo en Corea. En efecto, el fordismo no desapareció con la emergencia del postfordismo, sino que se trasladó a la periferia y se implantó en formaciones socioeconómicas diferentes. Las formas clásicas de lucha no desaparecieron por completo, pero si miras a Seattle y al altermundialismo ves que el movimiento obrero es sólo una parte, y existe una lucha mucho más amplia contra lo que significa el neoliberalismo, contra lo que el neoliberalismo está haciendo.

E: Su libro El nuevo imperialismo analiza el poder imperial contemporáneo. ¿Cuáles son las características políticas y económicas de este nuevo imperialismo y quiénes son sus actores principales?

DH: Creo que tenemos que reconocer que existen muchos tipos diferentes de imperialismo. En este libro analizo mayormente el imperialismo de los Estados Unidos. Los Estados Unidos definieron su modelo particular de imperialismo en contraposición al colonialismo europeo, y América Latina fue el conejo de indias para su estrategia. El imperialismo de Estados Unidos funcionaba así: primero se definía una esfera de intereses geopolíticos, y después los Estados Unidos imponían su hegemonía en esa esfera, mediante el uso de dos o tres estados-cliente, gobernados por hombres fuertes apoyados económica y militarmente por los Estados Unidos. Por lo tanto, esta hegemonía era una especie de control indirecto que al mismo tiempo ofrecía beneficios a ciertos grupos de la población. En América Latina las clases altas apoyan incondicionalmente a los Estados Unidos, de tal manera que los movimientos populares luchan contra estas clases pero también contra el poder imperial norteamericano.

El imperialismo de los Estados Unidos funcionó así hasta principios de los años 1970. Como explico en La condición de la postmodernidad, en ese período hubo una transición al postfordismo, y creo que después de la crisis de 1973 hubo igualmente una transición en el funcionamiento del poder imperial norteamericano: a partir de entonces se ejercitó de manera creciente a través de las institucións financieras internacionales, a través del poder de los Estados Unidos sobre el FMI y el Banco Mundial. Esto se hizo especialmente claro durante la era Clinton. Pero en los últimos dos o tres años hemos podido ver una ruptura de este sistema de imperialismo financiero, y un cambio hacia un tipo de imperialismo más militar. La pregunta es: ¿Por qué se están comportando así los Estados Unidos ahora? ¿Por qué se están involucrando en intervenciones directas como la de Iraq? Es evidente que no podemos explicar esto en base al 11/9, ya que ahora hay una evidencia muy fuerte de que los Estados Unidos iban a ir a Iraq de cualquier manera, y el 11/9 fue una excusa estupenda para hacer lo que de todas maneras iban a hacer. Yo creo que la razón de esta transición a un imperialismo militar es que ahora los Estados Unidos son económicamente débiles, no sólo desde el punto de vista de la producción, sino también financieramente, debido a su enorme deuda.

Esta forma de imperialismo militar de los Estados Unidos es muy diferente de la forma europea actual de imperialismo. A los europeos les interesa mucho más ejercer el poder imperial económica y políticamente, y son remisos a la utilización de medios militares. Parte del conflicto que existe ahora entre Europa y los Estados Unidos es sobre la forma de imperialismo a adoptar. Chirac es tan imperialista como George Bush, pero tiene concepciones muy distintas sobre cómo ejercer el poder imperial.

E: En la conferencia El otro Davos, en Zürich, usted comentó que en muchos sentidos Bush y Chirac son imágenes especulares el uno del otro…

DH: Sí, los dos llegaron al poder mediante una especie de elección ilegítima, los dos usaron la guerra de Iraq para ganar cierta legitimidad popular, y también como un vehículo para una política interna de derechas.

E: ¿Cuál es la relación entre el imperialismo financiero y el régimen postfordista de acumulación que usted ha descrito anteriormente?

E: Creo que el imperialismo financiero forma parte de la creciente flexibilidad característica del postfordismo. Los propios Estados Unidos tuvieron algunas dificultades a principios de los años 1970, con crisis fiscales, y este tipo de financialización fue una válvula de escape. Dejadme que os dé un ejemplo muy concreto: Nueva York estaba en medio de una enorme crisis financiera en 1975 y acabó declarándose en quiebra. El gran problema era que se habían erosionado las bases económicas de la ciudad y había que reconstruirlas. Una de las cosas que siguió a la crisis de 1973 fue el aumento por parte de la OPEP del precio del petróleo. Ahora sabemos, gracias al servicio de inteligencia británico, que en 1973 los Estados Unidos estaban preparados para invadir Arabia Saudí y Kuwait y ocupar los campos petrolíferos. Sabemos también que los Estados Unidos y Arabia Saudí hicieron un trato: los sauditas investirían en los bancos de Nueva York el dinero que ganasen con la subida de los precios del petróleo, así que los Estados Unidos se quedaban con todo el negocio del reciclaje de los petrodólares. Nueva York se convirtió en el centro financiero de este sistema flexible, lo que llevó al resurgimiento de la economía neoyorquina. Durante los años 1990 hubo crisis financieras en todo el mundo -Asia del Este, América Latina, …- y Nueva York se hizo increíblemente rica gracias a ellas.

E: Usted apuntó también que uno de los mecanismos del nuevo dominio imperial es la «acumulación por desposesión». ¿Cómo funciona este mecanismo?

DH: Creo que, desde el principio, uno de los objetivos de la nueva flexibilidad era encontrar nuevos campos para la acumulación de capital. Uno de los mayores impedimentos para esta acumulación era el hecho de que el capital no se podía introducir en la salud, en la educación, en la vivienda pública…, así que parte del programa de flexibilización era convertir todo esto en una mercancía para que el capital privado pudiese gestionarla. Por ejemplo, una de las primeras cosas que hizo Margaret Thatcher fue privatizar la vivienda pública tanto como le fue posible. Esto abrió todo un nuevo área de actividad en Gran Bretaña para la acumulación de capital, que antes estaba básicamente bloqueado. Después privatizó el agua, todo tipo de actividades estatales públicas, y finalmente llegó el desmantelamiento del estado de bienestar.

Pienso que deberíamos ver esto como parte de un largo proceso histórico que podemos llamar, en referencia a las privatizaciones en el campo británico, el «enclosure of the commons», el cierre de los campos comunales, la privatización de la propiedad comunal. Notad que, con el neoliberalismo, el capital utiliza a los gobiernos para privatizar, y curiosamente en el siglo XVIII también fue el gobierno británico quien cerró los «commons». Como la privatización abre nuevas oportunidades para la acumulación, los capitalistas pueden decir que tenemos una economía muy dinámica, pero el precio que hay que pagar por ello es que la gente pierde sus derechos comunales en todos los dominios que se privatizan. Por esa razón yo le llamo a esto «acumulación por desposesión».

E: Usted explica en El nuevo imperialismo que la acumulación por desposesión es en realidad otro nombre para lo que Marx había llamado acumulación primitiva. En ese sentido, hay que entender la acumulación primitiva como un proceso aún en marcha, más que como un momento histórico fundador.

DH: En efecto, se trata de un proceso que se está revitalizando muchísimo en la era neoliberal. Una de las cosas que yo hago es interpretar algunas de las características del neoliberalismo como un fenómeno de acumulación por desposesión, y un nuevo cierre de los campos comunales. Esto también se refleja en las respuestas políticas al neoliberalismo: uno de los argumentos del movimiento ecologista es que no deberíamos privatizar la propiedad colectiva medioambiental, y Naomi Klein, una de las figuras más significativas del movimiento altermundialista, escribió un texto titulado «Reclamando los campos comunales». Creo que este es uno de los grandes temas que tiene ahora mismo mucha resonancia política y que apenas tenía en los años 1950 o 1960.

E: Esto parece sugerir que tanto los planes de ajuste estructural del FMI como la invasión de Iraq son parte de la misma estrategia de acumulación por desposesión y privatización en el Tercer Mundo.

DH: No creo que ésa sea la única razón para invadir Iraq, pero está claro que los Estados Unidos quieren establecer un gobierno formal en Iraq en el que todo esté privatizado, y una parte de las objeciones norteamericanas al gobierno de Sadam era que no existían oportunidades para la acumulación de capital. Por otra parte, lo que hace el FMI con sus programas de ajuste estructural es privatizar «pacíficamente», aunque a menudo hay revueltas y protestas en contra. Un ejemplo reciente de este proceso es el programa «Millennium challenge account» de la ayuda exterior norteamericana. Se trata de un programa en el que los países en vías de desarrollo piden ayuda económica a los Estados Unidos, pero para poder recibirla tienen que satisfacer una serie de criterios. Uno de ellos es que el país tiene que adoptar una estructura institucional compatible con la de los Estados Unidos, y eso quiere decir que tiene que privatizar y fomentar los mercados privados… En resumen, los Estados Unidos dicen: si quieres que te ayudemos, tienes que adoptar nuestro sistema. Esto es una práctica imperialista. ¿Y qué puede hacer el país pobre, si necesita ayuda? Acabará por cumplir las exigencias de los Estados Unidos.

E: Parece que usted concuerda con otros analistas en que el Este asiático, y sobre todo China, es el centro emergente de la acumulación de capital. ¿Cómo está respondiendo el imperialismo de los Estados Unidos al auge del capitalismo asiático?

DH: Lo que está sucediendo en China en los últimos cinco o seis años es absolutamente extraordinario. El crecimiento de la economía global se debe en gran medida a todas las inversiones que se están haciendo en China. Este crecimiento está dando lugar a una reestructuración sorprendente del empleo en la manufactura: en los últimos tres años desaparecieron 200.000 trabajos de la zona de la maquiladora en México para irse a China. El auge de China como potencia es muy significativo: China tiene un tremendo superávit en su balanza de pagos con respecto a los Estados Unidos, y por lo tanto tiene la capacidad de ejercer influencia financiera sobre ellos. Debido a su enorme deuda, los Estados Unidos necesitan un gigantesco flujo de dinero para financiarla, y los chinos, japoneses y taiwaneses tienen un gran poder gracias a eso. Además, los chinos están siendo competitivos en todo tipo de áreas, como por ejemplo la tecnología de satélites. Creo que no es un accidente que Bush haya anunciado que Estados Unidos va a tener una estación en la luna tres meses después de que los chinos lanzaran un satélite. China pone muy nerviosos a los Estados Unidos, económicamente, políticamente, e incluso militarmente. Aunque Estados Unidos tiene un poder militar gigantesco en términos de tecnología, tienen más problemas cuando se trata de movilizar tropas, como vemos en Iraq.

Uno de los argumentos de mi libro es que la tentativa por parte de los Estados Unidos de controlar el petróleo de Oriente Medio, que tiene una larga historia, se volvió aún más importante ahora, y no tanto para proteger las fuentes de crudo norteamericanas, que son muy diversas, sino para controlar la economía global y la competencia por parte de otros bloques económicos: en primer lugar Japón y China, que no tienen fuentes de crudo propias y dependen del petróleo de Oriente Medio, y hasta cierto punto también Europa.

E: ¿Qué consecuencias va a tener la emergencia de China como potencia global?

DH: Una de las posibilidades a tener en cuenta es la siguiente: si China se convierte en la potencia hegemónica del Sureste asiático, habrá un bloque de poder emergente en la zona. Tendríamos entonces tres bloques de poder: el Este asiático, Estados Unidos y la Unión Europea, con una importante competición entre ellos. Esto nos llevaría a un imperialismo competitivo como el analizado por Lenin a comienzos del siglo XX, con la diferencia de que ahora sería entre bloques de poder, en lugar de ser entre países.

E: Este escenario daría lugar a una ruptura del mercado mundial en distintas áreas y a un retorno del proteccionismo, como sucedió en la era del imperialismo clásico…

DH: De hecho estamos viendo algunas indicaciones de semejante escenario, como cuando Bush impuso la tarifa para el acero y la Unión Europea lo denunció ante la OMC. Los europeos pretender atacar a los Estados Unidos también en otras áreas a través de la OMC, y creo que dentro de poco muchos países -incluidos China e India- van a empezar a atacar tanto a los Estados Unidos como a la Unión Europea debido a los subsidios agrícolas, que son una de las cuestiones más importantes en el mundo ahora mismo.

E: Usted sugiere también que otra posible alternativa podría ser un nuevo keynesianismo global…

DH: Si analizas las tensiones dentro del sistema capitalista, te das cuenta de que históricamente los períodos de rápida redistribución de los ingresos en los que los ricos se hacen increíblemente ricos -que es una de las características de la fase neoliberal en la que estamos- generalmente van seguidos de una crisis. Eso fue lo que pasó en los años 1920, y hubo una crisis profunda en los 1930. La razón de esto es que el capitalismo no puede sostenerse fácilmente cuando toda la riqueza está concentrada en una clase muy pequeña que no está dispuesta a renunciar a ella. Así que una posible solución para estabilizar la situación actual es algún tipo de keynesianismo redistributivo, no sólo en los Estados Unidos, sino también a nivel internacional. La pregunta que me hago a veces es: ¿defendería yo esa solución, por ser mejor que lo que tenemos ahora? A veces digo que un poco de keynesianismo y auténtica socialdemocracia no serían una mala idea, y en países como los Estados Unidos, donde alternativas más radicales son muy improbables, eso es lo más progresista que puedo imaginar. Pero ciertamente no creo que a largo plazo esa sea la solución a los problemas.

E: El último capítulo de Espacios de esperanza, Edilia, es de hecho un extraordinario ejercicio de imaginación utópica al estilo de Morris o Bellamy, en el que usted esboza una posible sociedad post-capitalista. ¿Qué piensa usted de alternativas más radicales al capitalismo, como por ejemplo el socialismo de mercado?

DH: Pienso que ciertamente identificar el capitalismo con el mercado es un error. Es como identificar el dinero con el capital. La pregunta que tenemos que hacernos es si hay maneras distintas de entender cómo funcionan los mercados. En Edilia sugerí que las técnicas informáticas contemporáneas podían ser utilizadas para definir electrónicamente un sistema de intercambio mercantil, y creo que podemos y debemos utilizar algunas de las tecnologías actuales para impulsar formas distintas de organización social y política. A fin de cuentas, Marx siempre insistió en que la sociedad sólo puede construir lo nuevo a partir de lo que está latente dentro de ella, de lo que ya existe.

Zürich, 18 de enero de 2004
* Nuestra revista se complace en presentar a sus lectores esta entrevista publicada por primera vez en castellano gracias a la gentileza de sus autores, a quienes también se les debe la traducción del inglés. Fue publicada originalmente en la revista mensual gallega Tempos Novos. Araceli Varela Sánchez es licenciada en física de partículas. Actualmente realiza su tesis doctoral en sociología de la ciencia en la Universidad de Ginebra. Marcos Mariño Beiras es miembro del Departamento de Física del CERN (Ginebra) y profesor en el Departamento de Matemáticas del Instituto Superior Técnico de Lisboa, Portugal.