Las consecuencias sociales y económicas del neoliberalismo son muy conocidas a nivel planetario. Ese modelo beneficia a una escasa población, cada vez menor y cada vez más rica. Para ese control utilizan todo lo que esté a su alance. Y casi siempre lo que está a su alcance es ilegal y siempre ilegitimo. Lo que […]
Las consecuencias sociales y económicas del neoliberalismo son muy conocidas a nivel planetario. Ese modelo beneficia a una escasa población, cada vez menor y cada vez más rica. Para ese control utilizan todo lo que esté a su alance. Y casi siempre lo que está a su alcance es ilegal y siempre ilegitimo. Lo que se admite como legal se desvirtúa, se degenera. Los medios de comunicación social son ejemplos de cómo lo legal se convierte en instrumentos ilegítimos de poder al llevarle a la población información falseada y además, de crearle un estado de miedo perpetuo. Miedo que lo compensan con el espectáculo vacío, tonto, intrascendente. Los partidos políticos, que desempeñaron un papel cuestionador del orden durante el siglo XIX y gran parte del siglo XX, han sucumbido como marionetas del poder. Es una verdad dolorosa, pero como salpicadas excepciones en algunos países, los partidos políticos se arropan bajo la manta del neoliberalismo y la pugna entre ellos se da para ver de dónde emana la oferta más provechosa para los amos del mundo. Es lamentable ver cómo partidos que otrora se desgarraban las vestiduras en una lucha sin cuartel para que la humanidad siguiera las enseñanzas de Marx, se colocan en la cola, con su platito en la mano, para recoger las migajas que deja esta nueva ideología que desde la década de los ochenta del siglo pasado se ha dispuesto arrasar con la humanidad, con el ambiente y en lo que en él habita.
Las luchas entre los partidos políticos se dan exclusivamente durante los torneos electorales. En el ínterin su presencia ni se nota. Pero la lucha no se da con las espadas ideológicas. Es una vulgar lucha por la conquista del poder y no con las intenciones de poner en práctica el contenido de sus plataformas políticas, sino de hacerse con los bienes del estado. Son muy pocos los partidos que cuestionan el papel omnipresente del Estado, el que, a pesar de que la nueva doctrina sostiene que están en vías de extinción, son fundamentales como palancas para la implementación de la nueva legislación. Mientras existan fronteras nacionales físicas y se fomente el sentimiento de patria, los estados nación no perderán actualidad. Y mientras que los estados existan, los partidos políticos lucharán por su administración, la que favorece, sin cuestionamientos a los amos del mundo. Este engranaje de democracia representativa lo da el modelo de oferta/demanda que es el que hoy en día domina el mundo. Trasformar la democracia representativa por la participativa no se puede dar dentro del marco de ese modelo. No debemos seguir pregonando ni aceptando la fragmentación de la democracia. No es solo un vicio sino fomentar una ilusión. Los partidos políticos con su democracia representativa han quedado como marionetas del neoliberalismo. Pretender que a través de la representación la humanidad alcanzará a gobernarse a ella misma es intrínsecamente una trampa antidemocrática. Ya va siendo hora de que hablemos con más energía y vehemencia de las utopías de ayer. Olvidémonos de los partidos políticos. Pensemos que en el planeta Tierra hay recursos para satisfacer las necesidades de los 7 mil millones de habitantes. Pensemos que eso es lo que queremos todos. Penemos que en esa dirección, los partidos políticos son uno de los obstáculos a superar. Tenemos que fortalecer la calistenia de la participación, la que no se va a dar de un día para otro. Vayamos quitándole todas las arandelas con las que se ha vestido la democracia. Empecemos a pensar que hay una sola: la democracia absoluta que se sustenta en los recursos/necesidades. Los intermediaros solo sirven para retrasar estos logros.
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