En un interesante artículo de Juan Hernández Bravo, (Universidad de La Laguna [Tenerife] España), encontré unas definiciones que nos vienen muy oportunas en estos momentos en que nos preparamos para una nueva justa electoral. Dice allí que los estudios electorales identifican tradicionalmente la abstención electoral con la ausencia del ejercicio del derecho de sufragio activo, […]
En un interesante artículo de Juan Hernández Bravo, (Universidad de La Laguna [Tenerife] España), encontré unas definiciones que nos vienen muy oportunas en estos momentos en que nos preparamos para una nueva justa electoral.
Dice allí que los estudios electorales identifican tradicionalmente la abstención electoral con la ausencia del ejercicio del derecho de sufragio activo, es decir, con el no acudir a votar en un proceso electoral determinado.
Esta abstención electoral puede tener su origen en una discrepancia radical con el régimen político (o, incluso, con la democracia), en los que no se desea participar de ninguna forma, en un desinterés por la política o en un convencimiento de que nada puede cambiar realmente gane quien gane las elecciones, entre los principales motivos que fundamentarían esta actitud. Pero también puede ser una abstención electoral forzada por las circunstancias, por errores censales no detectados y corregidos a tiempo, por dificultades insuperables climáticas, meteorológicas o de transporte, por enfermedades, indisposiciones o accidentes, por viajes no previstos con la suficiente antelación como para hacer uso del procedimiento del voto por correo, por acontecimientos personales de índole varia. En este segundo caso, el votante hubiera deseado poder votar, y lo hubiese hecho de no haber ocurrido el error o el imprevisto que lo ha impedido. Se trata, entonces, de una abstención no voluntaria como era la anterior, de una abstención forzada, que suele ser denominada técnica y que es un componente siempre presente en toda abstención electoral. Aunque, por supuesto, es de una difícil cuantificación y sólo puede ser estimada aproximadamente, a veces utilizando algún porcentaje o coeficiente corrector sobre el total de la abstención electoral producida.
Pero, en cualquier caso, sea voluntaria o técnica, la abstención electoral que acabamos de explicitar se caracteriza por la no participación en el proceso electoral, por ser una abstención no participante, que consiste precisamente en un no hacer, en un no votar. Por esa razón, nosotros preferimos denominarla abstención pasiva (eludiendo otras posibles adjetivaciones, como sería abstención negativa, para evitar connotaciones peyorativas). Aunque, naturalmente, hemos de tener presente que utilizamos el término en un sentido muy distinto al que tendría, por ejemplo, en la expresión derecho de sufragio pasivo, derecho a presentarse como candidato y a ser elegido.
Sin embargo, la abstención electoral a la que nos hemos referido hasta aquí no agota las posibilidades abstencionistas de un potencial elector en un proceso electoral determinado.
Abstenerse electoralmente no significa tan sólo no votar o no participar en las elecciones. También puede significar no expresar preferencia por ninguna de las opciones electorales concurrentes. Por supuesto, el no votar ya implica la no expresión de preferencia alguna. Pero, y aquí estaría el matiz diferencial importante, también es posible no expresar ninguna preferencia y, sin embargo, no dejar de participar en el proceso electoral, porque manifestar preferencia y votar no son ni acciones idénticas ni sinónimos. Se trata, qué duda cabe, también de una abstención electoral, pero de una abstención distinta de la anterior y de otro orden, de una abstención participante, que nosotros denominamos abstención activa (eludiendo también, del mismo modo que en el caso de antes y por idénticos motivos, otras posibles adjetivaciones, como sería abstención positiva, y utilizando el término en un sentido muy distinto al que tendría, por ejemplo, en la expresión derecho de sufragio activo, derecho a votar). Esta abstención electoral ha sido tradicionalmente algo descuidada en los estudios electorales y no ha merecido la atención específica que, a nuestro juicio, requiere.
Estamos hablando, claro está, del voto en blanco y del voto nulo. Estos son los dos componentes de la abstención activa y, por consiguiente, a ellos debemos dedicar nuestra atención. El voto en blanco es una abstención activa voluntaria y, por lo demás, legítima. Es un voto que se emite desde una concepción de cumplimiento de un deber ciudadano, y hasta puede llegar a tener un componente de apoyo o identificación con el régimen político (o, incluso, con la democracia). Pero, al mismo tiempo, también es un voto que se emite desde la no preferencia (y hasta desde el rechazo) por las opciones electorales concurrentes. Forma parte, además, del voto válido o válidamente emitido de conformidad con el ordenamiento (que algunos análisis electorales confunden con el sufragio válidamente expresado a favor de alguna de las opciones electorales), y, por consiguiente, tiene que ser incluido cuando se calculan porcentajes sobre el voto válido, por ejemplo, en el caso de barreras electorales de exclusión que consistan en uno de dichos porcentajes.
El voto nulo es un voto no válido o no válidamente emitido de conformidad con el ordenamiento. Es un voto irregular, que supone una discrepancia formal con las reglas establecidas en la normativa electoral, pero también una discrepancia material, en el sentido de que, o bien no permite averiguar inequívocamente cual sea la voluntad que el elector pretende expresar, o bien suscita dudas razonables acerca de cuál sea esa voluntad. No forma parte del sufragio válidamente expresado a favor de alguna de las opciones electorales ni tampoco del voto válido, pero sí del sufragio emitido en cada proceso electoral. Y, a su vez, puede ser de dos clases, a saber: voto nulo involuntario, producido por error o inadvertencia del elector (que, en este sentido, se equipararía a la abstención pasiva técnica) y voto nulo voluntario. Este último tendría interés en cuanto participaría, al menos en parte, de la concepción propia del voto en blanco de cumplimiento de un deber ciudadano, pero incorporaría un elemento de protesta frente al régimen político, frente a alguna de las opciones electorales concurrentes o, incluso, frente a algún candidato determinado. Eventualmente, podría incorporar también algún elemento de falta de respeto por el proceso electoral en cuanto tal o por alguno de sus componentes.
Lo que debe quedar claro es que quien estimula la abstención es quien desestima al pueblo y prefiere que sean unos pocos los que gobiernen , podríamos llamar a eso «poliarquía» que Roberth Dalh lo define como la sinceración de la democracia que algunos consideran inviable, un gobierno de muchos, entendiendo a esos muchos como «los iguales», privilegiados en el acceso del conocimiento, no sólo de la información.
Las voces que gritan fraude o dicen que el pueblo se equivocó por el lado de la oposición, y las voces que creen que las bases no están preparadas para escoger sus candidatos y dirigentes están en el mismo saco del desprecio al pueblo , por ello llamo a la sindéresis revolucionaria, a la coherencia entre la teoría y la práctica, que hagamos verdadera praxis socialista, lo que debemos evitar es reproducir elecciones de base que sean un circo electoral.
La pregunta más importante en esta situación sería ¿A quién beneficia el abstencionismo? Pero antes que nada -como señala el periodista Alejandro Rutto Martínez (Colombia)- deberíamos preguntarnos las razones por las cuales un número amplio, ha adoptado la actitud de no concurrir a las urnas cuando se llevan a cabo las jornadas electorales para renovar los cargos de escogencia popular.
Obviamente una buena cantidad de ciudadanos decide quedarse en casa ejerciendo el derecho constitucional a NO votar. (Recuérdese que el voto en nuestro país no es obligatorio y por ello tenemos derecho a elegir o a no hacerlo). Y lo hace como una actitud pasiva de protesta ante los inconvenientes del sistema democrático del país. Sin ponerse de acuerdo, sin formar partidos, sin tener cuadros directivos, sin gastar un centavo en publicidad, sin mortificarnos con vallas abusivas, sin aturdirnos con jingles ruidosos, sin invitarnos a reuniones aburridas, han logrado constituirse por años en una mayoría tan grande que en algunos casos ha sido del 65 y del 70% como resultó en las últimas elecciones municipales.
No obstante lo anterior, su número alto y con tendencia a mantenerse y posiblemente a aumentar, su poder de decisión es bastante precario. Si existiera una disposición en el sentido de que ningún proceso electoral sería válido sin la participación, digamos, de un 70% de los ciudadanos en condiciones de votar, otra sería la historia que se contara en naciones con vocación democrática como la nuestra.
A todas estas es importante regresar a la pregunta inicial: ¿A quién beneficia la actitud, consciente o no, de quien se abstiene de votar?
En primer lugar digamos que los abstencionistas no perjudican al establecimiento, porque éste adquiere su legitimidad con cualquier mayoría que obtenga aunque sea en unas elecciones en donde la gran mayoría de los ciudadanos se quede en casa. Con una participación aún mínima las elecciones son válidas y punto, así que la continuidad del sistema no se ve resquebrajada por la conducta de los no-votantes.
Sin embargo, es importante considerar un hecho: los abstencionistas están inconformes y no votar es una expresión de su inconformidad. Pero: ¿Con quién están inconformes? Obviamente con el establecimiento, vale decir, con la forma de gobierno que durante años ha imperado en determinado territorio. Pero…su actitud de no participar en nada cambia las cosas porque, en todo caso, las microempresas políticas, las empresas familiares electorales, mantendrán su poder. Y la oposición, compuesta por quienes pueden constituirse en opción de poder y también está en desacuerdo con el statu quo, recibe una derrota tras otra cuando podría oxigenarse con los votos quienes también quieren el cambio pero no se acercan a las mesas de votación.
Si nos dedicamos a atar cabos llegaremos entonces a la conclusión de que abstenerse no soluciona nada por una razón sencilla: Si un ciudadano está inconforme con el establecimiento debe hacer algo para protestar contra él. Y decide no votar creyendo que de esta forma expresa su justa protesta. Pero ya hemos demostrado que su actitud favorece el continuismo…en otras palabras, sin saberlo, está respaldando aquello que tanto rechaza.
Muchos demócratas, preocupados ante el profundo deterioro de la política y la vida pública en nuestro país, dudan si es mejor votar en blanco o abstenerse para castigar en las próximas elecciones a los políticos que han destrozado lo que tanto costó construir a nuestros antecesores. Elegir entre el Voto en Blanco y la Abstención es todo un dilema para los demócratas y la gente decente, que quiere castigar a los partidos gobernantes y a las castas políticas.
Ambas opciones son democráticamente aceptables, como también es comprensible que muchos quieran vengarse del actual gobierno neoliberal. Sin embargo, ese voto de la venganza, gracias al cual se corre el riesgo de sustituir un partido por otro similar, o que permanezca en el gobierno el que, a través de dos períodos ha demostrado su perversidad, no beneficia a la democracia porque alimenta la partidocracia actual.
Este es un llamado ferviente a todos los ciudadanos del país para que participen en las próximas elecciones, votando efectivamente, no absteniéndose o votando en blanco, porque ello favorece a los grupos plutocráticos con mayor organización y recursos. Y la recomendación que se puede sugerir sería votar por lo contrario a los que hemos experimentado durante los últimos treinta años, de forma de tener alguna oportunidad de que sean corregidas políticas y medidas implementadas por los gobiernos neoliberales que se han dedicado a destruir el Estado y favorecer «la mano invisible» del mercado, que nos arrebata lo poco que tenemos para concentrarlo en muy pocas manos.
La vieja imagen del «Estado Protector», aquel «papá Estado» que te cuidaba y te protegía del abuso y del mal, se ha desvanecido y ha sido sustituida por un Estado predador, que miente, abusa, avasalla, roba, saquea, aplica la ley de manera interesada y que rige los destinos de la sociedad cuidando los intereses de los políticos y sus amigos poderosos, nunca los del ciudadano. Ese Estado depredador, el que convierte la vida de millones de ciudadanos en un infierno, impide que las víctimas protesten ante sus desgracias y humillaciones y cuando lo hacen les lanza a la policía para que los machaque a palos o les llama con epítetos irrepetibles para desacreditar lo que es más un lamento de sufrimiento que una protesta política.
Resulta que siempre hay disponible legiones de policías, para guardar y defender a los culpables, a los políticos irresponsables, a los poderosos, a la banca, pero nunca hay disponible ni un solo policía o guardia civil cuando los ciudadanos los necesitan, en casos de robos, estafas, crímenes o extorsiones. Esa policía que demuestra una eficacia extraordinaria a la hora de cuidar a los políticos o reprimir a los que protestan es la misma que exhibió una actitud incomprensible cuando la actual presidente se ha hecho presente en actos públicos.
Por favor, piense en todo ello, es el momento de hacerlo y demostrar nuestra integridad como pueblo. Y le repito: no votar es darle una oportunidad de oro a los mismos que han venido gobernando durante los últimos años, pues ellos se aseguran un porcentaje de adeptos, que puede ser menor del 40% del padrón electoral, pero puede subir a mucho más, si los ciudadanos se deciden por la abstención activa o pasiva. Por favor, piénselo, coméntelo con sus amigos. No podemos permitir que nuestro país continúe por este despeñadero al que nos han lanzado tanto político corrupto, favoreciéndose ellos y sus socios comerciales, y pagando el pueblo el costo de su enriquecimiento.
Le pongo un último ejemplo de esta forma de pensar y actuar. Ante el posible y casi irremediable aumento de las tarifas eléctricas, los empresarios piden que no se les suba a ellos y que seamos los ciudadanos de a pié, los que carguemos con el aumento. Es decir, que financiemos nosotros sus ganancias. Y los políticos actuales, son capaces de aceptar esta propuesta. ¿Quiere usted que continuemos con estas prácticas?
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