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Los peligros de las lógicas identitarias

Fuentes: Rebelión

Quiero comenzar mi intervención recordando el aniversario, por estas fechas, de dos acciones trágicas obra de la organización más extrema del nacionalismo vasco: hace 40 años, el 18 de junio de 1977, ETA asesinó a Javier Ybarra Bergé después de ser secuestrado y de haber aportado una enorme suma de dinero por su rescate. Ybarra […]

Quiero comenzar mi intervención recordando el aniversario, por estas fechas, de dos acciones trágicas obra de la organización más extrema del nacionalismo vasco: hace 40 años, el 18 de junio de 1977, ETA asesinó a Javier Ybarra Bergé después de ser secuestrado y de haber aportado una enorme suma de dinero por su rescate. Ybarra era miembro de una de las grandes familias de la alta burguesía vasca. Fue empresario, jurista y político, presidente de El Correo y El Diario Vasco, alcalde de Bilbao y miembro de la Real Academia de la Historia. Diez años después, el 19 de junio de 1987, se produjo el atentado de Hipercor en Barcelona con un resultado de 21 muertos y varias decenas de heridos. Se han cumplido 30 años de aquella masacre.

Después de este recordatorio, quiero ofrecerles unas breves consideraciones personales y algunas reflexiones sobre los procesos etnoidentitarios.

Nací en el País Vasco, en Bilbao, a mediados de los cincuenta y procedo de una familia católica, conservadora y nacionalista vasca. Mi lengua materna fue el castellano y comencé a estudiar el vascuence en torno a los 16 años con un profundo sentimiento de culpa, como si estuviese marcado por una mancha irreparable, el pecado original de no hablar nuestra supuesta lengua milenaria, sustrato y vehículo de la identidad vasca.

En mi juventud comulgué con una suerte de vasquismo cultural aunque proclive a ensoñaciones románticas que en el contexto de la dictadura franquista podrían haberme conducido a abrazar la causa de ETA.

Una educación radicalmente contraria a la violencia contra otros semejantes, con independencia de la posible bondad de los objetivos perseguidos, me condujeron hacia un compromiso con la izquierda comunista y un paulatino alejamiento del nacionalismo.

Por mis apellidos y por mi opción política viví una suerte de estigma, una sensación de orfandad derivada de la no pertenencia al endogrupo nacionalista. Estos y otros factores me vacunaron contra las creencias falsas, las recreaciones del pasado, los discursos y las prácticas que, para el caso vasco, llegaron a ser formas criminales de la acción política.

De mi vivencia de la terrible realidad de la política vasca, de mi conocimiento de Cataluña, de España y de la evolución de la política en otras partes del mundo, he podido extraer algunas ideas en relación con los procesos etnoidentitarios:

Estos procesos pueden llegar a ser el germen de graves fracturas sociales, a afectar a la convivencia entre las personas y al combate de los comprometidos con la dignidad, la igualdad, la justicia, la libertad y la fraternidad.

Los procesos soberanistas en algunas regiones de la Europa y la España democráticas son una forma particular de construcción de la nación. Algunos de ellos son procesos propios de un tipo de nacionalismo, el nacionalismo de los ricos, que por desgracia han brotado en varios países europeos poco después de tres generaciones desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Pensemos en la Padania italiana, la Flandes belga o la Baviera alemana.

Los nacionalismos etnoidentitarios vasco y catalán han generado históricamente profundas divisiones en el interior de sus propias comunidades, provocan fracturas y fronteras artificiales de sus respectivas comunidades frente a la España más allá del Ebro, a la que desprecian, la creen atrasada e inferior, a la que se enfrentan y de la que desean separarse. En su imaginario, conciben al «Pueblo Vasco» y al «Poble Català» como sociedades homogéneas, pero batallan incesantemente para reforzar el «nosotros» -los que comulgan con su fe nacionalista- frente a los «otros» en el seno de esas mismas sociedades plurales; se reclaman diferentes y en su fuero interno se consideran superiores, para lo cual desprecian o rebajan las cualidades de los demás y magnifican las supuestamente propias y excelsas.

Son nacionalismos excluyentes, clasistas, xenófobos y antidemocráticos; paradójicamente con una conciencia falsa de sí mismos y con líderes que aparentan desconocer las consecuencias políticas de su acción desbocada.

La magnificación de las diferencias entre los «Pueblos», con mayúscula, es un insulto a la inteligencia y es inaceptable desde una ética política democrática y de izquierdas. La categoría «Pueblo», es insostenible conceptualmente en sociedades democráticas avanzadas, abiertas, plurales y mestizas, herederas de los valores de la Ilustración. Los seres humanos somos diferentes e iguales. Diferentes en origen, sexo, condición, color, capacidades, educación, propiedades o cercanía al poder; a su vez, nos iguala «lo humano irreductible» de los derechos humanos [1], esto es, la dignidad, la libertad, la igualdad y la fraternidad, aquello que inspira permanentemente los derechos más concretos ligados a circunstancias históricas concretas, aquello a lo que todos los humanos, por encima de nuestra diversidad social y cultural, podemos y debemos remitirnos.

Precisamente, esa ardua lucha por la igualdad efectiva en derechos y libertades de los seres humanos tiene un enemigo muy poderoso en el terreno de la política, en particular, de la política de los que nos reclamamos de los valores de la Ilustración, de los valores de la izquierda enemiga de los intolerantes, de los fanáticos, de los partidarios de la diferencia, de los partidarios de la exclusión en función del origen o la condición social, de la lengua o de unos supuestos valores culturales superiores.

Nuestra lucha, la de las fuerzas sociales, sindicales y políticas de la izquierda -también la de los que se reclaman de los principios y valores de la Ilustración, del liberalismo social y democrático-, debe propiciar la convivencia y el bienestar de la mayoría, debe evitar que el nacionalismo de los ricos rompa la fraternidad, la unidad y la solidaridad de las clases populares en su compromiso por la justicia y la paz, por la libertad y la democracia.

Rueda de prensa del colectivo Juan de Mairena, 21 de junio de 2017, Barcelona

 

Nota:

1) Véase, Xabier Etxeberria, «»Lo humano irreductible» de los derechos humanos», Cuadernos Bakeaz, n.º 28, Bilbao, Bakeaz, 1998, disponible en: http://www.arovite.com/es/portfolio-items/lo-humano-irreductible-de-los-derechos-humanos/

Josu Ugarte Gastaminza. Colectivo Juan de Mairena.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.