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Los piratas no somalíes

Fuentes: Público

El rostro de unos hombres famélicos y asustados al ser detenidos por un petrolero español lo decía todo: no podían ser esos temibles piratas capaces de poner en jaque a los sofisticados barcos de medio mundo que transitan por las aguas africanas. Ya era sospechoso que un bufete de abogados londinense hiciera de intermediario entre […]

El rostro de unos hombres famélicos y asustados al ser detenidos por un petrolero español lo decía todo: no podían ser esos temibles piratas capaces de poner en jaque a los sofisticados barcos de medio mundo que transitan por las aguas africanas. Ya era sospechoso que un bufete de abogados londinense hiciera de intermediario entre los piratas y los países víctimas.

¿Se imaginan que un consultor desde Madrid negociara con los talibanes el rescate de un secuestro en Afganistán y encima cobrara una comisión? Ahora nos enteramos de que los asaltantes recibían información desde Londres sobre los barcos «aptos» para despojar. Aun así, todo indica que el principal objetivo de este terrorismo del mar dirigido por unos delincuentes trajeados no es hacerse con suculentos botines, sino justificar la militarización del Golfo de Adén, uno de los corredores más estratégicos del planeta que conecta el Golfo Pérsico, el Mar rojo y el Canal de Suez y por donde pasa el 30% del petróleo del mundo. El Rojo es el único mar controlado por los países árabes, cauce de sus importaciones y exportaciones y su principal fuente de agua desalada.

Es una estrategia con un precedente: en 1991, una veintena de países, liderada por EEUU, ocupó el Golfo Pérsico utilizando el pretexto de liberar el diminuto Kuwait del Ejército de paja de Saddam. ¡Aún siguen allí!

La amenaza de los piratas es una coartada para justificar el control militar sobre el cuerno de África y sus inmensos recursos naturales.

Si una de las caras de esa piratería la forman los mercenarios al servicio de unos intereses geopolíticos, la otra la componen los pescadores somalíes, que ven cómo las transnacionales marítimas saquean sus ricos caladeros y vierten, con total impunidad, toneladas de desechos tóxicos en sus costas. Convertidos en guardacostas voluntarios afirman que, además de robar a los grandes «bandidos del mar», pretenden ahuyentar a los pesqueros extranjeros que se llevan sus mariscos a los restaurantes europeos y dejan sin sustento a miles de familias.

Doble rasero lo de la Oficina Marítima Internacional que, ante tales agravios, ha mirado para otro lado y ahora pide la intervención militar contra los piratas de poca monta. Somalia, al igual que Irak, Afganistán y Pakistán, lleva el apodo de Estado fallido, lo que en la jerga política significa país poseedor de recursos naturales o ruta de su tránsito, apetecible
para ser dominado.