En el movimiento sindical costarricense podemos dividir con claridad dos etapas una en los años noventas dominada por la concertación y la apatía y una segunda a partir del año 2000, donde se mantiene la estrategia de concertación pero hay una serie de luchas sindicales que muestran que se puede luchar y conseguir conquistas o […]
En el movimiento sindical costarricense podemos dividir con claridad dos etapas una en los años noventas dominada por la concertación y la apatía y una segunda a partir del año 2000, donde se mantiene la estrategia de concertación pero hay una serie de luchas sindicales que muestran que se puede luchar y conseguir conquistas o por lo menos no perder tantas [1].
Motín, guerra de llanura, guerra de montaña.
Podríamos distinguir en las acciones de resistencia de nuestro pueblo varios tipos de lucha contra el gobierno, tomaremos algunos conceptos venidos de la ciencia militar (pero utilizados por la teoría política) para explicarlos.
Por ejemplo las revueltas en los barrios pobres de las ciudades (La Carpio, Pavas, Limón, etc.) podríamos caracterizarlas como motines es decir como rebeliones localizadas y limitada pero multitudinarias contra el orden establecido (sobretodo contra la policía y el sistema de clientela). Su carácter es espontáneo y su desarrollo desorganizado.
Tendríamos una segunda definición que sería la guerra de montaña y la guerra de llanura, en De la Guerra se señala: 1) «en la guerra de montaña (…) todo el mundo, hasta el último soldado, depende de sí mismo.» (…) 2) «La habilidad técnica de un ejército, ese valor bien templado que mantiene unida a la tropa, como si hubiera sido fundida en un molde, muestran claramente su ventaja máxima en la llanura abierta«.
Si tuviéramos que analizar el último ciclo de luchas sindicales de nuestro país, estarían a medio paso entre el motín y la guerra de montaña, entre una acción multitudinaria contra un orden oprobioso, pero desesperada y desorganizada y una resistencia sin mando central y sin habilidad técnica donde toda la posibilidad de victoria está dada por la valentía y la iniciativa local y particular.
Si observamos con detenimiento por ejemplo la última huelga de Sintrajap, y las movilizaciones del 26 de julio, el comportamiento es la de una serie de direcciones dispuestas a luchar contra el gobierno y su plan, pero donde cada una lucha por su propia iniciativa, sale a combatir en el momento en la que ella estima óptimo para ella misma, sin pensar en el movimiento general que podría efectivamente derrotar al plan del gobierno.
El gobierno siempre lucha como guerra de llanura, es decir con un plan estratégico (transferirle los costos de la crisis al pueblo) y con una serie de tácticas (pactar con la oposición burguesa y las burocracias sindicales, aislar a los que luchan, denigrar las demandas populares entre el pueblo llano, etc.) y sobre todo con un comando centralizado que dirige las operaciones.
Los problemas del espontaneísmo.
Los sindicatos tuvieron durante mucho tiempo que soportar la conducción vertical y burocrática o bien del Partido Liberación Nacional o bien de Vanguardia Popular, de esta experiencia efectivamente negativa y de la lucha por expulsar a viejos burócratas liberacionistas o ex vanguardistas, se sacó la conclusión absolutamente equivocada, que no se ocupaba ningún mando central en la lucha sindical, que bastaba con la iniciativa de lucha y la participación masiva de los agremiados para derrotar al gobierno.
Digamos que la divisa que se impuso fue: «es deseable la lucha que es posible, y es posible la lucha que se sostiene en un momento dado». Cualquier petición de mayor organización y politización era «pedirle demasiado a la gente».
Es justamente a esta forma de razonar a la que le llamamos espontaneísmo, es decir la apología a de elevar a categoría de estrategia permanente, única y única garante de la victoria a la guerra de montaña, es decir al combate de las iniciativas particulares aisladas.
El espontaneísmo trae como principales problemas: 1) La indefinición de las tareas centrales de los planes estratégicos y sobretodo de cómo conseguirlos (es decir carece de estrategia y táctica solida); 2) No permite la realización de planes sistemáticos de acción que permitan acumular fuerzas, cada acción es una acción aislada, aunque sean acciones masivas toda su fuerza se disuelve en el momento. 3) Como no hay plan sistemático de acciones y estrategia no hay posibilidad de desarrollar nuevas, mayores y superiores dirigencias, los dirigentes que se forma se forma «por casualidad», al calor de las acciones, eventualmente esta forma de enfrentar el problema hace que los dirigentes con cualidades más histriónicas se impongan a las bases y eventualmente transformados en caudillos se burocraticen.
Nuestro plan
Quienes militamos en el P.T., no queremos el sindicalismo como un fin en sí mismo y mucho menos como una «carrera» los sindicatos son importantes y deben luchar en sus centros de trabajo, por qué cada una de estas operaciones locales debería estar engarzada en la perspectiva estratégica de derrotar el plan de ajuste del gobierno. Para derrotarlo se ocupa: 1) La coordinación democrática de todos los que luchan. 2) Una campaña sistemática de acumulación de fuerzas en el conjunto del pueblo. 3) La organización sistemática de los que aún no se animan a luchar y los que están desorganizados. 4) El emplazamiento y desenmascaramiento de los burócratas que no quieren luchar y que pactan con el gobierno; 5) Ayudar en la medida de lo posible a construir nuevas direcciones combativas (oficiales o tendenciales) para el conjunto del movimiento sindical.
Nota:
[1] Según el XVII Informe del Estado de la Nación del 2001 al 2010, los trabajadores organizados en sindicatos pasaron de 145 547 (9,37% de la población ocupada) a 195 950 (10,27% de la población ocupada) entre 2001 y 2010. El aumento general de la afiliación muestra este nuevo estado de ánimo dispuesto a organizarse y luchar
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.