«En las instituciones de enseñanza […] para el empresario de la fábrica de conocimientos los docentes pueden ser meros asalariados». Karl Marx, El Capital, Libro I, capítulo VI (inédito), Ediciones Signos, Buenos Aires, 1971, p. 89. La proletarización es un tema de vieja data en el análisis social y político, que durante el siglo XX […]
Karl Marx, El Capital, Libro I, capítulo VI (inédito), Ediciones Signos, Buenos Aires, 1971, p. 89.
La proletarización es un tema de vieja data en el análisis social y político, que durante el siglo XX llamó la atención de sociólogos y economistas, así como de teóricos revolucionarios. En términos etimológicos el vocablo proviene de proletario, una palabra de origen latino (proletarius, derivado de proles, hijos), que en la antigüedad se refería a quien carecía de bienes, era un desposeído, no tenía propiedad y cuya única función se reducía a engendrar hijos para abastecer las tropas imperiales. El término fue actualizado por Karl Marx en la década de 1840 al catalogar de proletario al obrero moderno, carente de propiedad privada de los medios de producción y con su fuerza de trabajo como lo único que tiene para venderle al capitalista, a cambio de un salario, así como ofrecerle su prole para permitir la reproducción del capitalismo. Cuando se habla de proletarización, se alude a que una determinada fracción de clase, distinta en principio a la clase trabajadora, se transforma en miembro de esta última. Tal proceso lo han vivido campesinos, artesanos y otras clases sociales, y también diversas fracciones de la pequeña burguesía -denominada en forma imprecisa como «clase media» -, algunas de cuyas capas se deslizan hacía el proletariado, como sucede en la actualidad con los miembros de lo que antes se consideraban «profesiones liberales», entre los cuales se encuentran los profesores.
UNA DOBLE PROLETARIZACION
Existen dos tendencias predominantes en el análisis de la proletarización: las teorías de la «descualificación laboral» y de la «proletarización ideológica». La descualificación laboral fue estudiada por Harry Braverman, en el libro Trabajo y capital monopolista, publicado en 1974. Según este autor, la búsqueda de ganancias por parte de los empresarios conduce a la descualificación laboral, mediante la implementación de mecanismos de control que afectan tanto a los trabajadores fabriles de la industria, como a los trabajadores de «cuello blanco» en las oficinas. Esta descualificación busca aumentar la productividad, y reducir los costos de producción, mediante el control directo de los trabajadores. Debido a este énfasis se le ha bautizado como la teoría del control patronal. Braverman estudió con detalle el taylorismo como el principal modelo de organización capitalista en la producción, en el que se implementaron las formas más «sofisticadas» de control laboral, mediante la introducción del cronometro y el registro de tiempos y movimientos de los operarios. Esto se inició en las fábricas de los Estados Unidos, pero después continuó en las oficinas y en los servicios, colonizando a las «profesiones liberales», que quedaron sujetas a la fragmentación productiva y al control patronal.
Para Braverman el capitalismo avanza en el control de los trabajadores mediante la fragmentación de un proceso en múltiples operaciones simples, que se asignan a operarios diferentes. Con esto se incrementa la división técnica del trabajo, con tres mecanismos complementarios: separación de la concepción y ejecución en el proceso productivo, como resultado de lo cual el trabajador se limita a efectuar tareas que la gerencia le impone; la descualificación significa una pérdida de conocimientos y habilidades que le permitían al operario planificar, comprender e intervenir en la producción; y, se pierde el control sobre el propio trabajo, que ahora queda en manos del capital y sus gerentes, lo que dificulta la organización y resistencia de los obreros.
La gerencia se dedica a monopolizar y sistematizar los conocimientos sobre el proceso de trabajo que les han sido expropiados a los trabajadores, quienes se limitan a ejecutar órdenes. En esto consiste la descualificación real de los trabajadores, la cual se facilita con la incorporación de la ciencia y tecnología a la producción, a través de las máquinas, en las que se concentran conocimientos y saberes que antes reposaban en los operarios. Dichos procesos de degradación cobijan a los obreros de la industria y a las demás actividades, como las de oficina, en la medida en que se expanden las relaciones capitalistasi.
Una segunda explicación es la de la proletarización ideológica, formulada por el investigador estadounidense Charles Derber en Professionals as workers: mental labor in advanced capitalism, publicada en 1982. Este autor diferencia entre la proletarización técnica y la ideológica. En la primera, el trabajador pierde el control sobre el proceso de trabajo y dicha proletarización se concreta cuando la dirección subordina a los trabajadores a un plan técnico de producción y con un ritmo e intensidad determinados, en ninguno de los cuales pueden intervenir los operarios. En la segunda, la proletarización ideológica, el asunto se centra en la pérdida de control no sobre los procesos técnicos como tales, sino en los fines del trabajo. Esta proletarización se «refiere a la pérdida de control sobre los fines y los propósitos sociales a los que se dirige el trabajo de cada uno. Constituyen elementos de la proletarización ideológica la capacidad de decidir o definir el producto final del trabajo de cada uno, su disposición en el mercado, sus usos en la sociedad en general, y los valores o política social de la organización que compra la fuerza de trabajo»ii. En ese caso, «los aspectos morales, sociales y tecnológicos son sutilmente situados fuera del alcance del trabajador, así como éste pierde el control de su producto y su relación con la comunidad»iii.
Como norma dominante, los profesionales afectados por la proletarización ideológica no responden con rebeliones directas o resistencia masiva, sino que utilizan mecanismos defensivos o acomodaticios, es decir, se pliegan a las transformaciones en marcha, como forma de proteger sus intereses. Al respecto existen dos formas acomodaticias: la desensibilización ideológica, que consiste en no reconocer que «el área en que se ha perdido el control tenga algún valor o importancia», con lo cual se abandona cualquier compromiso con los usos y fines sociales de su trabajo. En otras palabras, se niega el contexto ideológico del empleo, puesto que no se enfatiza en su dimensión moral y social, sino que se aceptan los criterios técnicos que se implantan desde afuera; la segunda forma es la cooptación ideológica, con la que se redefinen los fines y objetivos morales de una profesión para que se «vuelvan compatibles con los imperativos de la organización». Esto significa que un trabajador identifica su labor con los propósitos morales que otros definen por él y se los imponen, en sentido estricto El Estado o los empresarios capitalistas. Estos dos aspectos indicarían, según el autor mencionado, que existen diferencias entre la proletarización de los trabajadores clásicos y los profesionales, porque estos últimos tienden a aceptar y adaptarse en forma rápida y relativamente pasiva a las nuevas condiciones. En definitiva, la proletarización ideológica se constituye en un «emergente sistema de control organizativo», con la intención de integrar a los profesionales, concediéndoles en apariencia cierta autonomía, lo que supondría que a la larga permanecerían lejos del proletariado industrial.
En cuanto a la proletarización técnica relacionada con la descualificación, múltiples aspectos indican que ese proceso está en marcha en muchos lugares del mundo en el sector docente, incluyendo a los profesores universitarios. El aspecto central es el referido a la pérdida de control del profesor de importantes aspectos del proceso de trabajo, porque ya no decide sobre el tipo y la forma de evaluaciones, que vienen dictados desde fuera y por arriba -por las autoridades educativas, por los rectores y gerentes-, no es dueño del tiempo que se le destina a una asignatura, porque hay una meticulosa programación de tiempos y contenidos (acorde con el taylorismo) y en general el currículo está fuera de su control y se le impone desde el exterior en forma autoritaria. Además, tiene que dedicarse a realizar tareas que antes no efectuaba y en las que invierte gran parte del tiempo que le destinaba a sus labores pedagógicas, tales como las de llenar papeles y formularios, desempeñar labores administrativas y, en muchos casos, de tipo empresarial, como vender cursos fuera de la escuela.
Los profesores están siendo proletarizados porque se descualifican sus procesos de trabajo, puesto que se introducen formas de control técnico del currículo en las instituciones escolares, lo que genera una separación entre concepción y ejecución. Esto se expresa en el uso de materiales educativos que son diseñados para los docentes, sin que ellos participen en su elaboración. Esto se agrava con la implementación de materiales que vienen incluidos en los artefactos tecnológicos, como sucede con los textos que traen las tabletas que se suministran a los estudiantes, y sobre los cuales el profesor no tiene el más mínimo control y, en forma frecuente, ni idea del contenido que se le suministra. En este caso sí que se ha dado un salto en el proceso de descualificar al profesor, porque éste pierde por completo el control del proceso educativo.
Se introducen mecanismos de control técnico externo que convierten a los profesores en ejecutores de procedimientos y administradores más que en pedagogos. De todo esto se deriva que en la escuela ya no cabe la labor artesanal, en la que los profesores controlaban gran parte del proceso de trabajo y tenían una visión global sobre el mismo, puesto que la educación se convierte en una empresa con labores de administración y supervisión en la que los profesores vienen a ser una parcela de la cadena de producción. Estos hechos llevan a Michael Apple a decir que los profesores pertenecen a la vez a dos clases, porque comparten los «intereses de la pequeña burguesía como los de la clase obrera»iv.
La proletarización ideológica de los docentes es una noción que ayuda a entender la modificación sobre la concepción misma de la educación, sus objetivos y sus fines, que se ha impuesto en los últimos años. Dicha proletarización ideológica prevalece sobre la proletarización técnica, porque en el ámbito docente resulta difícil la descualificación absoluta. Tampoco es fácil implementar en forma plena los procesos de racionalización capitalista, por las peculiaridades del proceso de trabajo educativo. En ese sentido, la proletarización ideológica resulta más importante que la descualificación técnica, por la pérdida de sentido ético del trabajo docente, lo que se traduce en una desorientación ideológicav.
Existiría una diferencia fundamental de los profesores con respecto a los trabajadores industriales, porque los primeros no sólo se descualifican sino que se recualifican mediante la adquisición obligada de nuevas habilidades, ligadas a las transformaciones que conlleva la racionalización del trabajo educativo: se incrementa el control disciplinario por parte del profesor, lo que modifica su conducta, y se ve obligado a implementar otras estrategias organizativas en el aula. En tal perspectiva, en lo propiamente instructivo se presenta una notable descualificación, puesto que el capitalismo transforma los procesos de enseñanza-aprendizaje y los reduce a una medida de carácter cuantitativo.
Incluso, en el terreno de la disciplina en el aula se reduce el control que pueden ejercer los profesores, sobre todo en las escuelas urbanas, dada la interferencia permanente de los aparatos microelectrónicos, empezando por el omnipresente teléfono celular. El profesor ya no controla el tiempo del estudiante dentro del aula, porque ya ni siquiera logra que su cuerpo esté en clase, porque aquél usa sus manos y sus sentidos para juguetear con el móvil o el computador portátil. Para completar, en muchos lugares del mundo existen reglamentos que les prohíben a los profesores que restrinjan el uso de los teléfonos celulares entre sus estudiantes, con lo que se garantiza la interrupción perpetúa de las clases y de cualquier actividad académica medianamente seria y rigurosa. Ni siquiera este aspecto disciplinar de tipo elemental en cuanto el control del aula se refiere lo puede manejar el docente, que está sometido a la dictadura del mundo electrónico.
PROLETARIZACIÓN Y PRECARIZACIÓN LABORAL
Resulta pertinente examinar algunas nociones que se relacionan de manera directa o indirecta con la proletarización docente, aunque no son sinónimas, como las de empobrecimiento, pauperización, precarización… Cuando se habla de empobrecimiento de los profesores se alude al hecho de que se estanca o reduce su salario real y, en forma correlativa, disminuye su nivel de vida. A esto hay que agregar que la feminización laboral es un componente central del empobrecimiento, puesto que una mayor porción de mujeres se incorporan como fuerza de trabajo docente y sus ingresos se convierten en el sostén principal de las familias. Esto representa un cambio importante porque, hasta hace unas cuantas décadas, los ingresos de las profesoras eran un complemento al ingreso de sus maridos, que tenían, por lo general, otras profesiones «liberales». El empobrecimiento en sí mismo no es sinónimo de proletarización, puesto que es posible que existan sectores del proletariado clásico que tengan mejores ingresos salariales y un mejor nivel de vida que los profesores.
El empobrecimiento puede entenderse como sinónimo de pauperización, lo que se refiere a la degradación en la condición social que proporciona una profesión y el ingreso y estatus que a ella corresponde. Históricamente, esto acontece en diversos lugares del mundo, donde la docencia perdió el respeto y honorabilidad que en otro tiempo tenía como profesión y como vocación. La proletarización se refiere a un cambio cualitativo, porque se transita de una clase a otra, mientras que la pauperización significa un cambio cuantitativo, en el sentido de producir la pérdida de ingresos y de nivel de vida. O dicho de otro modo: «La pauperización implica el cambio de un grupo poblacional, dentro de una misma clase social, desde las capas más acomodadas a las más pobres, mientras que la proletarización implica un cambio de clase, de la propietaria a la proletaria»vi.
La proletarización no es sinónimo de pauperización, aunque en las últimas décadas es lo que se ha impuesto en forma correlativa, porque los trabajadores asalariados en forma mayoritaria se han deslizado hacia la pobreza, en lo que se identifican con diversos sectores sociales, incluso que no son asalariados y que están al margen de cualquier proceso productivo.
Por su parte, la precarización laboral se deriva del empeoramiento y degradación en las condiciones de trabajo. Esto lo soporta un amplio sector de profesores en el sector público y privado, que experimentan en carne propia el deterioro de la infraestructura física, el aumento de estudiantes por aula de clase, la carencia de materiales e instrumentos de trabajo, el enrarecimiento del ambiente escolar, la agresividad en el contexto circundante… A ello debe agregársele la inestabilidad laboral, la contratación a tiempo parcial, la movilidad de los trabajadores de una escuela a otra, el pago por horas… La precarización laboral en sí misma no supone que se haya perdido la estabilidad en el puesto, porque muchos docentes tienen contratos indefinidos, pero al mismo tiempo se han hecho muy difíciles las condiciones para desempeñar su trabajo.
En síntesis, los docentes soportan una triple crisis: frustración de sus expectativas de desarrollo profesional, la pauperización y el creciente desprestigio de la labor que ejercen, lo cual está relacionado con un acelerado proceso de proletarización técnica, de pérdida del control sobre su proceso de trabajo y sometimiento a la gerencia educativa y a los intereses del capital educativovii. A diferencia de lo que todavía se podía decir hace 30 o 20 años en que el principal proceso observable en el seno de los profesores era la proletarización ideológica, ahora podemos sostener que también se presenta con fuerte impacto la proletarización técnica, por las razones arriba mencionadas.
En muchos lugares del mundo, los profesores tienden a ser proletarios y pobres, un hecho que ha dado origen a usar la categoría del pobretariado. Este no es un juego de palabras, sino un término que denota y sintetiza lo que viene sucediendo con los profesores en las últimas décadas, puesto que soportan en forma paralela un deterioro de sus condiciones de vida, que los lleva hacia la pobreza, y de otro lado un tránsito hacia el proletariado, tanto en términos de descualificación como ideológicos. Se ha modificado la posición y reconocimiento social de los profesores, por el empobrecimiento de la gran mayoría de ellos, lo cual afecta sus condiciones de vida y tiende a acercarlos a la situación socio-económica de grandes masas de la población.
FORMAS DE RESISTENCIA DE LOS «PROLETARIOS DEL AULA»
Los profesores pueden ser definidos como los «trabajadores del aula», a partir del análisis de seis aspectos: la relación funcional de su trabajo con el capital; su lugar en la división técnica del trabajo, es decir en términos de su ocupación; su relación social con la producción, respecto a si son o no propietarios de medios de producción; su lugar en la división social del trabajo, en el que se incluye la división sexual del trabajo; su función en el mercado como consumidores de acuerdo a sus ingresos; y su estatus socialviii.
El «trabajador del aula» -que, por supuesto, no es el único espacio en donde se desenvuelve el profesor, pero sí es el más importante- mantiene una relación directa con el capital por lo menos en dos sentidos: de un lado, porque su labor es fundamental para la preparación y reproducción de la fuerza de trabajo; y de otro lado, porque en la medida en que la educación se convierte en una empresa, la fuerza de trabajo de los profesores valoriza el capital educativo y es la fuente de ganancias de esa empresa singular. Al mismo tiempo, el profesor ocupa un lugar en la división técnica del trabajo, en la que su actividad sigue desempeñándose en forma dominante de la misma manera que se ha desarrollado desde que existe la profesión docente, vale decir, con tiza, tablero y libros.
Aunque se haga tanto ruido con relación a la tecnificación de la labor docente, con la introducción de computadores, internet y otras innovaciones, en lo fundamental esto no modifica la forma convencional de enseñanza-aprendizaje. Y esto les confiere un particular poder de negociación a los profesores, puesto que su labor no ha podido ser sustituida por las máquinas, como sí sucede en otras profesiones «liberales».
En cuanto a la propiedad se refiere, los profesores no cuentan con ningún medio de producción en el espacio escolar -salvo que se vuelvan empresarios o sean socios de alguna empresa educativa, lo cual es más bien raro y marginal- y en ese sentido, como los proletarios, lo único que tienen es su fuerza de trabajo. Podría considerarse, superficialmente, que los libros o el computador portátil de un profesor son medios de producción, pero éstos son más bien una propiedad personal, porque no se utilizan para explotar trabajo ajeno o para generar un producto que se le va a vender a otro. Los medios de producción básicos que ellos utilizan (instalaciones escolares, salones, laboratorios, instrumentos, biblioteca si la hay, campus…) pertenecen a otros, al Estado o al capital privado.
En cuanto a la división social del trabajo, los profesores ocupan un lugar ambivalente puesto que la mayoría se desempeña en el terreno intelectual de manera exclusiva, pero otros están ligados directamente a la formación de fuerza de trabajo técnica o profesional, que va a desempeñar labores manuales. Respecto a la división sexual del trabajo, cada vez es mayor la participación de fuerza de trabajo femenina en la actividad docente, aunque es menor su incursión en la investigación, en la que sigue predominando el patriarcado. Esto indica que la feminización del trabajo es una característica del nuevo proletariado docente que se está configurando en diversos lugares del mundo.
Respecto a los dos últimos aspectos, puede decirse que por su nivel de ingresos, sobre todo en la educación terciaria, los profesores muestran una clara segmentación interna, puesto que hay un sector minoritario con elevados salarios y una gran mayoría precarizada, sin trabajo fijo y con reducidos ingresos. Pese a estas diferencias, en lo que si se identifica la casi totalidad del profesorado, por lo menos en el mundo periférico y dependiente, es en la pérdida acelerada de estatus, tanto profesional, como social, puesto que el desempeño de esa actividad se hace en condiciones muy difíciles y la sociedad en general los mira con desprecio, como inútiles o pertenecientes a una casta privilegiada.
A eso debe agregarse que cuando se trata de encontrar responsables sobre la pésima educación que se imparte como resultado de la mercantilización, los profesores siempre suelen ser señalados de incompetentes, como si eso fuera un diagnostico original, y no una vieja letanía que se remite, como en Estados Unidos, al siglo XIX. Este diagnóstico venía acompañado de la recomendación de depositar en los estudiantes los mejores libros de texto, y con esto se librarían de los malos profesores. En 1924 se decía en Kentucky (Estados Unidos): «Cuanto peor es el profesor, más necesarios se hacen los libros de texto». Algo que se repite en la actualidad, simplemente hay que cambiar la palabra libros por ordenadores, tabletas y otros cacharros electrónicos.
Esta culpabilización de los profesores requiere volver a defender la dignidad docente, pero no solamente como una reivindicación gremial -que es necesaria- sino también para construir otra educación pública y del común, que responda a los requerimientos y necesidades de la sociedad y, sobre todo, de las clases subalternas.
En las actuales circunstancias de pérdidas de derechos, de incremento de la explotación y de expropiación generalizada de los bienes comunes, es indispensable un movimiento de los trabajadores, porque es lo único que «puede desafiar la locura económica que amenaza el futuro de amplios sectores de la humanidad». Pero, «ese movimiento es imposible a menos que se desmonten varios mitos: que todos somos esencialmente de clase media; que la clase es un concepto anticuado; y que los problemas sociales son en realidad los fallos de un individuo»ix.
Es en este marco que adquiere relieve la situación de los profesores a escala mundial. Como lo hemos mostrado antes, se han proletarizado desde el punto de vista técnico e ideológico y comparten en el plano material los mismos problemas que el resto de los trabajadores. Sin embargo, en términos de conciencia, no sucede lo mismo, porque están fuertemente atomizados, divididos y predomina la lógica individualista y competitiva. Ante tales circunstancias, pueden plantearse algunas reivindicaciones de los profesores, que solo se obtendrán mediante su organización y lucha.
Para ello se requiere, en primer lugar, que los profesores dejen de creer que son de una pérdida «clase media» y que están muy distantes por su pertenencia de clase del resto de los trabajadores. Es indispensable un acercamiento con otros sectores de trabajadores para emprender acciones conjuntas por reivindicaciones comunes, tales como la defensa de la educación pública como un bien común que le atañe al conjunto de las clases subalternas. En este sentido, los profesores deben defender a la enseñanza pública como el escenario en el que se tiene que construir un saber que le sirva a las vastas mayorías de un país y que no tenga un fin mercantil, lo cual supone enfrentar la homogenización del pensamiento y de la vida por la que propugna el capital. Este proyecto se puede llevar a cabo, siempre y cuando los profesores no sigamos encerrados en nuestros cubículos, y concentrados en una isla de saber y eludiendo las agresiones directas que soportamos a diario.
Hay que volver a pensar en una educación pública con adecuada financiación estatal para su funcionamiento, sin que ese compromiso signifique se mengüe la independencia y autonomía de la institución. Esa financiación es imprescindible para que se contraten profesores en condiciones dignas, se mejore la infraestructura escolar y se faciliten las labores básicas de docencia e investigación que le competen.
En el caso de las universidades, una reivindicación prioritaria y urgente para empezar a desmercantilizar el saber, algo que se ha impuesto en la universidad pública, radica en oponerse a esa segregación interna de los profesores a partir del reconocimiento salarial por puntos, para que en su lugar se impulse un mejoramiento general del salario de todos los profesores universitarios y se suprima la lógica del puntismo. Con esto se enfrenta uno de los aspectos centrales de segregación de la universidad y de fragmentación interna. Esto no quiere decir que se eliminen, por ejemplo, las categorías que existen de acuerdo a estudios, experiencias y otros factores, pero esto no debe quedar al vaivén de la esquizofrénica carrera por mejorar salario en concordancia con las publicaciones en revistas indexadas, asistencia a seminarios, o consecución de constancias.
Es prioritario que se luche por la dignificación del trabajo de los profesores a todos los niveles, sin excluir, como si no formaran parte de la comunidad académica, a los profesores que están sometidos a los contratos basuras. Debe plantearse al respecto que todos los profesores tienen derechos y se les deben respetar, empezando por un contrato digno, con un salario adecuado y con todas las garantías de seguridad social que requiere cualquier trabajador. Eso supone que se rompa con esa diferenciación interna que divide y segrega entre profesores de planta y profesores contratados y entre docentes e investigadores.
Si la gran mayoría de los profesores hemos sido proletarizados en el doble sentido aquí considerado (proletarización técnica y proletarización ideológica), ya no nos podemos seguir reclamando como un sector privilegiado perteneciente a una «profesión liberal», y con ese argumento mantenernos distanciados del resto de trabajadores. Esa reivindicación de una «profesión liberal» sólo tiene sentido para una exigua minoría de profesores-investigadores-negociantes que se han lucrado con la conversión de la universidad en un centro mercantil y con la producción de mercancías cognitivas, porque el grueso del profesorado vive en carne propia el proceso de proletarización, despojo de saberes, y nuevas formas de control, que desde que surgió el capitalismo industrial en Inglaterra hace más de dos siglos han soportado en forma sucesiva distintos sectores de trabajadores. Muchos de esos sectores, como los artesanos de la naciente industria textil a finales del siglo XVIII, no se resignaron a aceptar su nueva condición sin antes librar memorables luchas, que llegaron incluso a arrinconar al capital. Algo similar nos corresponde a nosotros los profesores, como «artesanos del saber» y como «trabajadores del pensamiento», para enfrentar el capitalismo académico y evitar la liquidación de la escuela pública.
NOTAS
i. Harry Braverman, Trabajo y capital monopolista, Editorial Nuestro Tiempo, México, 1978.
ii. Marta Jiménez Jaen, «Los enseñantes y la relación de trabajo en la educación. Elementos para una teoría de la proletarización de los enseñantes», Revista de Educación, No. 285, 1988, pp. 231-245.
iii. Ibíd.
iv. Michel Apple, Maestros y textos. Una economía política de las relaciones de clase y de sexo en educación, Editorial Paidós, Barcelona, 1989, p. 40.
v. José Contreras, La autonomía del profesorado, Ediciones Morata, Madrid, 1997, pp. 32-33.
vi. Ricardo Donaire, Los docentes en el siglo XXI. ¿Empobrecidos o proletarizados?, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2012, p. 58.
vii. Ibíd., p. 47.
viii . Ursula Huws, «A construcao de um cibertariado? Trabalho virtual num mundo real», en R. Antunes y Ruy Vraga (organizadores), Infoproletarios. Degradacao real do trabalho virtual, Boitempo Editorial, Sao Paulo, 2009, pp. 47 y ss.
ix. Owen Jones, Chavs. La demonización de la clase obrera, Ediciones Capitán Swing, Madrid, 2012, p. 346.
Artículo publicado en papel en Revista CEPA, No. 20 (Bogotá), marzo-julio de 2015
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