En días recientes hemos sido testigos de una gran algarabía sobre todo en las redes sociales a propósito de la acción policial contra 13 jóvenes que se auto encerraron en un apartamento del barrio San Isidro en la Habana Vieja y proclamaron una huelga de hambre, exigiendo la liberación de uno de sus amigos músico.
Algunos artistas se han solidarizado con ellos y han hecho pronunciamientos muy críticos contra las autoridades, en lo que yo llamaría un derroche de emotividad algo desmesurado. Al leerlos por momentos me pareció que estas figuras estaban protestando contra asesinatos a quemarropa, o disparos con balas de corcho que dejaron a alguien sin sus ojos o contra el acto inhumano de apretarle el cuello con la rodilla a alguna persona hasta dejarla muerta. Pero no, no era lo que hacían, porque eso no fue lo que sucedió.
El cantante Carlos Varela ha dicho que él no puede pertenecer al coro de los que callan. Yo tampoco. Se manifestó en contra de las injusticias y en eso también coincidimos. Él está en contra de que se difame a las personas y yo también. Como muchos han hablado de la necesidad de diálogo y también lo veo así, me decidí a expresar humildemente mis opiniones como contribución al mismo.
Los policías que participaron en esa operación no son perfectos y cometen errores como todo el mundo, pero no es honesto que para sostener una determinada posición o demanda se les denigre con la falsa acusación de haber utilizado fuerza excesiva o de maltratar a alguien. Yo no estaba allí y no lo puedo garantizar, pero Carlos Manuel Álvarez, que llegó el martes del extranjero precisamente para unirse a ese grupo, sí estuvo y dijo al diario “El País” que “no hubo golpes”. Bien, si es así ¿dónde está el maltrato? ¿No es eso difamar a alguien que simplemente está haciendo su trabajo?, ¿qué derecho humano da derecho a eso? Aclaro que nunca fui, ni soy parte de las instituciones armadas de este país. Simplemente soy un jubilado que disfruta de la seguridad y tranquilidad que le garantizan este Estado en cualquier lugar que esté.
Al contrario de los alegados maltratos, el propio Carlos Manuel dice que al sacarlos de su auto encierro, los llevaron a hacerse una prueba PCR contra la Covid, porque allí dentro no observaban ninguna medida de protección como está establecido en las regulaciones y, después a él personalmente lo dejaron en casa de una amiga. ¿De qué detenciones arbitrarias se habla? La necesidad de denigrar a las autoridades es tan fuerte que el mismo Carlos Manuel llegar a decir que los médicos que entraron al encierro eran policías disfrazados. Cualquier mirada desprejuiciada se da cuenta de que eso es un absurdo. A los medios occidentales que la divulgan les da igual, pero le pregunto a nuestros intelectuales preocupados por los derechos humanos ¿acaso es justo hacer esa acusación sin pruebas contra personas que tienen una profesión tan abnegada y riesgosa como los médicos que luchan contra la pandemia?
Cuando hablamos de defender los derechos humanos hay que tener presente que humanos somos todos y que para que todos puedan hacer uso debido de ellos tiene que existir un orden y ese orden lo establecen las leyes, que son las que impiden que yo realice lo que considero “mi derecho humano” a expensas del derecho humano de otros. El encargado de hacer que esas leyes se respeten es el Estado que para cumplir su misión dispone de aparatos represivos que utiliza siempre que alguien se niega a cumplir las leyes, porque el incumplimiento de las mismas significa la violación de los derechos de los demás. La demanda de un Estado no represivo es un absurdo, eso no existe ni existirá, porque cuando un Estado no reprima dejará de proteger la sociedad y desaparecerá. Otra cosa muy distinta es cuando los representantes del Estado violan la ley, pero hasta ahora nadie ha demostrado que eso haya sucedido en el caso de los encerrados.
Muchos de los que critican al Estado aseguran que quieren un país mejor. Yo les creo y estoy seguro que la inmensa mayoría de los cubanos, incluyendo a las autoridades –que desde luego también son cubanos– igualmente lo quieren. Pero la vía para lograrlo no es destruyendo el que tenemos, sino construyéndolo. El Estado es el recipiente que protege la sociedad civil y le da forma. Si lo rompemos esta se despilfarrará como el contenido de un huevo cuando se rompe el cascarón. Veremos más adelante qué ha pasado con los pueblos que han permitido socavar su Estado.
Es obvia la necesidad de diálogo. Palabra que está muy de moda pero que casi todo el mundo interpreta como monólogo. Y no es porque las personas sean mal intencionadas. Es que el diálogo necesita de una cultura que en Cuba no existió nunca, ni en la colonia, ni en la pseudo república, ni durante la dictadura del proletariado. Esa cultura no se crea de la noche a la mañana, lleva tiempo y la buena noticia es que, aunque algunos no lo crean, su formación ya comenzó y su primer gran logro está en la proclamación del Estado Socialista de Derecho por nuestra nueva Constitución. Muchas cosas ya son diferentes y muchas otras lo tendrán que ser. Pero nada nace acabado y todas, incluyendo el diálogo habrán de ser forjadas a base de intelecto y no de diletantismo.
No podemos olvidar que Cuba no está sola en el mundo. Hoy son muy pocos los Estados cuyo desarrollo interno esté exento de influencias y manipulaciones desde el exterior. Por eso, los que en realidad queremos un país libre, soberano, que contribuya a la felicidad de todos sus súbditos, debemos estar muy alertas de lo que hacemos y aprender de la experiencia de los demás, sobre todo cuando hoy tenemos el cuadro casi completo de algunos procesos históricos.
El 13 de mayo del 2000 en la Feria de Novi Sad, en Yugoslavia, asesinaron a un dirigente del gobierno regional. Las autoridades culparon a dos jóvenes estudiantes que eran inocentes. Al resistirse la policía aplicó la fuerza contra los supuestos “asesinos” provocando la indignación de sus compañeros. Un embrión de organización universitaria surgido en octubre de 1998 para expresar sus intereses como estudiantes se transformó en un espontaneo movimiento de protesta que recibió el nombre de Otpor (Resistencia). En un ambiente previamente preparado por una larga y persistente propaganda contra el Presidente Milosevic por parte de las potencias occidentales, el hecho inflamó las energías de una parte de la masa juvenil inconforme con la penuria provocada por largos años de bloqueo y de guerra fratricida producto del sangriento proceso de desintegración de la Yugoslavia socialista.
El surgimiento de Otpor dio oxígeno al objetivo de Estados Unidos y sus aliados de eliminar al gobierno de la Yugoslavia postsocialista y le propició una nueva táctica contra el mismo. Se vio que era más fácil y efectivo movilizar la energía de los jóvenes en contra que a favor de algún objetivo, que había mucho resentimiento acumulado en esa masa por su deplorable situación material y que con poco dinero y mucha propaganda se podrían obtener rápidos resultados. Acababan de nacer las llamadas revoluciones de color.
En auxilio de Otpor acudieron centros políticos como el National Endoument for Democracy, el National Democratic Institute, dirigido por Madeleine Albright, el Repúblican Institut, Freedom House, Open Society Institute, International Renissance Foundation, de George Soros, y el Committee on the Present Danger, ligado al español José María Asnar y al checo Vaclav Havel. A sus donaciones y recursos se unieron unos 3 mil millones de USD que según Roger Cohen del The New York Times Magazine aportó el gobierno norteamericano y unos cuantos cientos de miles que, según Donald L. Pressley, Administrador Asistente de la USAID, le transfirió dicha institución.
Con esos recursos se movilizaba una gran masa de jóvenes y adolescentes, más bien pobres, desempleados y sin la posibilidad de estudios que servían para armar revueltas y divulgar la imagen de caos social. Además, Otpor creó centros de entrenamiento donde se enseñaban códigos, métodos y reglamentos para servir a organizaciones secretas, utilizando como textos los escritos del norteamericano Gene Sharp sobre la no violencia.
Poco después de creado, el centro de entrenamiento dejó de ser yugoslavo para convertirse en internacional y ante el éxito logrado con la derrota de Slobodan Milosevic, Otpor asistió en la creación de organizaciones semejantes en otros países como “Pora” en Ucrania, que también jugó un papel prominente en la llamada revolución naranja del 2004; “Kmara” en Georgia, que contribuyó con igual éxito en la derrota de Eduard Shevardnadze; “Zubr” en Bielorrusia, cuyos dirigentes se reunieron en el 2005 con la entonces Secretaria de Estado norteamericana Condoleezza Raice en Lituania.
Bajo la dirección de los centros occidentales, la exportación de la contrarrevolución por Otpor se extendió hasta Zimbabue contra el entonces Presidente Robert Mugabe y hay informaciones que apuntan a su participación en la organización del movimiento venezolano JAVU, en el 2002, precisamente en el momento en que se intentaba el golpe contra el Presidente Chávez. De JAVU según se dice salió el autoproclamado Juan Guaidó. Pero esta organización hizo aportes como las guarimbas que no estaban en el know how original, basado exclusivamente en provocar para que sean las autoridades las que usen la violencia.
Envalentonado por los éxitos en Yugoslavia y en Ucrania, en el 2004 un líder de Otpor declaró que sus próximos objetivos serían Lukashenko en Bielorrusia, Eduard Shevarnadze en Giorgia, Robet Mugabe en Zimbaue y Fidel Castro en Cuba. Dos o tres años antes, Hermanos al Rescate había traducido al español el libro de Gene Sharp y se lo había dedicado a los firmantes del panfleto “La Patria es de Todos”. De manera que a Cuba la han tenido desde hace tiempo dentro de la estrategia de las revoluciones de color.
En todas partes estos movimientos mueven a su masa con lemas o consignas que se repiten de forma contagiosa como si fuera el estribillo de algún ritmo de moda, pero con contenido ofensivo hacia los representantes oficiales del país. Se trata de un tipo de irreverencia, que amparándose en el abuso del derecho de expresión, busca provocar la represión. En Yugoslavia el lema era “estás acabado” y en Bielorrusia “fuera la cucaracha”. En ningún lugar presentan un programa de construcción política, porque dicen que no les interesa tomar el poder y que solo quieren un país mejor con libertad, bienestar y sin represión. Está demostrado que en muchedumbres políticamente imberbes eso funciona.
Al agotar la energía biológica de la masa juvenil que lo siguió, Otpor se desintegró en el 2010. Hoy, una parte de sus antiguos dirigentes vive en Estados Unidos básicamente de la música o la pintura. Unos pocos se mantienen a niveles menos relevantes de la política oposicionista o integrando el funcionariado estatal en Serbia. El resto forma parte de la vida de su país como cualquier otro ciudadano. Muchos de los integrantes de la gran masa se preguntan para qué hicieron la revuelta, se expusieron a los golpes de la policía y a los chorros de agua, si hoy ven la situación de su país igual o peor. Algunos se dan cuenta que fueron utilizados y que todo sería mejor si hubieran empleado sus fuerzas para construir y no para destruir.
Pero el drama humano de los muchachos que fueron utilizados en estas aventuras por el capital transnacional no es comparable al que enfrentan los pueblos y sociedades en los tres países donde alcanzaron sus objetivos.
La Yugoslavia donde nació Otpor ya no existe. Montenegro se separó de Serbia y a ésta le arrancaron Kosovo, cuna de su identidad;
La Ucrania donde se creó “Pora” tampoco existe. Devorada por los conflictos étnicos, perdió Crimea y aún el gobierno central se mantiene en guerra con sus regiones del Este.
Por último tampoco existe la Georgia donde nació “Kmara”. La guerra del 2008, le separó Abjasia y Osetia del Norte.
En ninguno de los espacios donde triunfaron las llamadas revoluciones de color ha vuelto a reinar la paz y la estabilidad.
Marx dijo que los pueblos inteligentes aprenden con cabeza ajena. ¡Hagámoslo!
Juan Sánchez Monroe, Dr. en Ciencias Históricas. Profesor Titular.