Algo sorprendido ante el contenido del artículo citado en el titular de esta réplica, paso a concretar al autor algunos de los puntos que señala en el mismo. El primero y más penoso es olvidar a otros muchos e importantes cantautores a quienes se persiguió de forma pertinaz durante el franquismo. Me refiero a Suso […]
Algo sorprendido ante el contenido del artículo citado en el titular de esta réplica, paso a concretar al autor algunos de los puntos que señala en el mismo.
El primero y más penoso es olvidar a otros muchos e importantes cantautores a quienes se persiguió de forma pertinaz durante el franquismo. Me refiero a Suso Vaamonde, Miro Casabella, Manuel Gerena, Lourdes Iriondo, Mikel Laboa, Labordeta, Elisa Serna, Julia León, Francesc Pi de la Serra, Benedicto, Lluis Llach… y un largo etcéreta.
Lo segundo, afirmar que aquella situación no ha cambiado en lo esencial. Hoy, el régimen neo franquista sigue prohibiendo conciertos de grupos y solistas anticapitalistas (Fermín Muruguza, Barricada,Tonino Carotone, Soziedad Alcohólika, Reincidentes, etc.), sobre cuya obra y presencia en los escenarios suelen caer las autoridades, por sistema. Por régimen, sería más acertado.
Admirando a María del Mar Bonet y Marina Rossell, comprendiendo que el redactor del escrito se ciñe a las conversaciones sostenidas con ellas en ese encuentro «light» celebrado en Valladolid, no deja de ser curioso el hecho de que en tal actividad cultural, se haya invitado a quienes menos sufrieron las iras de la censura.
El redactor del diario, muy joven supongo, con indudable buena voluntad (tan loable como alejada de la cruda realidad de aquellos años), aplica términos como telúrico, elegante dignidad, lirismo crudo, para definir las voces y obras de creadores como Raimon, Serrat o Paco Ibáñez (respectivamente), lo que me lleva a disentir radicalmente de tales conceptos, por razones de pura estética.
Raimon, siendo indiscutible que pisaba y vive en el planeta Tierra (supongo que de ahí el epíteto), fue mil veces más censurado que Marina (que se incorpora a la canción al final de la dictadura) y María del Mar, a la que la policía solía molestar de forma habitual, sobre todo tras el lanzamiento de su canción «Que volem aquesta gent».
La elegante dignidad del Noi del Poble Sec queda bonito, pero Serrat no fue un cantante sobre el que cayera el estigma de «prohibido«, excepto después de la negativa de este a cantar en castellano en Eurovisión, algo por otra parte inimaginable en un autor serio. No creo que fuera elegante o digno, prestarse al juego de esa aberración festivalera. Joan Manuel jamás fue censurado por el contenido de sus canciones, excepto en dos ocasiones: «Manuel» y «Fiesta», que tras los correspondientes retoques, sonaban sin problema alguno.
Lo del lirismo crudo de Paco Ibáñez me ha sobrecogido, a menos que el autor defina como portadores de tal atributo a Quevedo, Góngora, Blas de Otero, Celaya, y demás autores a los que, por fortuna, sigue cantando el entonces mil veces multado intérprete.
Me da en la nariz que el autor del escrito es muy joven. Tal vez de esos a quienes se le refieren algunas anécdotas y las considera ciertas.
Lo digo también por la cita de la que soy objeto, en la que Marcos asegura que quien firma esta carta, a finales de 1975, preparaba un especial del grupo británico Doctor Feelgood, desechado finalmente por mis superiores de RNE.
No fue así, sencillamente porque lo exacto es que una tarde de «Para vosotros jóvenes» (programa que dirigí en la cadena pública cuatro años), donde habitualmente sonaban Llach, Benedicto, Paco, Dylan, Silvio, Pi de la Serra, Elisa Serna (la más multada y encarcelada bajo el régimen), Seeger, Bonet, Aute, Menese, Lertxundi, Las Madres del Cordero, Laboa, Pavesos y cien más, en pleno mes de noviembre, mis compañeros del espacio y yo nos «jartamos» de que sonara música de grupos y solistas nada sospechosos de antifranquismo, como Doctor John, Doctor Hook and The Medicine Show, Doctor Feelgood, y otros similares, antes del llamado «Parte horario» que acostumbraba a finalizar con el «comunicado del equipo médico habitual«.
La ironía y sarcasmo que encerraba esa retahíla de canciones, fue suficiente como para que el director de la emisora, Ramón Villot, me llamara al orden, siempre con una sonrisa en la boca, pidiéndome un poco más de prudencia, pero advirtiéndome que no repitiera la jugada. Ya había tenido la visita de un miembro del entonces CESID, en la que el funcionario-espía le solicitó todo tipo de datos sobre mi persona.
Villot fue todo un caballero, sobre todo comparado con sus sucesores del PSOE, desde Eduardo Sotillos (censor donde los hubiere) o Fernando González Delgado, aún peor que el anterior.
Lo que no acierto a comprender, por mucho que Martirio participara como miembra del grupo Jarcha (en su etapa final), es a cuento de qué la estupenda cantante onubense figurase en esa reunión de voces anti franquistas, a no ser porque el grupo mentado fuera responsable de aquel espantoso himno llamado Libertad Sin Ira, una de las canciones corales más aberrantes de la historia reciente, cuya emisión era obligatoria en RNE, por órdenes de la UCD.
Esperando que estas líneas hayan aclarado algunos aspectos de aquella realidad, a la que se «aproximó» el Encuentro con las voces antifranquistas de Valladolid, me despido no sin antes sugerir la celebración de otro acto similar, en el que participen las voces que en verdad fueron linchadas por aquel régimen, que la actual monarquía protege, apadrina, elogia y aplaude.
Porque, que yo sepa, jamás he escuchado al Borbón condenar aquella dictadura genocida y terrorista.
Carlos Tena, periodista
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