Que un jumento rebuzne es algo natural. Rebuznar está en su naturaleza. Pero cuando ese jumento ha sido presidente del Estado español y sigue siendo, al abrigo de la concurrida cuadra, mentor y caudillo de los demás pollinos, sus rebuznos sí pueden ser preocupantes, incluso delitos. Cuando años atrás, como recompensa a sus desvelos, fue […]
Que un jumento rebuzne es algo natural. Rebuznar está en su naturaleza. Pero cuando ese jumento ha sido presidente del Estado español y sigue siendo, al abrigo de la concurrida cuadra, mentor y caudillo de los demás pollinos, sus rebuznos sí pueden ser preocupantes, incluso delitos. Cuando años atrás, como recompensa a sus desvelos, fue nombrado asesor de la compañía Centauros Capital, una de las empresas mejor establecidas en el mundo de la especulación, con sede en Londres y oficina fiscal en las Islas Caimán, y que cuenta, entre otros asesores, con el ex primer ministro inglés John Major o Madeleine Albright, ex secretaria de Estado de los Estados Unidos, supuse que en su inventario de coces y rebuznos aún quedaba espacio que cubrir.
Al fin y al cabo, los centauros eran para los griegos unos seres mitológicos y salvajes, carentes de leyes y hospitalidad, y esclavos de las pasiones animales. Algunos expertos los definían como criaturas inconstantes, que miraban con frecuencia al cielo para determinar sus destinos, aficionados a la adivinación, a los secuestros y a pelear con los lapitas. A los centauros no les gustaba que nadie les indicara lo que tenían que hacer, a qué velocidad debían galopar o cuantas garrafas de vino podían consumir. Mientras la cabeza y el torso de un centauro correspondía a un ser humano, el resto del cuerpo era el de un caballo. Eso era al menos lo que creían los griegos no obstante la dificultad, a veces, de distinguir un relincho de un rebuzno, y pese a ser conscientes de que cuatro patas, el lomo y un rabo, a falta de cabeza que confirme la identidad del animal, lo único que aseguran es un cuadrúpedo, y un cuadrúpedo también puede ser un jumento. Nadie más indicado, en consecuencia, para el cargo.
Obviamente no lo habían elegido por el genio militar que revelara en la Guerra del Perejil, bélica hazaña patria en la que reconquistó para España el Peñón de Perejil, roca que se levanta frente a la costa africana y que había caído en manos de dos moros y una cabra. Y tampoco parece que fueran sus hazañas deportivas por él mismo narradas, sus portentosas marcas de velocidad batidas, como enrostrara, con los pies encima de la mesa, al propio George W. Bush, suficiente motivo para reconvertirlo en un centauro. Menos aún sus dotes como historiador cuando reivindicaba la deuda que los árabes tenían contraída con él por haberle ocupado su país ocho siglos. Y no parece que su nombramiento se debiera a su proverbial inteligencia, la misma que manifestara en relación a Iraq y sus armas de destrucción masiva cuando reconocía: «cuando yo no lo sabía, nadie lo sabía… yo no fui tan listo». Si fue elegido centauro, obviamente, o fue por su destacada labor como jumento o fue, es la otra posibilidad que se me ocurre, su sobresaliente dominio del inglés (y de catalán en la intimidad) lo que convenció a la compañía especuladora de su elección.
Llegarían más cargos que honraran tan brillante trayectoria. En esos mismos días era nombrado Bodeguero de Honor de la Academia del Vino de Castilla y León.
«Bodeguero ¿qué sucede? ¿Por qué tan contento estás?» pregunta en su estribillo la canción cubana, y no era para menos su contento, que razones tenía para, al margen de los exquisitos caldos paladeados, mostrarse como nunca jovial y dicharachero en su discurso de agradecimiento por el honor recibido, en pugna con un gobierno que insistía en decirse socialista mientras competía con ellos por ver quien era más y mejor… bodeguero. De aquel espumoso honor quedó para la historia una buena resaca y algunos rebuznos más reivindicando su derecho a que nadie le diga cuánto puede beber y a qué velocidad debe conducir.
Pero al margen de las consideraciones personales que nos merezca este centauro, a caballo entre asno y bodeguero, y que conste que no pretendo seguir con mis cuadrúpedos símiles más allá de lo que los rebuznos aconsejen, invocar a la OTAN para que bombardee Cuba, es algo mucho más grave que el ordinario exabrupto de un jumento.
Para mejor entenderlo no habría más que invertir el caso y suponer, es un ejemplo, que un ex mandatario cubano, pongamos Fidel Castro, so pretexto de que en el Estado español se tortura, se prohíben partidos políticos, se cierran medios de comunicación, se condena con penas de cárcel la libertad de expresión, se vulneran derechos, se saquean las arcas nacionales para beneficio de la especulación bancaria, entre otros atropellos, vejámenes y delitos impunes, reclamara de la OTAN el bombardeo del régimen borbónico. Bombardeo, por supuesto, humanitario.
No he oído una sola voz en el Estado español que censure el rebuzno. A ninguna autoridad española he escuchado disculparse ante el pueblo y el gobierno cubano por la desfachatez de tan canalla y siniestro personaje. Recuerdo que en aquella inolvidable cumbre americana en la que el Rey de España se equivocara de siglo y de colonia, también de copa, Zapatero defendió a su antecesor en la presidencia porque, según expresara, había que respetar su pasada investidura como jefe de Estado. ¿Y ese jumento merece más respeto, sea como ex presidente o español, que el que debe guardarse a un país? A un país, por cierto, con el que el estado español mantiene relaciones diplomáticas, económicas, culturales, de todo tipo.
Lo que ha expresado esta vez el jumento mayor no sólo es un rebuzno. Es un delito. ¿No estaríamos hablando de apología de la violencia o del terrorismo si ese mismo deseo, pero con el Estado español como objetivo de las humanitarias bombas, hubiera estado en la boca de un vasco?
Las mismas razones que a ese delincuente impune, que ya hace tiempo debió haber sido conducido frente a un tribunal internacional de justicia como criminal de guerra, le han llevado a afirmar que «el mundo es un mejor lugar sin Sadam, sin Gadafi, sin Chávez… sin cualquiera de sus enemigos, las puedo esgrimir yo, sin ir más lejos, para pensar que el mundo sería un mejor lugar sin él. De momento el mundo ha preferido dejar que funcione su precario orden legal, su mezquina justicia, pero ¿tan precario y tan mezquino es el derecho? ¿Tan impunes los rebuznos de un jumento?
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