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Los sueños abiertos en América Latina

Fuentes: Rebelión

«Le debo una canción indescriptible   Como una vela inflamada en vientos de esperanza…» Silvio Rodriguez   En un lejano año de 1974, una joven salía de Santiago en dirección a La Paz. Dejaba el territorio chileno con marido e hija – «hija del golpe» – nacida en octubre de 1973. Estaba entonces con 31 […]

«Le debo una canción indescriptible  
Como una vela inflamada en vientos de esperanza…»

Silvio Rodriguez

 

En un lejano año de 1974, una joven salía de Santiago en dirección a La Paz. Dejaba el territorio chileno con marido e hija – «hija del golpe» – nacida en octubre de 1973. Estaba entonces con 31 años y había presenciado desde muy cerca la caída del gobierno de Salvador Allende algunos meses antes. Por ser integrante del Partido Socialista y ocupar un cargo menor en la Corporación de la Vivienda (CORVI) tuvo la suerte de recibir a los pocos días del derrumbe un informe comunicando su expulsión del país en veinte cuatro horas. Por estar embarazada consiguió retardar la salida en algunos meses, ganando tiempo para decidir adonde ir, como hacerlo y, no menos importante, que dejar y que llevar.

São Bernardo, Brasil, principios de los años de 1990. La biblioteca personal guarda poco más de cincuenta libros y una enciclopedia de algo como veinte volúmenes. Títulos bastante ilustrados y de pretensión universal, vendidos como colección prêt-à-leer para burócratas del estado. La ex-militante socialista, vendedora de chaquetas cuero en una repartición pública adquiere su conjunto por trueque. Allá están ahora las tapas verdes de Dante, roja de Stendhal, vino de Dostoievski, negro de Poe y café de Cervantes. Un conjunto menor de diez libros verde oscuro representan algo de la literatura brasileña: Alencar, Azevedo, Rego y otros. Entremedio de todos los ilustres invitados a la biblioteca de la inmigrante chilena viviendo en el suburbio paulista, se lee en la primera página del libro amarillento y descascarado que ya no tiene tapa: «Historia inmediata». El lomo del libro ofrece el título en estado tan precario que es casi una afirmación de su tema: Las venas abiertas de América Latina.

En una de las páginas escritas por Eduardo Galeano, periodista metido a historiador – tal vez sea una definición posible en la época para «Historia inmediata» – se lee sobre el tema agrario:

Y en cuanto a la expropiación de algunos latifundios chilenos por parte del gobierno de Eduardo Frei, es de justicia reconocer que abrió el cauce a la reforma agraria radical que el nuevo presidente, Salvador Allende, anuncia mientras escribo estas páginas. (170)

Galeano escribía su ensayo con un radar geográfico e histórico prendido, atento, lancinante, con toda la parcialidad que demandaba el oxímoron de «historia instantánea». La escritura corría rápidamente por los ojos de una Latino América que se re-imaginaba. La militante que leía las páginas del libro, hacía historia mientras lo leía. No porque lo leía, pero mientras, durante, al mismo tiempo que las historias se hacían.

Hay que irse, no quiere, ¿porque tengo que dejar mí país? ¿Por que no más caminar por la Alameda, tomar un té con sopaipillas, mirar la cordillera?

En otra parte del pequeño libro, el escritor, inconforme con contener tantas promesas de cambio en la hoja y la palabra, concedía otra información que dejaba indeterminada la narrativa:

Mientras escribo esto, a fines del ’70, Salvador Allende habla desde el balcón del palacio de gobierno a una multitud fervorosa; anuncia que ha firmado el proyecto de reforma constitucional que hará posible la nacionalización de la gran minería (188). 

¿Se cerrarán las venas? Los ojos se preguntan frente a la página, pero luego, en seguida ya son las lágrimas abiertas en América Latina. Hay que irse, dejar todo, lo poco material y lo mucho soñado, hay que irse, con la niña para lejos, ¿Adónde?, no importa, en La Paz decidimos, hay que irse, por La Paz, por la niña.

Tantos libros lanzados a la basura, tantos papeles quemados. Sí, cenizas de sueños y pruebas criminales, hay que dejarlos, librarse de las identificaciones, garantizar el paso por la frontera, la circulación por Santiago ensangrentada. Arregla la maleta, las ropitas de la nena, hace frío, corre aire entre las cordilleras, tan helado que enferma.

Da vuelta la página, la historia revuelta, el escritor añade nuevos ‘inmediatos’ a la historia, las venas, las venas…

Este libro había sido escrito para conversar con la gente. Un autor no especializado se dirigía a un público no especializado, con la intención de divulgar ciertos hechos que la historia oficial, historia contada por los vencedores, esconde o miente. (339)

La joven, el marido e hija suben al avión. Los pasos se quieren perder, pero caminan, sacan sus pies de la tierra, la cordillera se achica y todo es noche. En la maleta, quizás entremedio de las ropas de la niña, junto a la tremenda soledad y tranquilidad que ahora la acompaña, el pequeño libro de Eduardo Galeano es un otro pasajero, un amigo ilegal de anhelos y de penas. Clandestino y sin el epílogo «Siete años después» (de donde retiré el último extracto) fue uno de los viajeros de riesgo en tantas maletas de los que vivieron la década de 1970 en América Latina. Como lo reconoce Galeano,

De la misma manera, los comentarios más favorables que este libro recibió no provienen de ningún crítico de prestigio sino de las dictaduras militares que lo elogiaron prohibiéndolo…Creo que no hay vanidad en la alegría de comprobar, al cabo del tiempo, que Las venas no ha sido un libro mudo. (339) 

Hay que irse, lanzar a la basura o quemar los libros, peligros en papel, no dejar rastro. ¿Pero cómo irse sola, sin nada, apenas ropa y documentos? ¿Cómo no cargar un poquito de sueños? ¿De esas explicaciones-sueños? ¿De esas tormentas utópicas?

Cerca de veinte años después, tres países y alguna historia, allí está el libro. Sin tapa, amarillo y viejo disputando atención con los «clásicos universales». Está allí el libro más lleno de historia de la biblioteca suburbana de esa inmigrante chilena. Se puede leer junto a La Divina Comedia o Guerra y Paz, se puede leer antes o después de O Guarani o Menino de Engenho. Se puede, se debe, se lee.

En las nuevas tempestades de la década de 1990, el viejo libro seguía librando navegación con las iluminaciones poéticas de una triste narrativa económica y social. Ahora, mismo con la partida de Eduardo Galeano, el pasado convocado por su libro sigue pulsando y corriendo por las venas, como verdaderas velas inflamadas de esperanza.

 

Mauricio Acuña es antropólogo. Actualmente estudia el doctorado en Antropología Social en la Universidad de São Paulo (Brasil) y él de Literatura y Estudios Latino Americanos en la Universidad de Princeton (EEUU). Sus intereses de investigación se concentran en antropología, historia y literatura, con énfasis en la relación entre cultura popular intelectuales y pensamiento social. Es autor del libro «A ginga da nação: intelectuais na capoeira e capoeiristas intelectuais (1930-1969)». São Paulo: Editora Alameda (en imprenta).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.