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Los Tres Cerebros y el capitalismo que no descansa

Fuentes: Rebelión

El médico y neurocientífico Paul M. Maclean formuló en 1952 la Teoría de los Tres Cerebros. La Neurociencia comenzó justo ahí: no venimos solamente del mono, teoría evolutiva mediante, sino también del reptil. Fuimos reptiles, luego mamíferos primitivos, finalmente humanos. Anatómicamente no se pueden demostrar los Tres Cerebros, lo que perfecciona, extiende y simboliza el propio argumento. La teoría delimita y explica aspectos determinantes de nuestro comportamiento: toda la “vida fuera” sin entrar en la “vida dentro”.

       Los Tres Cerebros son:

  1. Cerebro Reptil: El más antiguo y encargado de la supervivencia, por ello nos tendrá dominados y secuestrados toda la vida. Ni piensa ni siente: reacciona y actúa para superar cada situación. En él yacen los instintos. Es reacio al cambio. Es el aquí y el ahora. No reflexiona. No distingue pasado y futuro. Es el más primitivo: hace que comas, te defiendas, ataques, te reproduzcas o cuides de la tribu. Es el más básico y violento.
  2. Cerebro Límbico: Es el emocional. Lo tenemos todos los mamíferos.
  3. Cerebro Córtex: Es el racional. No somos la única especie que lo posee pero sí la que lo tiene más desarrollado. Nos vuelve reflexivos, conscientes de nuestra existencia, gracias a él procesamos la información. Nos aleja de los dos anteriores: emocional e instintivo. Se encarga de la lógica, de los inhibidores y controladores del comportamiento. Nos impide ser espontáneos a través de las normas sociales o creencias personales. Para muchos lo peor que nos pudo pasar: nos tortura a diario.

       Las mentiras, según la Neurociencia, salen del cerebro racional pero involucran a los otros dos. El polígrafo la distingue por medio de la respiración y velocidad del corazón. El único que verbaliza es el cerebro racional. Los otros dos son mudos, no hablan. Al ser la principal herramienta de comunicación el habla, por encima del lenguaje corporal y las acciones mismas, siempre vamos a racionalizar lo que decimos. Nos justificamos por el lenguaje. La sociedad capitalista, amplia conocedora de todo lo anterior, hoy por hoy desarrolla la Neuroventa, último brazo armado de la anterior, la Neurociencia, y así en ella caben tres compras:

       -Compra por instinto.

       -Compra emocional.

       -Compra racional.

       Cada vez la rapiña es mayor, la usura no descansa, cuesta sacar céntimos al pueblo oprimido y moribundo, los métodos son sofisticados y perversos. La Neuroventa busca vendedores reptiles, apela a los instintos más bajos, ataca por medio de la confusión para herir de muerte. La mente roe, roe, roe. Oriente, gran sabio, la paraliza desde el silencio, romper la naturaleza misma del deseo. Ser feliz con lo que tienes y buscar el agua de la felicidad siempre dentro de ti. La Neuroventa es lo contrario: el producto o sueño te puede dar otra vida.

       ¿Atrocidades? Todas las del planeta y muchas más. La Neuroventa experimentó con el casco Quasar, por ejemplo, con tal de validar sus principios. Un aparato de registro electroencefalográfico (EEG), creado originalmente para el Ejército de los Estados Unidos. A bases de sensores estudia cómo afectan los estímulos al cerebro de la persona que lo lleva puesto, a partir de la medición de los impulsos eléctricos provocados por la actividad neuronal en determinadas áreas de la corteza cerebral. Antes, dicho tipo de estudios, requerían aparatos incómodos, sensores con muchos cables, gel en el cuero cabelludo, todo un sistema complejo para trasladar los estímulos a los sensores del electroencefalógrafo. El Quasar elimina todo ese engorro, ni arcilla húmeda ni solución salina, otro modo limpio de recoger la conductividad de los impulsos.

       El deseo es la matriz y la atención su principal joya. Todos competimos por la atención y, tanto Neurociencia como Neuroventa, están ahí, en otra rapiña acorde con los tiempos que corren. Midamos o no el ajetreo de la persona por electrodos, nos esforcemos o no en la creación de deseos más caros, el auténtico software es que la persona vaya por delante de la tecnología y no al revés. Por encima de toda emoción o depresión, por encima de toda euforia o caída, está desde los griegos la voluntad. Ella nos arma frente al embeleco en el desierto provocado por la falta de agua potable. Una voluntad firme desarma el más prolijo discurso verbal, científico o literario. Una voluntad sólida hace caso omiso a los elementos no verbales del vendedor. Una voluntad firme fortalece al cerebro deprimido, ansioso o aburrido. Cierra y cauteriza la herida el mejor bisturí.

       Comprar no es la solución, llenarse por fuera es vaciarse por dentro. La mayor información inalámbrica proviene del ordenador de alta velocidad que es la persona rica en valores, solidaridad con el prójimo y no dispuesta a la felicidad de rueda de hámster, vueltas y vueltas en la rueda del juguete corriente, pronto roto y devaluado, porque así lo quieren los tiempos. La Cultura, en mayúsculas, es hoy luz de vela (cualquier soplo puede apagarla) y oración laica (conocimiento para no debilitarse). Una voluntad firme supera cualquier encefalograma por casco, cualquier “eye tracker” o seguimiento ocular, cualquier medición por banda del ritmo cardíaco, cualquier pulsera de respuesta galvánica (GSR), cualquier entrevista profunda psicoantropológica, cualquier software de neurométricas “Mindcode Mental 3.0” (otra forma de recoger los resultados brutos arrojados por cada gadget de la tecnología implementada).

       Rapiña, usura, venta inhumana atacan a tu autoestima, donde confluyen deseo y atención, Neurociencia y Neuroventa. El yo débil, confuso, debilitado, compra o come lo que le echen. Al comprar, el falso orgullo es el embeleco conquistado del desierto, el trono de paja o alfalfa derribado por el primer soplo de sensatez fría. Son las máquinas que busca el capitalismo, donde la innovación (pura atención) es tu certeza entera de antiguo o desfasado en determinado campo; esa ducha refrescante por la nueva compra donde ya eres otro moderno (un hortera de bolera más). La Neuroventa lo tiene claro: el cliente no sabe por qué compra esto o aquello, producto o servicio, la decisión para cumplirse debe ser inconsciente. Una voluntad firme es consciencia, conocimiento viejo y eterno, quien nos limpia y protege de tanta inmundicia. La mente roe, el deseo acecha pero tu fortaleza es decir no, porque solo el sabio fluye ajeno a las necesidades coyunturales de su tiempo hueco, superficial y hedonista.