(Con mi agradecimiento al amigo dominicano Luís Carvajal) Me ha escrito una lectora preocupada por mi desafecto hacia el gobierno. «¿Siempre tiene la culpa de todo el presidente? ¿Qué hubiera pasado si hubieran estado los otros?» Me he quedado perplejo. Si no fuera por lo difícil que se me hace pronunciar esa palabra hasta me […]
(Con mi agradecimiento al amigo dominicano Luís Carvajal)
Me ha escrito una lectora preocupada por mi desafecto hacia el gobierno. «¿Siempre tiene la culpa de todo el presidente? ¿Qué hubiera pasado si hubieran estado los otros?»
Me he quedado perplejo. Si no fuera por lo difícil que se me hace pronunciar esa palabra hasta me atrevería a asegurar que… anonadado. O, peor todavía… estupefacto. ¿Los otros? ¿Pero hay otros? ¿Y quiénes son los otros?
De acabar confirmando tan sesuda revelación casi estoy por colegir que, en el supuesto de que existan los otros, probablemente, también existan los unos.
De hecho, el inolvidable tango Siglo XX, de Discépolo, constituye una inobjetable prueba sobre la existencia de unos y otros: «Vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo todos manoseaos… si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, ¡da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón!»
Pero aunque el tango de Discépolo, tal vez sin proponérselo, corroborase la alternancia de los unos y los otros, sea en la impostura o sea en la ambición, que «cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón» como seguía apuntando Discépolo, yo necesitaba establecer la diferencia que me permitiera reconocerlos por más que insistan en revolcarse en un merengue. ¿Quiénes son los unos y los otros? ¿Cómo distinguirlos si, una vez despejadas las incógnitas y verificados los indicios, acabáramos por saberlos?
Me puse entonces a repasar archivos y a escrutar memorias. Hice un inventario de mentiras, de verdades a medias y silencios; cotejé operaciones de paz y guerras humanitarias; deduje al alza y a la baja la cotización del interés de España; sumé y resté en blanco y negro hipotecas, desahucios, rentas y beneficios; compulsé las ganancias del comercio, de la banca y la industria; recabé la opinión de pensionistas, también de jubilados; calculé el paro, el desempleo, los recortes sociales, la penúltima crisis, los paraísos fiscales, la venta de los bienes del Estado, la vulneración de todos los derechos; examiné los indicadores de corrupción al uso sin que ningún artículo del código penal sobreviviera ileso…
Y no conforme con ello, aún fui más lejos, revisé la desfachatez de sus propuestas, la vileza de sus intenciones, la violencia de sus métodos, el descaro con que se manifiestan, la impunidad de que se valen, la desvergüenza en la que son los unos y los otros… y seguí sin hallar la diferencia.
Hasta que, casi ahora mismo, un buen amigo acudió en mi rescate, resolvió el acertijo y me sacó de dudas: «los otros sólo son la otra manera de ser los mismos».
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