Filósofo, docente, investigador, erudito, militante tenaz, activista incansable, director de la cátedra itinerante «Ché Guevara», Néstor Kohan es autor de numerosos artículos y libros. Entre ellos -la muestra es muy poco representativa- cabe citar: Marx en su (Tercer) Mundo, Ernesto Che Guevara: el sujeto y el poder, Simón Bolívar y nuestra independencia: una lectura latinoamericana, […]
Filósofo, docente, investigador, erudito, militante tenaz, activista incansable, director de la cátedra itinerante «Ché Guevara», Néstor Kohan es autor de numerosos artículos y libros. Entre ellos -la muestra es muy poco representativa- cabe citar: Marx en su (Tercer) Mundo, Ernesto Che Guevara: el sujeto y el poder, Simón Bolívar y nuestra independencia: una lectura latinoamericana, El Capital, historia y métodos, etc. Su último libro, Nuestro Marx, el núcleo de nuestra conversación, ha sido publicado en España por La Oveja Roja.
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Salvador López Arnal: Su último libro recientemente publicado en España (La Oveja Roja, Madrid, 2013, prólogo de Belén Gopegui) lleva por título Nuestro Marx. ¿Nuestro? ¿El de quién, el de quiénes?
Néstor Kohan: Ese título lo elegí principalmente por dos razones. En primer lugar, a modo de homenaje a Antonio Gramsci. El 4 de mayo de 1918 el gran revolucionario italiano escribió un artículo titulado «Nuestro Marx». Allí intenta rescatar al autor de El Capital como un historiador que se opone tanto al misticismo del culto a los héroes de Thomas Carlyle como a la metafísica positivista y evolucionista de Herbert Spencer. En el mismo movimiento Gramsci lo reivindica como «maestro de vida espiritual y moral». Pero lo más interesante es que ese joven y entusiasta militante comunista, gran admirador de la revolución bolchevique y de Lenin, con ese artículo y otros de la misma época (como «La revolución contra «El Capital«») se animó a discutirle a las «grandes autoridades» marxistas de su tiempo. Grandes popes prestigiosos que por entonces monopolizaban los saberes y las ortodoxias, las lecturas oficiales y canonizadas, convirtiendo a Marx y El Capital en algo completamente inofensivo frente al orden establecido. Algo no muy distinto de lo que ocurre hoy en día. Gramsci se anima a patear el tablero esforzándose por recuperar el espíritu radical del marxismo. Por eso con ese título quise homenajear al Gramsci revolucionario y su espíritu iconoclasta y desobediente frente a «sus mayores».
En segundo lugar, el título hace referencia a la pluralidad de tradiciones dentro de la familia marxista. Aunque por economía de lenguaje hablemos y escribamos en singular, en realidad existen muchos marxismos. Y de hecho hay muchos Marx. Debemos reconocerlo sin sonrojarnos ni avergonzarnos. El nuestro es, o al menos pretende ser, un Marx posible, no el único, sino el nuestro. Es el Marx del marxismo revolucionario, interpretado desde América Latina y el tercer mundo, desde el mundo periférico y dependiente e interpelado desde una nueva generación que aspira a retomar en el mundo contemporáneo la ofensiva política, ideológica y cultural por décadas abandonada en función de derrotas y fracasos ajenos, suspiros y nostalgias que no nos pertenecen. Ya es hora de dejar de suspirar «por los buenos y bellos tiempos que se han ido y no volverán». Ya es tiempo de dejar atrás los complejos de inferioridad y las bienintencionadas pero inoperantes «defensas del marxismo» (como si este corpus teórico y político fuera un barco que va a naufragar, una fortaleza sitiada o una ciudad en crisis que se apresta a enfrentar una invasión) para retomar la ofensiva ideológica. Que se defiendan nuestros enemigos. Hay que quitarle la iniciativa al enemigo. Nuestro Marx es entonces un Marx que pretende ser contemporáneo y al ataque.
No está mal: contemporánea y al ataque. Belén Gopegui [escritora y novelista] prologa la edición española de su libro con un texto (hermosamente brechtiano) que titula «Ni la verdad ni la razón se abren camino a solas». ¿Cómo se abren entonces, en qué compañía, con qué esfuerzos?
El título elegido por Belén para su prólogo es acorde al fragmento de la obra Galileo Galilei de Brecht que abre todo el libro. En ella un monje del Vaticano pregunta «¿Y usted no cree que la verdad, si es tal, se impone también sin nosotros?«. Entonces Brecht le hace responder a Galileo que la verdad jamás se impone sola, por sí misma: «No, no y no. Se impone tanta verdad en la medida en que nosotros la impongamos. La victoria de la razón sólo puede ser la victoria de los que razonan»«. Esa obra de Brecht la leí en una traducción de Osvaldo Bayer [escritor argentino] hace muchos años cuando estudiaba filosofía. La pusieron dos veces en teatros argentinos y llevé a varios adolescentes de la escuela donde yo daba clases a verla. Todos quedaban maravillados.
Aquí, en España, el profesor Francisco Fernández Buey, también admiraba mucho esa obra de Brecht. Habla de ella en el segundo capítulo de su libro póstumo: Para la tercera cultura. Ensayos sobre ciencias y humanidades.
Creo que con ese pasaje Brecht desplumaba muchos debates de la filosofía académica (que discute si existe la verdad o no, pero siempre al margen de la historia y de los conflictos sociales) y al mismo tiempo ponía en discusión la pasividad de la intelectualidad enamorada de sus propias ideas que se muerde la cola y gira, eternamente, sobre su propio circuito. Por eso me gustó tanto ese pasaje y, por lo visto, también le gustó a Belén. Porque nos invita a intervenir, a participar, a luchar por lo que creemos verdadero, justo, digno, genuinamente valioso. No basta decir «estoy indignado» porque me doy cuenta que me están mintiendo. Tampoco alcanza con gritar «que se vayan todos» ante cada farsa o manipulación de los poderosos. ¡Hay que hacer algo! Y hay que hacerlo colectivamente y en forma organizada a partir de una estrategia. No a partir del enojo individual o la ira espasmódica (que puede ser muy ruidosa o escandalosa pero dura poquito tiempo y luego se diluye sin pena ni gloria), sino desde una estrategia colectiva, organizada y a largo plazo. Nosotros somos de los que creemos que sí existe la verdad y que vale la pena luchar por ella. Recuerdo una vez una profesora de guión, excelente persona, pero muy seducida por las modas académicas del giro lingüístico y el posmodernismo, que insistió durante meses con que «todo es relato y no existe la verdad». La escuché en silencio durante meses. Hasta que un día no pude más, levanté la mano y le pregunté «¿Yo quisiera saber si los desaparecidos [los 30.000 secuestrados y desaparecidos de Argentina en tiempos de la dictadura militar] están muertos o están paseando por Paris [relato oficial del general Videla]? ¿Están desaparecidos de verdad o es solo un relato?». Allí se acabó la discusión. Esta compañera, sin palabras, admitió que están desparecidos, están muertos y eso es una verdad trágica pero irrebatible. ¡Lograr que se aceptara esa verdad histórica, la desaparición de 30.000 compañeros y compañeras, fue producto de una larga y esforzada lucha social! Existe la verdad. Nunca se impone sola, al margen de la lucha de los pueblos, al margen de la práctica. Aunque enfrente nuestro haya miles y tal vez millones de personas creyendo que Hitler es un patriota, que el general Franco defiende la familia, que el general Videla garantiza los derechos humanos o que la tortura sistemática que ejercen los militares norteamericanos es sinónimo de civilización, democracia y pluralismo, debemos aferrarnos con uñas y dientes a la verdad, debemos abrazarnos a la verdad y luchar junto a ella y por ella. Sople para donde sople el viento. Al menos eso aprendí al estudiar a Marx, sus Tesis sobre Feuerbach y tantos otros textos.
En los anexos de su obra figuran tres epílogos. El primero es de Toby Valderrama, el texto de presentación de la edición venezolana de su obra. ¿Qué representa Venezuela para usted?
La primera edición de este libro vio la luz precisamente en Venezuela. Una edición muy bonita, absolutamente gratuita (de carácter «artesanal» ya que no fue distribuida en librerías), dirigida a la clase trabajadora y los militantes revolucionarios. Se presentó junto a los trabajadores y trabajadoras de la industria petrolera. Hubo encuentros muy interesantes ya que pudimos conversar con estos compañeros y compañeras vinculando la teoría crítica de Marx con intentos concretos de iniciar la transición al socialismo. Recuerdo que en aquellas presentaciones se discutió, además de los temas tradicionales de El Capital, el vínculo entre marxismo y cristianismo revolucionario. Un trabajador venezolano del petróleo, marxista y cristiano al mismo tiempo, nos sugirió que la definición de Marx acerca del comunismo, las necesidades y las capacidades, coincide textualmente con un pasaje del libro La Biblia. En Caracas, también participaron de la presentación antiguos militantes de la insurgencia venezolana de los años ’60 y ’70, respetados, queridos y admirados por varias generaciones nuevas de militantes. Fue realmente muy emotivo. Incluso se cantó «La Internacional». Yo creo que en Venezuela se está dando una de las batallas más duras y más agudas contra el imperialismo. El presidente Hugo Chávez, antes de morir (¿de ser asesinado?), logró reinstalar en la agenda de los movimientos sociales el debate del socialismo, horizonte ausente durante dos décadas que ya no era ni siquiera mencionado en el lenguaje del mundo progresista y revolucionario. La socialdemocracia, por ejemplo, abandonó hace largo tiempo hasta la sola mención del socialismo. En Europa occidental y también en América Latina. Por eso se incomodó tanto con la insolencia y la rebeldía de Hugo Chávez. Creo que volver a traer al presente y reinstalar el debate por el socialismo fue uno de los grandes aportes a escala mundial del proceso bolivariano de Venezuela. Y en ese debate El Capital de Marx resulta fundamental… Tan fundamental como la reflexión de Ernesto Che Guevara sobre la transición al socialismo y la ley del valor. En ambos casos el marxismo revolucionario pone en discusión la posibilidad de salir del capitalismo y comenzar la transición al socialismo de la mano del mercado. No hay un «capitalismo bueno» y un «capitalismo malo». No existen los «empresarios socialistas». El pensamiento marxista tiene mucho que aportar en estos debates pendientes.
En aquella primera edición de distribución gratuita a la que usted ha hecho referencia se incluyen a modo de prólogos otros dos trabajos de presentación escritos por dirigentes de la insurgencia latinoamericana. ¿Por qué vincular a Marx con la insurgencia?
Esos otros dos prólogos o presentaciones del libro generaron un revuelo propio y tuvieron consecuencias políticas directas. En concreto, diversos organismos represivos de América Latina vinculados a la inteligencia militar comenzaron el hostigamiento a través de páginas de internet acusándome con nombre, apellido y fotografías mías (trucadas) de ser algo así como el guía inspirador de las insurgencias latinoamericanas. ¡Un delirio paranoico absoluto! Un relato tirado de los pelos que no resiste el menor análisis serio. Incluso las fotografías mías que utilizaron en ese hostigamiento estaban trucadas. Tomaron las fotos de una conferencia que di en Compostela, Galicia, en un seminario teórico público del año 2008, le cambiaron el fondo reemplazando los símbolos y banderas, pretendiendo convertirme en un «adoctrinador» de revolucionarios latinoamericanos. Una operación burda. Pero que no dejó de preocuparme porque las instituciones militares y paramilitares que la llevaron adelante tienen muchísimos intelectuales asesinados en la espalda. Profesores, periodistas, abogados, maestras, sociólogas, historiadores, etc. ¡Muchos muertos, muchas asesinadas en nombre de la «seguridad democrática»! A los que no logran asesinar, los encarcelan, los persiguen, los demonizan, los «marcan», los amenazan de muerte, aunque vivan incluso fuera de América Latina. Esos organismos de inteligencia militar y paramilitar continúan formándose en pleno siglo XXI -bajo directa influencia de los militares norteamericanos e israelíes- en la perspectiva anticomunista de la guerra fría, sólo que ahora han reemplazado el fantasma gótico del «comunismo» y la «subversión» que provenía de la fría nieve soviética por el fantasma tropical y caribeño del «narco terrorismo», pero la matriz ideológica macartista es exactamente la misma. A cualquiera que piense diferente hay que eliminarlo. Y si es marxista… ¡mucho peor!
Yo creo que esos otros dos prólogos molestaron tanto y generaron semejante reacción desmesurada principalmente por dos motivos. En primera instancia, porque mostraban al público lector que la militancia revolucionaria e insurgente de América Latina no constituye una banda de forajidos y bandoleros desquiciados, que buscan adrenalina transpirados y babeando ni viven al ritmo enloquecido de la cocaína, sino que la insurgencia se basa en una detallada y meditada lectura de Marx, reflexiva, rigurosa y serena. Esos textos demostraban que no hay ninguna «irracionalidad» en las rebeldías latinoamericanas. Por eso generaron tanto enojo de parte de las fuerzas represivas.
En segundo lugar, esos textos publicados «a modo de prólogos» que celebraban explícitamente nuestro intento de repensar a Marx y El Capital nos permitían comenzar a retomar un vínculo durante muchos años perdido y olvidado. Aquel que une la reflexión de la teoría crítica marxista con la militancia revolucionaria. Una tradición de pensamiento que en los años ’60 y ’70 habían desarrollado, entre muchos otros nombres célebres, Frantz Fanon en el caso de la revolución de independencia de Argelia, la revista cubana Pensamiento Critico, las propias intervenciones teóricas del Che Guevara en el debate cubano de 1963 y 1964 sobre la teoría del valor, los escritos del pensador brasilero Ruy Mauro Marini que unían su teoría marxista de la dependencia con la militancia en la insurgencia chilena, etc. etc. Cuando en sus libros Consideraciones sobre el marxismo occidental y Tras las huellas del materialismo histórico el historiador británico Perry Anderson se queja de ese divorcio entre marxismo universitario-académico y militancia social está hablando precisamente de este problema. Retomar ese hilo rojo, perdido y olvidado, donde marxismo teórico y militancia práctica son dos caras de la misma moneda sigue siendo una tarea pendiente.
Me ha pasado lo mismo que a Belén Gopegui: me he emocionado con su dedicatoria. La solidaridad, la generosidad, la amistad, la lealtad, el compañerismo, el estímulo moral, el hacer lo que se debe sin medir ni calcular… esos valores, esa ética, pregunta usted, ¿no es acaso el corazón del marxismo y el antídoto frente a tanta mediocridad? ¿A qué mediocridad hace referencia? ¿El marxismo es entonces, en su opinión, el desarrollo de una ética humanista?
Esa dedicatoria del libro está dirigida a mi padre, ya que lo terminé de redactar y corregir en su última versión cuando mi padre estaba agonizando por un cáncer. Por suerte lo pudo ver antes de morir.
Lo siento, desconocía la enfermedad, el fallecimiento de su padre.
Estoy más convencido que nunca que el proceso por el cual una persona se hace revolucionaria, socialista o comunista, es mucho más complejo que aquella imagen tradicional, simple e ingenua, de notable impronta iluminista, donde la mera lectura de un texto toca como una varita mágica a alguien y a partir de allí cambia súbitamente todo en su vida. No creo que las cosas sucedan de ese modo. Los libros son fundamentales para construir la conciencia de clase y una identidad personal revolucionaria, pero son solo un aspecto. Central, pero no único. En la vida real de la gente las variables son múltiples y los aprendizajes también. Sospecho que antes de incursionar en El Capital las personas se nutren de los valores solidarios del marxismo y es ello lo que los mueve a rebelarse, a leer, a estudiar, a militar de manera organizada, etc. Esa dedicatoria está dirigida a mi padre porque a través suyo y de sus amigos de militancia yo me vinculé al marxismo. Fueron esos valores solidarios que usted menciona y que están en la dedicatoria -valores que me fueron transmitidos familiarmente desde la niñez por mi madre y mi padre en tiempos de la dictadura sangrienta del general Videla- los que me llevaron a identificarme con los rebeldes, con los explotados, con las humilladas, a despreciar el dinero como rey absoluto de nuestra sociedad, a odiar a los torturadores y represores, a sentir asco y repulsión, incluso física, frente a la injusticia, a rechazar la mediocridad que han pretendido instalarnos como horizonte insuperable de nuestra época. Creo que ese proceso de enseñanza-aprendizaje junto al ejemplo cotidiano de mis padres fue prioritario. Las lecturas de Marx vinieron después a legitimar algo previo… El marxismo, al menos para mí, ha sido y es una concepción del mundo, de la historia y de la sociedad que le dio sentido a mi vida, que me permitió comprender -a escala universal- lo que yo sentía e intuía. Pero esos sentimientos, esos valores, esas enseñanzas estaban desde antes y venían de la niñez. Sospecho que a muchos compañeros y compañeras les ha pasado lo mismo en sus vidas. Por eso la niñez, época de la vida cuando se aprenden los valores y se «maman», como una ética vivida y pretéorica, incluso como una estructura de sentimientos, constituye un terreno de disputa formidable. Tradicionalmente la Iglesia católica, por ejemplo, ha defendido a capa y espada sus escuelas primarias… ¿Por qué? ¿A qué edad un niño va al catecismo? En Argentina a los ocho años…
Aquí también, si no ando muy errado. No estoy puesto en estos temas.
Hoy en día el mercado también ha avanzado sobre la niñez. Las series de Disney Channel apuntan a ese público infantil inoculando los valores del american way of life. Mucho antes de leer un libro entero los valores del mercado o de la religión ya moldean la personalidad. Los marxistas no podemos desconocer ese proceso de constitución de la personalidad, central en lo que después Marx denominará «la conciencia de clase» de cada individuo. Entre otras razones, por eso creo que la ética y los valores constituyen un eje fundamental del marxismo, no sólo a nivel teórico y reflexivo sino en sus batallas políticas cotidianas por conquistar la hegemonía y la subjetividad de las grandes masas populares. Una batalla que empieza mucho antes de leer un texto o una revista marxista. Esta lucha comienza en la niñez. Nuestros enemigos lo tienen claro.
Demás está decir que descreo de las lecturas positivistas, estructuralistas o weberianas, «neutralmente valorativas» que pretenden construir una ciencia social al margen de la ética y los valores. Eso no es la teoría social y eso no es El Capital. Si el reformismo evolucionista y kantiano de Eduard Bernstein pretendió convertir al marxismo simplemente en una ética y al socialismo en un mero imperativo categórico eso no implica que los marxistas revolucionarios abandonemos la ética. Sería un gravísimo error teórico, epistemológico y político. Los valores de la ética comunista que pregonaba el Che Guevara son los mismos que guiaron a Marx en su redacción de El Capital. Creo que allí hay un tesoro inmenso, todavía inexplorado, que puede servir de antitodo frente a la mediocridad perversa y monstruosa en la que pretenden hundirnos el capitalismo y los valores del mercado.
Le pregunto ahora sobre la tradición, sobre marxismo.
De acuerdo, cuando quiera.
Salvador López Arnal es nieto del cenetista aragonés asesinado (fusilado por la guardia civil) en mayo de 1939 en Barcelona (España) -delito: «rebelión militar»-: José Arnal Cerezuela.
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