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Los verdes y los moraos hacen política

Fuentes: Rebelión

Otra vez hemos votado en elecciones, que de vez en cuando toca. La última vez ha sido para el Parlamento Europeo, que ni es Parlamento ni, a veces, tampoco es europeo. Y han salido los resultados más o menos de siempre, no vaya a ser que los inversores se intranquilicen: socialdemócratas y centro-derecha se reparten […]

Otra vez hemos votado en elecciones, que de vez en cuando toca. La última vez ha sido para el Parlamento Europeo, que ni es Parlamento ni, a veces, tampoco es europeo. Y han salido los resultados más o menos de siempre, no vaya a ser que los inversores se intranquilicen: socialdemócratas y centro-derecha se reparten la tarta. Las migajas son para los cuatro desgraciadetes regionalistas, nacionalistas, rojetes o ultraderechistas que todavía deben/debemos quedar, cada cual en su respectivo club. Curiosa amalgama anti-chiringuito político de esa Europa de mercaderes que hacen desde Bruselas, donde hay que llevar el cuchillo corvo en la cintura para desangrar en las reuniones a quien se ponga delante y llevarte los dineros a tu cantón. No me gusta esta Europa, metan a Dios o no en la Constitución. Que con la cosa del tema divino pasamos por encima del resto de temas terrenales y nos cuelan el texto de rondó.

Da que pensar esto. A mí me da que pensar porque no me gusta el bipartidismo aunque sea imperfecto. Tengo un prejuicio, lo reconozco: me acuerdo del turnismo español canovista del siglo XIX, del ahora yo y luego tú, del «Romera, colócanos a todos» y de Su Graciosa Majestad paseándose por los palacios que paga la gente como yo para que mis Señores vivan como merecen. No, no me gusta esto.

Me acuerdo también de los Estados Unidos, donde republicanos y demócratas se reparten el escenario, hacen y deshacen, y la tropa ciudadana debe escoger el mal menor. O de Inglaterra, donde pasa algo parecido (¡Orwell, cómo te echo de menos!). En fin, que si fuese pedante diría que ya Lampedusa hablaba de eso de que cambiara algo para que todo siguiera igual. Pues eso, que estas dos patas de la misma mesa garantizan los cambios tranquilos. Y allá, en lo alto, las estrellas.

En nuestro país no se ha debatido demasiado sobre eso, salvo cuando el Coordinador General de Izquierda Unida dice algo, con más razón que un santo. Pero no le hacemos caso, porque son comunistas, progresistas trasnochados, y esas cosas que le dicen los defensores del orden y sus plumas mercenarias desde sus medios periodísticos. «La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero». Recuerden que el porquero no estaba muy de acuerdo con la frase: lógico, pues veía que a él no le iban a hacer caso. Pues eso le pasa a nuestro rojo autóctono. Podrá decir grandes verdades, que la gente-bien dirá «pobre hombre, tan mayor y todavía queriendo cambiar el mundo».

En Italia Leonardo Sciascia lo vio perfectamente, y también casi se lo comen en salsa tártara. Señores, vino a decir, esto es un teatrillo donde juegan unos más a la derecha, otros un poco más a la izquierda (no mucho, que se asustan los banqueros, los inversores y los curas), y los demás, los parias de la política, a los arrabales de la política, al este del Edén, descarrilados del tren de la historia, vagones rémora.

Lógicamente, las televisiones y medios de comunicación general contribuyen a dar esa imagen de que sólo hay dos en juego, que el resto es prosa, y que los grandes momentos son a dos bandas, como aquellas peleas en broma que tenían Juanito Valderrama y Dolores Abril, que se decían de todo pero siempre seguían siendo pareja (y se necesitaban para que el espectáculo continuara). ¿No tendrá algo que ver esa visión tradicional de que lo honrado es una pareja para hacer sus cositas, y no que aquí haya una orgía política con menages a trois y vicios así?

En fin, que este bipartidismo imperfecto que nos quieren meter por el hocico me recuerda mucho a algo que, como no soy devoto, no sé si explicaré bien, pero espero ser gráfico, y es una tradición de Semana Santa. Existe un pueblo de mi provincia (no sé cuál es, lo reconozco), donde tienen una Semana Santa muy peculiar, porque según parece hay solamente dos cofradías, la de los verdes (nada que ver con sensibilidad ecologista o asimilable) y la de los moraos. La mitad del pueblo le reza al cristo de los verdes y la otra mitad al de los moraos, dicen que el suyo es mejor y más bonito que el otro y esas cosas que se hacen con los tronos, además de pasearlos y decirles «guapa o cosa así». Supongo que puede haber sensibilidades diversas incluso en las mismas familias, que esto es como los Montesco y los Capuleto pero con nazarenos desfilando, y el padre puede ser verde y los hijos moraos.

Pues a eso me está recordando la situación política del modo en que se presenta: ¿usted a quien vota, a los verdes o a los moraos? Si no se es verde, se debe ser morao, o viceversa, porque parece que no hay más opción posible.
Si nos lo ponen así, habrá muchos que digan/digamos que esa perspectiva es falsa, que no somos ni verdes ni moraos, que se repartan ustedes el tinglado y que no vamos a ver las procesiones, ya que sólo salen estos dos tronos. Que nos quedamos en casa jugando al ordenador, matando marcianos en la pantalla antes de que llegue Bush a poner orden en Marte, descubra que hay marcianos y acaben todos en Guantánamo.

Y quien tenga dudas, que lea el «Ensayo sobre la lucidez», de Saramago, para saber si le gusta más el verde, el morao, o todo lo contrario (hasta en colores hay contrarios: el rojo y el azul se matan históricamente, aunque también hay afinidades: el rojo y el negro es entrañable).

En fin, que está la cosa como para dormirse… Aunque también es cierto que los rivales de verdes y moraos tienen su parte de culpa y no escasa en esa situación. Pero esto da para otro artículo y a mí, a esta hora, me duele ya la cabeza.