LUCHA DE CLASES Ponencia del autor que presentará en la III Conferencia Internacional ‘La obra de Carlos Marx y los desafíos del Siglo XXI’, La Habana, 3 al 6 de mayo de 2006. 0. INTRODUCCION LUCHA DE CLASES EN EUROPA CRISIS SINDICAL MUJER Y LUCHA DE CLASES NACIONES Y LUCHA DE CLASES NATURALEZA Y LUCHA […]
Ponencia del autor que presentará en la III Conferencia Internacional 'La obra de Carlos Marx y los desafíos del Siglo XXI', La Habana, 3 al 6 de mayo de 2006.
0. INTRODUCCION
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LUCHA DE CLASES EN EUROPA
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CRISIS SINDICAL
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MUJER Y LUCHA DE CLASES
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NACIONES Y LUCHA DE CLASES
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NATURALEZA Y LUCHA DE CLASES
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COLOMBIA
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ARGENTINA
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VENEZUELA
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BOLIVIA
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ESTADOS UNIDOS
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RUSIA
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CHINA POPULAR
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ORIENTE
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RESUMEN EN TESIS
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TRES PROPUESTAS A DEBATE
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INTRODUCCIÓN
Esta ponencia empieza haciendo un repaso de algunas prácticas de lucha, luego ofrece unas tesis sintéticas y por último tres propuestas a debate. Además, también está escrita para otra reunión internacional de organizaciones revolucionarias, pero a realizar en Euskal Herria el próximo mes de junio. Hablamos de las célebres jornadas de Sokoa en las que se reunirán grupos de varios continentes. Este año se celebra la tercera sesión. La ponencia que aquí se presenta, siendo la misma, tiene sin embargo algunos cambios formales que la completan y la hacen más abarcadora. Los debates de este año de Sokoa III están divididos en tres apartados: lucha de clases, lucha feminista y modelo alternativo de desarrollo.
1. LUCHA DE CLASES EN EUROPA
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A finales de 2005 terminaba en Euskal Herria una larga huelga de 745 días de duración sostenida por los 116 trabajadores de la empresa Caballito, del grupo alemán Pferd Rüggeberg, con 1.700 obreros en seis plantas en cuatro continentes. Pese a su rentabilidad, la multinacional decidió reducir salarios y empleos, y endurecer las condiciones laborales. La huelga ha reunido características «viejas» y «nuevas» de la lucha de clases: solidaridad obrera ante la inicial expulsión de dos trabajadoras, prácticas de asambleísmo y democracia obrera, traición de un sindicato para romper la unidad, caja de resistencia de otro sindicato para obtener réditos corporativos, apoyo social exterior, amenazas de deslocalización, chulería empresarial, represión policial, apoyo de la burguesía vasca a la transnacional, manipulación mediática… Y todo ello en un marco de opresión nacional que imposibilita a la clase trabajadora disponer de recursos de solidaridad y defensa propios e internacional.
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Mientras, también se produjeron otros muchos conflictos en Euskal Herria, pero debemos extender nuestra mirada más allá porque la lucha de clases es una constante inherente al capitalismo. La amenaza de llevar la empresa de Caballito a otro lugar se basaba en una práctica recurrente desde el siglo XVII cuando los primeros burgueses trasladaban sus negocios de una región a otra buscando el máximo beneficio, y que se incrementó en el último cuarto del siglo XVIII con las primeras resistencias de los trabajadores de la industria del vapor.
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En el Estado francés las movilizaciones de los trabajadores públicos en 2003 contra la ley de jubilaciones; que se endureció en febrero y marzo de 2005 con manifestaciones y luchas sociales y estudiantiles contra el proyecto gubernamental de romper la semana de 35 horas; que se concretó en mayo en la victoria del No en el referéndum sobre el Proyecto de Constitución europea y que se ha ido plasmando en una efervescencia palpable, son fases de una dinámica ascendente, que tuvo sus primeros inicios en las grandes movilizaciones de invierno de 1995.
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La rebelión de parte de la juventud del Estado francés en diciembre de 2005, sacó a la luz su extrema marginación racista por su origen extraeuropeo Esa juventud lleva en su interior la opresión nacional de sus antepasados, su propia opresión cultural y religiosa, además de laboral y social, su crisis identitaria, su soledad política y sindical, además de su pobreza económica y frustración vital. Para reprimirla, el Estado francés pidió ayuda a la policía israelí. Esta lucha ha servido para plantear preguntas decisivas sobre las transformaciones dentro de la clases trabajadoras en los Estados imperialistas y anunciaba en cierta forma las luchas de los trabajadores latinos en los EEUU, como luego veremos.
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Pero fundamentalmente esta lucha ha servido como detonante del estallido juvenil generalizado poco tiempo después. Sin negar las diferencias, existe una dinámica de fondo entre la primera revuelta y la rebelión del grueso de la juventud desde el 11 de febrero hasta el 6 de abril de 2006, apoyada por importantes franjas populares y obreras, contra la bárbara propuesta de neoesclavismo laboral sintetizada en la CPE. La derrota del plan gubernativo ha agudizado la crisis del poder político, pero no ha quebrado aún el poder de clase de la burguesía francesa.
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En octubre de 2005 sectores populares y obreros hicieron dos huelgas generales en Bélgica contra la política neoliberal, precedidas por huelgas espontáneas en muchas fábricas. Los sindicatos oficiales no apoyaron las huelgas espontáneas pero tuvieron que sumarse al movimiento de autoorganización que surgió de ellas y que impulsó las movilizaciones de octubre. Además, hubo un estrecha conexión entre el llamado «movimiento social» y el resto de fuerzas en lucha desarrollando los iniciales acercamientos habidos en las luchas de 1993 contra el Plan Global del gobierno, dinámica fortalecida en 1996 durante el llamado «movimiento blanco».
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La crisis de la socialdemocracia alemana responde a la fuerza de los conservadores y, sobre todo, a la radicalización del movimiento obrero desde comienzos de 2003, que le había ayudado a derribar al gobierno conservador en 1998. Esta radicalización también es la base del surgimiento de una fuerza político-electoral situada a la izquierda del SPD que le ha quitado muchos votos, y que es muy crítica con la oficial «Agenda 2010» por ser un duro ataque a los derechos sindicales y sociales. La pretensión de retrasar la jubilación a los 67 años está dentro de ese plan.
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Desde el 1º de Mayo de 2003 a comienzos de 2004 aumentaron las movilizaciones que culminaron con los obreros metalúrgicos luchando contra la subida de las 35 horas -conquistada en 1984- a 40 horas de trabajo semanal. Los sindicatos oficiales intentan parar esta dinámica y empiezan a ser desbordados con la creación de sindicatos alternativos más politizados y asamblearios durante 2004, sobre todo a partir de la huelga masiva de la OPEL en Alemania y Brasil en octubre. Para entonces había habido huelgas en multinacionales como Siemens, Daimler, etc., y en otras muchas empresas de menor tamaño. Bajo esta presión trabajadora empiezan a organizarse los sectores críticos de dentro del SPD y otros muchos colectivos de izquierda.
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En Italia miles de trabajadores de la metalmecánica hicieron huelga el 12 de diciembre de 2005. La CGIL dijo que apoyaba la lucha y que no había que ceder, pero la FIOM, el sindicato metalmecánico de la CGIL, dijo que sería conveniente negociar, y lo dijo con el apoyo del PRC. Lo malo de este nuevo giro a la derecha es que se produce durante la tendencia al alza de las luchas contra el gobierno de Berlusconi, como se volvió a confirmar en la huelga general de cuatro hora de duración del 15 de noviembre de 2005.
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Una tendencia ya clara en la oleada de 2001/03 cuando empezó a caer el prestigio de Berlusconi, que desde 2004 mostró su poder en el asentamiento de los movimientos juveniles, sobre todo en Bolonia, y en los movimientos populares sobre todo en el Piamonte, y que se expresa también en que el 75% de las ciudades y regiones italianas tienen gobiernos de centroizquierda. Una tendencia que estaba en la base de las luchas contra el gobierno de Berlusconi, que ha sido decisiva para su derrota en las pasadas elecciones de abril de 2006 pero que debe evitar caer en el apoyo incondicional al gobierno de Prodi, por una parte, y por otra ha de mantener su independencia con respecto al PRC y todo el reformismo de izquierdas.
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En Grecia, con un 25% de su población en la extrema pobreza y con una tasa oficial de paro del 11%, hizo huelga general el 14 de diciembre de 2005 contra el gobierno neoliberal, seguida por amplios sectores sociales, que continuó el día 15 en los servicios públicos porque las medidas privatizadoras, desreguladoras y de despidos del gobierno les afecta especialmente; también cerca de 1000 trabajadores de Coca Cola iniciaron la lucha al enterarse de los planes de la transnacional para cerrar su planta en Atenas y abrirla en otro país extranjero.
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Los trabajadores portuarios griegos se lanzaron a la huelga a mediados de febrero de 2006 en protesta contra las reducciones salariales. El gobierno derechista declaró la ley marcial para romper la huelga, pero aún así el 22 de febrero se libró en el puerto del Pireo, el mayor de Grecia, una batalla campal entre los trabajadores y la muy armada policía, que pese a emplear todos sus recursos no pudo vencer a los huelguistas. Desgraciada pero significativamente, el reformismo político y sindical sí desconvocó la huelga.
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Las luchas de Coca-Cola y de los portuarios son sólo dos expresiones del creciente malestar social existente en este país. Sobre esta tendencia objetiva al alza se organizó para el 26 de febrero una reunión entre partidos y sindicatos de izquierda para avanzar en la coordinación de las luchas de la construcción, transporte, barcos, textiles, bancarios, sanidad, etc., afectadas por el ataque burgués, y para empezar a concretar un frente de izquierdas que aparezca como referencia nítida.
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En los Països Catalans la huelga de SEAT de diciembre de 2005 aporta bastantes lecciones sobre el papel del sindicalismo español de CCOO y UGT en el despido de 660 trabajadores. Por un lado, la enésima claudicación de estos sindicatos ha servido para fortalecer el machismo y debilitar la lucha feminista dentro del movimiento obrero ya que de las 660 víctimas 132 son mujeres, un 20% del total del despido, pero estas cifras y porcentajes son tanto aún más graves cuanto que las trabajadoras eran sólo el 12% del total de la plantilla de SEAT. Los sindicatos reformistas colaboran activamente en el ataque empresarial a las trabajadoras, anterior al que sufren los trabajadores, obedeciendo al sistema patriarco-burgués.
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Por otro lado, además de la expulsión de trabajadoras, la patronal aprovecha estas situaciones también para reprimir al sindicalismo combativo, y en este caso CCOO y UGT han ayudado conscientemente a expulsar a 145 afiliados de la CGT, el 23% del despido, porque la CGT ha sido el sindicato que más ha defendido los derechos obreros. Naturalmente, no son cifras casuales, sino que exigen reuniones previas, datos sobre afiliación sindical, selección de las víctimas por la patronal, y colaboracionismo represivo de UGT y CCOO.
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Además, como en casi todas las expulsiones laborales, la patronal aprovecha su victoria para, junto a lo anterior, depurar las ramas productivas más costosas, ineficientes u obsoletas. En este caso han sido porcentualmente bastantes los trabajadores catalogados como «oficiales de primera», con sueldos superiores a la media, los condenados al paro, al igual que los de más de 55 años de edad. También aquí, el colaboracionismo sindical ayuda a la desestructuración de clase y a su reestructuración en el sector menos cualificado y más indefenso.
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Por último y como remate, la chulería de los sindicatos reformistas les lleva a despreciar a los trabajadores que no se rinden y siguen luchando, calificándolos de «histéricos» y reforzando la ideología burguesa de «normalidad» en su sentido fuerte, según el cual la persona «sana» y «normal» es la que acepta el sistema dominante, obedeciendo al poder, y de lo contrario es «histérica». Así de crudo se expresó el Secretario General de CCOO en una entrevista justificando los despidos en SEAT divulgada el 10/I/2006.
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El descrédito creciente de estos sindicatos se agudiza por su comportamiento interno, como es el caso de la lucha de los trabajadores explotados con los métodos más neoliberales por CCOO de Madrid, en su empresa MAFOREN a finales de noviembre de 2005. O la detención marzo de 2006 de 25 miembros de CCOO en Cádiz, Sevilla, Granada, Murcia y Madrid por una estafa que podría superar los ocho millones de euros de la UE y que debieran haber ido a cursos de formación. O la acusación de UGT de que CCOO ha ayudado al PP para obtener ventajas en la devolución del patrimonio sindical a costa de la UGT. O el pacto entre la patronal de Babcock y CCOO en Euskal Herria en otoño de 2004, realizado en medio de la pasividad de ELA y UGT.
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El descrédito también aumenta porque defienden los intereses sociopolíticos, culturales y de poder de su Estado en la opresión de otros pueblos. Se trata de la tendencia mundial a la emancipación de los pueblos oprimidos, y que avanza con velocidades diferentes según los procesos particulares. Conforme las naciones oprimidas toman conciencia de su situación, tienden a crear sus propias organizaciones sindicales como instrumentos decisivos para su emancipación, lo que es respondido por el Estado ocupante con toda una serie de leyes y prohibiciones.
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Los sindicatos estatalistas defienden esas leyes opresoras tanto por su ideología nacionalista ocupante como por las ganancias económicas que obtienen con ellas, pues los sueldos de sus burocracias dependen del dinero del Estado opresor y burguesía ocupante. En Euskal Herria esta situación es innegable y los sindicatos estatalistas son piezas claves en el mantenimiento del orden impuesto al defender explícitamente la unidad del mercado español, su sistema laboral único, la caja estatal de la Seguridad Social, y la unidad fiscal del capitalismo español. Otro tanto hay que decir del sindicalismo francés.
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Los sindicatos estatalistas, no sólo defienden el nacionalismo español en los pueblos oprimidos, sino que salen en defensa del imperialismo español cada vez que se lo ordena su burguesía. Especial mención hay que hacer de su estrecha colaboración con la burocracia reaccionaria del CTV venezolano, grupo mafioso que apoya todas las agresiones fascistas a la revolución bolivariana.
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La aplastante huelga de los portuarios contra la aplicación adelantada en su trabajo del plan Bolkestein; la, por ahora, negativa rotunda de los principales sindicatos que se mueven en el complejo Arcelor, con 94.000 trabajadores repartidos por media Europa, contra la venta de la empresa a una gran corporación; la EFFAT, Federación Europea de Sindicatos de la Industria Alimenticia contra Coca-Cola, que quiere cerrar plantas y echar obreros en Bélgica, Gran Bretaña y el Estado francés, además de en Atenas, ha movilizado sus fuerzas en 120 sindicatos de 35 países; la convocatoria de huelga de los servicios públicos británicos para finales de marzo con un millón de trabajadores pertenecientes a 9 sindicados, estas y otros muchos conflictos indican que existe un ascenso de las luchas en la UE.
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Esta tendencia choca con los sindicatos reformistas y la Confederación Europea de Sindicatos, que representa a 73 sindicatos de 34 Estados con más de 60 millones de afiliados. En la reunión londinense de finales de octubre de 2005, frente al endurecimiento propuesto por T. Blair, la CES se limitó a pedir que se cumpliera el programa social de la reunión de Lisboa de 2000, incumplido mientras sigue el ataque a los derechos sociales. Una estrategia pasiva frente a la patronal que ha reactivado desde noviembre de 2005 la Directiva Bolkestein en la Comisión de Mercado interior de la eurocámara, que ha abierto el debate sobre la ampliación de la edad de jubilación en esas mismas fechas, y que ha reducido drásticamente la ayuda a los nuevos miembros de la UE-25.
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Una estrategia pasiva cuando entonces se conoció el resultado del estudio de Accenture y The Lisbon Council según el cual los nichos de trabajo futuro son sobre todo los de actividades sociales y comunitarias, salud, vejez, turismo, transporte, etc., con las pymes que exploten estos «caladeros de trabajo». Sabemos que bajo la desregulación y precariedad, estos trabajos y las pymes son especialmente aptos para la impunidad patronal y el servilismo sindical, contexto que empeorará conforme se vaya aplicando la Directiva Bolkestein.
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La aceptación del orden por parte de los sindicatos y la CES se refuerza tras la claudicación del Parlamento Europeo en la «reforma» de la Directiva Bolkestein. En efecto, tras unos cambios superficiales que apenas suponen mejoras, el PE ha abierto la «puerta de atrás», las respectivas leyes estatales, para que se aplique la Directiva, de modo que los sindicatos reformistas estatales irá aceptando paulatinamente ese ataque devastador. Todo esto nos lleva en directo al siguiente punto, el de la crisis sindical, que va ahondándose y que debemos analizas.
2. CRISIS SINDICAL
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Los instrumentos de presión del imperialismo no se diferencian en nada esencial de los que dispone cada Estado. Tenemos que partir de esto para estudiar las causas del declive del sindicalismo oficial, uno de los hechos recurrentes en la historia de la lucha de clases y que, aun presionando muy fuertemente en contra de la tendencia general al alza de las luchas, no consigue frenarla, por ahora, pese a todos los esfuerzos realizados.
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La desafiliación sindical responde a múltiples causas que deben ser analizadas tanto en su concreción como en su integración en contextos más amplios. Antes de seguir debemos tener en cuenta algunos datos ofrecidos por la OIT. En 1985 estaban afiliados algo más de 328 millones de trabajadores, cantidad que bajó a 164 millones en 1995. La caída es generalizada en esta última década: 77% en Israel; 71% en Estonia; 55,19% en Nueva Zelanda; 50% en Chekia; 45% en Polonia; 42,6% en Argentina; 40% en Eslovaquia; 38% en Hungría; 37,7% en el Estado francés; 29,6% en Australia; 27,7% en Reino Unido; 21,5% en EEUU; 10% en Finlandia; 8% en Suecia; 7% en Italia…
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La razón que ofrecen los ideólogos de la burguesía es que el sindicalismo -en general- está en crisis mortal porque el «ciudadano trabajador» es un individuo libre, soberano, consciente de sus derechos y necesidades, que quiere negociar sus salarios él solo con el «ciudadano empresario» sin presiones sindicales exteriores, etc. Esta tesis es parcialmente cierta dado que refleja la alineación de las clases trabajadoras y el dominio de la ideología burguesa en ellas, ambas inseparables del mito del «ciudadano».
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Además, es confirmada periódicamente por las corrupciones sindicales, desde sus tratos con las mafias patronales y los gobiernos, hasta los pactos secretos con la patronal en muchos conflictos mediante los cuales determinados delegados sindicales garantizan exclusivamente sus derechos y aumentan sus prebendas individuales, mientras venden atados de pies y manos a sus compañeros de trabajo.
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La ideología burguesa del individualismo a ultranza y de la «corrupción sindical» sale reforzada con estas prácticas ya que «confirman» que lo mejor para cada trabajador es negociar individualmente con el empresario, y no dejarse apabullar por las presiones de «delegados corruptos» que le van a traicionar. La patronal sólo tolera los derechos sindicales cuando carece de fuerza para aplastarlos y cuando algunos sindicatos actúan de policías y de dinamitadores de la lucha obrera. Pero una comprensión más plena de la crisis actual de los sindicatos clásicos exige dar la vuelta a este argumento parcial e introducirlo en una visión sistémica del capitalismo y de sus contradicciones siempre en movimiento.
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Primero, la intimidación causada por la actual fase mundializadora de la ley del valor-trabajo, que multiplica la precariedad inherente a la esencia del capitalismo al margen de sus transitorias mejoras puntuales impuestas a la burguesía por la lucha de las clases trabajadoras.
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Segundo, las lecciones teóricas que deben extraerse de crisis idénticas en el fondo aunque diferentes en la forma en otras oleadas o fases socioeconómicas y de lucha de clases habidas en la historia del capitalismo, y que se producen dialécticamente unidas al punto anterior.
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Tercero, los cambios tecnocientíficos, espaciales, temporales, laborales, disciplinadores, etc., introducidos por el capital para destrozar la centralidad de clase del movimiento obrero anterior a los años 1975/85, y que dependen para su triunfo de la fuerza o debilidad de resistencia de la clase trabajadora.
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Cuarto, la efectividad de los aparatos estatales, paraestatales y extraestatales para mantener siempre un clima de temor, angustia e inquietud por el futuro entre la mayoritaria parte de la población que vive sólo y exclusivamente de la asalarización de su fuerza de trabajo, de la de las personas de su entorno sociofamiliar, o de las menguantes limosnas sociales devueltas por la burguesía a los pensionistas y jubilados, a los empobrecidos, expulsados del mundo laboral, etc., inseguridad vital inherente al capitalismo que se torna en miedo por el futuro más inmediato conforme se agudiza la lucha de clases.
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Debemos insistir en el crucial papel del Estado burgués como centralizador estratégico no sólo de los sistemas represivos en su sentido global, incluidos los sindicatos amarillos como veremos dentro de un momento, sino también como impulsor de la dominación ideológica que nace de la propia esencia capitalista, al actuar los aparatos estatales dentro mismo de las contradicciones económicas en cuanto fuerzas defensoras de la dictadura del salario, fuerzas que son a la vez sociopolíticas, de sexo-género, y de opresión nacional por la mundialización de la ley del valor-trabajo.
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Un ejemplo de lo dicho lo tenemos en las directas relaciones entre el Estado, la patronal, los sindicatos reformistas y el terrorismo empresarial, o «accidentes de trabajo». Según la OIT cada día mueren 6.000 trabajadores, cada año 2,2 millones y se producen 270 millones de accidentes con bajas y suman 160 millones los afectados por las enfermedades profesionales. Estos datos aumentarían muchísimo si pudieran contabilizarse los accidentes en la economía sumergida e informal y en el trabajo doméstico y campesino.
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Un Estado dispuesto a acabar con el terrorismo empresarial fortalecería los derechos sindicales y obreros, aumentaría los inspectores y sus atribuciones, extendería la lista de enfermedades laborales y la de las causas de accidentes, aumentaría las multas y las penas de cárcel a los empresarios y, por no extendernos, prohibiría el despido libre, las subcontratas, la precarización, las largas jornadas laborales, etc.
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No existe pasividad del Estado en esta sangría diaria sino una astuta política consistente en hacer muy poco contra el terrorismo empresarial, dejar una creciente impunidad, mientras que con su propaganda exagera e hincha lo poco que hace, ocultado su directa responsabilidad. También tiene la ayuda del sindicalismo reformista que no se vuelca prácticamente en esta lucha. La clase trabajadora se cerciora de esta realidad y termina echando la culpa a todos los sindicatos.
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La responsabilidad última de que crecientes sectores trabajadores responsabilicen a los sindicatos del terrorismo empresarial, es de esos mismos sindicatos porque, obnubilados en su economicismo, se niegan a educar políticamente a la clase trabajadora poniendo en el centro la crítica radical del Estado de la patronal. También es responsabilidad de las «izquierdas» que ya hace tiempo abandonaron esta vital denuncia.
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Sólo desde esta certidumbre teórica que nace de toda la historia de la lucha de clases podemos comprender lo que se oculta en la propuesta hecha por el Partido Popular Europeo, y admitida el 14 de diciembre 2005 por la Comisión de asuntos políticos de la Asamblea parlamentaria del Consejo de Europa, de que se realice una condena internacional del comunismo. Al margen de qué se entienda por «comunismo» e independientemente de que tal propuesta sea admitida en el plenario de la Asamblea parlamentaria del Consejo de Europa del 23 al 27 de enero 2006, es innegable, por un lado, que su sola presentación refleja la inquietud de la burguesía europea ante la pavorosa reaparición del «fantasma del comunismo», y, por otro, que reforzará las prácticas proburguesas del sindicalismo amarillo debido al pánico que sienten sus burocracias a ser acusadas de tal cosa.
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Las crisis sindicales surgen periódicamente en la lucha de clases dependiendo de factores que no podemos desarrollar ahora. Su importancia es innegable en todos los aspectos, pero en especial en lo que concierne a las relaciones de fuerza social cuando nuevos sujetos se introducen activa y conscientemente en la lucha de clases a escala mundial, que no sólo local. Este es el caso de las luchas de emancipación de la mujer, de las luchas de los pueblos autóctonos, de las naciones indias, originarias o primordiales, de las luchas por la defensa y mejora del ecosistema y medio ambiente, etc. Sobre la crisis sindical se exponen muchos ejemplos en los anexos al texto.
3. MUJER Y LUCHA DE CLASES
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La lucha de clases ha reflejado siempre las contradicciones, opresiones y miserias machistas y sexistas existentes en el movimiento obrero, también en los sindicatos y partidos de izquierda. Pero lo que ha demostrado hasta ahora la experiencia de la lucha de clases es que ella ha conseguido para las mujeres muchas más conquistas y avances prácticos decisivos que la lenta y limitada acción del feminismo reformista y parlamentarista. Cuando la lucha de clases ha adquirido forma y contenido de guerra de liberación nacional, entonces esos logros han sido aún mayores.
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El grueso del beneficio capitalista mundial descansa sobre la explotación de la mujer, que a su vez descansa sobre la explotación patriarcal anterior al surgimiento histórico del sistema capitalista. Desde la imposición del patriarcado, anterior a la opresión nacional y de clase, cada modo de producción posterior se ha cimentado en la previa explotación, dominación y opresión de la mujer, adaptándolas a sus intereses específicos.
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La lucha de clases es a la vez reflejo y motor, efecto y causa, tanto de la opresión de la mujer como de su liberación. La imbricación dialéctica entre patriarcado y capitalismo, y entre modos de producción precapitalistas y mundialización imperialista, es la que explica que las luchas contra esas barbaridades inhumanas sean a la vez luchas actuales contra la tasa media de beneficio capitalista mundial, que es lo decisivo.
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Las mujeres cobran menos que los hombres por el mismo trabajo por el sólo hecho de ser mujeres. En 2005, en la parte occidental de Alemania las mujeres cobraban un 30% menos que los hombres, y en la parte oriental un 10% menos. En el Estado español la diferencia asciende en el sector público al 34,7% y en algunos trabajos del sector privado al 50%. Según el Informe de la Juventud de 2004, las mujeres de entre 15 y 29 años cobraban un 27% menos de salario que los jóvenes de la misma edad. Según la ONU, en los países enriquecidos esta diferencia es del 23% en beneficio de los hombres.
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La explotación de las mujeres se endurece, empero, mediante prácticas salvajes en empresas capitalistas en todo el mundo. En las maquiladoras mexicanas se explota a niñas de entre 13 y 15 años de edad, carentes de derechos y sometidas a todas las vejaciones. En el Estado español el 47,8% de las mujeres no cobran nada ni reciben ninguna contraprestación por las horas extras realizadas. Decenas de miles de mujeres emigrantes son sobreexplotadas en las largas horas del trabajo doméstico.
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La simbiosis entre patriarcado y capitalismo es tan ágil e interna que la burguesía, supuestamente respetuosa con la mujer, es ferozmente machista. En el Estado español sólo son mujeres el 4% de las consejeras de empresa, y sólo hay 3 mujeres en la dirección de las 119 que cotizaban en Bolsa en 2005. Sólo 5 mujeres son jefas ejecutivas entre los 500 corporativos más importantes del mundo, y pertenecen a las mujeres apenas el 1% de las acciones en Silicon Valley.
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Esta simbiosis es tan efectiva que la patronal no tiene en cuenta la superior educación de la mujer. En Alemania la diferencia salarial entre sexos en beneficio de los hombres se mantiene pese a que el 40,6% de las mujeres entre 25 y 30 años han obtenido el bachillerato frente al 37,8% de los hombres de la misma edad. En el Estado español, las mujeres jóvenes que han obtenido un título universitario tienen una tasa de paro triple a la de los jóvenes titulados de la misma edad, y sólo el 12% de las cátedras universitarias están en propiedad de mujeres.
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Las cifras se explican por sí mismas: son mujeres trabajadoras el 60% de la clase trabajadora empobrecida mundial; son mujeres el 70% de las personas necesitadas del mundo, y son mujeres el 75% de las personas analfabetas del mundo. Sin embargo, estas mujeres analfabetas y empobrecidas son las que producen más del 50% del PIB mundial con su trabajo invisibilizado, no reconocido legalmente y mucho menos por el arsenal teórico de la economía política capitalista.
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Pero es el trabajo doméstico en su globalidad, el realizado fuera de todo control y vigilancia oficial o social, en el interior de los domicilios, casas y familias, es este trabajo el que de forma invisible y subterránea engorda la tasa media de beneficio. La explotación del trabajo doméstico no se reduce sólo al proceso de reciclaje físico de la fuerza de trabajo, sino también al sexual y, cada vez más, al reciclase psicológico, anímico e intelectual de la fuerza de trabajo. También se está extendiendo al mero cuidado psicosomático de personas enfermas debido a la privatización de la medicina y de los servicios básicos anteriormente públicos y sociales.
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Aunque el avance tecnológico en algunos electrodomésticos ayuda a reducir el tiempo de trabajo «viejo» -cocina, lavado, limpieza, etc.-, por el lado opuesto tiende a aumentar el «nuevo» tiempo de trabajo dedicado al reciclaje psicosomático e intelectual, a la atención de las personas enfermas o envejecidas y al cuidado de la descendencia al privatizarse las guarderías infantiles. Sin embargo, estas nuevas formas de trabajo doméstico causan también un agotamiento psicosomático nuevo en la mujer, como lo demuestran todos los estudios.
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Una de las más efectivas armas que tiene el capitalismo para ocultar e invisibilizar el terrorismo sexista es el mito de la privacidad en el sentido de derecho burgués a la propiedad de la casa, de la familia y de la madre-esposa, derecho que surgió con la formación de la familia patriarco-burguesa desde el siglo XVI, propiedad que le otorga impunidad en el interior de «su» propiedad domiciliaria. Es innegable que este derecho burgués ha cogido apoyo en la familiar judeo-cristiana y en el derecho romano de la patria potestad, añadiéndole la novedad cualitativa de que la familia patriarco-burguesa es hasta ahora un instrumento clave para imponer y ejercer el derecho burgués a la propiedad privada de las fuerzas productivas.
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La ideología de la privacidad burguesa en y del trabajo doméstico tal cual lo hemos expuesto tan brevemente, está chocando abiertamente con la emancipación de la mujer y con su asalarización, lo que multiplica las condiciones objetivas para la progresiva toma de conciencia. A fin de frenar y controlar este proceso, las distintas burguesías desarrollan medidas que deben ser criticadas en cada caso pero que tienen la esencia común de no negar la validez del sistema capitalista y de su sostén patriarcal. Tarea especialmente reaccionaria e inhumana cumplen aquí la casi totalidad de las organizaciones religiosas y de sus múltiples tentáculos ya sea dentro del Estado o fuera de él, o relacionados con él.
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Volvemos aquí de nuevo al papel clave del poder estatal, paraestatal y extraestatal pero dentro de la totalidad del sistema político-administrativo capitalista. Según sea el país concreto y su historia, esta complejidad de poderes, subpoderes y micropoderes, estructurados siempre alrededor de la tasa de beneficio, se plasmará de una forma u otra, pero en el tema que tratamos el denominador común no es otro que su intervención material en la defensa de la invisibilidad del trabajo doméstico y en no luchar radicalmente contra la violencia que genera
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En total, la mujer trabaja más que el hombre si al trabajo doméstico aquí expuesto le añadimos el tiempo de trabajo asalariado, o sea, la doble jornada. En el Estado español la mujer dedica a la casa 561 horas al año y el hombre sólo 157. Como media, el trabajo asalariado ocupa 860 horas al años, pero las horas dedicadas a la cocina familiar son 793 y a la limpieza de la casa otras 558, un total de 1351. Aunque el hombre trabaja asalariadamente 4,39 hora y la mujer 2,30 horas al día, como media, al cabo del día la mujer trabaja casi 5 horas más en casa mientras que el hombre sólo 1,30 horas.
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La explotación global expuesta conlleva, más temprano que tarde, el surgimiento de resistencias múltiples por parte de la mujer. La creciente investigación feminista está sacando a la luz estas realidades ocultas o negadas durante siglos. Dado que la explotación de la mujer viene, sobre todo, de su capacidad exclusiva para crear vida, de su importancia para la explotación afectiva y sexual, y de su papel en la formación y reciclaje de la fuerza de trabajo, por esta importancia, las resistencias de las mujeres afecta al núcleo del poder patriarcal y del beneficio burgués.
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Por esto mismo, la respuesta machista es brutal: según la ONU, un tercio de las mujeres han sido golpeadas, forzadas a mantener relaciones sexuales o sometidas a abusos. En Argentina, la mitad de las niñas entre 13 y 16 años debutan sexualmente bajo presión masculina. Pero el patriarcado también aplica la represión preventiva: al año tres millones de niñas sufren mutilación genital, y al año entre 113 y 200 millones de niñas mueren por abortos selectivos de niñas o por maltrato, hambre o enfermedades curables. La venta de niñas a redes de prostitución genera de 7 a 12.000 millones de dólares al año.
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Para no extendernos y como ejemplo muy ilustrativo el 50% de las mujeres chilenas ha confirmado ser golpeada por su pareja; el 40% ha confirmado sufrir violencia psicológica y entre el 25-32%, según la región, ha sido arrastrada, pateada o golpeada. En ciertas regiones, la violencia física «leve» (abofeteo, lanzamiento de objetos, empujones y tirones de pelo) afecta al 75%. La violencia «grave» (intento de estrangulamiento) ha afectado a entre 7,7 y 15,4%; y entre 2,1 y 7% ha sido quemada. Y casi la cuarta parte de las encuestadas reconoció haber sido amenazada o agredida con un arma.
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Estos y otros muchos datos revelan cómo se imbrica la explotación capitalista con la patriarcal en cada esfera de la vida cotidiana, en cada opresión y en cada país, de modo que, como síntesis, la lucha de clases es a la vez reflejo y motor, efecto y causa, tanto de la opresión de la mujer como de su liberación. La imbricación dialéctica entre patriarcado y capitalismo, y entre modos de producción precapitalistas y mundialización imperialista, es la que explica que las luchas contra esas barbaridades inhumanas sean a la vez luchas actuales contra la tasa media de beneficio capitalista mundial, que es lo decisivo. Por tanto, son prácticas de lucha de clases entre el Trabajo y el Capital, por mucho que se libre en regiones específicas del planeta en las que existe jerarquía de modos de producción diferentes bajo la hegemonía del imperialismo.
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Uno de los efectos más dañinos de la contraofensiva capitalista mundial iniciada a mediados de los ’80 del siglo XX, denominada como «neoliberalismo» ha sido el de aumentar la explotación de la mujer en muchas cuestiones y ralentizar los avances que se estaban dando en su emancipación. Sin embargo, la recuperación de las luchas y resistencias empiezan a rendir sus frutos: en 1990 las mujeres ocupaban sólo el 12,4% de los escaños parlamentarios del mundo, subiendo al 14,6% a finales de 2003 y a 15,9% en otoño de 2005, según la ONU. Pero no hay que esperar que este avance de 3,5 puntos porcentuales en quince años signifique una mejora cualitativa porque muy pocas de esas nuevas parlamentarias son realmente feministas y menos aún revolucionarias.
4. NACIONES Y LUCHA DE CLASES
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Es la agudización de la lucha irreconciliable entre el Capital y el Trabajo la que también explica el papel creciente de las mujeres contra los efectos de la mundialización de la ley del valor-trabajo asentada ya desde el siglo XVII, que lanza más y más pueblos precapitalistas a la trituradora burguesa, originando resistencias de todo tipo que el ignorante egoísmo occidental desprecia como «indigenismo», «fundamentalismo», «populismo», etc., pero que son nuevos componentes de la lucha de clases a escala mundial porque sus luchas debilitan el proceso de acumulación que el imperialismo está lanzando actualmente.
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Nos negamos a caer aquí en el debate eurocéntrico y bizantino sobre si estos pueblos son o no son «naciones», en el sentido impuesto por el academicismo burgués y por la dogmática estalinista. Pensamos que, en el plano teórico-general, a cada modo de producción le corresponden determinadas formas de conciencia colectiva y, a veces, de conciencia identitaria sustentada en un Estado propio. Y en el plano teórico-concreto esas formas de autoconciencia deben ser estudiadas tanto en sus fases intramodos como intermodos de producción. Partiendo de la dialéctica entre estos dos momentos de la teoría, son los pueblos los que se tienen que definir a sí mismos. La autodefinición es un derecho inalienable y parte interna del derecho de autodeterminación.
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Las mujeres están tomando un papel clave en la defensa de las identidades de sus culturas, etnias, pueblos y naciones amenazadas por el imperialismo a lo largo del planeta entero. Un ejemplo entre muchos lo tenemos en la celebración a comienzos de 2004 del IV Encuentro Continental de Mujeres Indígenas, celebrado en Perú, al que acudieron representantes de todas las Américas. Del mismo modo, en África y Asia se asiste a una coordinación creciente, y dentro del complejo mundo árabo-musulmán muchos colectivos de mujeres se están coordinando para defender sus derechos en sus propios países y también para defender a sus países de las agresiones imperialistas y del fundamentalismo cristiano.
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Nos equivocamos si reducimos la intervención de las mujeres en la mayoría de las luchas de los pueblos originarios y ancestrales, a decir que es un «papel importante». Es mucho más que eso. Por ejemplo, la lucha permanente del pueblo mapuche gira alrededor de la Matria Mapuche, o Mapu Ñuke -la madre tierra- que es la centralidad material y simbólica del pueblo y de su memoria histórica. La función de la mujer es central porque es la conexión material y simbólica con la tierra y con la propiedad colectiva que de ella tiene el pueblo.
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Los pueblos kollas y ava garaníes que luchan desde comienzos de 2004 para recuperar sus tierras en lo que hoy se define como Argentina lo dicen claramente: sin tierras, sólo nos espera el hambre. De igual modo se expresa en Consejo Regional Indígena de Cauca, en lo que hoy se define como Colombia, que está llevando una lucha creciente por sus derechos pese a los asesinatos de los militares y paramilitares, o como ellos mismos dicen en su comunicado del 10 de noviembre de 2005: un proceso de liberación de la madre tierra.
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A finales de enero de 2004 terminaron en Quito las reuniones del Consejo de Coordinación y Consejo de Dirección de la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA), a la que asistieron organizaciones de Venezuela, Brasil, Ecuador, Surinam, Colombia, Perú, Guyana, Guyana Francesa y Bolivia, con en fin de garantizar la continuidad de sus pueblos originarios porque saben que desaparecerán cuando se seque el último río, se pesque el último pez y se corte el último árbol.
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Poco después, en verano de 2004, se celebró en Quito la IIª Cumbre de indígenas de Abya Yala, con la asistencia de 500 representantes de 64 pueblos originarios. En síntesis los temas tratados fueron: Propiedad colectiva del territorio y de sus recursos; Autodeterminación, derechos y organismos internacionales; Desarrollo sustentable y biodiversidad; Propiedad colectiva del conocimiento ancestral; Papel de las mujeres; FSM; intervención política y gubernativa; Comunicación; y, militarización.
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Es en Ecuador donde la lucha de las naciones indias está poniendo en muy serios aprietos a la burguesía en su afán por claudicar ante los EEUU y su TLC. La CONAIE o Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador aglutina a 27 comunidades y naciones indígenas, que son el 20% de la población del país, y la fuerza popular y trabajadora más activa de un país en el que el sueldo medio ronda los 280 dólares-$ cuando la cesta de la compra supera los 400. La dolarización impuesta a la fuerza en enero de 2000 ha multiplicado el empobrecimiento en estos cuatro años y la conciencia popular de que Ecuador está siendo esquilmado por los EEUU. La presión de masas dirigida por el partido indigenista Pachakutik ha logrado que se aumente la aportación de las petroleras al erario público en medio del ostentoso malestar yanqui. Los indios ecuatorianos también hacen parte de la denuncia crítica del desarrollismo consumista.
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El denominador común que recorre todas estas reflexiones no es otro que la lucha contra la forma actual que tiene el imperialismo para aumentar la intensidad de la explotación de la fuerza de trabajo de la mujer, para expropiar a los pueblos de sus bases materiales y simbólicas de existencia y de sus excedentes acumulados. Del mismo modo, se aprecia la conciencia de defender el amplio, diverso y plural mundo de las identidades colectivas, de las culturas minorizadas, de las naciones y pueblos expoliados, de todo lo que siendo diverso expresa el potencial creador de la praxis humana en contra de la mercantilización total que quiere imponer el capitalismo.
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En el VI Foro Social Mundial Policéntrico, celebrado en Caracas en 2006, los puntos de debate planteados por la Corte Internacional de la Mujer pueden resumirse de esta formas: Plan Cóndor, ALCA, Acuerdos de Libre Comercio y Militarización de América Latina; Feminicidios y violencias patriarcales; Violencias sobre las mujeres campesinas, negras e indígenas; Formas de explotación de la mujer (patriarcado y capitalismo); Explotación y tráfico sexual, diversidad sexual, y mujeres que viven con VIH/SIDA; Lucha contra el fundamentalismo; Alternativas de resistencias de excluidas; Lucha antiimperialista, antibélica, contra la pobreza, el racismo, el favor de las minorías; Luchas sindicales; y biodiversidad y defensa del medio ambiente.
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Estas y otras muchas reuniones que van proliferando por el mundo sacan a la palestra pública reivindicaciones prácticas y planteamientos teóricos que atacan la esencia del imperialismo. No es por tanto extraño que a comienzos de 2005 se conocieran las tesis del National Intelligence Council (NIC), cerebro supremo del imperialismo yanqui, que declaraba a las luchas de los pueblos originarios como uno de los tres mayores peligros para los EEUU cara al 2020, siendo el Islamismo y China Popular los otros dos.
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Desde Australia hasta Alaska, y desde la Patagonia hasta Siberia, pasando por el Kalahari, la tendencia dominante desde mediados de los noventa es hacia la movilización de los pueblos «atrasados». Los 100.000 bosquimanos sobrevivientes en la actualidad han empezado una tenaz lucha por la recuperación de sus propiedades colectivas ancestrales, que les han sido expropiadas mediante agresiones inhumanas como cegarles los pozos de agua, deportarles masivamente a reservas vigiladas, de las que ya han empezado a escaparse dos centenares que han vuelto a sus tierras de siempre, tierras ambicionadas por la transnacional De Brees, dueña del mercado mundial de los diamantes, apoyada por los gobiernos de la zona, por el de Botswana sobre todo.
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La irrupción en la escena mundial de estos pueblos supuestamente «primitivos» está reactivando debates clásicos en la izquierda desde el último tercio del siglo XIX en el sentido de revalorar lo colectivo, lo común, la ayuda mutua, la autogestión, las relaciones desmonetarizadas y desmercantilizadas, etc., lo que supone una reactivación del debate sobre la propiedad colectiva del espacio-tiempo, el control de la producción por quien la produce, la recuperación social de las fuerzas productivas y, en síntesis, la urgencia de acabar con la esclavitud asalariada.
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La lucha de estas naciones es parte elemental de la lucha mundial y tiene efectos inmediatos sobre las luchas de las clases y pueblos ubicados en el imperialismo, y viceversa. Nunca antes en la historia clasista el internacionalismo proletario había sido una necesidad tan innegable teniendo en cuenta la definitiva entrada en la lucha de clases mundial de estas naciones, colectivos y sujetos despreciados hasta ahora por el eurocentrismo de las izquierdas occidentales. Una obsesión de la tríada imperialista y de la OMC en la reunión de Hong-Kong de diciembre de 2005 fue precisamente impedir o romper el ascenso de las reivindicaciones de estos pueblos, derrotarlas.
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Los resultados de la reunión de la OMC en Hong-Kong reflejan el aumento de las contradicciones sociales en tres niveles: el interno a los países empobrecidos coordinados en el G-90 y a los países en supuestas «vías de desarrollo» del G-20, entre sus fuerzas populares y sociales que presionan para no ceder frente a la tríada imperialista; el que enfrenta unitariamente al G-90 y al G-20 a esa tríada; y, el de las contradicciones internas entre EEUU, UE y Japón, y dentro de cada uno de ellos, entre sus burguesías y los sectores revolucionarios, progresistas, democráticos, etc.
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Semejante estallido de contradicciones concretas es sólo una parte de la agudización de las antagonismos estructurales del imperialismo a escala planetaria, algo que la burguesía negó a comienzos de la década de 1990 que se volviera a producir porque habíamos llegado al «fin de la historia». Pero la batalla social de Seattle en 1998 volvía a certificar el nuevo fracaso histórico burgués, que se corroboró en el fracaso de Cancún de 2003. A partir de aquí, el imperialismo varió de táctica. En vez de decidirlo todo a la vez en grandes reuniones internacionales, comenzó a presionar, chantajear y amenazar en zonas regionales para romper la unidad de los pueblos. Aún así, en Latinoamérica los EEUU volvieron a fracasar con el ALCA y en la Cumbre de las Américas y la UE en su plan de MERCOSUR.
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En Hong Kong la tríada imperialista ha obtenido una victoria parcial -si la comparamos a la derrota de Cancún- debido a que se han impuesto sobre todo en el G-20 y en menor medida en el G-90, los intereses de las burguesías exportadoras en detrimento de los de los pueblos trabajadores. Esta victoria relativa muestra cómo las débiles burguesías de los países empobrecidos aceptan voluntariamente las exigencias imperialistas cuando tienen la oportunidad de torear y engañar a sus pueblos con la excusa de las urgencias de los plazos en las «negociaciones» de la OMC.
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Sin embargo, algunos Estados en los que viven muchos de estos pueblos, como India y Brasil, han pretendido cohesionar la defensa de los conocimientos ancestrales, de la cultura frente a la biopiratería -que también empieza a denominarse como bioesclavización, también imperialismo biológico– imperialista que, si bien ha sido una constante en la historia del capitalismo, ahora es una necesidad imperiosa para salir de su marasmo desarrollando nuevas ramas productivas que aceleren su tasa de acumulación al menor costo posible.
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Pero además de estas luchas, otros pueblos y naciones también se enfrentan directa e indirectamente al imperialismo capitalista. La lista es tan larga como heroica y cometeríamos un acto de injusticia por omisión si se nos olvidara alguna, aunque no hemos podido hacer apenas referencias a las clases, mujeres y pueblos del continente Africano. En el capitalismo actual la relativa autonomización de la fracción financiera con respecto a la industrial y de servicios, pese a las imbricaciones que se establecen entre ellas, hace que la opresión nacional adquiera formas nuevas, y también que se creen nuevas dependencias para con el imperialismo de pueblos oficialmente «soberanos».
5. NATURALEZA Y LUCHA DE CLASES
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No tenemos espacio para hacer siquiera un resumen de cómo el capitalismo ha ido primero enfrentándose a la naturaleza, destruyéndola y, por último, mercantilizando el resto de ella según ascendía de la fase mercantil a la manufacturera y luego a la industrial, o, también, según ascendía de la fase colonialista a la imperialista y, por último, al imperialismo financiero-industrial actual. A lo largo de este proceso, la naturaleza ha sido llevada al extremo de la crisis de sustentabilidad actual. Crisis en la que los efectos más inmediatos, como los derivados del calentamiento atmosférico, no pueden hacernos perder de vista el surgimiento de otras amenazas aún más devastadoras.
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La bioesclavización es la búsqueda de recursos de todo tipo, desde las reservas energéticas hasta el código genético, para comprarlas y, tras patentarlas, reducirlas a propiedad privada. Una vez expropiadas se imponen a los gobiernos determinadas exigencias de apertura de mercados y de producción agraria, que acaba con su independencia alimentario y les hunde en la dependencia más esencial: la de los alimentos. Esta estrategia imperialista también se está aplicando ya al agua, a elemento vital por excelencia, tras haber tenido éxito sobre las reservas energéticas y están atacando muy duramente a la independencia y creatividad cultural de pueblos y naciones.
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El imperialismo biológico saquea lo que es vital para la supervivencia de todo pueblo, desde sus recursos naturales hasta los culturales y lingüísticos pasando por su genética, sin olvidar su excedente social acumulado durante generaciones. Es así que se comprende la seria advertencia realizada a finales de 2005 por la ONU según la cual están a punto de extinguirse 3000 lenguas originarias en el mundo, y con ellas, además de los saberes ancestrales, también y como hemos visto arriba, exterminar a los 3000 pueblos que las hablan.
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La biopirateria es la forma más actual de mercantilización de la naturaleza y de su destrucción por el capitalismo. Hasta ahora la naturaleza había sido destruía en su forma cuantitativa, en su capacidad de absorción y reciclaje, en sus equilibrios relativos y siempre inciertos, etc., pero con la biopiratería hemos entrado en la fase decisiva de mercantilización de lo esencial de la naturaleza que no es sino de su poder de creación de vida, de emergencia de lo nuevo y de multiplicación de la biodiversidad. Por ahora son esas grandes empresas las que dirigen el proceso pero en la medida en que las biotecnologías y la industria genetista se desarrollen otras
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Conviene recordar que según datos de verano de 2004, las diez mayores industrias farmacéuticas yanquis obtuvieron beneficios netos del 17%, frente al 3% del resto de las industrias de dicho país, y que en la década de los ’90 los beneficios oscilaron entre el 25% y el 19%. Otro informe de 2002 afirmaba que las diez industrias de la salud más grandes monopolizaban el 47% del mercado mundial, un mercado productor de «sobredosis de ganancias» que había crecido de los 70.000 millones de dólares en 1981 a 317.000 millones-$ en 2000, incremento que se explica, entre otras razones, sabiendo que en los EEUU los precios de los medicamentos se había duplicado en los años ’90. Por ejemplo, el 75% de los fármacos estadounidenses son versiones de sustancias naturales expoliadas a pueblos empobrecidos.
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Una de las ramas más expansivas de esta nueva industria es la de las semillas transgénicas, monopolizadas por las 5 mayores agroquímicas del mundo: Monsanto, Dupont, Syngenta, Dow y Bayer CropScience. Es una nueva arma del imperialismo para aumentar la dependencia de los pueblos sojuzgados en algo esencial como la alimentación, y para romper la independencia de la que todavía gozan los pueblos no atrapados por el imperialismo agroquímico. Se agudiza así la lucha entre la independencia nacional, alimentaria y energética, y el imperialismo y sus transnacionales e instituciones, y así surge un nuevo reto para el internacionalismo socialista.
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Un ejemplo entre los muchísimos disponibles lo tenemos en la lucha alrededor de las semillas Terminator, que pueden acabar destruyendo las 2000 variantes originarias de patatas existentes en las Américas. En 2000 tuvo lugar el Convenio de Diversidad Biológica (CDB) de Naciones Unidas, en el que se llamó a los gobiernos a no permitir la experimentación y comercialización de la tecnología Terminator, estableciendo una moratoria de facto a escala global. Brasil e India ya han prohibido el uso de esta tecnología en sus países.
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Desde entonces, las trasnacionales están en una lucha a muerte para romper la moratoria, y están intentando la imagen de la tecnología suicida-homicida, como alguien la ha definido. Tras la celebración la octava conferencia de las partes del CDB, que se realizada en Curitiba, Brasil a finales de marzo de 2006 existe una agridulce sensación porque si bien el imperialismo no ha ganado, sin embargo hay que esperar al 2008 para que entren en vigor oficialmente los acuerdos tomados.
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Lo peor es que los EEUU no ha aceptado su derrota y, además de su enorme poder de chantaje, puede seguir contando con el apoyo de Nueva Zelanda, Australia y Canadá. Otros países como Malasia e India, presionan para que esos acuerdos se apliquen cuanto antes, al igual que las 26 comunidades indias reunidas Choquecancha, al del sur de Perú y que han contaEn la asamblea, que contó con el apoyo de la Asociación Kechua-Aymara para la Conservación de la Naturaleza y el Desarrollo Sostenible (Andes) y el IIED.
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La imposición de las semillas transgénicas se realiza recurriendo a todos los métodos de presión típicos del imperialismo, con la ayuda de muchas de las burguesías, bajo los auspicios y la dirección de organismos como la OMC y otros. Por su propia naturaleza capitalista, las semillas transgénicas sólo pueden aplicarse allí en donde a la vez se está destruyendo la independencia agroalimentaria del pueblo afectado, y donde se está imponiendo la más pasiva de las dependencias.
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Una de las trampas más efectivas que tiene el imperialismo biológico es la de, cuando no consigue vencer inmediatamente, pide una moratoria, un tiempo de discusión y de retraso en la aplicación de las decisiones mayoritarias. Tiempo durante el cual despliega todas sus armas de soborno, chantaje, presión, amenaza y violencia indirecta, a la vez que las transnacionales imperialistas pueden seguir con sus propuestas particulares. Por ejemplo, la estadounidense ZymoGenetics solicitó la patente de la planta sapo kambó, conocida como ‘vacuna del sapo’, empleada tradicionalmente por pueblos indígenas para curar enfermedades como la isquemia.
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Sin reproducir aquí las críticas científicas que demuestran los riesgos crecientes de estas semillas, sí queremos insistir en la devastación global que producen en las formas de vida, trabajo y relaciones sociales de los pueblos afectados, y en sus ecosistemas. Dependiendo de las circunstancias históricas, unos pueblos reaccionan enfrentándose cada vez más a las agroquímicas, a sus Estados-cuna y a sus instrumentos de presión, así como a sus propias burguesías colaboracionistas.
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Pero otros pueblos están aún tardando en movilizarse por diversas razones. Incluso en algunas zonas las reacciones no son de lucha organizada y ofensiva, sino de abandono total y de huida hacia la nada: desde 1997 hasta finales de 2005 se han producido un mínimo de 25.000 suicidios de campesinos hindúes rotos psicológicamente por la desestructuración de sus vidas causada por la arrolladora entrada de los productos imperialistas. Todo indica que en otros países puede estar sucediendo algo similar.
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Las luchas contra la biopiratería y las semillas transgénicas forman parte de la lucha de clases a escala planetaria porque se enfrentan a dos objetivos capitalistas: uno, ya clásico, es el de la opresión y dominación de los pueblos; y otro, más reciente, es el de la mercantilización total de la vida en su esencia última, que no es otra que la de fabricar vida «artificial» para certificar la definitiva asimilación del Trabajo en el Capital.
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La biopiratería llega a su extremo más inhumano cuando busca patentar miles de genes del cerebro humano haciéndolos propiedad de una empresa -Synthetic Genomics Inc.- diseñada para fabricar nuevas formas de vida, que serán la base no sólo de los nuevos alimentos transgénicos sino de una nueva industria médica y de la nanotecnología biotecnológica.
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El poder de las grandes corporaciones es tal que burguesías débiles como la islandesa, la estonia, la de Tonga en Oceanía, etc., no han dudado en vender la herencia genética de sus pueblos -y sin consultarles- a las empresas de la genómica o nueva industria que mercantiliza los genes, y que está presionando a otras muchas burguesías para lo mismo. No hace falta decir que los más buscados por estas empresas son los genes de los pueblos originarios y ancestrales.
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No debe extrañarnos la muy débil o nula resistencia de estas y otras burguesías. Son conscientes del poder de las grandes corporaciones y de sus Estados-cuna. De hecho, el estudio del genoma humano está bajo el control de sólo 200 investigadores británicos, norteamericanos, canadienses, japoneses, chinos y nigerianos, financiados con el dinero público, que trabajan para empresas como Bristol-Myers, Bayer, Pfiter, Aventis, Squibb, Roche, Novartis, GlaxoSmithKline, junto con Motorola e IBM, integradas en SNP Consortium.
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Una característica más de la lucha contra la destrucción de la naturaleza desde la perspectiva de la lucha de clases, es la de la oposición al desarrollismo consumista y en concreto a las nuevas vías de transporte rápido diseñadas no para le vertebración interna de los pueblos y para su conexión racional con otros ejes comerciales externos diferentes a los burgueses, sino exclusivamente para los intereses de las grandes potencias y de las burguesías autóctonas. Es un enfrentamiento a escala planetaria porque el imperialismo quiere reforzar su espacio-tiempo para acelerar la circulación financiera, mercantil y militar.
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La lucha de clases mundial siempre ha sido lucha por el espacio-tiempo, en suma, por el control del tiempo, que nunca es una cosa uniforme y neutral, lineal, sino un producto y un agente de las contradicciones sociales. Cuando la lucha de clases adquiere su forma y contenido más agudo, el de lucha de liberación nacional, entonces el control del espacio-tiempo pasa a ser decisivo para el desarrollo de dos modelos antagónicos de nación.
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La lucha por el espacio-tiempo es en sí misma lucha por la naturaleza y el ecosistema, y a la vez, lucha contra el irracionalismo inherente a la ciega exigencia de la máxima velocidad de realización del beneficio. Aquí está el secreto del choque entre quienes lo supeditan todo a la rapidez de circulación del dinero, con su temporalidad específica, y quienes exigimos acoplar lo más posible la temporalidad humana y la temporalidad natural superando históricamente el tiempo capitalista.
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Cada determinado período, conforme la burguesía quiere imponer nuevas vías de comunicación, creando nuevos espacios y destrozando los anteriores, condenando a sus habitantes al paro o a la emigración, resurgen las respuestas de las masas que pasan de ser defensivas, de simple rechazo, a ser ofensivas, con modelos alternativos que buscan construir otra sociedad. Sea una movilización vecinal o un combate por otro modelo nacional de comunicaciones, en ambos casos la esencia es la misma.
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Actualmente en varios sitios de la Unión Europea se asiste a un aumento de la acción popular contra las vías rápidas, contra las grandes autopistas, contra el cemento. Sean trenes de alta velocidad o vías rápidas, lo que la burguesía quiere es abandonar a su suerte a los espacios poco productivos y conectar los más productivos, creando zonas vacías, empobrecidas, periferias dentro mismo de la UE.
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Es bien sabido que el saqueo de los pueblos exige inevitablemente una estrategia de reordenación del espacio del pueblo saqueado para facilitar la rapidez e intensidad del expolio. Y hablar de reordenación del espacio es hablar de la reordenación del tiempo, un factor vital en el capitalismo desde su origen pero más aún en la fase actual del imperialismo. O sea, la cuestión del espacio-tiempo es parte esencial a la lucha de clases en su sentido absoluto, entre el Trabajo y el Capital. No podemos desarrollar en esta ponencia las múltiples expresiones de la cuestión, así que nos remitimos a la ponencia sobre medioambiente y crítica del desarrollismo capitalista.
4. COLOMBIA
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Es en Colombia en donde la lucha de clases ha llegado a uno de sus niveles más altos en toda América. Tras las dificultades para pagar la deuda externa en los años ochenta, en la década siguiente Colombia recibió una masa de capitales exteriores que hicieron creer que, entre 1990 y 1994, el país había superado la crisis y había entrado en una larga fase de crecimiento sostenido. Fueron los años de pesimismo en sectores luchadores, revolucionarios y hasta en algunos grupos guerrilleros que aceptaron integrarse en el orden establecido.
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Pero la realidad era que la economía se estaba financiarizando y perdiendo peso la poca industria que tenía, que se estaba endeudando sobremanera y que se estaba haciendo cada vez más dependiente del narcocapitalismo y narcoimperialismo. Como efecto de ello se multiplicó el empobrecimiento y la corrupción, y como respuesta renació la lucha de clases en todas sus expresiones.
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En estas condiciones las empresas transnacionales y las colombianas iniciaron un feroz ataque al movimiento obrero con expulsiones masivas, desregulaciones, limitaciones de derechos sindicales y, sobre todo, represión y asesinatos. Desde 1995 a 2005 han sido asesinados 4.000 dirigentes sindicales, y se han hecho decenas de miles de amenazas, agresiones y palizas. No llegan al 5% los casos resueltos, que no quiere decir bien resueltos.
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En los tres primeros meses y medio de 2005 hubo 16 asesinados, 2 intentos de asesinato, 4 secuestros, 23 hostigamientos, 123 amenazas de muerte, 6 desplazamientos y 40 detenciones de sindicalistas. A la vez, la burguesía se niega a cualquier convenio con los trabajadores: en 2003 hubo sólo 284 convenios colectivos, un 41,20% menos que en 2001, y actualmente sólo el 1% de los trabajadores tiene convenio y sólo el 5% está sindicada.
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Esto no quiere decir que no exista lucha de clases sino que ésta se realiza ya fuera de los marcos oficiales, mediante combates que sólo pueden ser reprimidos con la violencia más salvaje. Dicen que Colombia es otro de los «Estados fracasados» por su incapacidad para vertebrar el país, pero ocurre lo contrario, que sin ese Estado la burguesía ya habría perdido el poder. Es un Estado militar porque el presupuesto ha crecido del 1% al 2,9% del PIB, calculándose que superará el 4% a final de 2005. Sin contar las «ayudas» militares del imperialismo.
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La militarización hunde los gastos sociales. Investigaciones serias hablan de un gasto militar anual de 4.800 millones de dólares equivalente al 116% del gasto en salud y al 125% en educación, por ejemplo. En estas condiciones el pueblo trabajador se organiza por su cuenta, junto a la clase obrera y a sectores estudiantiles. Dado que la represión oficial no puede frenar este ascenso la burguesía crea ejércitos y policías privadas.
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Mientras esto ocurre en las ciudades, en el campo de asiste a una expropiación masiva de las tierras de los pequeños campesinos por las grandes empresas transnacionales y latifundistas colombianos. Tres millones y medio de campesinos han sido deportados. El 1% de la población acapara el 55% de la mejores tierras, muchas infrautilizadas. El 0,2% de los propietarios poseen el 47% de la tierra económicamente activa; otro 0,2% el 14,2% y en el extremo opuesto, el 57,3% de los campesinos poseen el 1,7% de la tierra.
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Existen pues todas las condiciones para que las luchas sigan su tendencia al alza, tanto en las guerrillas como en las ciudades. Una corrupción galopante, una economía oficial que no tiene apenas nada que ver con la real, una dependencia creciente con el narcoimperialismo y una burguesía que sólo puede sobrevivir gracias al imperialismo. Frente a esto, la autoorganización popular, la autodefensa en casa vez más sectores de la existencia y el acercamiento progresivos de todas las formas de lucha.
5. ARGENTINA
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En diciembre de 2001 el pueblo argentino se sublevó contra su clase dominante y contra los EEUU, potencia ocupante de facto. La prensa oficial dijo que habían sido las «clases medias» que reivindicaban la devolución de sus ahorros, pero fue un proceso más hondo y global en el que intervino, e interviene, sobre todo el pueblo trabajador. Hablamos de pueblo trabajador y no sólo de clase obrera industrial porque en 1976 había 7 millones de obreros industriales y a finales de 2003 sólo quedaban 1 millón. La desindustrialización de Argentina no fue fortuita sino la respuesta de su burguesía y de los EEUU para segar las raíces de la lucha de clases en ascenso en un país muy rico.
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Junto a la desindustrialización se produjo el exterminio físico de 30.000 militantes de izquierda, de los cuales el 55% eran dirigentes sindicales de base. A la vez, la economía fue terciarizada y monetarizada bajo los dictados del imperialismo originando la casi desaparición de la base productiva propia y la dependencia casi absoluta del exterior. Durante muy cortos años algunos sectores sociales nadaron en la abundancia, pero la realidad se impuso de nuevo y las «clases medias», crecidas artificialmente con el espejismo de la «nueva economía», fueron empobrecidas y reducidas a su mínima expresión.
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Pero lo peor lo sufrieron las masas trabajadoras, la mayoría de la población, que fue hundida aún más en la pobreza y hasta en el hambre. Su situación era insostenible ya a mediados de 2001 y la mayoría social estalló a finales de dicho año. Surgieron entonces prácticas comunes y constantes en el movimiento obrero mundial pero adaptadas a la situación argentina.
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De entre ellas destacamos sólo cuatro: los colectivos de barrio, que defendían y defienden a las personas más necesitadas e indefensas; la reaparición de la economía del trueque solidario; los piqueteros, que pasan a la ofensiva ocupando calles, plazas, instituciones, etc.; y la autogestión obrera, la recuperación de fábricas y talleres, luchas que ya reaparecieron al final de la década de 1970 en respuesta a la primera desindustrialización, que volvieron en la segunda mitad de 1990 y que crecieron desde 2001, de modo que en noviembre de 2005 había alrededor de 180 empresas recuperadas.
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Las recuperaciones de fábricas es, como decimos, una constante a partir de determinados avances en la lucha de clases, y no una extravagancia Argentina. De hecho, en noviembre de 2005 representantes venezolanos y argentinos decidieron avanzar hacia el Primer Encuentro Latinoamericano de Empresas Recuperadas y Reactivadas, que no es sino un paso más en la larga senda de coordinación mundial ya iniciada en el siglo XIX y que, en el tema de las recuperaciones, tuvo en mayo de 2005 otro Encuentro Internacional sobre la Okupación en Euskal Herria.
6. VENEZUELA
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La propuesta venezolana es coherente con el avance de la revolución bolivariana, que tuvo en el masivo Caracazo de 1989 uno de sus anuncios históricos. Decenas de miles de personas empobrecidas y hambrientas salieron a las calles en protesta por su situación y varias miles fueron asesinadas. Desde entonces y con saltos cualitativos que todos conocemos, las masas venezolanas han avanzado hasta poder asegurar la factibilidad del programa de expropiación de latifundios. Recordemos que la breve contrarrevolución de abril de 2002, dirigida por los EEUU con el apoyo inmediato del gobierno español del PP y del Grupo Prisa del PSOE, tuvo como excusa inmediata la Ley de Tierras decretada por el gobierno de Hugo Chávez. Aquél golpe criminal fue derrotado por la intervención autoorganizada de las masas.
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Muchas son las conquistas sociales de la revolución bolivariana, pero aquí y ahora sólo podemos reseñar las dos que siguen. Una, el impresionante proceso de creación desde las bases obreras del sindicato Unión Nacional de Trabajadores -UNT- que certifica la derrota inapelable del viejo sindicalismo corrupto y burocrático -CTV- que fue un sostén fundamental de la burguesía. La CTV apoyó el golpe fascista de abril de 2002; apoyó desesperadamente a los empresarios en su huelga patronal de diciembre de 2002 y enero de 2003, y el fracaso de ésta certificó su muerte ya que la UNT se está formando como el sindicato por antonomasia, aunque con ciertas dificultades porque perviven muchos efectos de la larga opresión anterior.
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Otra, la decisión de avanzar en la recuperación y reactivación de muchas empresas, programa revolucionario basado tanto en la iniciativa de las masas como en el estudio realizado por el gobierno en julio de 2005 según el cual existían 700 empresas improductivas, y 1149 funcionando sólo al 50% de su capacidad.
7. BOLIVIA
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En Bolivia asistimos a un ejemplo de libro de lo que es la visión totalizante y gobal, sistémica, de la lucha de clases, en la que intervienen todos los factores sociohistóricos, desde los restos aún activos de las formas precapitalistas y precolombinas de producción y distribución, con sus identidades etno-nacionales preburguesas plenamente conscientes, hasta la ferocidad espoliadora más actual de las grandes corporaciones imperialistas. No podemos hacer un repaso de la larga historia social boliviana sino decir que la burguesía aceleró su rendición ante los EEUU privatizando muchas cosas en 1985, en un país muy rico en materias estratégicas pero que tiene que dedicar el 30% de su PIB a pagar la deuda externa.
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Ciñéndonos al último lustro, en abril de 2000 estalló la «guerra del agua» en Cochabamba, en defensa de la propiedad pública del líquido elemento, privatizado y vendido a una transnacional; en febrero y marzo de 2003 estalló la «guerra del gas» en todo el país para defender su propiedad pública; en mayo y junio de 2005 estalló la «guerra de los hidrocarburos» por la misma razón.
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Pero a lo largo de estos años otras «guerras» se han mantenido activas, como la de los cocaleros, o la de las pocas parcelas comunales que resisten contra las ambiciones del 7% de la población que ya posee el 87% de las tierras, entre las que están las mejores, o la de los mineros, etc.
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Sobre estas contradicciones irreconciliables, las masas bolivianas han levantado organizaciones múltiples que no podemos resumir ahora pero entre las que destacan, además de la decisiva Central Obrera Boliviana, también la Asamblea Nacional Popular Originaria que tomó cuerpo en las insurrecciones de octubre de 2003 y ha dado un paso decisivo en las luchas de verano de 2005.
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Pero lo mejor de esta autoorganización popular radica en que rechaza la credulidad y fe ciega en las promesas institucionales, también en las de Evo Morales, al que han advertido de que volverán inmediatamente a las movilizaciones si no avanza en la satisfacción de las necesidades populares, que son de una gravedad extrema si tenemos en cuenta que hace poco tiempo cada boliviano debía pagar 8’400 dólares norteamericanos por la misma cantidad de gas que consigue una transnacional extranjera por 0’126 dólares norteamericanos. De hecho ya han empezado las movilizaciones al margen del triunfo de Evo Morales e incluso contra algunas de sus decisiones.
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Hemos visto que la decapitación de un sindicato combativo es una táctica muy frecuente en la lucha de clases y requiere siempre de la ayuda del Estado de la clase dominante. Esto mismo es lo que está sucediendo actualmente en Nicaragua cuando la transnacional Coca-Cola quiere liquidar totalmente los derechos sindicales de los trabajadores de su fábrica en ese país, para lo que ha expulsado a dirigentes de SUTEC, el sindicato de la empresa, y está amenazando y presionando al resto de afiliados a lo largo de un ataque iniciado a comienzos de 2004 y que se ha endurecido a finales de 2005.
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Hemos tenido que dejar en el tintero una impresionante cantidad de luchas que recorren todo el continente suramericano, desde la huelga minera del cobre en Chile que ha estallado a comienzos de 2006, hasta esas resistencias heroicas pero desconocidas y aplastadas casi de inmediato en las maquilas mexicanas. Desde los campesinos sin tierra brasileños hasta los campesinos guatemaltecos que se organizan para detener al imperialismo del norte.
8. ESTADOS UNIDOS
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Sólo la lucha de clases puede explicar teóricamente el que, en los EEUU y desde 1979 la renta familiar media de los norteamericanos aumentase un 18%, mientras la renta del 1% más ricos lo hiciera en un 200%. Entre 1970 y 1995 el 20% más pobre bajó de tener el 5,4% de la renta a tener el 4,4%; pero el 20% más rico incrementó su parte de la renta del 40.9% al 46,5%. Desde 1997 desciende el salario mínimo y aumenta la precarización. El hambre en la ciudad del Nueva York ha aumentado un 8% entre el verano de 2004 y el verano de 2005. Otro estudio más reciente muestra que los ingresos del 20% de las familias más pobre crecieron un 19% en las últimas dos décadas, pero un 59% en el 20% de las familias más ricas.
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Sin remontarnos a lo motines urbanos por miseria y explotación etno-nacional de 1992 en varias zonas, en 1997 estallaron varias luchas entre las que destacan la de los 200.000 trabajadores de UPS, multinacional de transportes y comunicaciones, que asombraron al mundo con una tenaz y victoriosa huelga dirigida por mujeres. En 1998 la prensa y las organizaciones reformistas silenciaron el decisivo papel jugado por miles de trabajadores de la industriosa ciudad de Seattle que en esos momentos libraban huelgas, paros y movilizaciones y que se unieron activamente. Pese al retroceso de la filiación sindical tradicional y a la destrucción de 600.000 puestos de trabajo en 2000, pese a ello ese mismo año hubo 400.000 afiliados a nuevos sindicatos confirmando la tendencia a la autoorganización de base fuera de la burocracia sindical y política.
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El clima reaccionario y represor se multiplicó tras el 11 de septiembre de 2001 afectando duramente a este nuevo movimiento obrero en ciernes y al nuevo movimiento estudiantil y social, que pasaron a la defensiva. La derecha ha magnificado la victoria de Bush en de noviembre de 2004, pero en realidad no fue tan aplastante y menos entre clases trabajadoras y los nuevos movimientos; de hecho sólo consiguió el 29% del censo, porcentaje que se reduciría al 25% si se contabilizaran los casi cinco millones de personas sin derecho a voto.
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Lo que ocurrió fue que la derecha y extrema derecha cerró filas alrededor de Bush mientras que el centroderecha y el centro no se movilizó tan masivamente alrededor de Kerry por razones que no podemos exponer ahora. Sin embargo, debemos tener muy en cuenta el nefasto efecto del racismo dentro de la clase trabajadora blanca pues el 55% de los obreros blancos que votaron lo hicieron a favor de Bush mientras que Kerry sólo obtuvo el 39% de quienes votaron. En los EEUU, y en todas partes, el racismo también expresa a su modo la existencia de una opresión nacional que, en el caso yanqui, beneficia a los trabajadores blancos con el apoyo directo de la derecha republicana e indirecto de la demócrata.
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Lo cierto es que no pasaron mucho meses tras esa supuesta «victoria aplastante» para que se iniciara su caída de popularidad y comenzasen de nuevo las resistencias obreras y populares, tanto por el fracaso en la invasión de Iraq, como por el deterioro del poder mundial del imperialismo yanqui, como por el deterioro imparable de la situación socioeconómica interna.
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Para verano de 2005 era ya inocultable la crisis de la seguridad social y de las pensiones por efecto de la especulación financiera de alto riesgo; la capacidad tecnocientífica del capitalismo yanqui va retrocediendo y el déficit exterior llega a cotas insoportables de no ser por la llegada de capitales exteriores; en octubre de 2005 la General Motors pidió se le aplicara la Ley de Quiebras. Mientras que se tardó unos cinco años en extenderse el rechazo interno a la invasión de Vietnam, ahora sólo han bastado dos años.
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En medio de la desindustrialización lenta pero continua y de aumento del sector servicios y de la «economía de casino», se reinicia la actividad del nuevo movimiento obrero norteamericano. El movimiento obrero empieza otra vez a ponerse en marcha, y en los debates de los comités sindicales de base en la multinacional Delphi, perteneciente a la GM, creados por obreros que han abandonando los sindicatos oficiales -tema al que luego volveremos- se ha empezado a estudiar una propuesta de ocupación de empresas dentro de una campaña más amplia, que encima busca la alianza con los jubilados y pensionistas afectados por las medidas de privatización de la empresa de seguridad social del grupo empresarial de Delphi y GM.
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La huelga de los transportistas neoyorkinos responde a esta tendencia a la recuperación social porque una lucha así no se producía desde la huelga de 11 días de 1980. Las razones en 2005 fueron las de siempre: defender el poder adquisitivo con un aumento del 6%, mantener la calidad de la jubilación con un aumento del 2% y mantener las prestaciones sanitarias, atacadas por una empresa con beneficios de 1000 millones de dólares en este año.
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Pese a las inmensa presión en contra, pese al posicionamiento contrario de la práctica totalidad de los sindicatos oficiales, pese a las dudas e indecisiones del sindicato propio, los transportistas lograron organizar y mantener la huelga. Para el 22 de diciembre su propio sindicato ya estaba «negociando» a espaldas de los trabajadores, pactando con la patronal y el alcalde de Nueva York unos acuerdos que si bien no eran los exigidos por las bases, tampoco eran una victoria patronal, acuerdos conocidos por los trabajadores el 27 de diciembre, y que muestran algo que se empieza a mover en la lucha obrera.
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La huelga simbolizaba la resistencia de una masa trabajadora sometida a toda serie de ataques: por ejemplo, en esas mismas fechas empresas emblemáticas como Ford, General Motors, Delphi, Worthwest Airlines y otras más también estaban atacando los derechos de sus trabajadores. Todas las fuerzas sociopolíticas y sindicales la han observado con lupa porque estallaba en un momento especialmente importante debido al aumento de la tensión social, sobre todo la ha observado la todopoderosa Standards&Poor, grupo que defiende los intereses de las 500 empresas más grandes de los EEUU, y muchas de ellas del mundo. Este grupo fue uno de los que más presionó para imponer leyes que prohíben todo derecho sindical a la creciente fuerza de trabajo emigrante, tema éste al que volveremos luego por su importancia.
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A pesar de semejantes presiones, los trabajadores han rechazado a finales de febrero de 2006 un intento de conciliación obligatoria. La causa hay que buscarla en la maniobra patronal y sindical consistente en trampear los términos del acuerdo conseguido al final de huelga, aumentando las obligaciones de los trabajadores en el sentido de tener que pagar por primera vez con su salario el 1,5% de los planes de salud, dejando sin tocar las gigantescas multas colectivas e individuales por la huelga realizada, que llegan a los tres millones de dólares. Esta nueva lucha obrera es un síntoma más de la tendencia al alza del conflicto de clases.
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Esta y otras luchas se libran en medio de la crisis sindical agudizada por la escisión sufrida en la AFL-CIO estadounidense en julio de 2005 -la más importante desde 1935- entre el sector oficial, burocrático y vertical, pero que ha denunciado la invasión de Iraq en una decisión que no se tomaba hace medio siglo, y un sector «alternativo», CTV, tan verticalista y burocrático como el anterior, pero que ve la necesidad de sindicar a los trabajadores negros, latinos, no sindicados, de nuevas empresas, etc., para revertir la desafiliación sindical y recuperar la entrada de cuotas.
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Hace medio siglo estaban sindicados uno de cada tres trabajadores del sector privado, ahora uno de casa doce con tendencia a la baja. Según algunos estudios, en el sector privado sólo está afiliado el 8%, el porcentaje más pequeño desde 1901, también el total de la afiliación sindical ha descendido del 20% al 12,5% porque se mantiene la sindicación de los trabajadores del sector público. Además de otras razones para la desafiliación, también hay que tener muy en cuenta la ofensiva represiva e intimidatoria lanzada por la Administración Reagan y, sobre todo, por la de Bush después del 11-S/01, lo que llevó a la OIT a denunciar a finales de 2003 la persecución de la acción sindical en los EEUU, represión que ha dado un salto a comienzos de enero de 2006 cuando un tribunal federal de Chicago ha sentenciado que la patronal puede obstruir por su cuenta la acción sindical.
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Es en este contexto en el que ha irrumpido con una fuerza extraordinaria la lucha de los trabajadores latinos no sólo para echar atrás las leyes que endurecían aún más su explotación sino, sobre todo, para reclamar la plena ciudadanía. O sea, no son luchas defensivas sino ofensiva. De forma parecida a la movilización de jóvenes franceses de origen africano, en los EEUU también ha aparecido el rechazo radical a la moderna segregación racista en un sector de la clase trabajadora explotado con saña.
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Además, la forma de autoorganización empleada aporta muchas lecciones para la lucha político-sindical en primera instancia, pero también para la de todos aquellos movimientos populares que deben enfrentarse a los más modernos sistemas burgueses de represión y desestructuración de los colectivos concienciados. Por ejemplo, el papel de algunas radios, la capacidad de debate mediante Internet y las redes sociales de coordinación y defensa de colectivos latinos en su vida cotidiana, todo esto ha acelerado la rapidez y fuerza de la acción.
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Pero también han favorecido otros factores como son: la crisis de la Administración Bush, el mazazo que supuso para millones de trabajadores no blancos asistir a las escenas posteriores al desastre del Katrina en Nueva Orleáns, la tendencia al aumento de las luchas de la clase trabajadora y, por no extendernos, el claro deterioro del poder mundial del imperialismo norteamericano.
9. RUSIA
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La implosión en 1989/1991 del «socialismo realmente inexistente» y la transformación de la casta burocrática en clase burguesa, una tendencia ya teorizada a mediados de la década de 1930, se está realizando a costa de una devastadora destrucción de las conquistas sociales que sobrevivían mal que bien desde Octubre de 1917, sobre todo en las de las mujeres. Aunque existe una plomiza censura informativa al respecto, sabemos que ya en 1995 empezaron a surgir los primeros sindicatos de base, independientes tanto del viejo aparato sindical como de las organizaciones implementadas por los nuevos patronos para controlar a «sus» trabajadores.
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Para 1997 ya habían estallado huelgas en la minería, siderurgia, etc., y se habían sentado las bases para otros conflictos más sostenidos, como el que se mantiene en Kaliningrado y otras regiones. Estas luchas, pese a frenar y condicionar la formación de la burguesía, no han logrado derrotarla, pero, conforme las masas trabajadoras sufrían nuevos ataques, reaccionaban de forma creativa, no de simple resistencia pasiva. Para medianos de 2003 empezaba a tomar fuerza la tendencia a la autoorganización popular en escuelas, hospitales, centros sociales, etc., en ciudades, barrios y regiones, con especial incidencia de los jubilados, capas empobrecidas, trabajadores sociales, funcionarios precarizados, partes de la juventud, etc., en demanda de, como mínimo, mantener las conquistas anteriores.
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Para finales de 2004 este movimiento dio el salto creando la Unión de Soviets de Coordinación (SKS) que abarcaba ya a veinte regiones e integraba a cada vez más grupos sociales, nuevos sindicatos, colectivos zonales, etc., potenciando la multiplicación y extensión de las luchas locales. A lo largo de 2005 este movimiento ha seguido creciendo, y la reciente decisión de Putín de vigilar, controlar y reprimir a las ONGs es en realidad la tapadera legal para arremeter con la autoorganización consejista y soviética del pueblo trabajador.
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En octubre de 2005 se conocieron algunos datos sobre la composición social en Rusia. Cerca del 60 por ciento de la población adulta vive en al pobreza, la mayoría en el campo. Los ingresos de la clase más baja no exceden los 110 dólares mensuales. En verano de 2005 el salario medio de la amplia masa de la población era de 8.655 rublos, unos 303 dólares. Por encima estaría la nueva «clase media» que supondría el 25 por ciento de la población con unos ingresos de algo más de 20 mil rublos. Por último, la clase alta que supone el 0,4 por ciento de la población.
10. CHINA POPULAR
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Si la implosión de lo que fue el «socialismo realmente inexistente» está empezando a ser contestada por la clase trabajadora dentro mismo de lo que fue la URSS, otro tanto está sucediendo en el proceso de introducción «controlada» del capitalismo dentro de la República Popular de China, introducción que tiende a descontrolarse y a volverse dominante en la medida en que crece y aumenta la autonomía de una nueva burguesía en la sociedad china, pero también dentro del PCCH.
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Antes de seguir hay que hacer una breve aclaración sobre las similitudes y diferencias entre la degeneración de la URSS y el proceso de introducción del «socialismo de mercado» en China Popular. En la URSS la clase obrera, si bien era cuantitativamente muy inferior a la clase campesina, fue la fuerza cualitativa que hizo la revolución, la sostuvo bien que mal hasta mitad de la década de 1920, consiguió resistir mal que bien hasta finales de esa década pero se agotó definitivamente como fuerza directriz a comienzos de 1930. El auge, mantenimiento, debilitamiento y destrucción del bolchevismo fue simultáneo a esta evolución objetiva, expuesta a grandes rasgos.
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En China la clase trabajadora fue exterminada como fuerza consciente y revolucionaria en las masacres atroces de 1925-1927, quedando una amalgama de asalariados que apenas formaban una muy débil «clase en sí» pero en modo alguno una «clase para sí». Esta diferencia con respecto a la URSS determinó que el campesinado chino no pudiera resistir tanto como el proletariado soviético el casi inmediato proceso de burocratización del PCCH. Las primeras medidas socioeconómicas chinas en 1949 no eran nada radicales, pero un conjunto de factores internos e internos exigieron su progresiva nacionalización bajo el férreo control del partido burocratizado que frenó toda autoorganización de las masas.
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Para la mitad de esa década era irresoluble el choque entre la fracción que dirigía la economía nacionalizada y la que quería avanzar en la privatización en sectores enteros. Algo parecido había ocurrido en la URSS tras la muerte de Stalin y la subida al poder de Kruchev, tendencia que fue abortada por la fracción de Bresnev. En China Popular, la fracción dirigida por Mao lanzó en 1966 la «revolución cultural» para derrotar a la «reformista» de Liu, aunque ganó Mao la «revolución cultural» fue desastrosa económicamente, con la paradoja de reforzar la fracción privatizadora dentro del PCCH que fue recuperando el control interno antes incluso de morir Mao en 1975.
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Estaba aún caliente el cadáver de Mao cuando la fracción privatizadora tomó oficialmente el poder del partido empezando una lenta pero imparable marcha al «socialismo de mercado» o también al «socialismo con características chinas». Nada más comenzar la década de 1980 el PCCH tomó decisiones que luego serían copiadas parcialmente en la URSS de Gorbachov, pero sin la apertura de las tímidas libertades de prensa que éste permitió. Tres razones, aparte de otras más, explican por qué el PCCH ha resistido y no el PCUS: que la economía china no estaba tan debilitada como la rusa; que el PCCH supo integrar progresivamente a los capitales exteriores, casi todos ellos de origen chino al principio, y que China tiene una solidez nacional mucho más compacta que la que tenía la URSS a finales de 1980.
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Estos tres factores, y otros más como el del menor gasto armamentístico, explican que la transición al «socialismo de mercado» se esté convirtiendo aparentemente sin grandes tensiones sociales en una especie de «capitalismo del PCCH» que está redescubriendo el confucianismo, en el que el partido cumple un papel parecido al que cumplían las dinastías en la economía tributaria –que no feudal– china. Este papel parecido, que no idéntico, es sólo transicional porque más temprano que tarde la creciente burguesía china exigirá no sólo estar presente dentro del PCCH sino, sobre todo, tomar directamente el poder político de clase teniendo en cuenta que sólo un tercio de la economía sigue en manos del Estado, y es la más obsoleta.
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Sin embargo, ahora mismo la lucha de clases es ya innegable en China pese a los esfuerzos titánicos realizados para negarlo por la censura de prensa y por el sistema conceptual chino. Una lucha de clases de los campesinos contra la privatización de las tierras a manos de empresas burguesas, de los obreros contra la nueva burguesía china, contra las transnacionales capitalistas y contra la burocracia del Estado y del PCCH.
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Las estrechas relaciones cotidianas entre la nueva burguesía, la burocracia del partido y las transnacionales, este proceso de fusión es el que está en la base del crecimiento de un sector relativamente apreciable cada día más enriquecido. Según datos oficiales chinos, el 20% más rico de la población controla y consume el 47,5% del ingreso nacional. Aunque todavía no se ha llegado a la alta concentración y centralización de la propiedad privada típica del imperialismo, se avanza en ella. Mientras tanto, no existe ni Seguridad Social pública ni tampoco Sistema Público de pensiones y jubilaciones a nivel nacional ni estatal, sino sólo a nivel regional, dependientes de los poderes locales.
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Peor aún, exceptuando la represión mortal de Tiananmen de 1989, el PCCH siempre había evitado lanzar a la policía contra la clase trabajadora, buscando otros mecanismos de solución, o al menos así se dice; pero en diciembre de 2005 se oficializó la muerte policial de 4 campesinos en Dongzhon, aunque otras fuentes hablan de más de 10 muertos y 40 o 50 heridos, y poco antes, otras dos trabajadoras habían sido muertas, otros 24 heridos y muchos detenidos durante la huelga de la acería de Chongquin.
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China es un país todavía mayoritariamente agrario, con una clase campesina en rápido proceso de concienciación. La ley de liquidación de las Comunas Populares en 1992 fue un salto en la privatización de la tierra iniciado antes y reforzado después que ha supuesto, además de la aparición de un paro de más de 250 millones de campesinos que se dirigen a las ciudades, sobre todo un avance en la lucha campesina. Cifras oficiales hablan de que en 1993 hubo 8.700 protestas campesinas; 10.000 en 1994 con 730.000 participantes; 32.000 en 1999; 50.000 en 2002; 58.000 en 2003 con 3 millones de participantes, y 74.000 en 2004 con 3,8 millones de participantes. Hay que repetir que son datos oficiales.
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Aunque la razón de base de las luchas es la privatización de la tierra comunal, muchas de las formas concretas de la expropiación agudizan las respuestas campesinas porque están siendo realizadas en beneficio de la nueva burguesía y de las transnacionales extranjeras, con el apoyo in situ de nuevas mafias criminales que actúan como policías privadas, además de la represión estatal. La corrupción en el PCCH facilita y protege estas injusticias que son sólo una expresión más de las decisiones políticas de impulsar la entrada de productos agrarios extranjeros que se venden en las grandes cadenas transnacionales y que cuentan con subvenciones estatales de hasta el 80%. No sorprende entonces que empresas como McDonalds y otras hayan sufrido asaltos por campesinos enfurecidos.
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La aparición de un nuevo poder fáctico que defiende con bastante impunidad su creciente propiedad privada, está siendo contestado cada vez más por las masas campesinas. En diciembre de 2004 decenas de miles de personas se enfrentaron a la policía en Guangdong tras conocerse que aquella había matado a golpes a un campesino de 15 años acusado de robar una bicicleta. En junio de 2005 unas 10.000 personas asaltaran un supermercado en Chizou porque su propietario atropelló con su coche a una campesina ciclista. En octubre del mismo año, miles de campesinos de Chongqing quemaron decenas de coches oficiales y ocuparon la sede municipal después de un incidente de un trabajador con un funcionario.
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La lucha de clases aumenta en las ciudades industriales y zonas especiales. Oficialmente, la policía admitió que entre 1993 y 1999 las protestas urbanas pasaron de 8.700 a 32.000; y otro más reciente dice que entre 1994 y 2004 han subido de 10.000 a 74.000. Según otras fuentes policiales, casi 900.000 personas participaron en las 9.000 protestas sólo en la primavera de 2003. Dada la amplia población china, estos datos oficiales indican un porcentaje relativamente pequeño pero, de un lado, todo indica que las cifras reales son más amplias y, por otro, se trata de una tendencia al alza que puede terminar desbordando los sistemas de control social, vigilancia y represión.
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La represión sube porque cae el poder controlador de la FNTC, sindicato oficial con 134 millones de afiliados, ante el aumento del malestar social que ya está autoorganizándose en sindicatos alternativos. Según datos provenientes de estos colectivos en 1995 el Comité de Arbitraje Laboral trató 23.000 protestas, disputas y huelgas; en 1999 trató 120.000 y 200.000 en 2002. Pueden parecer cifras pequeñas en relación a los 1.300 millones de habitantes, pero aumentan a una velocidad creciente.
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Son las brutales condiciones de explotación las que explican este incremento: en ciertas empresas no estatales, en las de las zonas especiales en las que las transnacionales capitalistas tienen todos los derechos, llegar un minuto tarde al trabajo se castiga con una multa de 2 euros, casi el salario de una muy agotadora jornada de trabajo en las que la obligación de hacer horas extras puede culminar en 15 horas de trabajo al día sin apenas días de descanso al mes.
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En estas empresas «libres» y en otras controladas por el Estado, la disciplina laboral es muy dura, con los mejores sistemas de control a distancia, sin apenas derechos sindicales, o sin ellos, y generalmente en condiciones insalubres y sucias. Los sueldos son muy bajos. Semejante explotación, más los lazos internos entre la nueva burguesía, el partido y el mercado capitalista, explican que, por ejemplo, de los 150 euros que costaba en 2004 un par de zapatos chinos, solamente llegasen 45 céntimos de euro a manos del trabajador de 14 años de edad que los había fabricado en Zhongshan.
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Dentro del PCCH existen tendencias de izquierda que presionan para detener el ascenso de la nueva burguesía, pero muchas fueron muy golpeada en el XVI Congreso cuando se sustituyó al 40% del Comité Central. Aquel otoño de 2002 fortaleció el ascenso capitalista al ser admitidos en el PCCH grandes empresarios chinos. Pese a esto, existe una corriente –Nueva Izquierda– que propugna aumentar las inversiones sociales, el apoyo al campesinado, etc.; también que sabe que una gran parte de la oficialidad del Ejército Popular es contraria a las reformas.
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Hay que partir de estas tensiones internas, y de la conciencia de la gravedad que tienen las instancias del Partido, para comprender el significado de las reformas que periódicamente se ponen en marcha, pero también de sus reiterados fracasos. La agudización de las tensiones y la dificultad de las reformas que las frenen, sobre todo en el campo, están en las bases de las muy recientes decisiones gubernativas destinadas a mejorar la vida campesina.
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Pero la dinámica capitalista es fuerte y acelerada en las zonas especiales en donde los 140 millones de campesinos emigrantes son sobreexplotados. La riada emigrante ha seguido creciendo en casi todas partes porque faltan muchos millones aún de esos 250 millones expulsados de sus tierras desde 1992. Se está formando así un nuevo proletariado que, cada vez más unido a las masas ya urbanizadas, es desde principios de 2002 la fuerza decisiva en la tendencia a la autoorganización popular.
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Este proletariado, pese a su desunión e inexperiencia, está dando pasos en una lucha de clases espontánea que ya empieza a rendir sus primeros frutos en mejoras salariales y sociales en las zonas abiertas a la entrada capitalista, como Cantón, en donde el salario medio es de unos 70 euros al mes, la jornada laboral es de diez a catorce horas diarias sin cobro alguno por las frecuentes horas extras, y con malas condiciones de trabajo, sanidad, alimentación y alojamiento. La lucha obrera se ve facilitada por la práctica desaparición del paro y por el exceso de demanda de fuerza laboral por parte de las empresas.
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Ocurre que los campesinos de las zonas circundantes, que ya se empiezan a beneficiar de las reformas introducidas para mejorar su situación y que se están enterando de las duras condiciones de trabajo y poco salario acuden en menor cantidad que antes, mientras aumenta la demanda de productos a las fábricas. Muy recientemente, el PCCh ha tomado medidas para mejorar la situación campesina, lo que redundará en una disminución de la emigración a las ciudades y en un aumento de la fuerza de presión de los trabajadores urbanos.
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El PCCH, consciente de la gravedad del problema, también empezó ese mismo año a intentar paralizar o controlar esa dinámica, pero en muchos sitios sólo la represión o las concesiones pueden derrotarla: entre varios, este es el caso de la industriosa e importante zona especial centralizada por la ciudad de Shenzhen. Una angustiosa inquietud del PCCH y, sobre todo, de la nueva burguesía china es que la tendencia a la autoorganización urbano-industrial se fusione con la tendencia a la autoorganización en el campo y en las pequeñas ciudades que viven del campo.
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La lucha de clases interna en ascenso se relaciona cada vez más con la oleada mundial que estamos analizando. El uso de Internet por las izquierdas preocupa cada vez más al PCCH que está reprimiendo su uso democrático, a la vez que aumenta el control de las TNC. Uno de los objetivos es impedir el traspase de experiencia organizativas y el debate teórico-político con otras fuerzas revolucionarias. Hay que partir de aquí para comprender por qué la policía china ha reprimido con gran dureza las manifestaciones contra la OMC en Hong Kong, deteniendo a unas 1.300 personas.
11. ORIENTE
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El impacto del crecimiento chino es uno de los factores que están agudizando la conflictividad social en primer lugar en las zonas más cercanas, como en Taiwán. Veamos la experiencia de la lucha de los trabajadores taiwaneses de la Chunghwa Telecom decimoquinta empresa mundial en telecomuniciones, y que forma parte de las tenaces luchas obreras sostenidas en Asia desde la segunda mitad de la década de 1990, como las de las transnacionales surcoreanas de Daewo, Hyundai, y otras. Los 35.000 trabajadores de Chunghwa Telecom tenían un sindicato muy activo y militante, CTWU, pero a finales de 1999 la empresa inició un ataque administrativo y represivo contra él, persiguiendo a los miembros combativos, sobornando a los indecisos y facilitando el ascenso sindical de sus agentes infiltrados.
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En marzo de 2000 había sido expulsada la dirección anterior, siendo sustituida por una cercana a la empresa que de inmediato empezó a justificar el ataque empresarial. Pese a esto, en agosto de 2000 pararon un día 10.000 trabajadores, y el sindicato, salió en su defensa. Al día siguiente el sindicato dijo que ya había negociado con la patronal, y empezó a distanciarse de la lucha hasta traicionarla. Al cabo de un año, y como pago por sus servicios, el gobierno neoliberal taiwanés nombró asesor político al director del sindicato que había reventado la huelga de la Chunghwa Telecom.
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También en Australia los trabajadores se movilizaron contra la dura ofensiva del gobierno, movilizaciones que dieron un salto en noviembre de 2005 cuando, tras unas semanas de acciones, se realizó un masivo acto en Melbourne. Pese al éxito de la movilización el Consejo Australiano de Sindicatos afirmó que decenas de miles de trabajadores no se sumaron activamente por miedo a las represalias patronales, facilitadas por las medidas antisindicales decretadas por el gobierno Howard, y que, entre otras cosas, son las responsables del retroceso de la afiliación sindical arriba reseñada.
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Hay que destacar la sostenida lucha vertebradora realizada durante todo el proceso por los trabajadores de la construcción y por su sindicato CENFU, el sector de la clase trabajadora más afectado por el ataque burgués. Hasta ahora el CAS ha resistido todos los sobornos e intentos de ruptura lanzados por la burguesía, pero el problema más serio para la clase trabajadora es la ofensiva nacionalista-burguesa y racista puesta en marcha por el Estado y otros subpoderes capitalistas.
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De la misma forma que la lucha de la construcción australiana es potenciada por un sindicalismo consecuentes, también sucede lo mismo allí donde existen otros sindicatos combativos aunque no estén legalizados. Este es el caso, entre muchos, de la lucha de clases que se está librando en Turquía, en donde todavía en muchas zonas geográficas y ramas económicas está prohibida la sindicación independiente, como en la nueva zona industrial de Corlu, en la Tracia, en donde desde primavera de 2005 se mantiene una fuerte lucha exigiendo el derecho de sindicación.
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En Konya ha habido a finales de julio del mismo año una verdadera sublevación de los trabajadores de la empresa de aluminios Seydisehir, apoyados por familiares y vecinos de la zona, para impedir la entrada en la fábrica de los nuevos compradores que querían trasladarla de lugar. Por no extendernos, los trabajadores de Telekon están movilizándose en verano de 2005 para impedir la privatización y las subcontrataciones. En Turquía el grueso de los sindicatos aún no han sido corrompidos por la burguesía, y no es casual que una de las «recomendaciones» de la UE a Turquía es la de la «democracia sindical», es decir, la de integrar al movimiento obrero en el orden establecido.
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También es el caso de la lucha de clases en Irán, de la que disponemos de muy pocos datos por la asfixia informativa y por la represión de toda lucha social que desborde la ideología del régimen. La empresa de transportes públicos de Teherán, Vahed, con 17.000 trabajadores, está sosteniendo una heroica lucha en las peores condiciones represivas, contando con el apoyo de sectores estudiantiles y vecinales. La lucha empezó a endurecerse en mayo de 2005 cuando el Consejo Islámico del Trabajo prohibió la creación de un sindicato libre que defendía los derechos laborales y saláriales. Desde finales de enero de 2006, se ha dado un salto en represión y radicalidad.
12. RESUMEN EN TESIS
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La lucha de clases es una realidad cotidiana, su origen no es otro que la existencia objetiva de la explotación, el hecho de que la inmensa mayoría de la humanidad es explotada, oprimida y dominada para enriquecer a la pequeña minoría propietaria de las fuerzas productivas. Sintéticamente hablando, esa mayoría forma la clase proletaria, el Trabajo; y esa minoría, la clase burguesa, el Capital.
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La definición de clase social es dialéctica: el Trabajo y el Capital forman una unidad de contrarios antagónicos e irreconciliables, no existiendo uno sin el otro, se odian y luchan a muerte entre sí pero no pueden separarse sino a condición de que se acabe con la sociedad clasista, extinguiéndose ambos a la vez. Y es una realidad cambiante, móvil, nunca es estática, existiendo una complejidad social que debe estudiarse en cada lucha de clases concreta.
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Es la dialéctica de lo general y de lo particular, de lo abstracto y de lo concreto, que incluye un momento analítico de las luchas que nos descubre las realidades nacionales, políticas, culturales, inscritas en ellas, con sus fracciones de clase en cambio permanente, etc. También incluye a la vez un momento sintético que nos descubre las identidades de fondo de todas esas luchas, mostrándonos sus relaciones internas y enseñándonos las lecciones que se extraen de ellas.
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Apreciamos que en la actual fase capitalista mundial se tiende a la debilitación de la fracción industrial de la clase trabajadora, al aumento de las fracciones de trabajadores en el sector financiero y comercial, al aumento de la precarización -que en sí misma es esencial a la esclavitud asalariada- y de la subcontratación, así como a la asalarización privada de los trabajadores públicos, de los servicios sociales, de la esfera tecnocientífica y de la producción de mercancías culturales.
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Sobre todo se demuestra inequívocamente el aumento de la masa asalariada, es decir, de la clase trabajadora en su conjunto a escala mundial y el descenso de la clase burguesa pese al retroceso histórico hacia capitalismo ya concluido en la ex URSS y en inicio contradictorio en China Popular. La asalarización azota brutalmente a las mujeres y a las masas campesinas que viven aún en modos precapitalistas o que mantienen con sacrificios insoportables la propiedad de enanas parcelas muy poco productivas.
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A la vez, se asiste a una interrelación creciente entre la plusvalía relativa y la plusvalía absoluta, o sea, entre la explotación de la fuerza de trabajo mediante las tecnologías y su explotación mediante muchas horas de trabajo. La burguesía busca aumentar la explotación intensiva aumentando a la vez las horas de trabajo asalariado. Una de las razones de esta salvaje vuelta al capitalismo más feroz de sus orígenes se debe tanto a las dificultades crecientes para la acumulación, como a la decreciente productividad del trabajo debido al alto costro de las NTC como a las resistencias obreras y populares.
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A la vez, la reducción relativa del trabajo complejo y cualificado en relación al aumento del trabajo simple y descualificado a escala mundial, está haciendo que crezcan las masas precarizadas, subcontratadas, sobreexplotadas en el capitalismo sumergido, desregulado, mafioso, criminal -el Capital es el crimen- y devastador. Grosso modo, a cada revolución industrial capitalista le corresponde una nueva cualtificación del trabajo en las nuevas ramas creadas por la reciente tecnología, y una descualificación de las anteriores ramas que han pasado de ser las dominantes se han convertido en el nuevo trabajo simple.
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A la vez, estas transformaciones, que son inseparables de los resultados de las luchas de clases concretas, guardan interna relación con el auge del capital financiero y de su fracción de alto riesgo, con el capital financiero-industrial de altas tecnologías militares, tecnocientíficas y de la salud privatizada, así como del retroceso relativo del capital industrial que puede tener una cierta recuperación con el crecimiento asiático y sudamericano, y guarda relación con el aumento del capital comercial imprescindible para dar salida a la producción industrial.
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Sin embargo, a pesar de estos cambios que, en último análisis, son introducidos por el Capital para vencer al Trabajo en cada gran crisis social, a pesar de esto, es innegable el aumento de la asalarización en el mundo; el aumento de la masa humana que, para malvivir, debe vender lo único que tiene, su fuerza de trabajo, a cambio de un salario.
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También es verdad que, junto al aumento de la asalarización, se está reduciendo, concentrando y centralizando la propiedad privada en cada vez menos manos, en cada vez menos hombres, en círculos más pequeños y compactos de la gran burguesía imperialista.
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Por exigencias del método dialéctico, estos cambios deben ser estudiados en sus plasmaciones concretas en cada región grande del planeta, en la tríada imperialista, en los países llamados «emergentes» y en los empobrecidos.
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Frecuentemente la lucha de clases es sorda, latente, subterránea de las masas explotadas para obtener pequeñas ganancias, o venganzas contra el patrón, o resistirse a la explotación, a sus ritmos, exigencias y disciplinas, con formas lentas de trabajo, absentismo laboral, indiferencia, falta de colaboración, resistencia pasiva e incluso sabotajes que frenan los ritmos de trabajo y merman el beneficio patronal.
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En estos períodos es muy dañina la acción del sindicalismo reformista, que interviene sistemáticamente para que estas resistencias no crezcan y no se coordinen, y que muy frecuentemente juega el papel de agente de orden en las fábricas. Pero este sindicalismo por lo general actúa de acuerdo con los partidos reformistas, con su pleitesía parlamentaria, reforzando el frente interclasista en el interior de las fábricas.
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Tarde o temprano lo latente y sordo emerge a la superficie y se oye en la distancia porque se ha transformado en lucha abierta, pública y sin cuartel por nada menos que la conquista humana de la propiedad colectiva de las fuerzas de producción, es decir, son las revoluciones, y también las luchas revolucionarias de liberación nacional de los pueblos oprimidos.
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Y es precisamente en estos momentos críticos cuando el sindicalismo reformista pasa directamente y sin tapujos al lado de la patronal y de su gobierno, enfrentándose abiertamente a las fracciones más combativas de la clase trabajadora con todos los instrumentos a su alcance, instrumentos que la propia burguesía le ofrece más y más, empezando por el dinero, la aparición en la prensa y en la TV, las reuniones con otras fuerzas políticas, etc.
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Entre la lucha soterrada que se libra en todo momento, y los grandes y tormentosos procesos revolucionarios, entre estos dos extremos existe una inagotable gama de otros muchos niveles de luchas que no podemos resumir aquí, pero entre los que destacan por sus efectos brutales las contrarrevoluciones, los fascismos y golpes militares, las guerras imperialistas, interimperialistas y mundiales que también son a la fuerza guerras de clases.
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Es por esto que la lucha de clases es interna a la economía, forma parte de su evolución, no existe fuera de ella. Las resistencias obreras y populares minan el beneficio empresarial, el entero proceso de acumulación; y a la inversa, la búsqueda burguesa de máximo beneficio exige inevitablemente el endurecimiento de la explotación.
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La lucha de clases también es interna al pueblo, a la comunidad, a todas sus instituciones sociales, que son poderes de la clase dominante. Toda la vida social está condicionada por el choque permanente entre el Trabajo y el Capital, del mismo modo que la cultura, la lengua, las tradiciones, etc., tienen relaciones especiales con la lucha de clases de las generaciones anteriores. Todo ello hace que los diferentes proyectos de desarrollo futuro del pueblo expresen esas contradicciones internas.
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La relación interna de la lucha de clases con la evolución económica, con la vida cotidiana de los pueblos, con sus culturas, con el sistema patriarco-burgués, etc., no se comprende sin el papel decisivo del Estado capitalista, que no sólo monopoliza el uso de la violencia según una definición que la sociología ha copiado del marxismo, sino mediante otras muchas capacidades de intervención cotidiana, permanente y sistemática.
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La lucha de clases no es una linealidad mecánica y automática sino un proceso tendencial abierto en el que tiene cabida el azar y la contingencia provenientes de la rica complejidad de fuerzas sociales en choque. Cave por tanto la derrota y la victoria, y también la mutua destrucción de los bandos en lucha de manera que la sociedad entera se estanque o se precipite en el retroceso histórico.
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Existen fases u oleadas de lucha de clases que dependen de la dialéctica de las contradicciones irreconciliables. Pero las oleadas tampoco son férreamente cíclicas ni abarcan a todo el sistema capitalista, existiendo zonas que son menos activas o pasivas. La ley del desarrollo desigual y combinado explica estas diferencias.
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Estas fases son inseparables de las fases económicas, político-institucionales, culturales, etc., y aunque todas ellas mantienen entre sí una cierta autonomía de ritmos evolutivos difícil de apreciar en períodos cortos, en los períodos largos se ve nítidamente su interacción dentro de una totalidad contradictoria.
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Las fases económicas, en sí mismas partes de la lucha de clases y viceversa, también tienen su autonomía propia y, sobre todo, su relación con las innovaciones tecnocientíficas. Pero, a la postre, es la lucha de clases la que, desde el interior, presiona tanto en el inicio de la fase concreta como condiciona su final y la aparición de otra, siempre en medio de crisis sociales.
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En la actual fase podemos apreciar varias características «nuevas» que debemos investigar con especial atención: la irrupción de las mujeres; la irrupción de los pueblos; la irrupción de franjas de juventud trabajadora precarizadas al extremo; la irrupción de un internacionalismo más activo; la irrupción de formas autoorganizativas de las que las ONGs son sólo una expresión más; la irrupción de nuevos medios de expresión interactiva en base a Internet; el desprestigio creciente de la política institucional y parlamentarista, etc.
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Pero estos aspectos «nuevos» también están acompañados por otros negativos y peligrosos como son la tendencia al neofascismo, al endurecimiento del control social, de la vigilancia policial, de la represión preventiva, de la reducción de las libertades y de la democracia burguesas, de la movilización electoral de la derecha y extrema-derecha, etc.
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Las crisis sindicales son especialmente agudas cuando la lucha de clases avanza sobre y bajo los cambios en las formas de explotación y acumulación del capital, en sus fases históricas. Es en estos momentos cuando el movimiento obrero, mal que bien, va creando nuevos sindicatos alternativos como respuesta tanto a los ataques patronales como a la burocratización sindical dominante.
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Los nuevos sindicatos teorizan críticamente y se enfrentan a las nuevas realidades de la explotación, los cambios internos en la clase trabajadora, el aumento de la precarización, el descenso del sector industrial, la feminización del trabajo, etc. Recuperan formas organizativas olvidadas como la acción semiclandestina o alegal, las relaciones con la calle y el barrio, con los movimientos populares, etc. Y sobre todo buscan nuevas tácticas para arraigar en las nuevas fracciones trabajadoras jóvenes que carecen de experiencias sindical y que rechazan el viejo sindicalismo reformista.
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También aparecen o crecen nuevas organizaciones políticas de izquierdas que no existían o eran pequeñas y que se recuperan al calor de la nueva oleada de luchas, que ellas mismas impulsan. Se tiende así al reforzamiento de la dialéctica político-sindical de nuevo cuño dentro mismo de la clase trabajadora que también está en proceso de cambio interno.
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Una característica común a estos procesos es la tendencia a la reaparición del asambleismo, horizontalidad, democracia obrera y popular ejercida en el trabajo, barrios, escuelas, etc., estrechamente unidas a las formas de acción de los nuevos sindicatos, grupos y organizaciones políticas. La autoorganización es una tendencia fuerte en estos procesos que choca con el dirigismo burocrático de las viejas fuerzas sindicales y políticas. Llamémosles asambleas, consejos, soviets, comunas, o como se quiera, lo cierto es que reaparecen.
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Otra característica es que estos embriones de contrapoder, doble poder y, luego, poder popular, tienden a la vez a engarzarse en sus lugares inmediatos, en y con los colectivos y movimientos de barrios, escuelas, etc. Y luego, en forma de organización en red, tienden a abarcar toda la sociedad en crisis, planteando temas decisivos como la autogestión, autodeterminación y autodefensa.
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Otra característica decisiva es que se tiende a reivindicaciones inaceptables para el Capital: reducción drástica del tiempo de trabajo, control obrero de las fábricas, control popular de las instituciones, democracia directa, depuración de las fuerzas represivas, replanteamiento de los modelos de desarrollo, avances en derechos concretos de todo tipo, y, como síntesis, recuperación colectiva de fábricas, locales, infraestructuras, minando muy seriamente en la práctica el derecho burgués a su propiedad privada y a su derecho de transmisión por herencia.
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No podemos cometer el error de medir con el mismo rasero a estas luchas. Aquí como en todo, existe una dialéctica entre lo esencial y común y lo formal y específico a cada una de ellas. Dilucidar correctamente qué hay de común y de diferente en
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En el movimiento obrero y revolucionario periódicamente se ha debatido si las innovaciones espaciales, urbanísticas, productivas, represivas y de todo tipo realizadas por el sistema para vencer a las clases trabajadoras y reiniciar una nueva fase expansiva, eran o no insuperables por las masas oprimidas. Pero una y otra vez éstas han demostrado con su práctica que terminan superando las nuevas barreras.
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Esto mismo está sucediendo en la actual oleada de lucha de clases, en la que las masas están recurriendo cada vez más a la telefonía móvil, Internet, transporte más rápidos, etc., para superar las crecientes distancias entre el lugar de trabajo y el lugar de vida cotidiana, entre éste y el de compra y ocio programado, etc. Las masas están demostrando actualmente en esencia la misma capacidad de inventiva en otras fases anteriores.
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Quienes hace una década e incluso hace un lustro decían que el neoliberalismo había acabado definitivamente con la lucha de clases, y quienes auguraban que la implosión del socialismo realmente inexistente certificaba la muerte de la praxis revolucionaria, esos mismos ahora observan sobrecogidos la situación real de las luchas sociales.
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Grandes movilizaciones de masas aparecen en poco tiempo sin que, en apariencia, nadie sepa por qué se han concentrado en determinados sitios. En otros lugares, las fuerzas políticas dominantes pierden referéndum que creían ganados. En otros sitios, surgen sindicatos a la izquierda de los oficiales, y grupos políticos a la izquierda de los oficiales, y, a la vez, muchos datos indican que la política institucional está cada día más desprestigiada.
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También tenemos que hacer mención al surgimiento de los distintos Foros que desde hace varios años proliferan por el mundo. No hablamos sólo de los Foros Sociales, sino también de otros dedicados a temas más concretos sobre la emancipación de la mujer, sobre el agua, sobre las libertades, contra las torturas, etc. Semejante explosión de activismo muestra, al margen de lo que se pueda pensar, tanto la conciencia de mucha gente sobre la gravedad de los problemas como el desbordamiento de las instituciones representativas oficiales, incapaces e incluso contrarias a servir de cauce práctico a esas movilizaciones.
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Sin embargo, hay que advertir que la experiencia muestra que estos procesos son generalmente cortos, un intenso y bello fulgor que se apaga rápido si no se han desarrollado en su seno, con antelación, fuerzas revolucionarias que ayuden decisivamente a su vertebración interna. La burguesía conoce esta debilidad e incrementa las medidas de todo tipo para acelerar su descomposición, división y derrota política.
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Se demuestra así la vigencia de la dialéctica entre las contradicciones objetivas y el factor subjetivo organizado política y sindicalmente, o si se quiere, la dialéctica entre espontaneismo y organización. Hablamos de dialéctica porque ni existe espontaneismo puro ni tampoco pura organización: ambos polos interactúan en una compleja práctica social que pasa inadvertida hasta que irrumpe con fuerza en la vida pública.
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Las tendencias vistas dependen, obviamente, de las situaciones concretas en las que se libra cada lucha de clases particular, muy especialmente de su naturaleza nacional y/o estatal en el sentido fuerte y decisorio ya se trate de una clase trabajadora oprimida nacionalmente o, al contrario, sea una clase que ayuda a «su» burguesía a oprimir a otros pueblos, obteniendo así una pequeña ganancia material y una gran ganancia simbólica y nacionalista burguesa.
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En una realidad uniformada por la mundialización neoliberal, la identidad nacional del pueblo trabajador tiene extrema importancia porque explica las debilidades y las fuerzas de los bandos enfrentados. La historia social del pueblo, sus tradiciones propias -que no sólo las burguesas-, su memoria y conciencia militares, su predisposición ético-política para la autodefensa, su experiencia autoorganizativa para superar represiones y ataques, etc., reflejan las luchas del pasado e influyen en la presente y en la futura.
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No es casual que las revoluciones triunfantes, al margen de su suerte última, hayan sido luchas de liberación nacional o hayan practicado básicos derechos nacionales. No es casualidad el que una de las causas de las derrotas de las revoluciones sea siempre el abandono por las izquierdas de la problemática nacional y su cesión a la clase dominante para que la manipule, tergiverse en su provecho.
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No es casual que el racismo, la xenofobia, el chauvinismo, el nacionalismo -no el independentismo socialista-, vayan frecuentemente unidos a fuerzas reaccionarias, machistas, brutales, autoritarias, sado-masoquistas, fóbico-obsesivas, etc. No es casualidad que las burguesías hayan siempre azuzado estos componentes frecuentemente irracionales, pero también muy lúcidos y conscientes en otros casos, entre sus propio pueblo trabajador para enfrentarlo a los otros, también a los emigrantes.
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Siempre ha habido migración de fuerza de trabajo, pero el capitalismo la está llevando al extremo creando así nuevas problemáticas nacionales dentro mismo de las llamadas «sociedades ricas», desconocidas hasta hace poco tiempo, creando nuevas situaciones de opresión que influyen cada vez más en la lucha de clases tradicional, la existente a lo largo del período Taylor-fordista, keynesiano y del obrero-masa.
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Las revueltas y motines juveniles y de masas trabajadoras nacionalmente oprimidas que cada vez más surgen en el capitalismo central muestran la compleja interacción de antiguos sentimientos nacionales con nuevas aportaciones, todo ello dentro de la olla a presión que es el malvivir precarizado de la juventud proletaria. Si bien podemos rastrear situaciones parecidas en la Inglaterra de la mitad del siglo XIX, en la Alemania de finales del XIX, en la de EEUU durante todo el tiempo, en la italiana durante la industrialización del norte, y en el propio Estado francés entre 1968/1973 y de nuevos desde 1995 hasta ahora mismo, etc., sin embargo, desde comienzos del siglo XXI hemos entrado en una fase nueva.
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Estos estallidos, y la opresión interna que los sostiene, son también formas de lucha de clases. Solamente la ceguera dogmática cree que sus participantes son «salvajes nihilistas», «gamberros», etc. Al contrario, si buceamos en su interior vemos que la dialéctica entre espontaneismo y organización empieza a actuar elaborando argumentos teóricos y no sólo vagas reivindicaciones.
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La actual oleada de lucha de clases puede ser derrotada, desde luego, pero aunque corra esta suerte, pese a ello, dejará lecciones para el futuro y habrá aumentado la autoconfianza de las clases trabajadoras. Ninguna lucha deja de producir efectos positivos, por pequeños que sean. Solamente las que no se inician nunca terminan introducen la pasividad y el derrotismo en las clases, pueblos y mujeres.
13. TRES PROPUESTAS A DEBATE
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La lucha de clases a comienzos del siglo XXI se enfrenta a una burguesía mundial encolerizada y enfurecida porque tras más de dos décadas de ofensiva antiobrera y pese a las enormes ganancias de algunas ramas productivas, empero, las resistencias obreras están impidiendo que la tasa media de beneficios sea todo lo alta que requiere la acumulación ampliada de capital. Desde la concepción de la totalidad concreta, la lucha del Trabajo hace parte del conjunto de factores socioeconómicos, ambientales, políticos, culturales, etc., que, ralentizan el ciclo del capital, dificultan la realización del beneficio y entorpecen su acumulación ampliada. Esta es la razón por la que la burguesía mundial como unidad de clase está lanzando programas cada vez más duros y devastadores. Las ramitas de la democracia burguesa autoritaria, allí donde aún existe, no deben hacernos perder de vista el bosque de reaccionarismo, militarismo e imperialismo. Por esto, todo indica que las luchas de clases serán cada vez más ásperas y duras.
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En ese sentido, entendemos que la izquierda revolucionaria debe de fortalecer el espíritu de lucha y confrontación en las movilizaciones internacionales contra las principales cumbres del Capital como son las reuniones de la OMC, del FMI, del G-8 o de Davos, entre otros.
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La lucha de clases a comienzos del siglo XXI está planteando la necesidad de la reconstrucción de la unidad de clase del Trabajo que supere las mil y una diferenciaciones que introduce el Capital. El avance de la «clase en sí», troceada, dividida e individualizada, explotada en la invisibilidad de la economía sumergida, sometida a la precarización, etc., a la «clase para sí», este avance imprescindible requiere de la conciencia política. La lucha de clases del pasado siglo XX ha demostrado que sin conciencia política no existe «clase para sí». Por tanto, la tarea del movimiento revolucionario es, antes que nada, descubrir la esencia político-económica de la ofensiva del Capital y criticarla dentro de las masas trabajadoras, no desde fuera, sino en el mismo aliento vital de las luchas prácticas.
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Por todo ello, consideramos que uno de los principales objetivos de la clase trabajadora debe de ser la superación de la actual deriva reformista, pactista y asistencialista del movimiento sindical oficial. Solamente un sindicalismo socio-político combativo puede devolver a la clase trabajadora, en cuanto mayoría social abrumadora, su papel fundamental en la transformación que requiere los avances del Capital. Apostamos por la creación de un espacio sindical internacional que haga frente a la ofensiva del Capital.
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La lucha de clases a comienzos del siglo XXI está recuperando formas y reivindicaciones clásicas e históricas del movimiento obrero desde sus orígenes pero en las condiciones actuales. La defensa del salario directo, social e indirecto, de las prestaciones públicas, etc., son sólo una parte de este amplio movimiento. Cuando las luchas avanzan se pasa a las ocupaciones de fábricas, oficinas, escuelas, centros cívicos, etc., como primer paso en una tendencia que tal vez avance hacia la recuperación de establecimientos y locales, mientras que late la reivindicación del control obrero, de la democracia directa, de la participación en la vida política con objetivos que desbordan los diques del sistema dominante. Ante esto, la burguesía militariza sus fuerzas policiales, endurece el control social, amplía la represión judicial, reduce los derechos de defensa… Los choques entre estas dos dinámicas explican el aumento de los cargas policiales, de las represiones selectivas y preventivas, de las cárceles. Sólo la conciencia teórico-política permite comprender y explicar esta realidad. Por tanto, la necesidad de una teoría revolucionaria está más viva que nunca antes.
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En ese sentido, consideramos que los Foros Sociales nacionales einternacionales, y en general todas las formas de encuentro y debate, son espacios de lucha en los que el movimiento obrero debe de participar de modo activo y con protagonismo especial, uniendo en ellos su lucha sindical y socio-política a las otras expresiones de la lucha de clases en el siglo XXI como son la lucha por otro modelo de desarrollo ecológico, la lucha por la paridad de género, la lucha por soberanía alimentaria, la lucha contra la guerra y la violación de los DDHH, la lucha por la diversidad lingüística y cultural, la lucha por la autodeterminación de los Pueblos… En definitiva, consideramos que los Foros Sociales nacionales e internacionales deben de ser el punto de encuentro y coordinación de todos los movimientos políticos, sindicales y sociales que, desde cada uno de sus frentes, luchan globalmente por la democracia y el socialismo en el mundo. Ese es el espacio social más amplio y plural para el desarrollo de la conciencia teórico-política que trabaje por ese otro único mundo posible que es el socialista.
IÑAKI GIL DE SAN VICENTE
EUSKAL HERRIA
23 de abril de 2006