Traducido por Chelo Ramos
La ocupación de Iraq por USA ha hecho que la palabra imperialismo vuelva a formar parte del léxico de todos los días, después de una ausencia de más cinco décadas, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Las aventuras militares que USA emprendió desde entonces, especialmente en Corea, Vietnam y América Central, estaban disfrazadas de operaciones defensivas contra la propagación y la amenaza representada por el comunismo y todas sus manifestaciones diabólicas, es decir, la liberación nacional, la autodeterminación y la justicia económica y social.
La verdad, sin embargo, es que el imperialismo ha permanecido tan constante y presente como los cambios de estaciones. Lo único que se ha modificado es su empaque, que podría describirse, parafraseando a James Connolly, como vino viejo en botella nueva.
Las clases dirigentes de USA emergieron de la Segunda Guerra Mundial como los nuevos amos imperiales del mundo. Como tales, rápidamente se dieron cuenta de que la plétora de movimientos de liberación nacional que surgieron en todo el planeta después de la guerra, decididos a librarse del yugo del colonialismo, requerían métodos de control distintos de los que los poderes europeos habían utilizado hasta entonces.
El Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) fueron creados por una camarilla de financistas y banqueros internacionales (principalmente usamericanos y británicos, habiendo aceptado estos últimos su papel secundario en el nuevo orden mundial) en Bretton Woods, Nueva Hampshire, en 1944, con el fin de reconstruir Europa y estabilizar los mercados financieros mundiales después del desastre de la Segunda Guerra Mundial. En consonancia con esos objetivos, era necesario disciplinar y controlar las antiguas colonias del Tercer Mundo recién independizadas, que habían logrado su libertad gradualmente, pues poseían los recursos naturales y humanos necesarios para la expansión del nuevo imperio global.
Después de sufrir los estragos del colonialismo y de la dura lucha por la liberación, las economías de las naciones del continente africano, en particular, quedaron devastadas y moribundas, lo que puso a estas naciones a merced de las aves de rapiña disfrazadas de grandes bancos e instituciones financieras internacionales, que les prestaron enormes sumas de dinero a intereses leoninos, lo que hizo imposible que estas naciones pudiesen reconstruirse, desarrollarse y pagar los préstamos. Tenía que ser una cosa o la otra.
La crisis estalló a mediados de la década de 1980, cuando para evitar la depresión mundial que se veía venir debido a las deudas impagables de los países del Tercer Mundo, el BM y el FMI decidieron asumir las obligaciones que esos países tenían con los principales bancos privados como Barclays, Crédit Lyonnais, Chase Manhattan y otros, que estaban a las puertas de un colapso. Esto dio al BM y al FMI un enorme poder, al cual se han aferrado desde entonces.
Desde esa época, alrededor de 70 países han sido obligados a adoptar Programas de Ajuste Estructural (PAE) diseñados y desarrollados por el BM y el FMI. Estos programas tienen por objeto reestructurar las economías de las naciones que los adoptan para que puedan cumplir los pagos de las ayudas o los préstamos otorgados por el Primer Mundo, representado por el BM y el FMI. Para lograrlo, se imponen a sus ya acosadas economías severos programas de austeridad, lo que se traduce en reducción del muy necesario gasto público en los sectores sociales como salud, educación, transporte, agricultura y similares. Estos programas de austeridad preparan el terreno para que las corporaciones transnacionales, que siempre buscan reducir costos y tener acceso a fuentes de materias primas baratas, instalen sus fábricas en esos países, lo que lleva a sus habitantes, incluso a los niños en muchos casos, a cambiar el campo por las fábricas donde son obligados a trabajar por largas horas en condiciones terribles y por salarios de hambre.
De esta forma se matan dos pájaros de un tiro: se destruyen las economías agrarias del Tercer Mundo, que ahora deben importar sus alimentos del Primer Mundo, y se garantiza el flujo de riqueza a las corporaciones transnacionales del Primer Mundo y a sus inversionistas internacionales.
El de Nigeria es un caso típico. Actualmente, la esperanza de vida en este país rico en petróleo pero dependiente de la ayuda internacional, es de 47 años para los hombres y 52 para las mujeres. De una población de 120 millones, 89 millones viven con menos de un dólar al día, ello a pesar de que la región del Delta del Níger contiene grandes yacimientos de petróleo.
Un préstamo del FMI por 12 mil millones de dólares se ha transformado en una deuda eterna impagable de 27 mil millones de dólares.
El pueblo de Nigeria no ve un dólar de la riqueza producida por su petróleo, que fluye sin restricciones de su país a los bolsillos de un consorcio de compañías petroleras británicas, holandesas y usamericanas. Su existencia se reduce a una lucha diaria por la supervivencia.
Seis millones de niños menores de cinco años mueren diariamente en el Tercer Mundo a causa del hambre y de enfermedades curables. Este genocidio gradual contra los hijos de los pobres es el resultado del saqueo y el robo de los recursos humanos y naturales del Tercer Mundo perpetrados por el BM y el FMI en nombre de las clases dominantes del Primer Mundo. Es imperialismo con otro nombre. Imperialismo suave que llega disfrazado de ayuda, pero cuyo verdadero objetivo no se distingue del objetivo del imperialismo duro que vemos en Iraq con la ocupación militar.
Ambos se emprenden para alimentar el insaciable apetito de los poderes capitalistas del libre mercado.
Ambos significan miseria y muerte para millones.
Ambos constituyen una lacra que es enemiga del progreso humano.
John Wright vive en Edimburgo, Escocia. Su correo electrónico es [email protected]
Fuente: http://www.counterpunch.org/wright07052007.html
Chelo Ramos pertenece a los colectivos de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, la traductora y la fuente.