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Ediciones Dyskolo publica el poemario Campos de Castilla, de Antonio Machado

Machado en Soria: el río Duero, Leonor y los paisajes de Castilla

Fuentes: Rebelión

“Una luz nueva ha atravesado las tenebrosas ‘galerías’ apagadas, en las que sólo se vislumbraban formas espectrales y mentidas (…)”. De este modo señalaba el periodista y crítico literario, Bernardo G. de Candamo, el punto de inflexión entre dos poemarios de Antonio Machado (Sevilla 1875-Colliure 1939), en una reseña del 30 de junio de 1912 publicada en La Vanguardia; el crítico destacó el cambio de perspectiva entre Soledades, galerías y otros poemas (1907) –una poesía que consideraba irreflexiva, onírica y construida a partir de recuerdos vagos-; y por otra parte el libro Campos de Castilla (1912), con versos y cuadros que calificaba de castizos y admirables; por ejemplo en el poema A orillas del Duero: “Veía el horizonte cerrado por colinas/obscuras, coronadas de robles y de encinas;/desnudos peñascales, algún humilde prado (…)”. Y prosigue Machado: “El Duero cruza el corazón de roble/de Iberia y de Castilla”. El comentario del periodista elogia un romance novelesco inserto en el poemario, La tierra de Alvargonzález.

Ediciones Dyskolo publicó en febrero Campos de Castilla, una de las obras más conocidas del poeta republicano. El texto de Dyskolo comienza con la reproducción del prólogo de Machado al libro Páginas escogidas (Ed. Calleja, 1917). “Cinco años en la tierra de Soria, hoy para mí sagrada –allí me casé; allí perdí a mi esposa, a quien adoraba-, orientaron mis ojos y mi corazón hacia lo esencial castellano”, cuenta el autor, cuyas aficiones en la época eran leer y pasear; en parte Campos de Castilla responde también “al simple amor de la Naturaleza, que en mí supera infinitamente al del Arte”.

Formado en la Institución Libre de Enseñanza (ILE) -tuvo entre sus maestros a Giner de los Ríos-, Antonio Machado logró en 1907 la cátedra de Lengua francesa en Institutos de Enseñanza Secundaria, que ejerció durante un quinquenio en Soria. De los estudios en la ILE y la universidad conservó una “gran aversión” por lo académico, según una autobiografía de 1913 (Ed. Francisco Vega Díaz). En el texto biográfico Machado comenta, asimismo, que durante un tiempo fue inspirado por el simbolismo francés, entre cuyos precursores figuraba Baudelaire, pero después reaccionó contra esta influencia poética.

El especialista Geoffrey Ribbans destaca la heterogeneidad de Campos de Castilla, publicado por primera vez en 1912 por la editorial Renacimiento; vieron la luz 2.300 ejemplares, por los que el autor recibió 300 pesetas, apunta el catedrático e hispanista en la edición de Cátedra (1991). El poemario incluye los 712 versos de La tierra de Alvargonzález (es un extenso romance, explica Machado, que no procede de las gestas heroicas, “sino del pueblo que las compuso y de la tierra donde se cantaron; mis romances miran a lo elemental humano”); los 144 versos de Campos de Soria (“Es la tierra de Soria árida y fría./Por las colinas y las sierras calvas,/verdes pradillos, cerros cenicientos,/la primavera pasa (…)”; el ciclo dedicado a su esposa Leonor (“Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería”; “¿No ves, Leonor, los álamos del río/con sus ramajes yertos?”); los Elogios a Ortega y Gasset, Rubén Darío, Unamuno, Azorín y Juan Ramón Jiménez; los Proverbios y cantares; o las ocho parábolas.

La colección se inicia con el poema Retrato, publicado en 1908 por primera vez en el periódico El Liberal, recuerda el estudioso británico (“Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,/pero mi verso brota de manantial sereno;/y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,/soy, en el buen sentido de la palabra, bueno/”). Respecto a la versificación en Campos de Castilla, destaca el predomino de los versos alejandrinos (14 sílabas) y los octosílabos populares, “de tendencia narrativa (el romance) y lírica (el cantar); la primera forma produce ese efecto sereno, reposado, característico de Machado”.

El hispanista añade, sobre el punto de vista del poeta, que contempla el paisaje de una manera inmediata, transparente y casi infantil; en muchos casos Machado observa, describe e incluso enumera (“Una larga carretera/entre grises peñascales,/y alguna humilde pradera/donde pacen negros toros. Zarzas, malezas, jarales/”. Por otra parte, concluye Ribbans, “el afecto hacia Castilla no excluía desde el principio una actitud crítica frente a la realidad histórica del país, empobrecido, desculturizado, despoblado, embrutecido” (por ejemplo en el poema A orillas del Duero: “Castilla miserable, ayer dominadora,/envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora/”; o “La madre en otro tiempo fecunda en capitanes/madrastra es hoy apenas en humildes ganapanes/”).

En Ligero de equipaje: la vida de Antonio Machado (Aguilar, 2006), el historiador Ian Gibson subraya que Campos de Castilla tuvo ya en sus primeras ediciones un éxito de público, y también entre la crítica literaria: Machado era uno de los poetas más reconocidos de lo que Azorín denominó Generación del 98, agrega el hispanista irlandés (Unamuno valoró especialmente -en una reseña publicada en La Nación de Buenos Aires- el poema La tierra de Alvargonzález y los Proverbios y cantares). Gibson recuerda la cubierta “sobria” -en coherencia con el contenido-, con la que el poemario de 198 páginas fue editado en 1912: “Un paisaje con algunos pinos arraigados entre rocas, todo de un modesto color pardo, emblema de la adustez de la meseta”.

Además observa el contraste entre los primeros años del poeta (“mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,/y un huerto claro donde madura el limonero;/”) y la etapa soriana: “En estos campos de la tierra mía,/y extranjero en los campos de mi tierra/-yo tuve patria donde corre el Duero/por entre grises peñas,/y fantasmas de viejos encinares,/”. Constituye otro punto de interés el llamado ciclo de Leonor, según Ian Gibson “una aportación de primer orden a la poesía elegíaca española y europea”; y también llama la atención sobre los versos que Machado dedica al poeta Narciso Alonso Cortés: manifiestan la angustia por la acción devastadora del tiempo (“¡No mires: todo pasa; olvida: nada vuelve!”).  

Sobre otra cuestión central -el problema de España-, menciona la carta que el autor de Campos de Castilla remitió en 1912 a Juan Ramón Jiménez: “España no es el Ateneo, ni los pequeños círculos donde hay alguna juventud y alguna inquietud espiritual. Desde estos yermos se ve panorámicamente la barbarie española y aterra”.

También en el artículo “Entorno histórico de Antonio Machado” (Cuadernos Hispanoamericanos, 1975), el historiador Manuel Tuñón de Lara remarcó el trasfondo regeneracionista de algunos poemas: “¡Castilla  varonil, adusta tierra,!/Castilla del desdén contra la suerte,/Castilla del dolor y de la guerra/tierra inmortal, Castilla de la muerte!”; en otros versos de Campos de Castilla, sostenía el profesor de la Universidad de Pau, el paisaje castellano y su pobreza trascienden este límite territorial, de manera que –por elevación- definen a toda España.

Tuñón de Lara subrayaba la contraposición machadiana entre un país caduco, del pasado, que moría (encarnada en un hombre del casino provinciano “que no es de ayer ni de mañana, sino de nunca”, poema Del pasado efímero); y otra España naciente, cuya aspiración era brotar y representaba el porvenir. Esta idea aparece con nitidez en Proverbios y cantares: “Ya hay un español que quiere/vivir y a vivir empieza,/entre una España que muere/y otra España que bosteza”.

El autor de Antonio Machado, poeta del pueblo (Nova Terra, 1967) incluye en el citado artículo una radiografía de la ciudad donde residió el poeta desde 1907; Soria tenía en la época 7.000 habitantes (cerca de 150.000 la provincia), con un predominio de la pequeña y mediana explotación agraria, “algunos labradores ricos y la mayoría pobres y empobrecidos”; la vida apenas ofrecía cambios materiales ni avances en la técnica, y en la ciudad se pagaban salarios muy insuficientes (“un albañil no pasaba de cuatro pesetas al día y un peón de 1,50 pesetas, menos de la mitad de lo que se ganaba en Madrid en el mismo oficio”). La vida en Soria, remata Tuñón de Lara, estaba atravesada por otros dos factores: un fuerte individualismo y una conflictividad social muy escasa.