Cuando el presidente Obama declara: «Creo en el excepcionalismo americano con cada fibra de mi ser», oculta en su arrogancia que su país está al borde del caos; la razón, el maldito capitalismo que los oprime. Su opinión está acompañada por otras semejantes: «Tratamos de hacer lo mejor en todas partes» o «EEUU es la […]
Cuando el presidente Obama declara: «Creo en el excepcionalismo americano con cada fibra de mi ser», oculta en su arrogancia que su país está al borde del caos; la razón, el maldito capitalismo que los oprime. Su opinión está acompañada por otras semejantes: «Tratamos de hacer lo mejor en todas partes» o «EEUU es la fuerza más grande del mundo para la paz, la libertad, la democracia, la seguridad y la prosperidad» o que son «para el mundo el faro que guía la vida que debe ser» o «a diferencia de las grandes potencias de la antigüedad, no hemos tratado de dominar al mundo. No buscamos ocupar otras naciones. Todavía somos herederos de una lucha moral por la libertad».
Todas estas frases vacuas van acompañadas de intervenciones militares o de sanciones económicas que causan la muerte de millones de inocentes, como en Irak, aunque luego digan que esas muertes «fueron el precio que valió la pena pagar» para que se consolidasen los objetivos de la política exterior de EEUU.
Lo dicen a pesar de que algo huele mal en esa sociedad, una de las más desiguales del mundo, donde, según «Ocupar Wall Street», movimiento ferozmente reprimido, el 1% de la población posee más de 99% de la riqueza. Esta desigualdad, entre una elite, llamada ganadora, y el resto de la población, llamada perdedora, representa el fracaso económico de esa sociedad y conduce a su colapso final.
Al mismo tiempo que el Pentágono inventa pretextos para iniciar guerras y destruir países, al ciudadano común le falta educación, salud, vivienda e intenta escapar de la inseguridad económica mediante la drogadicción o el uso abusivo de medicamentos antidepresivos, con las trágicas consecuencias conocidas. No son pocos, son la mayoría de la población.
Todo este descalabro histórico en el país abanderado del capitalismo es hábilmente ocultado por los medios de comunicación masiva. Mientras los mismos que no se conmueven ante esta tragedia humana, claman por dar ayuda a las grandes empresas al borde de la bancarrota, argumentan contra cualquier transformación económica que busque la equidad social, maldicen al sindicalismo y a los revolucionarios y cantan ditirambos al neoliberalismo.
Por eso el escritor Sam Gerrans escribe con toda razón: «La sociedad estadounidense es una bomba a punto de explotar… Un sistema en colapso que camina hacia la autodestrucción», debido a su «débil sistema económico» y a la «decadencia moral». También: «La República de Estados Unidos fue usurpada por una mal llamada Democracia, una forma de mercantilizada y de satánica hipocresía». Y concluye que el excepcionalismo del que tanto se jactan «Es una creencia popular. Sin embargo ninguna creencia protegerá a EEUU de las duras leyes de la realidad», porque «está en peores condiciones que la Unión Soviética en sus últimos días». Indica que desde la creación del Sistema de Reserva Federal, FED, los principios fundamentales de EEUU empezaron a deteriorarse y que la deuda pública de ese país es el resultado de las políticas de la FED, que creó billones de dólares de la nada.
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