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Malthus y el hambre

Fuentes: Insurgente

Definitivamente, dista mucho de convencer el socorrido aserto de Malthus sobre la progresión geométrica de la población y la aritmética de los medios de subsistencia como causa del hambre. Millones de seres humanos mueren de inanición cada año en el mundo más que todo por la injusticia social y la exclusión política y económica, sobre […]

Definitivamente, dista mucho de convencer el socorrido aserto de Malthus sobre la progresión geométrica de la población y la aritmética de los medios de subsistencia como causa del hambre. Millones de seres humanos mueren de inanición cada año en el mundo más que todo por la injusticia social y la exclusión política y económica, sobre las que alertan numerosas organizaciones gubernamentales, citadas por los más serios analistas.

Analistas y organizaciones que, aunque aclaran no la entorpecerán, disienten del leitmotiv de la gigantesca campaña lanzada con miras al 2007 por la FAO, «Invertir en la agricultura para lograr la seguridad alimentaria», por entender que el problema no reside en un déficit de producción, sino en la asimetría en el acceso a esta.

Personalidades como Theo Oberhuber, coordinadora general de Ecologistas en Acción, deploran un hecho evidente: «Gran parte de los alimentos, tanto agrícolas como procedentes de mares y ríos, se dedican a alimentar ganado cuya carne y subproductos se consumen mayoritariamente en los países del Norte». (Ello, sin contar el uso de cereales en la fabricación de carburantes como el etanol.)

Ahora, tan importante como la primera, quizás más esencial, es una razón explicitada por Olivier Longué, director general del capítulo español del grupo Acción contra el Hambre: «La injusticia social lleva a que en muchos países la mayoría de la población carezca de medios para comprar alimentos, aunque sean los de menor calidad». Y aquí enseña la oreja peluda y la zarpa el convidado de piedra. El neoliberalismo campante y rampante, polarizador en sumo grado. Recordemos que, mientras los más entre los habitantes de Malawi, por ejemplo, se nutren básicamente de maíz, algo que influye con fuerza en que las lugareñas tengan una esperanza de vida de solo 41 años, la ubérrima Noruega, con una «alimentación más equilibrada, abundante y saludable», alcanza 77 años en el mismo indicador.

Como ya nos adentramos en el sendero de las cifras, anotemos que cada cuatro segundos muere en el mundo una persona por una enfermedad relacionada con el hambre, y que, de los casi mil millones que la padecen, siete de cada diez son mujeres y niños. Según un informe de la entidad citada en el párrafo precedente, el fenómeno se erige en el responsable de la mitad de los fallecimientos de menores de cinco años, y deja sumido a los sobrevivientes en las más crónicas discapacidades.

Si en 1996 la cantidad de quienes sufrían los retortijones del estómago in albis en todo el planeta ascendía a 800 millones, una década más tarde, a pesar de buenas intenciones y campañas, sumaban 854 millones, proporción que hace sonar a utopía monda y lironda aquel segmento del informe de la FAO que llama a reducir el fenómeno a la mitad antes de 2015. Sí, a declararse escéptico con respecto a las probabilidades de alcanzar el objetivo con medidas tales como el incremento de la productividad de la pequeña agricultura, la creación de condiciones adecuadas para que arribe inversión a los países pobres -sitios hay declarados en su momento fuera del itinerario del capital internacional, como África, que hoy se incluye en él, sesgadamente, gracias al descubrimiento de imponderables reservas petrolíferas-, y el que estas naciones, por consiguiente, se beneficien del comercio planetario y del incremento de la ayuda al desarrollo al 0,7 por ciento del producto interno bruto de las desarrolladas.

Habló bien el ex secretario general de la ONU, Kofi Annan, cuando, el Día Mundial de la Alimentación (16 de octubre), afirmó que la Tierra cuenta con los recursos y el conocimiento para eliminar el hambre. Y habló mejor al referir que «lo que necesitamos es voluntad política y determinación». Solo que, como la voluntad política y la determinación responden, en última instancia, a la reproducción de la base económica -si bien los gobernantes se empeñan en ocultarlo-, todo ser consciente debería cerrar filas en el empeño de arrancar del extendido neoliberalismo, del imperialismo a toda vela, aunque sea soluciones parciales al problema del hambre. (Eso del 0,7 por ciento del PIB no vendría nada mal).

Parciales porque únicamente la desaparición de las condiciones económicas y sociales de la iniquidad, con la del modo de producción que las crea y re-crea, barrería con un flagelo que no cesa, y que se dispara… Entonces Marx, que no Malthus, ¿no?