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Un desempleado

Manifiesto del desempleado

Fuentes: Rebelión

Porque no somos una cifra. Porque nadie lo es. Porque no somos el porcentaje que sirve al político de arma electoral. Porque somos ya el fracaso de toda política. Porque nada depende de nosotros. Porque nuestra dependencia es absoluta. Porque nadie nos necesita. Porque nadie nos utiliza. Porque somos ya los necesitados, los inútiles, los […]

Porque no somos una cifra. Porque nadie lo es. Porque no somos el porcentaje que sirve al político de arma electoral. Porque somos ya el fracaso de toda política. Porque nada depende de nosotros. Porque nuestra dependencia es absoluta. Porque nadie nos necesita. Porque nadie nos utiliza. Porque somos ya los necesitados, los inútiles, los que no se consiguen vender. Porque nuestro tiempo se hace estúpido a fuerza de no tener valor. Porque se agota el valor en la derrota diaria. Porque somos ya, antes de cada partida, los derrotados. Porque nadie en el fondo sabe si existimos. Porque somos la ignorancia más necesaria. Porque nadie en el fondo sabe si comemos, ni qué o de qué. Porque hemos dejado de comer. Porque ya nadie nos come. Porque nadie nos considera aquí cuando preguntan qué haces y respondemos nada, busco un empleo. Porque ya no estamos en ninguna parte. Somos los fuera de horario, los fuera de sitio y los fuera de reparto.

Porque, no obstante, seguimos aquí: piedra en el zapato del político, pesadilla del empleado, cloaca de la patronal. Ausentes a fuerza de tanta hipócrita atención. Silenciosos en nuestra insufrible menesterosidad. Pero aquí, tú sombra o tú propio fantasma. Retornando al ritmo de cada ciclo económico, de cada final de contrato, de cada ajuste de recursos.

Porque no podemos olvidarnos más. Porque debemos aprovechar este momento «sin precedentes» para revelar nuestra inexistencia, nuestra inoperancia, nuestra disfunción, para rebelarnos.

Porque no queremos un empleo. Porque nadie quiere un empleo. Porque nadie tiene un empleo. Porque todos fuimos empleados y tal vez volvamos a serlo. Del mismo modo que tú, empleado, me temes tanto como yo te deseo, o te deseaba. Porque volverán a desemplearte. Porque somos las dos caras del mismo recurso inhumano. Y porque, en definitiva, ni tú ni yo lanzamos nuestra moneda.

Porque no queremos que nos orienten. Porque no necesitamos orientación. Porque estamos hartos de burócratas de medio pelo rentando nuestra disfunción. Hartos de formadores desinformados y de cursos para profesionales de la desocupación. Porque somos un mal necesario, nos sobran tantos posibilistas y tantos oportunistas bienhechores.

Porque sabemos que no tenemos remedio. Porque somos la medicina secreta de esta enfermedad general. Y, sobre todo, porque somos parte de esa pequeña verdad diaria que sostiene tanta mentira general, queremos dejar constancia de lo siguiente:

– Queremos el fin de toda complicidad con el mercado del trabajo. Sólo una ética de la desempleabilidad es capaz de frenar la inercia cómplice en la que nos embarcan las políticas laborales.

– Una ética que se cimienta en el compromiso unánime, de todos y todas los des-empleados, en la lucha por el pleno desempleo.

– Dicho objetivo, lejos de ninguna quimera, se basa en la radical inversión del objetivo político del pleno empleo: verdadera quimera ideológica de nuestras socialdemocracias.

– Porque no hay mejor fianza del derecho que la vigilancia y el tesón que puede aportarle la lúcida actitud ética de sus beneficiarios. Consideramos que el derecho al trabajo (art.23 de la Declaración Universal de los derechos Humanos) necesita de esta ética del desempleo o de la desempleabilidad, como genuino lazo común de unión, de esfuerzo y de lucha por su real consecución.

– Una ética que se concreta en lo siguiente:

1- El imperativo de no claudicar de nuestros valores, de nuestros intereses personales, de nuestra capacidad crítica etc. cada vez que se nos reincorpora a la población activa. La obligación de no perder nuestro rostro desempleado tras la forzada máscara empresarial.

2-El imperativo de no hacer gala, ni ostentación, ni lectura alguna de éxito tras la consecución de un empleo. O bien, tras el logro de alguna ventaja o mérito laboral, ascensión o subida salarial. Nosotros seguimos siendo siempre, porque fuimos y volveremos a ser, el derrotado en el proceso de selección, el olvidado por el jefe, el inhábil, el torpe, el que ahora ya no rinde, el que no sabe, el que no sirve etc.

3-La resistencia a cualquier tipo de mediación sindical. La desempleabilidad se construye desde el desempleo, por desempleados y para el pleno desempleo. La acción sindical comulga con el catecismo de la productividad y la empleabilidad. Es más, vive, y muy bien, a costa de ello.

Una sociedad que necesita una bolsa permanente de inactivos jamás hará digna ninguna actividad. La desempleabilidad, por el contrario, aboga por la redefinición, la resignificación y lo que es más importante, por la autoafirmación de todos aquellos que, ahora mismo, en el preciso momento de expresión de este manifiesto, no tienen a nadie que tenga nada que hacer con ellos. Nuestro objetivo es convertir esta ruina en un motor de transformación moral. No se trata de ninguna receta de autoayuda. Se trata de sacudirnos, de una vez, toda la miseria y mezquindad de nuestros empleadores. En ese preciso momento en que nuestra complicidad con ellos debería, por el contrario, según la ética empleabilista, agudizarse.

Elegir el desempleo cuando más necesitados estamos de escapar de él, cuando ya nuestra vida se hizo caos, rutina de búsqueda enfermiza. Cuando somos un currículum, una lista, una llamada, una oferta cada vez menos sugerente, menos ajustada a nuestro perfil. Porque ya todo y nada, y nadie vale, y a nadie importa nuestro perfil, hecho de ilusiones frustradas. Cuando los días pasan y vuelven sin diferencia al mismo punto: al infierno virtual de la empleabilidad ¿A quién preocupa esto de verdad? ¿Quién va a devolvernos todo este tiempo? ¿Quién sostiene esta ingente angustia diaria? Sólo nosotros, los desempleados. Sólo nosotros podemos ser la sede de nuestra esperanza: Ahítos como estamos de desesperación.

Porque nadie es digno de nuestra situación, y, sin embargo, se quiere vestir de normalidad. Porque somos lo inhabitable, la intemperie, el más crudo exterior ¿sabemos lo que es poner el despertador cada noche para no llegar tarde a ningún sitio? ¿Salir a la calle a hacer nada y a buscarlo todo? ¿Volver a casa sin tener nada y continuar perdiendo y perdiéndonos? ¿Tener tiempo para todo, para todos, cuando ya nadie nos lo compra? Pero ¿quién tiene casa, comida, ropa o despertador si ya ha dejado de producir? ¿O hasta cuándo?

Pues hasta aquí. Hasta ahora que rompemos la imagen invertida del bienestar en el que se miran nuestras mayorías. Ahora que queremos y abogamos por la universal desempleabilidad. Por la infinita riqueza que anida en el resto inaprovechable de todas las plusvalías que somos, que son y que serán. Un último gesto, cínico, si se quiere, pero que de una vez hiera en el verdadero cinismo vigente.

Porque nadie nos necesita decimos que no les necesitamos. Porque no somos sus empleos. Porque nuestra dignidad empieza donde aquellos terminan ¿o alguien piensa lo contrario? ¿y por qué envidiamos entonces al ocioso rentista, al aristócrata, al funcionario, al atracador de bancos, a la infinita pléyade de nuestros superiores, encargados, adjuntos etc. a todos los que, en definitiva, como en su día escribieran Marx y Engels, de verdad ganan porque no trabajan? Y si no los envidiamos, una de dos, o acaso la ética del desempleo ya ha hecho mella en nosotros, lo cual es de celebrar, o padecemos un masoquismo a la altura de la barbarie que habitamos.

La desempleabilidad clama por la destitución de toda competitividad en materia de empleo. Por la afirmación de todo lo que nos niegan. Por el currículum de la miseria y de la escasez, pero también de la gratuidad y de la alegría. Porque queremos trabajar y comer, pero nada más. Ni una sola cosa más de vosotros, los empleadores.

La desempleabilidad quiere disolver hasta la más mínima complicidad con el orden de sus cosas. No quiere morder la mano que le da de comer. Quiere dejar de comer de su mano. No queremos vuestros departamentos de selección, ni a vuestros ejércitos de psicólogos mercenarios. Quiere una ley que prohíba este ejercicio.

La desempleabilidad quiere la supresión del gasto de un sólo céntimo público en política de empleo que no se traduzca en trabajo real.

La ética del desempleo quiere la desaparición inminente de las ETTs: terroríficas y terroristas agencias de precarización de nuestra ya imposible existencia social.

Porque la lucha no puede ser más contra el desempleo, por parte de los empleadores y sus secuaces y sus rentistas advenedizos de todo color. Sino desde nosotros, los desempleados, y desde el desempleo, como ese no-lugar social que todos temen, a todos conmueve, pero que nadie habita, contra toda su inmundicia ideológica. Quien nos ha robado el pan no nos puede también robar la palabra. Y la nuestra es unánime:

-Sólo el pleno desempleo es lo deseable.

-Sólo una situación donde cese este régimen selvático de lucha por la vida laboral hará posible la dignificación de todo trabajo, de toda actividad.

-Porque el pleno empleo, hasta como fantasía ideológica que es, se levantaría necesariamente sobre nosotros: los desempleados. Todos somos en parte ya lo que más tememos, y acaso nunca seamos del todo lo que más deseamos. Pero es que nunca deseamos un empleo para gozar de una vida afín a la del empleador. Pero es que ya dejamos de temer nuestra condición desempleado. Porque es lo que somos, lo único que nos sostiene, y el único lugar que por no tener ya nada que guardar puede ofrecer a todos, empleados y des-empleados, una guarida.

-Sólo la solidaridad en la común desempleabilidad puede afianzar lazos de convivencia genuina. Lo demás lo conocemos de sobra: corporativismo y verticalismo sobre una inmensa base anónima y grisácea. La misma masa que comparte sala de espera, miradas de sospecha y montaña de curriculum en cada proceso de selección. Insistimos: no queremos su empleo, pero sobre todo, no queremos tu mal. Por ello, esta es la única ética que podemos permitirnos ¿acaso la única posible?

Amigo desempleado, tienes aquí una invitación a no desfallecer. Porque somos muchos, cientos, miles, millones, cada vez más, como tú. Y será cuestión de tiempo que muchos otros, empleados y desempleados, despierten. Porque no cabemos todos en ese paraíso.

Porque no hay tal paraíso. Para que cuando nos vuelvan a necesitar, cuando nos vuelvan a emplear, algo ya haya cambiado. No nos olvidemos. Desempleadas y desempleados ¡Unámonos!