Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
«Pisos», Tammam Azzam, 2014.
«Los muertos, los torturados, los ejecutados…; no, ni las rehabilitaciones póstumas, ni los funerales nacionales, ni los discursos oficiales pueden derrotarles. Ellos no son la clase de fantasmas de los que uno pueda librarse con una frase mecánica.»
Los fantasmas de Césaire
El 24 de marzo de 1956, Aimé Césaire escribió esas palabras en los párrafos iniciales de su carta de renuncia a Maurice Thorez, secretario general del Partido Comunista Francés. Césaire arremete contra el Partido por su renuencia a condenar a Stalin, a desestalinizar sus propias prácticas y por endosar las políticas del gobierno francés en su colonia argelina. «En cualquier caso», escribe, «está claro que nuestra lucha -la lucha de los pueblos colonizados contra el colonialismo, la lucha de los pueblos de color contra el racismo- es más compleja, o mejor aún, de una naturaleza completamente diferente de la lucha del trabajador francés contra el capitalismo francés, y no puede en forma alguna considerarse como una parte o un fragmento de esa lucha». Césaire diagnosticaba su presente como caracterizado por un doble fracaso: primero, el fracaso evidente del capitalismo, y segundo, «el terrible fracaso de lo que durante mucho tiempo tomamos por socialismo cuando no era sino estalinismo».
La carta de Césaire plantea cuestiones fundamentales para la Izquierda que, en estos momentos, continúan siendo importantes. Hay una larga historia en la tradición izquierdista de justificar las atrocidades perpetradas por el propio campo en nombre del necesario precio a pagar por X -sustituyan esa X con progreso, con preservar la revolución, con la lucha antiimperialista, etc.- o, al menos, de hacer la vista gorda ante las mismas. Césaire llama también la atención sobre otra relación política y teórica llena de tensión que vinculó a los izquierdistas metropolitanos con los militantes anticoloniales en las periferias. La carta de Césaire declara un doble fracaso y aboga por un doble divorcio, tanto de la justificación de los crímenes estalinistas cometidos en nombre del socialismo como de la subordinación de las luchas anticoloniales a la lucha de clases en la Metrópoli.
Las contradicciones producidas por ese mundo de Guerra Fría se dividieron en un campo capitalista y uno socialista, por lo que puede parecer que el norte colonial y el sur colonizado pertenecen a un mundo hace tiempo desaparecido. Dicho esto, las preguntas de Césaire sobre la brecha entre ideología (socialismo) y práctica política (estalinismo), la teorización de la lucha en las colonias, así como las tensas políticas de solidaridad internacionalista entre los izquierdistas en las metrópolis y los revolucionarios en las periferias, están volviendo a aparecer hoy en la estela de las revoluciones árabes. En ninguna parte destacan más que en el caso del fracaso político y moral de amplios segmentos de la izquierda anticapitalista en las metrópolis que apoyan sin rodeos a Asad por su «antiimperialismo» y «laicismo», o que han retirado su solidaridad de la lucha siria por la emancipación posicionándose a favor de un régimen que perpetra asesinatos masivos.
Los debates alrededor de amplios segmentos de la izquierda antiimperialista metropolitana, que se muestran críticos con la lucha siria por la emancipación, se quedan atrapados en la cuestión de si los escritores en cuestión son o no apologistas de Asad. En este artículo me preocupan mucho menos las creencias de los individuos particulares y lo que ocurre en lo profundo de sus corazones. Lo que busco más bien es examinar los discursos políticos de la izquierda metropolitana respecto a Siria, los argumentos y las lógicas en que se basan y qué es lo que están eludiendo. No busco borrar las diferencias entre los propagandistas y los que no lo son, sino agruparlas más bien momentáneamente para diagnosticar una serie más profunda de trazos compartidos por los antiimperialistas metropolitanos, en particular por los estadounidenses.
McCarthy en Twitter
Fredrik DeBoer escribió recientemente un artículo denunciando lo que denomina caza de brujas mccarthysta hacia quienes están en contra de una intervención militar de EEUU en Siria. Al final de su ensayo, escribe: «Asad es un tipo especial de monstruo; Siria es un tipo especial de infierno. Confío en que el régimen de Asad caiga». No hay razón para dudar de la sinceridad de la declaración de DeBoer respecto al régimen. Dicho esto, la asociación de los críticos prorrevolucionarios, y de los ataques ad hominem contra gente como Max Blumenthal y Rania Khaled, con los anticomunistas y con el mccarthysmo es problemática en varios aspectos. No hace sino volver a reflejar las divisiones internas en la izquierda respecto a Siria apropiándose del lenguaje de la derecha y de los ataques sistemáticos del Estado contra los izquierdistas de EEUU durante la Guerra Fría. Al hacerlo así, reactiva los recuerdos de las persecuciones del Estado y los juicios a la izquierda, volviendo a colocar a esos izquierdistas como víctimas de una campaña organizada y del poder de las leyes. Pero nada de eso está sucediendo hoy.
Los izquierdistas no están bajo vigilancia, obligados a renunciar a sus puestos de trabajo, a testificar y a chivarse de sus compañeros. El mccarthysmo reemergente de DeBoer tiene lugares, escalas y herramientas diferentes. Según DeBoer, el McCarthy actual está muy ocupado haciendo su trabajo en las redes sociales. La especificidad del medio, su horizontalidad, la velocidad de circulación de los discursos y de las imágenes que conllevan, así como las prácticas específicas que posibilita, como es su difusión, no son tenidas en cuenta por el autor. La brecha entre las palabras y el mundo apenas puede ampliarse en esta nueva descripción del mccarthysmo. Resucitar el espectro del mccarthysmo es una llamada a poner fin al debate interno dentro de la izquierda sobre Siria. No debates con el mccarthysmo, sino que lo combates. Y más importante aún, se vuelve hacia quienes están pidiendo solidaridad con los sirios que están siendo bombardeados y asesinados por el ejército de Asad, sus aliados regionales e internacionales, con el tácito acuerdo de las potencias occidentales con sus perseguidores. El orden del día de la Izquierda no es intentar parar la continuada carnicería de Asad en Siria sino combatir la reaparición del mccarthysmo en EEUU que levanta de nuevo su fea cabeza, esta vez en Twitter.
Objetividad equilibrada
En su convincente etnografía Back Stories: US News Production and Palestinian Politics (2012), Amahl Bishara acuña el concepto de objetividad equilibrada para comprender la práctica de informar que busca el equilibrio entre las partes israelí y palestina. La objetividad equilibrada incluye la forma en que los periodistas hablan sobre su trabajo, cómo escriben sus textos y estructuran sus burós, así como la ética de informar in situ. La objetividad equilibrada, sostiene Bishara, es una práctica problemática. En primer lugar, pasa por alto la diversidad de posiciones en ambos campos. En segundo lugar, tergiversa el espacio comunicativo entre ellos. En tercer lugar, y más importante, la objetividad equilibrada esconde la diferencia en la escala y el tipo de violencia experimentada durante la segunda Intifada entre palestinos e israelíes.
Las discusiones en la Izquierda sobre Siria recurren a esa misma práctica que critican de los medios liberales y dominantes de comunicación en su cobertura de Palestina. Por ejemplo, durante el panel sobre Siria y la Izquierda, organizado por Muftah y Verso, Max Blumenthal señalaba que el enfoque en la grave situación en el este de Alepo se estaba utilizando para «proteger una narrativa que borra el oeste de Alepo». Mientras que su copanelista Zein al-Amine decía que las continuas referencias a una zona de exclusión aérea, a pesar de lo improbable de su realización, «es lo que está haciendo que ambas partes incrementen e intensifiquen la masacre del pueblo sirio». La segunda forma que la objetividad equilibrada adoptada no equilibra ambos lados sino que los borra a los dos. Esto se logra refiriéndose a la lucha siria por la emancipación simplemente como «la guerra», «la tragedia siria», «la crisis siria», «el desastre sirio», como si Siria estuviera siendo golpeada por una calamidad natural que la estuviera destruyendo. Ambas formas ocultan las diferencias entre la escala y tipos de violencia experimentados por ambas partes, que van desde los ataques aéreos y destrucción de ciudades enteras por parte del régimen, a la sutil violencia estructural de una burocracia estatal que priva de derechos a sus oponentes al negarse a proporcionarles documentos oficiales y a renovar sus pasaportes.
Discurso desviado
Desviar el discurso es otro tropo retórico muy común desplegado por los izquierdistas de la metrópoli que tratan de desviar el debate totalmente de Siria o de la discusión sobre las atrocidades del régimen. Durante el mismo panel de Muftah, Zein al-Amin intentó más de una vez dirigir la conversación hacia la difícil situación del Yemen. Mientras Robert Fisk escribe un artículo cuando Alepo está siendo destruida, en su visita al museo Pergamon de Berlin, reflexiona sobre si «nosotros, los occidentales, deberíamos conservar las antigüedades del mundo» como consecuencia de lo que denomina «la tragedia de Alepo«. Esa tragedia no tiene autor para él, pero le ofrece una oportunidad para meditar sobre si Occidente es un saqueador colonial o un salvador del patrimonio de la humanidad.
La encarnación más común de la desviación toma la forma de cambiar el debate de la violencia real que el régimen de Asad ha desencadenado sobre sus propios ciudadanos a una hipotética intervención militar estadounidense u occidental como la de imponer una zona de exclusión aérea.
Resucitando el movimiento antibelicista
Al discutir sobre una intervención hipotética, a menudo se toma la movilización antibelicista contra la invasión estadounidense de Iraq como caso paradigmático. Una simple comparación revela que la situación en Siria no es comparable con la de Iraq en 2003. Además de los aliados regionales e internacionales del régimen y de la implicación turca, «Es una fábula», dijo recientemente Yassin al-Haj, «decir que los países occidentales no han intervenido en Siria. La realidad es que intervinieron de una forma muy específica que impidió que Asad cayera pero garantizó que el país quedara destruido. EEUU presionó a Turquía y a otros países desde los primeros momentos para impedirles que pudieran proporcionar una ayuda decisiva a la oposición siria».
En 2003, EEUU estaba preparando sus tropas, basándose en falsas afirmaciones inventadas, para invadir un país soberano gobernado por un tirano. El movimiento antibelicista mundial se opuso a la inminente destrucción de Iraq sin colocarse necesariamente del lado del régimen iraquí. En Siria, por otro lado, surgió en 2011 un movimiento de base por la emancipación contra el brutal régimen autoritario poscolonial en la estela de los levantamientos árabes. La revolución siria cambia el lugar de la práctica política de un movimiento de oposición en Occidente a un movimiento emancipador en la propia Siria, volviendo a abrir en el proceso la cuestión de la solidaridad internacionalista. La reestructuración por la Izquierda de la revolución siria, a pesar de sus implicaciones en agendas políticas conflictivas, definidas por la potencial intervención de Occidente, es un movimiento que vuelve a inscribir la política en monopolio de los centros imperiales. Imagina la política sólo en relación al Imperio (y practicada por el Imperio), anulando en el proceso los esfuerzos del pueblo sirio para hacer su propia historia, restableciendo a Occidente como sujeto y agente principal de la Historia.
El argumento complementario ofrecido por la Izquierda es que en Siria no hay actores revolucionarios con quienes ser solidarios, ya que los opositores a Asad son en su mayoría «rebeldes yihadistas» o «sunníes sectarios». Esta posición no sólo borra la variedad de actores no religiosos, sino que enfanga también las distinciones entre los diferentes actores que utilizan un lenguaje religioso para articular su visión política. Al actuar así, los críticos despliegan las mismas categorías que el régimen sirio y los asesores políticos del gobierno imperial, propagando el discurso islamofóbico en un momento en que es una de las principales armas ideológicas en manos de los movimientos populistas racistas de derechas que pululan por EEUU y Europa.
Este pasado verano surgió la Coalición «Manos Fuera de Siria (Hands Off Syria)». El grupo inicial redactó y aprobó una declaración con una serie de «Puntos de Unidad». Según la página web de la coalición «250 organizaciones, 500 activistas por la paz y cerca de 1.500 personas de todo el mundo han firmado el comunicado de Puntos de Unidad de la Coalición». Entre los firmantes están los partidos políticos comunistas de todo el mundo, los comités antibelicistas estadounidenses, los capítulos de los Veteranos por la Paz, las ligas antiimperialistas. El Punto 1 afirma: «La continuación de la guerra en Siria es el resultado de una intervención orquestada por EEUU, la OTAN, sus aliados regionales y fuerzas reaccionarias, con el objetivo de cambiar el régimen en Siria».
El levantamiento del pueblo sirio se inscribe en la narrativa del régimen de una guerra instrumentada por EEUU y sus aliados. La sustitución del agente principal de la práctica política por el imperio estadounidense transforma directamente el horizonte deseable de acción. Ya no se trata de una revolución contra un régimen asesino sino un cambio de régimen impuesto desde fuera en violación del derecho internacional, la declaración de los derechos humanos y los derechos «del pueblo sirio a la independencia, soberanía nacional y autodeterminación» (Punto 5). De estos dos puntos se desprende claramente que la versión siria de la campaña «contra la guerra» ha adoptado totalmente la retórica de Asad, a pesar de su afirmación de que «no es asunto nuestro apoyar ni oponernos al presidente Asad o al gobierno sirio» (Punto 7).
Una separación
Desde la pérdida de la solidaridad internacionalista del Tercer Mundo con el eclipse de la política de izquierdas y la ascendencia del renacer islámico en las décadas de 1970 y 1980, la Izquierda metropolitana adoptó una política de oposición a las intervenciones imperiales, aunque carente de aliados políticos en la región. Este antiimperialismo entró en tensión con los antiguos izquierdistas y una nueva generación de activistas en el mundo árabe que se valían del lenguaje liberal de los derechos humanos para combatir la represión de los regímenes de sus países. Los izquierdistas metropolitanos consideraban los derechos humanos como un caballo de Troya imperial que buscaba socavar la soberanía de los regímenes anti-EEUU con sanciones económicas e intervenciones militares. Por otra parte, los activistas sobre el terreno condenaban la sordera de sus supuestos aliados izquierdistas ante la violencia de esos regímenes, así como su adopción de una retórica similar a la del antiimperialismo nacionalista de tales regímenes.
Los levantamientos árabes trascendieron el anterior estancamiento entre los activistas liberales de los derechos humanos en las periferias y los antiimperialistas izquierdistas de la metrópoli. Las revoluciones volvieron a introducir las políticas populares de masas desde abajo -a pesar de las divisiones infranacionales de los pueblos a lo largo de líneas étnicas, sectarias y regionales en ocasiones- contra los regímenes. Tampoco se alinearon en seguimiento de la posición que toma el imperialismo de Occidente como punto central. En este aspecto se diferenciaron de los movimientos anticoloniales por la liberación nacional de los regímenes autoritarios poscoloniales que afirmaban preservar la soberanía de la nación contra las intrusiones imperialistas.
La Izquierda no tuvo escrúpulos a la hora de animar las revoluciones cuando iban contra los regímenes apoyados por EEUU, como Túnez, Egipto y Bahréin. Sin embargo, cuando se trató de Siria, el apoyo se evaporó. Y se sustituyó por la ceguera ante la dura situación de los sirios y por la sordera ante su sufrimiento. Siria marcó un segundo divorcio, análogo al anterior de Césaire entre la política de izquierdas de la Metrópoli y la lucha por la emancipación en las periferias. En esta ocasión no se trata del divorcio de las luchas anticoloniales de su subordinación a la centralidad de la lucha de clases. Es el divorcio de las luchas contra el Estado Árabe Autoritario poscolonial de su subordinación a las consideraciones geopolíticas de la Metrópoli.
El culto antiimperialista al teflón
Este divorcio señala tanto el fracaso político como moral de los izquierdistas de la metrópoli que están visceralmente adscritos a la fantasía antiimperialista del teflón que el mundo exterior no puede rayar. En el mundo real, los aviones de combate rusos bombardean masivamente la asediada Alepo. En el mundo de la fantasía, EEUU está orquestando una campaña dirigida por la OTAN para «cambiar el régimen» de Siria. En efecto, determinadas variantes de la izquierda antiimperialista estadounidense se acercan mucho a las formas de cultos conservadores que esconden su propia realidad caracterizada por miedos concomitantes de polución moral. Fabrican identidades buscando la redención a los pecados imperiales que EEUU ha cometido en el mundo en su nombre, anunciando un credo que busca la máxima oposición y distancia para uno mismo mediante un proceso de purificación ritual respecto a estas políticas. Una política que se basa más en una afirmación de creencias, que le convierte a uno en miembro de los elegidos, más que una práctica que responda a coyunturas cambiantes y modele sus posiciones en consecuencia, como revela en estos momentos la resurrección de las consignas de los antibelicistas de la guerra de Iraq.
Dicho eso, el antiimperialismo de la Metrópoli, en lo que a Siria se refiere, está increíblemente poseído por argumentos, lógicas y sensibilidades imperiales. Ambos grupos no pueden imaginar una práctica política que no esté vinculada al Imperio y que se defina por su relación con el mismo. Ambos se basan en el mismo conjunto de conceptos islamofóbicos, distinguiendo entre buenos musulmanes y malos musulmanes. Ambos están convencidos de que saben más que la gente sobre el terreno, especialmente si se oponen a su política imperial/antiimperialista. Ambos practican una política saturada de moralismo; poseídos por un espíritu de cruzada que busca erradicar el mal en el mundo (EEUU es el extirpador de todo Mal/EEUU es la fuente de todo Mal). En el nivel de las sensibilidades, ambos se sienten dotados de la autocomplacencia y autoconfianza de estar en el lugar correcto de la Historia.
Recientemente, Asad declaró que Donald Trump podía ser un «aliado natural«. Los izquierdistas que excluyen la posibilidad de la solidaridad con la lucha del pueblo sirio por la emancipación eliminando a los revolucionarios del dominio de lo político, tildándoles a todos ellos de «yihadistas» y «sectarios», podrían bien inspirarse en el mismo grupo conceptual de quienes proponen una «registro musulmán» en la Metrópoli.
Tomo prestadas por última vez las palabras de Césaire para cerrar este ensayo. «Lo que yo quiero», escribió Césaire, «es que el marxismo y el comunismo estén al servicio de los pueblos negros, y no los pueblos negros al servicio del marxismo y el comunismo. Que la doctrina y el movimiento se hagan a la medida del ser humano, y no el ser humano a la medida de la doctrina o el movimiento».
Fadi A. Bardawil es profesor adjunto de Culturas Árabes Contemporáneas en el Departamento de Estudios Asiáticos de la Universidad de Carolina del Norte (UNC), en Chapel Hill
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