(A propósito del libro «Jakob Von Gunten» de Robert Walser)
«El que suscribe, Jakob Von Gunten, hijo de buena familia, nacido el día tal del año tal, educado en tal y tal lugar, ha ingresado como alumno en el Instituto Benjamenta a fin de adquirir los escasos conocimientos necesarios para entrar al servicio de alguien». Así comienza el currículum que, después de una tortuosa indecisión, Jakob Von Gunten, el personaje que le da título a la novela de Robert Walser, entrega al director de la academia donde espera aprender el oficio de la obediencia. «El infrascrito-sigue diciendo el alumno-no espera absolutamente nada de la vida. Desea ser tratado con severidad para saber qué significa tener que dominarse. Jakob Von Gunten no hace grandes promesas, pero se propone comportarse de manera honesta y encomiable. Los Von Gunten son un antiguo linaje. En otros tiempos fueron guerreros, pero al menguar su belicosidad se han convertido, hoy día, en altos consejeros y comerciantes. Y el último retoño de la estirpe, objeto del presente informe, ha decidido repudiar por completo cualquier tradición envirotada».
Más allá de la discreta presencia que Robert Walser asumió en la literatura (y en la vida), cuando entro (página a página) en el Instituto Benjamenta (de la novela Jakob Von Gunten) siento que estoy penetrando en el centro de adoctrinamiento global. La historia (en la novela y en la vida) parece un guión diseñado para despojar al ser humano de sus vínculos con la naturaleza. Y la trascendencia. Es mucho lo que nos han robado; la individualidad se difumina tanto como la sociedad. Año tras año, mes a mes, segundo a segundo, aumenta el intento por crear un ser frívolo (todos actuamos como tal); rápido (todos corremos como tal); e irreflexivo (todos respondemos como tal). Y «tal» es el ideal (robot) capitalista hecho a imagen y semejanza de las tablas de «calidad» del mercado mundial (fabricado a puertas cerradas, en una oficina ubicada en algún lugar del planeta). De tanto seguir un espejismo, hemos terminado siendo el espejismo.
Con voraz apetito, el sistema de consumo se ha empeñado en los niños. Hay en el ambiente un mensaje que en silencio le grita a los padres: ¡No pierdas tiempo con tus niños; mándalos de la escuela a las clases de baile; del baile al piano y del piano al yoga express y del express a la natación! ¡Si sobra tiempo les cuentas un relato optimista de Paulo Coelho (valga la reiteración entre el estado emocional y el autor)! No hay caso, todos los padres andan corriendo (con sus niños al hombro) el maratón de los niños superdotados. Ya no hay Einstein retraído que valga; todos somos Einstein espabilados. Y que suenen a millón las maquinitas del consumo. ¡Dios bendiga la fábrica de idiotas!
Eso, la fábrica de idiotas, es lo que describió Robert Walser en el Instituto Benjamenta. Pero no se refería al idiota que vive oculto en su silencio; Walser dibujó al idiota atrevido y ruidoso que, sin sospechar que ha sido entrenado como sirviente del sistema, participa en la carrera de la maquinaria devoradora de existencias. ¿A quién le estamos sirviendo? ¿qué clase de estúpido formato hemos aceptado? ¿con qué vestimenta no humana nos estamos disfrazando? Un campo minado de preguntas me encuentro cada vez que abro las puertas del Instituto Benjamenta.