En esta nueva entrega del Centenario Manuel Sacristán reproducimos un artículo de Jordi Sancho Galán publicado en mientras tanto (247, julio 2025).
Manuel Sacristán Luzón fue, desde su llegada como profesor no numerario a la Universidad de Barcelona en 1956, una piedra angular del movimiento estudiantil y universitario por una universidad democrática y popular, así como en la articulación de los sectores opositores al franquismo en ella. Fue el principal referente, instructor y responsable de la formación organizativa e intelectual de las primeras células universitarias del PSUC, así como el principal artífice de la notable autonomía de la universidad respecto a la dirección del partido hasta finales de la década de los sesenta.
Más allá de los estudiantes del PSUC, fue también una figura determinante en la politización de una generación de estudiantes que abarrotaban sus clases, primero en la Facultad de Filosofía y Letras y, después, en Económicas, siendo numerosos los alumnos de otros cursos y facultades que solían asistir a sus clases. Como destacaba Francisco Fernández Buey, «el simple anuncio de su presencia en una mesa redonda movilizaba una masiva concurrencia». También Joaquim Sempere señalaba cómo «las conferencias que da[ba] en cualquier facultad o escuela [eran] acontecimientos que congrega[ban] a los estudiantes por centenares y hasta por miles», dado que «Sacristán reunió virtudes poco frecuentes entonces: rigor y sólida formación intelectual, honestidad y antifranquismo activo. A la vez, su fama de comunista [atraía] a muchos hacia el comunismo y [contribuyó] a disipar reticencias intelectuales ante el marxismo».
A nivel estatal, además, Sacristán se convirtió, junto a profesores como José Luis Aranguren, Agustín García Calvo, José María Valverde o Enrique Tierno Galván, en uno de los principales símbolos de la resistencia universitaria a la dictadura. Así lo reconocían también los informes tanto de las autoridades académicas como de la Brigada Político-Social (BPS). Como se destacaba en su ficha policial, Sacristán constituía «una especie de “símbolo” entre sus alumnos, máxime si se tiene en cuenta la ascendencia y simpatía de que goza el Sr. Sacristán, tanto entre el alumnado como entre sus colegas», a pesar, pensaba la BPS, de la «infausta memoria en los archivos de esta Jefatura, por su ferviente y recalcitrante ideología filo-comunista; empachado de esta doctrina, aprovecha cada momento, todo acto y cualquier tipo de coyuntura para realizar una labor de captación y proselitismo entre los universitarios y postgraduados».
Sacristán fue, efectivamente, una de las primeras figuras del PSUC en «salir a la superficie», en mostrarse públicamente como comunista, lo que le llevó a ser detenido en 1957, 1962, 1964, 1966, 1967 y 1972, a que le fuese negada la cátedra universitaria en 1962 y a su expulsión de la universidad en 1965, regresando brevemente en el curso 1972-1973, para volver a ser expulsado en 1974.
No es, por lo tanto, en absoluto exagerado decir que la influencia intelectual y política de Sacristán marcó a una generación de universitarios antifranquistas y socialistas. Algunos de sus primeros textos marxistas, destinados a la formación de las células universitarias del PSUC, como por ejemplo ¿Cómo leer el Manifiesto comunista? (1956 o 1957), fueron referentes en la universidad del momento, incluso más allá de estos primeros estudiantes comunistas. Textos en los que ya se evidenciaba una sólida independencia de criterio.
Para Josep Fontana, por ejemplo:
Manolo ens va fer a tots nosaltres: a la cultura marxista catalana. Aquesta aportació, ho he dit d’altres vegades, va ésser la d’acostumar-nos a entendre el marxisme com un mètode obert, com una ajuda per a pensar, i no com un joc de respostes ja escrites d’avançada, que podien trobar-se als manuals. Vam aprendre a ser marxistes sense el menor respecte a la lletra dels textos sagrats i, sobretot, amb el major dels menyspreus per tota la teologia que s’havia anat acumulant al damunt d’aquests textos[1].
También Antoni Domènech destacaba el marxismo de Sacristán como un rara avis en la década de los sesenta, especialmente poniéndolo en el contexto internacional.
El destacado papel de Sacristán para esta generación del antifranquismo universitario, más allá de los estudiantes comunistas, quedó confirmado con el encargo de la redacción inicial del manifiesto fundacional del Sindicat Democràtic d’Estudiants de la Universitat de Barcelona (SDEUB), titulado Per una Universitat Democràtica. Este recogía las principales reivindicaciones del movimiento estudiantil de los años sesenta en Barcelona y, al mismo tiempo, dejaba para la posteridad un marco de reivindicación de universidad democrática con una profunda influencia en movimientos y en textos posteriores —como fue el Manifest de Bellaterra—, y con una marcada actualidad. La idea de una universidad democrática asociada a dos elementos esenciales, más allá de su funcionamiento interno: una universidad en la que las barreras de clase sean superadas y una universidad al servicio del pueblo.
La significación de Sacristán en el movimiento universitario y en las células universitarias del PSUC no impide reconocer la contundencia y convicción con las que defendía sus argumentos, ni la exigencia que se imponía tanto a sí mismo como a sus colaboradores. Es por ello por lo que Manuel Vázquez Montalbán destacaba haberlo «padecido como comisario intelectual», así como haber tenido «la suerte y la desgracia de estar bajo su vigilancia». También August Gil Matamala, al tiempo que reconocía su papel en la formación de las primeras células comunistas en la Universidad de Barcelona, consideraba que «su autoridad era respetada unánimemente, […] pero se convertía fácilmente en una temible máquina dialéctica, que trituraba sin piedad los argumentos discrepantes». Fue esa misma convicción, exigencia y contundencia en la defensa de sus ideas lo que lo llevó a la confrontación con la dirección del PSUC en 1968-1969.
En el contexto de finales de la década de los cincuenta y hasta 1968 Manuel Sacristán tuvo con el PSUC una gran coincidencia táctica basada en la necesidad de una línea política «de masas», alejada de impulsos vanguardistas, y en la visión del momento como una época de «guerra de posiciones» en la que sería clave la batalla cultural, la lucha por la hegemonía. Una cuestión que fue fundamental en su práctica política, como demuestran Quaderns de Cultura Catalana, Nous Horitzons, su impulso al Congrés de Cultura Catalana o su actividad en el movimiento universitario. La forma de aplicar esa «batalla cultural» y el difícil encaje de la figura del intelectual militante fueron también los principales motores de discrepancia con la dirección del partido. Estas acabarían estallando finalmente a partir de 1968, con el Mayo francés y la crisis de Checoslovaquia, que, sumadas a las diferencias sobre el sector universitario y a una profunda crítica al contexto del movimiento comunista internacional, desembocarían en su salida de la dirección del PSUC, aunque sin abandonar la militancia de base. Algo que no se produciría hasta un contexto posterior a la desaparición de la dictadura.
Su salida de la dirección del PSUC no supuso en ningún caso una pérdida de la centralidad que el movimiento universitario había tenido para Sacristán, ni tampoco de la relevancia que él continuaría teniendo dentro de dicho movimiento. En el contexto de los años setenta, esta vinculación se manifiesta especialmente en su participación en el movimiento de Profesores No Numerarios y en una importante dedicación a la reflexión y divulgación teórica sobre la cuestión universitaria, que quedaría reflejada en Tres lecciones sobre la universidad y la división del trabajo. Textos en los que ya expresaba también una profunda preocupación por el «surgimiento de una problemática ecológica de grandes dimensiones», a la que en los años ochenta dedicaría una atención teórica y una militancia significativas, siempre tan unidas en su práctica política y profesional, a través de revistas como mientras tanto o del Comitè Antinuclear de Catalunya (CAC).
Cabe destacar, finalmente, entre las principales aportaciones intelectuales de Sacristán a la cuestión universitaria, su crítica a una concepción elitista de la idea de «fuerzas de la cultura», entendiendo que «la cultura no es propia de los intelectuales, sino producción de todo el pueblo». A lo que añadía, con la contundencia que le era habitual: «si no se quiere hablar como un ideólogo burgués […], no hay que decir “alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura”, sino algo así como “alianza de los trabajadores manuales y los trabajadores intelectuales”».
Más allá de la apreciación conceptual del término, lo realmente determinante sería la idea de trabajador intelectual. Algo que, ya en el manifiesto Per una Universitat Democràtica, había empezado a apuntar más sutilmente y que, en la década de los setenta, sería fundamental tanto para el movimiento de Profesores No Numerarios como, algo más tarde, para la creación de la Sectorial de Educación de Comisiones Obreras. Un espacio en el que el trabajador de la enseñanza o intelectual pudiera militar codo con codo con el resto de los trabajadores, una opción defendida por Sacristán en contraposición a la creación de sindicatos considerados corporativos.
La figura de Manuel Sacristán, siempre en el cruce entre el trabajo intelectual y la militancia, sigue destacando cuarenta años después de su desaparición por su compromiso con una universidad democrática, al servicio del pueblo, así como por una práctica política rigurosa y profundamente ética. Intelectual incómodo, exigente y cultivador de una dialéctica que no rehuía el conflicto, sigue siendo una referencia indiscutida para pensar la universidad y la división del trabajo o en debates con significativa vigencia para los que se supo anticipar, como el del ecologismo o el lugar del trabajo intelectual. Su legado es también una invitación a pensar y actuar con radical honestidad.
Nota
[1] Manolo nos hizo a todos nosotros: a la cultura marxista catalana. Esta aportación, lo he dicho en otras ocasiones, fue la de acostumbrarnos a entender el marxismo como un método abierto, como una ayuda para pensar, no como un juego de respuestas ya escritas, que podían encontrarse en los manuales. Aprendimos a ser marxistas sin el menor respecto a la letra de los textos sagrados y, sobre todo, con el mayor de los desprecios por toda la teología que se había ido acumulando entorno a estos textos.
Fuente: https://mientrastanto.org/247/ensayo/manuel-sacristan-y-el-movimiento-universitario/