Llegó a su término la IIª Conferencia Internacional «Con todos y para el bien de todos» organizada en La Habana por la Oficina del Programa Martiano. Este aforismo ha sido a menudo mal interpretado, como si Martí fuese tributario de una concepción negacionista de las clases sociales y su conflicto. En realidad era un fino […]
Llegó a su término la IIª Conferencia Internacional «Con todos y para el bien de todos» organizada en La Habana por la Oficina del Programa Martiano. Este aforismo ha sido a menudo mal interpretado, como si Martí fuese tributario de una concepción negacionista de las clases sociales y su conflicto. En realidad era un fino observador y analista de las sociedades de su tiempo, y sus fragmentaciones y asimetrías no pasaron desapercibidas a su aguda mirada.
Conocía como muy pocos pensadores independentistas la sociedad norteamericana, estaba familiarizado con España, donde pasó unos años, y conocía Cuba como la palma de su mano. También estuvo en varios países del Caribe, Centroamérica y México y su conocimiento de la región era, para las limitaciones de su época, realmente impresionante. Con aquella consigna -«Con todos y para el bien de todos»- Martí quería señalar la necesidad de dar cuenta de la complejidad de la formación nacional cubana, integrada por españoles, criollos, afrocubanos y gentes de otras etnias nativas, y que la república independiente por la cual él luchaba y por la cual ofrendó su vida tenía que incluir a todas esas comunidades -no por igual a los campesinos y los terratenientes, va de suyo- teniendo a la vista el bien común. En suma, proponía para la Cuba de su tiempo lo que en el lenguaje actual denominaríamos un «estado plurinacional» tal como, respondiendo a la inspiración martiana, existe hoy día en Bolivia.
Martí fue cónsul honorario de la Argentina en Nueva York y, por largos años, corresponsal de La Nación de Buenos Aires en Estados Unidos, desde donde envió penetrantes ensayos muchos de los cuales fueron luego recogidos, compilados y publicados bajo el título de Nuestra América. Creo, sin dudarlo, que este notable libro conforma junto con la Carta de Jamaica de Simón Bolívar, y La Historia me Absolverá, de Fidel, la trilogía fundacional, imprescindible, del pensamiento emancipatorio latinoamericano. Ajeno a sus enseñanzas, una variante del marxismo de estas latitudes se precipitó en la ciénaga de un estéril dogmatismo, incapaz de comprender el crucial problema de la dominación imperialista para, a partir de su adecuada intelección, desarrollar una estrategia política adecuada para combatirlo. No sólo eso: sin el auxilio de Bolívar, Martí y Fidel ese marxismo «doctrinarista y pedante» -como Gramsci calificaba a una distorsión semejante en los años de la primera posguerra en Europa- se degradó hasta convertirse en un tosco determinismo economicista huérfano de cualquier proyecto ético o, más recientemente, en una metafísica de la lucha de clases: sin historia, sin estructuras, sin sujetos, puro reino del discurso, la contingencia y el azar desenvolviéndose en un vacío internacional en donde el colonialismo y el imperialismo brillaban por su ausencia. Producto de esas alucinaciones Fidel, Chávez, Evo, Correa asoman en esos relatos como los villanos que frustran las ansias revolucionarias de las masas y que, con sus vacilaciones y remilgos pequeño burgueses, impiden el ascenso -siempre lineal e ininterrumpido, según esta peculiar visión- de nuestras sociedades desde el infierno del capitalismo hacia los cielos diáfanos del socialismo.
La Conferencia ha sido un éxito notable en la empresa impostergable de recuperar el legado teórico y político de Martí. Una concurrencia multitudinaria, mayoritariamente joven, de los países latinoamericanos y caribeños y numerosos contingentes llegados de África y Asia, amén de los países europeos, Estados Unidos y Canadá, siguió con atención las intervenciones de las distintas mesas redondas y conferencias. Los contactos de intelectuales y artistas, y de representantes de partidos y movimientos sociales se potenciaron; las discusiones de las distintas experiencias nacionales enriquecieron las perspectivas de análisis y, en consecuencia, las posibilidades de coordinar internacionalmente las luchas emancipatorias en Nuestra América salieron fortalecidas. Hubo excelentes intervenciones de Armando Hart, Frei Betto, «Pepe» Mujica, Ignacio Ramonet, François Houtart, Federico Mayor Zaragoza, Abel Prieto, Katiuska Blanco, Pablo González Casanova, Guillermo Castro Herrera, Fernando Martínez Heredia, Omar González Jiménez, entre otros. La sesión matutina del miércoles, dedicada a la solidaridad internacional, alcanzó el registro más emotivo de toda la conferencia al contar con la presencia de «Los 5» luchadores antiterroristas y sus familiares. Era la primera vez que estos se reunían con quienes en diferentes países habían participado en las campañas que culminaron con su liberación. Fueron cinco discursos breves, concretos y profundos, demostrando que son cuadros dueños de una impresionante formación, y que sus dieciséis años de cruel confinamiento carcelario lejos de mellar su voluntad revolucionaria les sirvieron para afinar las armas de sus críticas. La sesión culminó con los panelistas y el público entonando con fervor las estrofas de «La Internacional».
Parece innecesario insistir en la asombrosa actualidad del pensamiento martiano. En una de mis presentaciones citaba algunos pasajes de Nuestra América cuando para desentrañar las raíces de la rapiña de la Roma Americana su autor decía que «los norteamericanos creen en la necesidad, en el derecho bárbaro como único derecho: esto es nuestro porque lo necesitamos.» Necesitamos petróleo y si este se encuentra en Irak o Venezuela allá iremos para apoderarnos de ese vital recurso, por las buenas o por las malas. Toda la doctrina estratégica estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial hasta hoy, y sobre todo después del 11 de Septiembre del 2001, se asienta sobre esa premisa, el derecho bárbaro. Martí lo dijo hace más de un siglo. Y en relación a los cantos de sirena de proyectos tales como el ALCA y sus expresiones actuales: la Alianza del Pacífico o el Tratado Trans Pacífico Martí decía, refiriéndose a la Unión Monetaria Panamericana -una iniciativa predecesora de aquellas, propuesta por Washington en 1888-1889- que «quien dice unión económica, dice unión política… El influjo de un país en el comercio de otro se convierte en influjo político.» El corolario de esta política imperial, de anexar de facto a las naciones de la periferia por la vía del comercio exterior, es la política de combate a los procesos de integración que la Casa Blanca ha sostenido sin solución de continuidad desde el Congreso Anfictiónico -convocado por Simón Bolívar en Panamá en 1826- hasta nuestros días. El ataque estadounidense a la UNASUR y la CELAC movilizando para tales efectos sus lugartenientes regionales es inocultable, para ni hablar del ALBA. Ya Martí advertía sobre esta táctica imperial en las postrimerías del siglo diecinueve al decir que «lo primero que hace un pueblo para llegar a dominar a otro es separarlo de los demás pueblos.» La tentativa de debilitar a la UNASUR y la CELAC, por lo tanto, es el capítulo contemporáneo de la política de «divide e impera» que Washington ha venido aplicando desde 1826. La decisión de algunos gobiernos latinoamericanos en el sentido de adherir a la Alianza del Pacífico en desmedro del robustecimiento de la UNASUR o el MERCOSUR ampliado demuestra la eficacia de la estrategia de Washington para reafirmar su hegemonía en el hemisferio dispersando las fuerzas de sus díscolos vecinos del sur. En la coyuntura actual, cuando Estados Unidos lanza una fuerte ofensiva para recuperar su influencia en la región pocas advertencias pueden ser más apropiadas y actuales que las que Martí plasmara en su célebre carta inconclusa a su amigo mexicano Manuel Mercado, comenzada a redactar poco antes de su muerte en combate en Dos Ríos el 19 de Mayo de 1895. En ella Martí decía, proféticamente, que «ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber -puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso.» Ayer como hoy las ambiciones de Washington en lo esencial son las mismas: controlar la cuenca del Gran Caribe, incluyendo el Norte de Sudamérica y, luego, culminar la campaña «cayendo con fuerza» sobre el resto de América Latina. El imperio no improvisa, y la continuidad de su política exterior en relación a nuestros países es impresionante.
Sería imposible resumir aquí los momentos más significativos de estos cuatro días de intensas actividades. Me quedo con unas pocas perlas que comparto con mis lectores. González Casanova recordando a Marc Bloch e invitándonos a cultivar la pasión por la esperanza, sin la cual reinan el conformismo y la resignación. Martínez Heredia diciendo que ninguna revolución triunfó o fue derrotada sólo por cuenta de los factores económicos, tal como lo demuestra la sobrevivencia de Cuba en el «período especial». Fiel al aforismo martiano que reza que «los locos son cuerdos», Houtart dijo que ante el retorno de la derecha (Macri en Argentina) o la neoliberalización de gobiernos progresistas (Rousseff, en Brasil) la única opción cuerda y razonable es la radicalización de las propuestas transformadoras con vistas a iniciar un tránsito hacia un poscapitalismo, entendiendo por esto, según mi parecer, la desmercantilización de la naturaleza y los servicios sociales básicos como la salud, la educación y la seguridad social. Frei Betto cerró su intervención en la sesión dedicada a Martí y Fidel (en la que tuve el honor de participar) diciéndole a los chicos de la Unión de Jóvenes Comunistas y de la Federación de Estudiantes Universitarios allí presentes: «¡Emborráchense de utopía, organicen la esperanza!» Sin utopía no hay futuro posible sino la eterna reiteración de un presente que es una afrenta a la especie humana y una amenaza mortal a la Madre Tierra.
Los «bienpensantes» de nuestro tiempo desprecian la utopía como un ejercicio inútil, como un pretexto para el escapismo y la incapacidad de hacer, supuesta confesión de una patológica ineptitud para encarar las exigencias de la vida práctica. Pero tal como lo escribiera Eduardo Galeano, «La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.» De eso se trata: de caminar, de seguir marchando sin dejarnos arredrar por las dificultades de la época en que nos toca vivir y por la ferocidad de la contraofensiva del imperialismo y la derecha en todo el mundo, y muy especialmente en Latinoamérica y Europa. El «viejo topo» de la lucha de clases parece haber sido tragado por la tierra. Pero sigue allí, cavando incansablemente los túneles que debilitan las estructuras del capitalismo y en el momento menos pensado habrá de reaparecer para relanzar una nueva fase de ascenso de los movimientos populares. La dialéctica de la historia nunca se detiene.
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