El arzobispo católico de Munich, Reinhard Marx, sacó hace poco un libro titulado «El Capital». La cubierta lleva los mismos colores y tipos de letra que la primera edición de «El Capital» de Karl Marx, publicada en Hamburgo en 1867. «Marx no está muerto y es necesario tomarlo en serio», dice el prelado con ocasión […]
El arzobispo católico de Munich, Reinhard Marx, sacó hace poco un libro titulado «El Capital». La cubierta lleva los mismos colores y tipos de letra que la primera edición de «El Capital» de Karl Marx, publicada en Hamburgo en 1867.
«Marx no está muerto y es necesario tomarlo en serio», dice el prelado con ocasión de la publicación de su obra. «Hay que enfrentarse con la obra de Karl Marx, que nos ayuda a entender las teorías de la acumulación capitalista y el mercantilismo. Lo cual no significa dejarse atraer por las aberraciones y atrocidades cometidas en su nombre durante el siglo 20».
El autor del nuevo «El Capital» califica de «sociales-éticos» los principios defendidos en su libro, critica al capitalismo neoliberal, califica la especulación de ‘salvaje’ y aboga por que la economía sea rediseñada según normas éticas de un nuevo orden económico y político.
«Las reglas del juego deben tener calidad ética. En este sentido, la doctrina social de la Iglesia es crítica frente al capitalismo», afirma el arzobispo. Y añade: «Un capitalismo sin marco regulatorio es hostil a las personas».
El religioso refleja bien la posición oficial de la Iglesia Católica ante el capitalismo: se critican sus ‘abusos’, como si éstos no formaran parte de su misma esencia, basada en la acumulación privada de la riqueza.
¿Pero quién le pondrá el cascabel al gato? ¿El Estado capitalista es capaz de ejercer la función de «marco regulatorio» e imponer límites a la especulación y a la explotación? Si un gobierno democrático-popular lo hace, como sucede ahora en algunos países de Sudamérica, se desencadena un griterío general acusándolo de ‘populista’ y ‘totalitario’.
El libro comienzo con una carta de Reinhard Marx a Karl Marx, a quien llama «querido homónimo», fallecido en 1883. Le ruega que reconozca ahora su equívoco en cuanto a la inexistencia de Dios; lo que sugiere, entrelíneas, que el religioso admite que el autor del «Manifiesto Comunista» se encuentra entre los que, del otro lado de la vida, disfrutan de la visión beatífica de Dios.
El lanzamiento de la obra ha coincidido con la turbulencia financiera que, en cierta forma, confirma las teorías de Karl Marx en cuanto a las crisis cíclicas del capitalismo. Sin embargo el arzobispo resalta que su homónimo acertó muy poco en sus previsiones revolucionarias, como el surgimiento del socialismo en países de avanzado desarrollo capitalista. Lo que se vio, dice, fue lo contrario: el socialismo floreció antes en un país semifeudal como Rusia.
Al libro le falta explicar por qué la Iglesia Católica de Alemania nunca excomulgó a Hitler, que se llamaba católico, y también se equivocó al invertir buena parte de sus fondos en el banco Lehman Brothers, cuya quiebra confirma, sí, las previsiones del viejo Marx.
Todo indica que la obra de Mons. Reinhard fomentará un nuevo interés por los escritos de su homónimo, así como en las décadas de 1960 y 1970 muchos jóvenes, encantados de abrazar el marxismo, fueron a aprenderlo en el libro «El pensamiento de Karl Marx», escrito, para refutarlo, por el jesuita francés Jean-Yves Calvez. Su edición portuguesa, en dos tomos, era disputadísima en mis tiempos de prisión bajo la dictadura militar.
Entre un Marx y otro conviene no olvidar a un tercero, que figura entre los dos: Groucho Marx. En materia de concepciones materialistas al humorista estadounidense no se le pueden poner reparos: «Hay cosas más importantes que el dinero, pero… ¡cuestan tanto!»
Que lo digan si no quienes, al ocupar funciones de poder, abandonaron sus antiguas concepciones socialistas y hoy desembolsan casi cuatro mil millones de dólares (la mitad el gobierno central, la otra mitad el gobierno de São Paulo) para salvar de la crisis la industria automovilística instalada en Brasil. ¿Por qué no destinar tales recursos a la ampliación del metro, que favorece a toda la colectividad?