Democracia y capitalismo eran y son una pareja difícil, su relación no es, de ningún modo, tan evidente e indisoluble como se supone vulgarmente. El «capitalismo democrático» establecido después de 1945 en Europa occidental y Norteamérica también ha entrado en crisis en sus países centrales, donde, en un plazo previsible, se podría establecer un capitalismo […]
Democracia y capitalismo eran y son una pareja difícil, su relación no es, de ningún modo, tan evidente e indisoluble como se supone vulgarmente. El «capitalismo democrático» establecido después de 1945 en Europa occidental y Norteamérica también ha entrado en crisis en sus países centrales, donde, en un plazo previsible, se podría establecer un capitalismo sin democracia política.
En su larga historia, el capitalismo ha ido de la mano de formas variadas de estado y gobierno (ciudades estado, monarquías, estados absolutos, estados corporativos, despotismos…). Sólo en pocos países capitalistas se pudo establecer una república democrática: en los EEUU, Suiza, Francia. En muchos países capitalistas europeos se impuso, por primera vez, una república democrática con sufragio universal después de la Primera Guerra Mundial. Pocas fueron duraderas. La historia de la democracia en el capitalismo ha sido, hasta nuestro tiempo, una historia de desintegración y hundimiento. La democracia se encuentra en peligro, las repúblicas pueden hundirse, golpes de estado bonapartistas, golpes militares, rupturas constitucionales o guerras civiles pueden llevar a formas de estado y gobierno autoritarias, totalmente compatibles con el capitalismo.
Históricamente, el «capitalismo democrático» aparece más como la excepción que como la regla. Según los estándares (europeos) habituales, actualmente se considera que, de los 192 estados reconocidos como soberanos, son en torno a sesenta los que funcionan como democracias representativas. En muchos otros predomina, en el mejor de los casos, una «democracia aparente». En el sistema capitalista mundial, a día de hoy coexisten algunas variantes del «capitalismo democrático» con muchas variedades de un capitalismo absolutamente «no democrático».
La República Popular China nos ofrece un ejemplo importante de capitalismo que se las arregla sin democracia en sentido occidental, un ejemplo de una economía y una sociedad controladas y tuteladas por el estado, de régimen autoritario de partido único, de estado policial militar, que, sin embargo, sólo selectivamente recurre a la violencia abierta. La forma híbrida china de capitalismo privado dirigido y vigilado por el estado va de la mano de una forma de estado y gobierno no democrática, que restringe toda la vida pública de ese gigantesco país al marco de un partido monopolista de estado.
La «crítica de la política» de Marx
A pesar de que Marx no dejó ninguna teoría sistemática del estado, sino sólo fragmentos de una teoría política, entendía de la política de su tiempo. Apenas hay acontecimiento o movimiento político de su tiempo que no estudiara y comentara. Políticamente, antes de hacerse socialista y comunista, Marx era un demócrata radical. Observó con exactitud todos los movimientos, en muchos de los cuales participó, y estudió la situación política de los países democráticos de la época. Investigó al detalle tres constituciones democráticas modernas de los albores de la república burguesa: la Constitución francesa revolucionaria de 1792 (Primera República), la de la Segunda República francesa (también conocida como república de febrero ), de 1848, en la versión original y en la revisada de 1851, y la Constitución liberal democrática española de 1811-12 (en España conocida como la Pepa ). La Constitución de Cádiz se considera, aún hoy, el ejemplo modélico de forma de transición entre estado liberal y democrático con jefe monárquico. (1)
En dos escritos, Las luchas de clases en Francia entre 1848 y 1850 , de 1850, y El 18 de brumario de Luis Bonaparte , de 1852, Marx estudió a fondo la breve historia de la Segunda República francesa, de 1848, surgida de una revuelta política contra la monarquía borbónica restaurada, y derrocada por el golpe de estado de Luis Napoleón, de diciembre de 1851. Esta república se basaba en el sufragio igual, universal y directo, sólo para los hombres adultos, con independencia de las diferencias de posesiones o propiedades. Marx consideraba altamente inestable la combinación de capitalismo y democracia. Con ello se había sembrado una gran contradicción, entre la igualdad formal de los derechos políticos y libertades de los ciudadanos y su desigualdad económica y social efectiva, que no se daba solamente entre ciudadanos individuales, sino también entre las grandes clases de la sociedad burguesa. Es decir, la república democrática civiliza las formas de la lucha política, sustituye la guerra civil y la lucha en la calle por la lucha electoral y el debate público. Pero «las clases cuya esclavitud social [la Constitución] tiene que perpetuar, proletariado, campesinos, pequeños burgueses, con el sufragio universal se apoderan del poder político». «Y a la clase cuyo viejo poder social [la Constitución] sanciona, la burguesía, le quita la garantía de ese poder. Restringe su dominio a condiciones democráticas, que contribuyen en todo momento a la victoria de las clases enemigas y cuestionan las bases de la propia sociedad burguesa.» (2)
En el siglo XIX, la democracia era aún una idea escandalosa y contestada; en el mejor de los casos, se consideraba un experimento político peligroso. Precisamente lo que temían los liberales contrarios a la democracia era lo que esperaban de ella Marx y Engels: que, tarde o temprano, hiciera estallar esta contradicción. En la república democrática, en «esta última forma de estado de la sociedad burguesa», la lucha de clases se tendría que librar definitivamente, hasta el final. (3)
Marxistas posteriores continuaron este análisis: ¿cómo es posible que se haya implantado una república democrática, exigida, de hecho, por el movimiento obrero, al que proporciona libertad de movimientos y un terreno de juego político y le permite utilizar con éxito elecciones y parlamentos para influir en la legislación y la política del estado? La respuesta (de Kautsky, Otto Bauer y otros): la clase dominante domina, pero no gobierna y, para dominar, no le hace falta estar en el gobierno. Para influir en la lucha política y en el proceso de toma de decisiones políticas conforme a sus objetivos, puede confiar en su poder social y económico, puede utilizar a los medios de comunicación de masas y a los partidos agrarios burgueses de masas, así como a la clase de los políticos y funcionarios profesionales. Favorecida por la religión cotidiana del capitalismo, dirige con éxito la lucha por la hegemonía en la sociedad burguesa, ahora en una república democrática, y respeta sin problemas la igualdad de derechos políticos. Tiene que hacerlo porque, en esta forma política, en democracia, toda dominación de una minoría sólo es posible como «gobierno de la mayoría», que debe basarse en una mayoría de electores, adictos y gente que le apoye. Por lo tanto, sin dominio de la burguesía no puede haber democracia estable, aun menos formarse bloques duraderos, como los que representan los partidos agrarios burgueses de masas de ideología democrática, que siempre agrupan a campesinos. (4) Hay democracia mientras los advenedizos proletarios no tengan éxito político y no se hagan demasiado fuertes y pongan en riesgo la hegemonía burguesa. Incluso entonces aun podría durar un rato un frágil «equilibrio de las fuerzas de clases», que permita a los adversarios mantener la forma de la república democrática con sufragio universal.
Crisis de la democracia, crisis del capitalismo
En 1936 apareció una de las últimas grandes obras de la época del marxismo clásico, el libro de Otto Bauer ¿Entre dos guerras mundiales? El autor, teórico dirigente del austromarxismo y del marxismo, con huella socialdemócrata, enlaza los análisis de tres crisis: la del capitalismo, la de la democracia y la del socialismo.
Sin la crisis económica mundial, dice Bauer, la democracia no habría entrado en crisis en Alemania y Austria. Las crisis de posguerra y, después, la crisis económica mundial que estalló en otoño de 1929 debilitaron la creencia de las masas populares en el estado democrático, que ya no les podía o quería ayudar. Igualmente hicieron tambalearse la creencia del pueblo en la invulnerabilidad del orden capitalista -y, con ello, de la hegemonía de la burguesía. En la crisis, los capitalistas ya no estaban dispuestos a mantener aquellos «compromisos y concesiones con los que han de pagar su dominio en democracia», ni se encontraban en situación de poderlo hacer. Como su hegemonía había quedado tocada, habrían tenido que realizar muchas más concesiones y llegar a muchos más compromisos que entonces, cosa que no querían hacer ni podían permitirse. Se volvieron contra el orden democrático, que era un obstáculo para cargar una crisis política sobre las espaldas de las grandes masas. (5) Derechos políticos iguales y la posición de poder en el estado basada en ellos, incluso los elementos como una seguridad social para todos, que el movimiento obrero reformista había impuesto en el marco del estado democrático, eran obstáculos reales para una política anticrisis totalmente favorable a los intereses de los capitalistas.
Semejantemente, puede suponerse que la gran crisis económica mundial que comenzó en 2007-2008 como una crisis financiera mundial también está relacionada con la aparición actual de crisis en las democracias parlamentarias de los países capitalistas centrales. Y la crisis de la socialdemocracia europea, su evidente decadencia en casi todos los países europeos, es una parte de esta crisis de la democracia. Y es que la creencia del pueblo en la efectividad de una política reformista que también beneficie a las clases de abajo forma parte de la cultura política de una democracia burguesa operativa. Sin esta creencia popular, sin mejoras tangibles de la situación de la mayoría de la población que se encuentra en crisis, no se puede avanzar por la vía reformista «socialdemócrata», para contener, es decir, mantener latente, la gran contradicción de la democracia apuntada por Marx.
La crisis del «capitalismo democrático» hoy
Entre los científicos sociales de todos los colores predomina un amplio consenso en torno a que el orden del «capitalismo democrático» de posguerra, tan estable durante mucho tiempo, ha tocado a su fin. Parece que la disposición y voluntad de la clase dominante en punto al cumplimiento de los compromisos y concesiones con que había comprado su dominio en los países capitalistas centrales durante la posguerra desapareció, como muy tarde, durante el período de crisis 1971-1984. La pregunta es, empero, por qué pasó tanto tiempo -a saber, más de 25 años- hasta que se evidenció la crisis de la democracia. Colin Crouch lo explica con un proceso de lenta erosión de la democracia, que deja intactas las formas externas de las instituciones democráticas (elecciones, partidos, parlamento, opinión pública…), mientras las decisiones reales quedan cada vez más en manos de oligarcas capitalistas. (6) Sin embargo, este lento proceso fue acompañado de algunas maniobras de cambio espectaculares, con las que, si bien no se cuestionaban las instituciones democráticas, se anunciaba un cambio político y se reabría la lucha por la hegemonía, con una ideología política nueva, al menos parcialmente, e incluso de extrema derecha: el neoliberalismo. Margaret Thatcher, Ronald Reagan e incluso Helmut Kohl fueron vistos y elogiados por sus partidarios como precursores de un cambio ideológico y pioneros de otra forma de hacer política.
El cambio hacia un «estatismo autoritario» que muchos marxistas habían previsto de momento no se ha producido. Wolfgang Streeck, con la vista puesta en la crisis política que comenzó en 2007-2008, ha constatado que, tras una breve fase de política financiera expansiva, se ha impuesto una política de austeridad estricta -con el foco en la consolidación del presupuesto público-, al menos en los países de la zona euro. Lo considera la continuación de la marcha atrás iniciada por las clases dominantes en la década de 1970 contra el capitalismo de posguerra embridado por el estado social. Con razón, Streeck constata que la globalización del capitalismo nuevamente acelerada en la década de 1990 ha dado un impulso adicional a este ataque frontal al estado social y a la lucha por la hegemonía de la visión neoliberal del mundo. (7) Sin embargo, los síntomas de una crisis de la democracia política son bastante nuevos: por doquier surgen movimientos populistas contra la vieja política y las viejas elites establecidas, pero (con excepciones) no son, en modo alguno, antidemocráticos o anticapitalistas. La crisis del «capitalismo democrático» del presente parece consistir en que ni a los viejos partidos de masas burgueses-pequeño burgueses de la derecha ni a los partidos de masas pequeño burgueses-proletarios de la izquierda se les ha ocurrido nada para la gran crisis de 2007-2008, salvo la eterna repetición de viejas formas vacías. Pero cuando los grandes opositores sociales carecen de ideas, resulta difícil luchar por la hegemonía; un compromiso político sólo puede hallarse entre posiciones hasta cierto punto distinguibles de manera clara. En este vacío que dejan un neoliberalismo y una socialdemocracia desacreditados, emergen con fuerza toda suerte de aforismos y utopías radicales más o menos salvajes y de todo punto inconsistentes. Sin embargo, la creencia en la democracia está de todo menos muerta, mientras que la creencia en el capitalismo como el mejor de los órdenes pensables está dañada. No es un mal punto de partida para una izquierda en Europa, siempre y cuando se le vuelva a ocurrir algo que valga la pena desear y querer.
Notas
(1) Marx había estudiado derecho en Berlín, sobre todo con discípulos de Hegel y el profesor de derecho público Eduard Gans. Dicho sea de paso, en la carrera de derecho de su época también se estudiaba el cameralismo, tal y como se llamaba entonces la economía política en Alemania. Marx estableció su primera relación con la economía política entre los cameralistas y Hegel, que era un excelente conocedor y crítico de los economistas clásicos ingleses.
(2) Karl Marx, «Die Klassenkämpfe in Frankreich 1848 bis 1850», Karl Marx y Friedrich Engels, Werke (MEW), vol. 7, p. 43.
(3) Karl Marx, «Kritik des Gothaer Programms», MEW, vol. 19, p. 29.
(4) Otto Bauer, «Kapitalsherrschaft in der Demokratie», Werkausgabe , vol. 9, pp. 202-219.
(5) Véase Otto Bauer, «Zwischen zwei Weltkriegen?», Werkausgabe , vol. 4, pp. 134-35.
(6) Véase Colin Crouch, Post-Democracy , Cambridge, 2005.
(7) Véase Wolfgang Streeck, Buying Time. The Delayed Crisis of Democratic Capitalism , Londres, 2016.
(Este texto es una versión castellana y ampliada de un artículo publicado por su autor en la revista Nous Horitzons, nº 218, que conmemora el bicentenario del nacimiento de Karl Marx).
Michael R. Krätke es miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso, profesor de economía política en la Universidad de Lancaster, es uno de los grandes conocedores vivos de la obra de Marx. Acaba de publicar el libro «Kritik der politischen Ökonomie heute. Zeitgenosse Marx» [Crítica de la economía política hoy. Marx contemporáneo] (VSA Verlag 2017).
Traducción de Daniel Escribano.
Fuente: www.sinpermiso.info, 7-10-18 http://www.sinpermiso.info/textos/marx-y-la-crisis-de-la-democracia