La visión evolucionista y dialéctica de la Naturaleza y la Historia ha de ser el marco para una visión y una praxis Ecosocialista: la respuesta de hoy al Imperialismo Ecológico
La teoría y la praxis marxistas se inscriben dentro de una Filosofía Natural Materialista, que coincide en gran medida con nuestra actual visión de la Naturaleza y la Sociedad. La visión evolucionista y dialéctica de la Naturaleza y la Historia ha de ser el marco para una visión y una praxis Ecosocialista: la respuesta de hoy al Imperialismo Ecológico.
Ha costado mucho esfuerzo y tiempo devolver a Marx su faz verdaderamente materialista. Este rostro auténtico del marxismo incluye la rehabilitación de un «naturalismo dialéctico» (vide: J. Castillo, «La verdadera cuestión terrenal», El Búho, http://aafi.filosofia.net/
1. El Materialismo de Marx: un nuevo humanismo ecológico.
Tardó mucho el marxismo, como decimos, en despojarse del «progresismo» y de la concepción neutral de la técnica. La deuda de Marx y Engels con el darwinismo (no con el darwinismo social), tanto o más que con una tradición materialista contemplativa que arranca de Epicuro hasta Feuerbach) es algo digno de ser rescatado del olvido, y entendido en sus justos términos (J. Bellamy Foster, 2004). La visión materialista y dialéctica del mundo y de la sociedad constituyó una ciencia alternativa a la reacción teológica (y teleológica) de los sabios del Barroco (p.e. Newton). La continuación de éstos a través del Positivismo sirvió para orillar al materialismo dialéctico, para dejarlo en manos de epígonos escolásticos del marxismo, filosóficamente retrasados ante el avance autónomo de las más diversas disciplinas científicas. Tuvo que ser la Escuela de Frankfurt, con su crítica a la tecnología y a la alienación que el hombre cosificado experimenta respecto a la naturaleza, la corriente que devolvió al marxismo a las preocupaciones verdaderamente humanísticas de sus fundadores, entre las que se encuentran, de fijo, aquella que venía referida en los mismos textos de Marx como la cuestión del «metabolismo hombre-naturaleza» y la problemática planteada por la industrialización, creadora de una «fractura» de dicho metabolismo básico (vide: M. Lowy: «‘Aviso de incendio´: la crítica de la tecnología en Walter Benjamin», http://fundanin.org/lowy3.htm)
2. Explotación de cuerpos y explotación de suelos. Imperialismo de tipo mediterráneo.
Hoy en día asistimos a una gestión tecnocrática del mundo, incluida la naturaleza entera. En rigor, este es un proceso que tuvo como punto de arranque el neolítico y el comienzo de la agricultura y ganadería. Hace más de 10.000 años comienza una nueva fase de la historia de la humanidad que, pomposamente, ha dado en llamarse «Origen de la Civilización» pero que, sin embargo, consiste más bien en el Origen de la Explotación masiva de la Naturaleza, que coincide exactamente con la Explotación del Hombre sobre el Hombre, a través de la Esclavitud (Coincido muchísimo con la interesante síntesis que realiza Santiago Gómez Crespo: «El Ecologismo Burgués y el Ecologismo Socialista», Rebelión, 07-09-2006, http://www.rebelion.org/
En efecto, en el ámbito global, el natalismo es una ideología desastrosa para el planeta, por más que se pueda defender localmente para promover comarcas abandonadas. La presión demográfica del ser humano es el frente arrasador de la biodiversidad, la verdadera «plaga» para todas las demás especies de animales y plantas, así como para los factores sustentadores de la vida, como el agua, la atmósfera, el suelo. Las zonas del planeta «ecológicamente viejas», como es por ejemplo el Mediterráneo -a cuyo ámbito climático y ecológico corresponde aproximadamente un 80% de la Península Ibérica- sólo aumentan la presión demográfica por medio de la llamada y reclutamiento de extranjeros (de muy diversa procedencia, africanos, europeos del este, sudamericanos) en atención a una búsqueda de beneficios privados a corto plazo, en un sector como es el de la agricultura que se basa en el privilegio artificial (puramente político) de los países de la Unión Europea sobre aquellos otros que, política y financieramente hundidos, no pueden salir de su postración agrícola e industrial, con el consiguiente exceso de brazos y falta de oportunidades. Los terratenientes y empresarios agrícolas (pero no sólo agrícolas) del Mediterráneo gozan de la ventaja comparativa de adoptar tácticas tercermundistas en un ámbito jurídico-laboral que las consiente con buena manga ancha, al tiempo que se benefician de unas tácticas «primermundistas» al estar ubicados en un Estado como el español, miembro de la U.E. que colabora activamente en el subdesarrollo planificado de esos países americanos, africanos u orientales, con vistas a que su agricultura no se desarrolle suficientemente, pues sus productos no pueden venderse a un precio comparable al de las mercancías muy subvencionadas europeas. Con ello, el primer mundo consigue esclavos muy baratos que acceden a Almería, Huelva, Murcia, Alicante, etc… costeando ellos mismos su viaje, llamando por su cuenta a las puertas del empleador. Con ello, el primer mundo consigue reintroducir el esclavismo tercermundista y natalista dentro de sus bien blindadas fronteras, poniéndose muy estricto en el aspecto policial-burocrático (represivo) del «problema» de la emigración, pero haciendo al tiempo de su propia capa un sayo en todo lo referente a la inspección laboral, seguridad, higiene, dignidad del trabajo, tasa de explotación, transparencia tributaria, formalidad contractual de los empleos, etc. Es decir, un tercer mundo metido en el primero. Y ello, en una de las regiones de Europa más desertificadas, más esquilmadas en cuanto a recursos naturales (que se viene a juntar con las epidemias del Turismo, los Campos de Golf y el urbanismo desbocado), por su ya larga trayectoria agrario-esclavista. La España Mediterránea es un auténtico sumidero ecológico. La creación de beneficios privados en pro de unos pocos empresarios negreros y especuladores, que además son muy malos contribuyentes dadas sus tendencias piráticas nunca exterminadas por la inspección estatal, es posible gracias a su condición sine qua non: la explotación de la fuerza de trabajo aportada por masas humanas procedentes de otras regiones devastadas precisamente por el proteccionismo agrícola que el Estado Español -junto con los demás socios de la Unión ejerce de forma despótica sobre esos países emisores de mano de obra barata, cuasiesclava. Se repite la misma historia de los tiempos imperiales en la antigüedad. Grandes centros de poder y «civilización» con fronteras militarmente bien guarnecidas, «reclutan» grandes contingentes de bárbaros extraliminares cuya explotación garantiza el mantenimiento de cuotas de ganancia en un medio natural cada vez más «viejo», esquilmado, y dotado de una población ciudadana cada vez más parasitaria, dependiente del trabajo-basura del extranjero. La Unión Europea es la nueva Roma, pero también decadente.
3. Ecología es materialismo (y viceversa).
Para comprender este tipo de procesos de explotación simultánea de cuerpos y de suelos. Esta degradación del trabajador a esclavo, y del ecosistema fértil a un desierto agotado, hay que tomar unas nociones de dialéctica. De dialéctica materialista.En efecto, creo que deberíamos volver a Marx y beber en sus textos, como si de la fuente de un ecologismo verdaderamente revolucionario se tratara.
Habría que enmarcar otra vez la obra de Marx en el contexto del materialismo, pero de un materialismo no contemplativo ni estático (J. Bellamy Foster, 2004). El materialismo de esa clase arrancó con Demócrito y Leucipo y llegaría hasta los ilustrados dieciochescos en Francia. El materialismo marxiano (y también el de Engels) se inicia con Epicuro, y fue transmitido a la posterioridad por Lucrecio. Es esta base filosófica la que se «dialectiza», según John Bellamy Foster, a través de Darwin, Engels y el propio Marx. Un concepto central en el enfoque materialista y dialéctico acerca de la Naturaleza consistió en la idea de «Metabolismo» (Stoffwechsel)..
Este concepto, aún hoy central en las ciencias biológicas, ya fue conocido desde comienzos del siglo XIX, en el sentido de «intercambio material». Al principio se usó sólo en un sentido meramente organísmico (a escala bioquímica y fisiológica), pero al ser ampliado al nivel ecológico pasó a constituirse en la médula misma de la ciencia del medio ambiente, bajo ropajes y terminologías más recientes, como son los de la Teoría de Sistemas, haciendo referencia a flujos y balances de materia y energía. Por su lado, Marx, como materialista, nunca había dejado de insertar su concepción dialéctica de la historia dentro de una más amplia «Historia Natural», y supo ver como nadie que las sociedades históricamente dadas debían ser entendidas precisamente en términos de «intercambio material» (hoy incluiríamos el intercambio energético bajo esa rúbrica general) a múltiples niveles, pero todos ellos subsumibles bajo la dialéctica entre estos dos polos: hombre y naturaleza.
Con el capitalismo se agudiza la explotación que el hombre ejerce sobre la naturaleza, que a su vez es con-causa de la explotación del hombre sobre el hombre. Esta tendencia ya había tenido su origen en ciertas regiones del planeta durante el Neolítico, provocando desertización y esclavitud. Pero el modo de producción capitalista aumentó con creces la «fractura» metabólica, pasando a convertirse la naturaleza (en sus diferentes ámbitos, suelo, aire, aguas, etc…) y el propio ser humano, junto con el espacio social que su vida ocupa (las ciudades, los campos) en meras mercancías. El capitalismo valoriza todo lo que puede, incluso aquello que de por sí no fue producido como mercancía, y que solamente por obra de las ficciones típicas del Capital entra a formar parte de su contabilidad (J. O´Connor, 1998).
Las «condiciones de producción» son aquellos elementos que entran en el proceso de producción capitalista sin que ellos mismos hayan sido producidos como mercancías. Antes bien, la naturaleza y/o la sociedad los «da», por lo que el sistema capitalista los considera elementos gratitos. También ocurre que este sistema les asigna un «valor ficticio». Un valor de cambio real no poseen en cuanto que no se ha depositado trabajo en ellos. El sistema hace «uso» de ellos como si se tratara de recursos ilimitados y no fueran susceptibles de degradación pero, de hecho, si en su uso no se espera a que los ciclos naturales realicen una reposición de los mismos, la degradación (factor cualitativo) y el agotamiento (factor cuantitativo) van poco a poco entrelazándose al sufrir, a la fuerza, una «entrada» de tales elementos en la economía capitalista. Esta es una economía productora de mercancías que todo cuanto cuantifica (todo cuanto conoce) es mercancía.
El capitalismo es ciego a las no-mercancías. Obligatoriamente, en su propia lógica, no ve y no entiende los objetos no-mercantiles, y para intentarlo, su única salida es atraparlos en sus círculos viciosos, los del Mercado, los de la mercantilización forzosa y artificial. Para ello emplea las ficciones jurídicas y las aberraciones éticas pertinentes pata que tales elementos extraños a la mercantilización de la vida puedan penetrar y visibilizarse. Tal es lo que ocurre con el propio ser humano como mercancía. Ya fuere como cuerpo coleccionable y disponible, bajo el régimen de Esclavitud, ya fuere como cuerpo explotable, esto es, como dispositivo de fuerza de trabajo a activar por horas, bajo el capitalismo, el ser humano entró hace miles de años en una dinámica de valorización, de cosificación cuantificada.
El individuo se mercantiliza como reservorio de fuerzas, energías, de horas que -durante su vida útil- pueden ir desplegándose, mucho más allá de su valor amortizable (igual que se objetiva el valor de una máquina, como capital invertido que «promete» a su dueño un valor extra, una plusvalía más allá de su amortización). El individuo trabajador, cosificado como esclavo, iba más allá de su condición de máquina, de fuerza de trabajo «esperable» y, por ende, más allá del valor extra que será capaz de producir «previsiblemente» en su vida útil. Su condición es común y compartida con la del trabajador asalariado (el esclavo moderno). La diferencia es que en lugar de ser comprado en éste último caso todo su ciclo vital (no ya su cuerpo, sino la vida y la acción de su cuerpo hasta la muerte), por el contrario, va siendo adquirido por el amo (del Capital) por plazos, por entregas fraccionables (de tiempo medido en horas, p.e.). Al aspecto laboral de esta absurda pero real compraventa de seres humanos, hemos de añadir su condición forzada, obligatoria, de «prestador de servicios» al amo. Los servicios extra-laborales, como son ofrecer placer, diversión y atención doméstica al amo, sólo con gran dificultad teórica pueden ser catalogados como «trabajos» en el sentido estricto, productivo, del término. No obstante implicaban -e implican- un grado considerable de penosidad, cansancio, dolor y humillación para los prestadores forzados de tales servicios.
Como Marx destacó en El Capital (Marx, 2000), con independencia de cualquier «justicia» y «generosidad» del patrón en materia de salarios, el trabajador humano desplegando en la práctica sus fuerzas de trabajo, es capaz de crear valor nuevo en las mercancías producidas, por lo que su «amortización» trasciende completamente a la de una máquina, que es energía muerta que exige ser vivificada por el trabajo vivo. El hecho de que su vida útil sea valorizable más allá del ámbito de la producción de objetos con valor de cambio, y se la «compre» el Capital en tanto que prestador de servicios que la sociedad entiende también como dotados de un valor de cambio, difumina a los ojos empíricos la distinción entre trabajos productivos y demás servicios. Con ello, las distinciones entre esclavitud y trabajo asalariado se difuminan, pues los servicios (entretenimiento, placer sexual, enseñanza) involucran a la persona entera que los presta, aunque se paguen por horas u otro tipo de fracciones. Es la persona en su integridad la que se «vende» en esa hora de prestación, sea o no directamente productiva la misma. En cambio, el obrero fordista, en su hora de trabajo inoculaba valor a un producto -p.e. el auto- que, a su vez debía realizarse como mercancía, dentro de un mercado en el que el valor de cambio debe «contrastarse» con otras mercancías (incluido el dinero) que también lo debe poseer. Por ello, en una sociedad como la nuestra, donde el sector de los trabajadores «improductivos» o, por mejor decir, más alejados de la producción directa, esto es, de la transformación de materias primas y energías brindadas por la naturaleza, es donde se puede contemplar un mayor grado de alienación del hombre, reducido a ser mercancía, y la alienación del hombre respecto de la naturaleza, obrando como si no la necesitara y las meras relaciones-alienadas- entre humanos crearan riqueza y dieran satisfacción a necesidades «exclusivamente sociales».
4. Marx Ecologista y Filósofo Natural.
El estudio atento que Marx dedicó a las obras de Justus von Liebig y a otros expertos en economía agrícola de la época (p.e. el anti-mathusiano James Anderson) revela la importancia de los asuntos del equilibrio ecológico en la dialéctica materialista de la Naturaleza, de la que todo materialismo histórico forma parte. En contra de las ideas de Malthus y sus seguidores, la «ecología» primitiva de esta época, iniciada realmente por Liebig, Anderson, Engels, Darwin y Marx, era una ciencia dialéctica, que sólo por su enfoque global (no reduccionista, no mecanicista) y por su énfasis en las contradicciones, revelaba que la fertilidad de la tierra distaba de ser una propiedad absoluta, con unos límites fijados de antemano e inamovibles. Más bien la economía natural, vale decir, «ecología», mostraba ya entonces que esa propiedad de la tierra era relativa al trabajo invertido en ella (abonos, drenajes, alternancias, cuidados de toda índole) que a su vez está condicionada por el nivel de desarrollo técnico y científico que puede serle aplicado en sus mejoras. De hecho, contra Malthus, se debía advertir que la tierra puede aumentar más su productividad si las mejoras tecnocientíficas son correctamente administradas. La renta extra de las tierras fértiles, por tanto, no significaba una suerte de «prima» o «pago por el privilegio» que tales tierras favorecidas por la Providencia merecían frente a las menos favorecidas (que tan sólo darían, dada su esterilidad, para cubrir gastos). Esta teoría malthusiana y ricardiana quedaba desbancada por obras como la de Liebig, Anderson y la crítica marxiana. Obras críticas ya contra un capitalismo depredador, centradas en la idea de «sustentabilidad» de la tierra, esto es, en buscar la manera de evitar que se rompa el equilibrio fundamental entre hombre y naturaleza. Un equilibrio que se habría roto en la Inglaterra decimonónica al haber desaparecido el ganado, y por ende, el abono que éste podía aportar a los cultivos in situ, sin recurrir a la importación o al abono producido industrialmente. Para empeorar las cosas, la sobreabundancia de desperdicios que Londres u otras grandes concentraciones industriales y poblacionales generaban, sin el más mínimo reciclado de los mismos, no hacía más que deteriorar los ríos, las costas, y la salud de los propios moradores de este ambiente industrial. Una tierra cuidada debidamente no tendría por qué ejecutar su venganza contra el hombre. Pero la tierra sobre-explotada se vengaba de hecho, disminuyendo su fertilidad, y trayendo enfermedad y muerte al género humano. Lo importante era ni fracturar el ciclo biológico y químico de su existencia.
En tiempos de Marx, las bases de esta economía natural o Ecología ya estaban pues, establecidas, y como refuerda J.B. Foster, nada tiene de extraño que fuera en la U.R.S.S. entre 1920-1930 que la Ecología floreciera, en un contexto intelectualmente abierto a un marxismo todavía no dogmático. La cerrazón estalinista en cuanto a ideas, y el propio productivismo de este estado, bloquearon por completo una Ecología materialista. Con todo, entre finales del XIX y principios del XX la creencia en los recursos ilimitados era aún muy fuerte entre marxistas tanto como entre capitalistas. Ya se conocían destrozos medioambientales considerables, pero circunscritos a comarcas, regiones, a lo sumo, pero apenas se rebasaban los marcos nacionales de análisis de los mismos. La mentalidad colonialista era la preponderante incluso entre la izquierda, y con ello debemos indicar que muchos líderes e intelectuales pensaban que la extinción local o nacional de ciertos recursos naturales podría compensarse fácilmente con la adquisición (barata o gratuita) de los mismos en las colonias o neocolonias. Esta mentalidad, que con muy apropiados términos ha denominado Renán Vega «Racismo Ecológico», no sólo no se ha erradicado, como abominación moral, sino que se ha difundido mucho más hasta llegar a hoy. [Renán Vega: «Las nuevas expresiones del imperialismo en el mundo actual», http://www.nodo50.org/
En efecto, el Racismo Ecológico de hoy ha tomado la forma de un Imperialismo Ecológico que sobrepasa ampliamente la simple y llana depredación de territorios, culturas, continentes enteros. Esquilmar la tierra y la fuerza de trabajo de los países colonizados fue el colonialismo clásico que complementó la industrialización interior de los imperios. Ahora, lo que se ha consumado es la división del planeta en dos polos, uno rico y depredador, que se cree con todo el derecho a agotar las posibilidades de supervivencia del otro polo, que no sólo sufre el esquilmado de sus recursos sino que debe resignarse a quedar convertido en vertedero de los residuos -contaminantes en alto grado- que los opulentos no desean. Se ha llegado a producir, en este sentido, incluso un trueque desvergonzado, como señala Renán Vega, consistente en condonar deuda externa a cambio de la aceptación de residuos.
El imperialismo ecológico es, en suma, el Imperialismo a secas, la fase imperialista del Capitalismo que corresponde a nuestro tiempo.
La lucha ecologista es, y debe ser, una lucha de clases. En un principio, los marxistas «ortodoxos» no supieron ver en el movimiento verde un verdadero movimiento con potencial revolucionario, una alternativa al sistema capitalista. Se quiso ver en él un nuevo romanticismo, una utopía generada por pequeño-burgueses de orientación inicialmente anarquista, nostálgica y contraria al sacrosanto «Progreso». Estos «marxistas» recelosos del ecologismo ¿ignoraban que su propia orientación, en sus orígenes, también había recibido tales etiquetas por parte de sus enemigos? Hoy, tras la mala experiencia de un ecologismo reformista, pactista, burocrático e integrado, resulta evidente que sus preocupaciones entran de lleno en la agenda de cuentas urgentes que el proletariado debe pedir al Capital en su proceso revolucionario. Pues es la clase trabajadora, obrera y campesina, la primera víctima del Imperialismo, doblemente sacrificada no ya sólo en cuanto que explotada laboralmente, sino en cuanto desahuciada en sus posibilidades mismas de supervivencia y autosuficiencia.
5. Ecosocialismo Revolucionario.
El Ecosocialismo debería ser, pues, un movimiento revolucionario, no una mera «marca» verde en un programa rojo, o a la inversa. Se tratará, más bien, de una impugnación general del Capitalismo. La explotación del hombre y la explotación de la naturaleza son dos procesos que se identifican esencialmente. En el mismo frente de batalla hay que plantar cara, como dice Lowy, al ecologismo metafísico y reformista, basados en la propaganda ascética, la llamada a la autocontención. Escribe Lowy:
«…algunos ideólogos de la ecología plantean falsos problemas. Por ejemplo, que la degradación del medio ambiente es culpa de nuestro consumismo, que cada uno de nosotros consume demasiado, que es necesario reducir el consumo para proteger al medio ambiente. Eso responsabiliza a los individuos y redime al sistema. Es verdad que el consumo de los individuos es un problema, pero el consumo del sistema capitalista, del militarismo capitalista, de la lógica de la acumulación de capital es mucho mayor. Entonces, en lugar de pregonar la auto-limitación individual, es necesario llamar a la organización para luchar contra el sistema capitalista; esa debe ser nuestra respuesta». (http://www.fundanin.org/lowy.
Vivimos en un ecosistema planetario frágil. Cualquier predicción realista, ajena a la posibilidad de milagros, nos conduce directamente al suicidio ecológico. Un crecimiento ilimitado de las fuerzas productivas nos va a llevar a la destrucción de los parámetros fundamentales de toda posible y mínima «calidad de vida» en el mundo entero. Además, la imprevisibilidad de los factores «superestructurales» en un contexto tecnoeconómico (la base material, en el lenguaje marxista) sin frenos, no va a generar otra cosa salvo incertidumbres y agravamientos al ya de por sí alocado crecimiento de las fuerzas productivas.
Con este panorama, el marxismo revolucionario debe actuar, y ya. En el contexto decadente del marxismo tradicional, lastrado por el sovietismo y su estrepitosa caída, bien simbolizada por el derrumbe del Muro Berlinés, parecía que otras teorías vendrían tomando la delantera al programa del socialismo. Desde la década de 1970 el ecologismo, al menos en los países europeos más avanzados de Occidente, iba imponiendo su tonalidad verde sobre la roja. Pero este verde movimiento bien pronto mostró su cariz reformista, abandonando su radicalismo inicial a cambio de una mayor participación de sus líderes en los gobiernos y en las nuevas burocracias de la llamada «Gestión Medioambiental». Tan solo recientemente, desde el propio marxismo, hemos asistido a tentativas de apartarse del reformismo ecologista (curiosamente, también muy cientifista y gradualista, como lo fuera antes el pseudo-marxismo de la II Internacional). Se trata ahora de crear un socialismo marxista que incorpore el cuestionamiento radical de nuestro alocado modo de vida y producción, depredador y ecocida, dentro de un discurso socialista y revolucionario que detecte en el Capital y en las oligarquías dominantes el responsable verdadero del desastre. Exponente de esa incorporación de un planteamiento verde radical dentro del enfoque (rojo) socialista, es el «Manifiesto «Ecosocialista» de Michael Löwy y Joel Kovel [http://www.una.ac.cr./ambi/
En el Ecosocialismo se señalan como auténticos responsables de la Catástrofe Medioambiental (y, en el límite, responsables de la negación de nuestra supervivencia humana misma, al menos como especie civilizada) al Capital y al Imperialismo depredador que, en esta fase de mundialización, une la vieja codicia de acumulación de plusvalía a unas inusitadas expectativas de control, dominación y sometimiento total (que hemos denominado por nuestra parte, Fascismo Global).
En el Ecosocialismo no se quieren hacer concesiones a las típicas cortinas de humo que, de forma idealista, anhelan una nueva «jerarquía de valores» o un abandono de nuestro supuesto «antropocentrismo» aborrecible. Desde el marxismo, la verdadera alienación humana radica en la explotación suicida del hombre a cargo del hombre, practicada de un modo tal que supone a su vez su propia alienación respecto al propio suelo que pisa, a la atmósfera, al agua, en suma, a la Naturaleza entera. En tal sentido, el Ecosocialismo, creemos, debería significar una lucha política a brazo partido a favor de las comunidades campesinas del mundo entero, y en particular, del mundo «en desarrollo» para así proteger solidariamente su soberanía como productores-consumidores. Es decir, una lucha política orientada a garantizar su autosuficiencia en condiciones dignas así como sus posibilidades de desarrollo humano por medio de la creación de vías de «venta solidaria» de sus excedentes, venta directa al margen de las manos asfixiantes de unos intermediarios monopolistas.
Resulta de todo punto esencial que el Ecosocialismo no se transforme en una nueva «marca» propagandística, en una nueva mixtura de dos «sensibilidades», como ahora se dice, creada con el ánimo exclusivo de captar votos a favor de partidos verdes tirando a rojos, o rojos teñidos de verde. Para que sea un movimiento de veras revolucionario hace falta, como subraya Löwy, que represente a ojos vista de todo el mundo, una Nueva Ética, y por ende, una Economía Política de marcado acento ético [Véase A. Lund Medina: «Ecosocialismo o neobarbarie», Rebelión, 10-02-07, ]http://www.rebelion.org/
Para los partidos obreros, y demás fuerzas populares, la integración de las problemáticas medioambientales, así como las que conciernen a la soberanía alimentaria y la autosuficiencia productiva (inseparables recíprocamente) resulta una prioridad no ya factible, sino cada vez más imprescindible, vistas las tendencias que el Capitalismo -en esta nueva fase llamada «Globalización» está exhibiendo día tras día. Difícilmente vamos a «salvar el mundo» si no sabemos apoyar las luchas locales, regionales, campesinas, etc. , que consisten en «salvar el propio suelo» que los seres humanos pisan. Salvar el suelo y el entorno como parte de su concreta resistencia tenaz contra el proceso de la Mundialización, promovido por el Capital.
Porque hay que reconocer que el Capital no puede ejercer su imperio sin realizar un colonialismo de nuevo cuño, consistente en una mayor y más profunda subordinación de países y regiones continentales enteras a sus centros de acumulación de plusvalía, que suelen coincidir con los centros de consumo megalómano y despilfarrador. De este modo, la mayor parte de la humanidad, así como la inmensa mayor parte del territorio planetario van cayendo más y más, en picado, bajo las garras de los monopolistas de la producción. Estas pocas empresas reducen de forma bárbara y artificial toda oportunidad de desarrollo endógeno de países y regiones continentales, para lo cual hacen uso del terrorismo puro y duro. Un terrorismo realizado a través de medidas de presión y represión, que pasan desde la acción financiera-punitiva de organismos internacionales como FMI, OMC, BM, hasta derrocamientos de gobiernos, financiación de dictadores y (para)militares, y creación artificial de grupos opositores a los gobiernos progresistas y socialistas. Los estados empobrecidos, reducidos a ser colonias, nuevamente, no ya de un estado europeo concreto, o de los EEUU, sino de su personificación colegiada y abstracta, el crudo Capital, no pueden hacer otra cosa que ir reduciendo sus posibilidades de vida civilizada. Su población, por debajo del nivel de la proletarización, se ve reducida a la más indigente esclavitud. Su naturaleza, en cuanto objeto de la ultraexplotación y depredación, va desapareciendo por medio de la deforestación, la desertificación, la reducción drástica de su biodiversidad, la contaminación y, en todo caso, la incapacitación de aires, suelos y aguas para una vida humana de sus respectivos pobladores autóctonos en lo sucesivo.
Si ya los métodos tradicionales de los imperialistas y colonialistas del siglo XIX y XX fueron brutales, basados en la concepción militarista de la vida, así como en el etnocentrismo racista de la supremacía civilizadora del hombre blanco sobre los demás pueblos de la tierra, ahora en el siglo XXI el neocolonialismo y el neoimperialismo del Capital toma al planeta entero como un bien fungible de entera disposición para unos escasos y selectos centros acumuladores y al tiempo, despilfarradores de plusvalía sobrante. El resto del mundo, descapitalizado, se ve en la tesitura de existir cada vez más des-naturalizado. Es decir, que además no recibir devuelta en forma de capital redistribuido una parte de esa plusvalía excedentaria, cosechada gracias a la baratura del trabajo «tercermundista» y a la casi gratuidad de los recursos naturales esquilmados por y para el Capital, esos pueblos van perdiendo los valores de uso fundamentales que hacen posible la continuidad de la vida, la salud, la dignidad: el agua, el aire, el suelo, el arbolado, etc. Que lo debe permitir una masa humana, que así se deja explotar, así como robar y exterminar, sólo es explicable por medio de la creación -año tras año- de un régimen de terrorismo de estado, de imperio, que gracias al perfeccionamiento de sus medios técnicos de control, va ganando en lo que constituye la quintaesencia del control asimétrico, desigual, de una pequeña parte sobre el todo: el sometimiento y la dominación tendencialmente absolutos. Esto es lo que constituye el fenómeno del Fascismo Global.
Löwy propone el Ecosocialismo como convergencia de dos posiciones radicales, cada una por derecho propio. El marxismo no productivista, por un lado, y el ecologismo radical, por el otro. El cuestionamiento de un modelo productivista ha de ser aplicado tanto al Capitalismo triunfante de hoy en día como a su supuesta alternativa, el ya desaparecido «socialismo real». El «progresismo» compartido por estos dos modelos lleva a la perdición misma de los parámetros de la posibilidad de existencia de la vida, o al menos de una vida civilizada, a corto plazo. Los gestores de la economía «planificada», en rigor, de un Capitalismo de Estado, no menos que los economistas del supuesto mundo del Libre Mercado (no menos Planificado que en el comunismo, por cierto) compartían más ideas en torno al «desarrollo», de lo que se quería reconocer. A partir de los 70, fueron tanto los marxistas no dogmáticos y antisoviéticos, como los ecologistas más radicales, con importantes precedentes en la Escuela de Frankfurt, cuando se empezó a ver esa afinidad entre los dos bloques. El cariz ecocida de ambos. El «crecimiento» era el objetivo por el cual en ambos bloques debían darse los mayores sufrimientos y sacrificios de cuerpos y vidas humanas así como de ecosistemas. Medioambiente, calidad de vida, felicidad… todo se sacrifica por el «crecimiento». La «ética ascética» prevaleciente era en el fondo la misma, tanto si miramos al bloque occidental como al sistema que se dio en el oriental. Nos parece muy interesante que Löwy haga mención expresa de una «Ética Ecosocialista». Deberíamos entenderla como una alternativa y una impugnación radical de todo el ascetismo desarrollista. Se tratará, como afirma este autor en el escrito «Por una Ética Ecosocialista» [http://www.geocities.com/
El capitalismo clásico experimentó, de fijo, una transformación en cuanto a la ética ascética predominante. El siglo XIX, en líneas generales, se podría definir por la ascética ahorrativa de una burguesía auto-contenida en el consumo. Era una burguesía austera en el consumo y expansiva en su inversión productiva, una clase ávida por acumular capital reinvertible en nuevas empresas de negocios. Con todo, ya Marx, y posteriormente Th. Veblen, se habían encargado de matizar ese mito, subrayando la necesidad de que una «clase ociosa» agotase una parte no desdeñable de la plusvalía excedente (no reinvertible en la producción), aplicándola a todo un aparato suntuario que, funcionalmente, nunca deja de resultar «rentable» más allá del beneficio psicológico hedonista. Lujo suntuario rentable en términos políticos y etológicos: consolidación del Poder, intimidación, deseos de emulación, majestuosidad y distancia. Esos y otros efectos se ejercen sobre las clases inferiores. Si además añadimos que el Aparato Suntuario (palacios, criados, coches, fiestas, objetos de arte…) lo desarrolla una burguesía siempre proclive a las «manías aristocráticas» que incluyen un gradual abandono de sus funciones productivas, siquiera sea en la forma de inspectores y gestores políticos de la producción sobre la que poseen derechos en virtud de su condición de titulares jurídicos de la propiedad privada industrial, nos iremos acercando a una visión más realista de la burguesía consumista -hasta extremos despilfarradores en términos medioambientales- de la actualidad. Esta burguesía, más numerosa hoy, y más parasitaria en cuanto a su detentación del control directo de los mecanismos de producción, lleva la voz cantante en cuanto a consumo alocado y despilfarrador, del que están siendo víctimas las masas populares de todos los continentes.
El comunismo, es decir, el triunfo de las masas explotadas y víctimas del expolio de un mundo «habitable», es el único sistema capaz de pararle los pies al Fascismo Global y depredador, ecocida.
6. Etica y Ecofilosofía no cientifistas. La dialéctica materialista.
Una Ecología no cientifista, no es otra cosa que una Filosofía Natural Materialista, acorde con los conocimientos científicos de nuestra época. Estos conocimientos atestiguan la precaria posición que los seres humanos ocupan en el planeta mientras siga vigente el modo de producción dominante, el Capitalismo. La Ecología, desde los fundamentos estudiados por John Bellamy Foster (Darwin, Marx, Engels, Haeckel, los ecólogos soviéticos…) en rigor es una Biología General o una Filosofía Natural. La historia de la especie humana se ha de entender como una evolución social, histórica, que se injerta plenamente en la evolución natural de las especies, del planeta, del cosmos. Marx lo supo ver perfectamente. La Historia social y la Historia natural tienden a unificarse tanto en el ámbito ontológico como en el epistemológico. En el ámbito ontológico, debido a que una especie en particular, la humana, llegó a alcanzar el máximo poder causal de modificación de las condiciones envolventes de su propia evolución natural. De esa manera la propia evolución de la vida terrestre llega a quedar condicionada por la evolución reciente de una de sus especies (especialmente es así en los últimos 10.000 años). En el ámbito epistemológico, debido a que esta misma especie humana, precisamente, ha unido su capacidad de control (y, crecientemente, de sometimiento y dominación) de la naturaleza a una capacidad de conocimiento de las relaciones legales que se da en la misma. En el fondo es indisociable el control de la naturaleza y el conocimiento para la eficaz actuación sobre la misma. Lejos de darse un dualismo entre la «dialéctica de la naturaleza» y la «dialéctica de la historia», hay que constatar que ambos planos son históricos, se tratada de procesos dialécticos históricos ambos, cada uno tomado en si mismo, y además, procesos entrelazados mutuamente, una trabazón también histórica. Veámoslo por medio del siguiente esquema.
Dialéctica de la naturaleza = Historia natural, de la que «naturalmente» surge la Historia humana.(N). Se trata de un proceso internamente histórico, evolutivo.
Dialéctica de la historia = Historia natural de los modos de producción en el ser humano.(H). Se trata de un proceso que no deja de ser «natural» e internamente histórico, evolutivo.
Entrelazamiento entre H y N = él mismo es Histórico, es decir, se trata del proceso de surgimiento de H a partir de N.
De cierto, siguiendo a J. Bellamy Foster, no hay para Marx resquicios de espiritualismo (en el fondo, dualismo) entre ambas formas de dialéctica, que se subsumen en una, más general y de fondo, que constituye el objeto para el Materialismo Filosófico. La «mala» dialéctica es aquella que pretende ser establecida entre la materia y la cultura (o «espíritu», las ideas, los valores), como por ejemplo entre una base y una superestructura, entendida ésta de forma idealista. La dialéctica marxista consiste en una evolución o surgimiento de y a partir de términos, relaciones y operaciones intrínsecamente materiales. Los sujetos son los verdaderos agentes productivos de nuevos estratos de materialidad cuando ellos poseen capacidad operatoria, como ya acontece con muchas especies animales y el hombre.
Se tratará de adoptar una visión ética inmanente a una concepción materialista de la naturaleza y de la historia. En efecto, si le Ecología es el materialismo filosófico centrado en la Biología General, la Filosofía Natural en la que se inscribe la praxis revolucionaria, el Ecosocialismo es el enfoque ético que se extrae de esa filosofía. Como escribe Gustavo Fernández Colón («Ecosocialismo: devastación capitalista o nueva civilización», Rebelión, 17-11-2005, http://www.rebelion.org/
La Ética materialista, inscrita en y deducida del proyecto general de una Historia Natural en clave dialéctica y materialista, como la barruntaron Marx, Engels y Darwin, es ante todo -ante la gravedad de los acontecimientos- una Ética de la supervivencia de la especie humana y de las demás formas de vida planetarias. Hoy, más que nunca, la lucha revolucionaria no es sólo una lucha por la emancipación. Es una lucha por la supervivencia.
Bibliografía:
BELLAMY FOSTER, J. (2004): La Ecología de Marx. Materialismo y Naturaleza, El Viejo Topo, Barcelona.
MARX, K. (2000): El Capital. Crítica de la Economía Política. (3 vols.) Fondo de Cultura Económica, México, D.F.
O´CONNOR, J. (1998): «Is sustainable capitalism possible?», en Natural Causes. Essays on ecological marxism. The Guilford Press, Nueva York, Londres.
POLANYI, K. (1944): The Great Transformation, Farrar y Rinehart, Nueva York.