El propio título de la obra de Lebowitz induce a pensar que se hace una crítica del pensamiento marxista desde la limitada interpretación de la lectura de El Capital, sobre todo para los que hacen una lectura economicista de la filosofía marxista. Para las gentes que procedemos de la clase trabajadora, que no hemos tenido […]
El propio título de la obra de Lebowitz induce a pensar que se hace una crítica del pensamiento marxista desde la limitada interpretación de la lectura de El Capital, sobre todo para los que hacen una lectura economicista de la filosofía marxista.
Para las gentes que procedemos de la clase trabajadora, que no hemos tenido la oportunidad de educarnos en la universidad, cierta verborrea intelectual nos confunde y no sabemos qué mensaje revolucionario nos quieren trasmitir; a pesar de nuestra ignorancia academicista tenemos la osadía de pronunciarnos desde la otra enseñanza obtenida a través de la escuela de nuestra vida y de la lucha política que mantuvimos, al mismo tiempo que leyendo a personajes que, como Lenin, nos acercaban la filosofía de Marx y Engels con textos básicos bastantes comprensibles sobre aspectos fundamentales de esa filosofía y que nos ayudan a entender el papel del partido revolucionario, el de las masas trabajadoras en el proceso revolucionario emancipatorio, así como el método de análisis materialista dialéctico, que nos permite interpretar la función histórica del Estado y la Democracia y, de esa forma, instrumentalizar revolucionariamente las instituciones burguesas al potenciar la lucha alternativa desde abajo, sin caer en el reformismo ni el izquierdismo comunista, así mismo tener en cuenta la forma de dominio en la fase imperialista del capitalismo, donde además de los poderosos aparatos represivos de coerción física utilizan los otros aparatos sofisticados, difíciles de ver y contrarrestar, que el poder tecnológico ha puesto en sus manos, con los que consiguen mantener alienados y oprimidos a todos los trabajadores que creemos vivir en el mejor de los mundos posibles de los países desarrollados. Ayudan a quienes abrazamos el marxismo no de forma determinista, no como un dogma de fe, sino como lo que realmente es: una filosofía que se sustenta en el conocimiento científico de la realidad, en constante autocrítica y desarrollo.
De ahí nuestro rechazo a considerar que el marxismo se quedó corto en su crítica del capitalismo y de alguna forma culpabilizar a Marx porque de su lectura se cayó en una interpretación mecanicista de esa filosofía, citando frases tan repetidas y acusadoras contra el filósofo o su doctrina como estas: «Coincido plenamente con el autor en todo el esfuerzo que éste realiza por construir respuestas originales a temáticas de gran actualidad no abordadas o insuficientemente abordadas en El Capital: durabilidad del capitalismo y pasividad de la clase obrera; derrota del socialismo; desaparición de la clase obrera industrial; incapacidad de dar cuenta de la multiplicidad de luchas democráticas actuales». Que se sepa, El Capital realiza una crítica del capitalismo, desde el proceso de desarrollo material que separa al ser humano del trabajo convirtiendo a éste en un objeto o herramienta más, desde la necesidad del ser humano de transformar el medio para su desarrollo individual y colectivo, aunque el trabajo enajenado impida verlo. Siempre -y sobre todo en la actualidad- el trabajo es producto de la actividad social productiva de todos los trabajadores que intervienen en el proceso productivo, desde el trabajador que en África arranca materias primas de la tierra hasta el trabajador del mundo desarrollado que las transforma en objetos de utilidad y consumo. Cuando Marx, refiriéndose al capitalismo, dice que genera la clase social antagónica a la burguesa que nos conducirá al socialismo, no lo hace de forma determinista, dando lugar a interpretaciones de que Marx «no abordó la durabilidad del capitalismo y la pasividad de la clase obrera», además de acusarlo por «incapacidad de dar cuenta de la multiplicidad de luchas democráticas actuales«.
Marx no era dios y no podía suponer que nuestra incapacidad para desarrollar su pensamiento de forma revolucionaria permitiese una vida tan prolongada del capitalismo, y mucho menos adelantarnos la fecha de su final. Vio qué clase antagónica del capitalismo sería su sepultadora, pero al no ser idealista, determinista y mecanicista no pudo poner fecha para su enterramiento con su clase burguesa dentro. De la misma manera, otros «intelectuales marxistas» lo acusan de no haber previsto el desastre ecológico que provocaría el desarrollismo capitalista, culpabilizándolo por la interpretación economicista que hacen de El Capital. La multiplicidad de las luchas democráticas presentes no es problema de Marx, sino de los actores actuales que, considerándose marxistas, contribuyen a protagonizar las múltiples luchas «democráticas» sin cuestionar el sistema; de la confusión en que caen debido a su desconocimiento del marxismo sobre el asunto del Estado y la Democracia. Es evidente que esos actuantes y quienes en su confusión se limitan a culpabilizar a Marx no comprenden su sintética frase: «el Estado no está colgado del cielo» y de la Democracia como parte inseparable de cada Estado. Por eso, tras la experiencia de la Comuna de París, Marx vio la forma de Estado alternativo real que respondía a las necesidades del pueblo trabajador para poder organizarse como clase dominante, lo cual llevó a Lenin a desarrollar esa visión alternativa de poder popular en su obra El Estado y la Revolución, a más de escribir con La revolución proletaria y el renegado Kautsky su polémica con el reformismo socialdemócrata y con quienes, considerándose comunistas, siguen colgando el Estado del cielo.
Da pena leer que Marx no escribió nada en El Capital sobre la derrota del socialismo, en clara alusión a la caída del llamado Socialismo Real. Resulta indignante que personas de esa talla conviertan a Marx en un falso profeta, por considerarle incapaz de prever tal derrota. Los posmodernos marxistas se quieren sacudir en vida las pulgas de su responsabilidad, por no haber contribuido a fomentar el verdadero camino hacia el socialismo, denunciando ahora aquel falso socialismo que se llamó soviético, pero que sólo lo era de nombre, ya que su forma de poder era a semejanza de la del Estado capitalista, con su sociedad civil y con su clase política. Los llamados a dirigir y los llamados a obedecer, cuando todo el mundo puede leer a Marx y ver cuál era su verdadera interpretación del Estado proletario, basado en la democracia directa y participativa de forma permanente, que Lenin desarrolló en El Estado y la Revolución.
«Sin duda que muchas cosas han cambiado desde que Marx escribió El Capital, pero lo que no ha cambiado es la naturaleza esencial del capital. En dicho libro encontramos una comprensión no superada de su dinámica, aquella que constantemente revoluciona el proceso de producción, que destruye las barreras que impiden el desarrollo de las fuerzas productivas, que obliga a las naciones a adoptar formas capitalistas de producción».
Es evidente que muchas cosas han cambiado, lo sabemos, pero ¿qué hacemos para que esos cambios no afecten al proceso revolucionario? No basta con saber que el capitalismo revoluciona el proceso productivo, pero cuando se dice que esa dinámica obliga a las naciones a adoptar formas capitalistas de producción, se está, si no cayendo en el reformismo, sí justificándolo. Las naciones «colgadas del cielo» o separadas del Estado capitalista, pobrecitas ellas, se ven obligadas a adoptar formas capitalistas de producción. Esa interpretación sobre las naciones obligadas desde su realidad capitalista basada en la competitividad, es la que hace caer en el reformismo, decir inconscientemente que si no entran en esa competencia productivista hará que el país retroceda en relación con los países más capacitados desde el punto de vista del capital o con los que producen con salarios más bajos, y entonces los trabajadores se «enfadarán» más contra los comunistas por oponerse a la adopción de las formas capitalistas de desarrollo productivo competitivo, dando lugar a lo que en su momento se tradujo en los pactos de la Moncloa y a tantos otros pactos que se denominan sociales, que tienen lugar en los grandes países de gran tradición «democrática».
El problema no reside en seguir las pautas que nos marca el capitalismo, sino el comprender qué es lo que ha cambiado para que los teóricos críticos-marxistas, asuman el papel de teóricos más o menos librescos, pero incapaces de ligarse al pueblo para hacerle ver dónde residen las contradicciones que padece y ayudarle a que tome conciencia del protagonismo que le corresponde, que le induzca a luchar no sólo por mejoras sociales y económicas, sino para transformar el falso mundo en el que le hacen vivir. De ahí la importancia tan olvidada y nada desarrollada de aquel teórico práctico que fue Lenin con el ¿Qué hacer? Las fuerzas productivas siguen desarrollándose, aunque sean mucho más complejas y variadas que aquella clase obrera proletaria. Las fuerzas productivas actuales, que permiten generar productos, distribuirlos, forjar cultura consumista, servicios de asistencia social, etc., todas ellas para poder subsistir tienen que entrar en el mercado para vender su fuerza de trabajo, como históricamente vienen haciéndolo los proletarios. El problema reside en que si entonces el desarrollo productivo industrial permitía aglutinar a la clase obrera, hoy las fuerzas productivas están mas atomizadas y dispersas, con diferencias salariales que las hacen caer en esa individualidad fomentada desde la ideología capitalista, ser cada vez más insolidarias, en vez de considerarse seres sociales necesitados de los demás trabajadores, en primer lugar de los de su propia empresa, y de otros, estén donde estén, en cualquier tajo: en la fábrica, la construcción o la oficina. Esa dificultad de la dispersión no se ha abordado objetivamente por parte de las organizaciones que se consideran comunistas, lo cual las incapacita para ejercer su influencia formadora entre los trabajadores: de hecho, confían en la organización sindical como la única que llega directamente a los trabajadores y educadora revolucionaria, cuando todo el mundo ve que el sindicalismo no es el motor revolucionario, sino que ha sido integrado en el sistema como un aparato más de dominación, convertido a lo sumo en una empresa de servicios subvencionada por el Estado capitalista, que atiende el nivel de conciencia economicista del trabajador, manteniéndolo en ese nivel.
El principal problema que padecemos todos los que nos consideramos marxistas es el de la debilidad ideológica que nos impide comprender esos cambios y poder organizarnos de forma revolucionaria, que nos permita llegar a ese sujeto histórico tan dispersado. Si nosotros somos los responsables de esa debilidad, no podemos culpabilizar a las masas trabajadoras de la situación que padecen, aunque admitamos que todos, desde nuestra ignorancia e incapacidad, nos convertimos en víctimas y cómplices de los males que padecemos. O caer en culpabilizar a la malvada ideología capitalista que, con su productivismo, obliga a las naciones a adoptar las formas capitalistas. Las naciones de los estados descolgadas del cielo sirven a la clase social en el poder.
Nos dicen: «…todavía estamos esperando la rebelión de la clase obrera que pondría fin a la explotación capitalista anunciada por Marx: los expropiadores no han sido aún expropiados». Marx no anunció nada que pueda traducirse en fechas, lo cual no desvirtúa el sentido de su frase sobre el sujeto histórico revolucionario, llamado a protagonizar el cambio de sistema. Esa expresión sólo tiene sentido desde lo críticamente argumentado anteriormente sobre la interpretación antidialéctica y determinista del marxismo.
Sin teoría revolucionaria es imposible una organización revolucionaria, sin la existencia del partido cohesionado ideológicamente en torno al marxismo y el leninismo, la clase obrera y el conjunto de los explotados nunca podrán comprender la filosofía marxista ni la necesidad de organizarse como clase dominante, nadie que no sean los comunistas vendrán a trasmitirles esa interpretación con base científica del mundo en que viven. La ideología dominante, unida a la fuerza brutal represiva, empleada cuando se producen estallidos de protesta aquí o allí de forma aislada y descoordinada, es la que ahoga cualquier intento espontáneo de protesta y de lucha. Esa separación antidialéctica entre el intelectual que pronuncia esta última y la clase social antagónica de la burguesa, queda recogida en esa sintética frase. El intelectual se cuelga del cielo como un santo más y confía en que a los expropiados trabajadores les llegue algún día la inspiración divina que dé lugar a la rebelión que acabe con la explotación capitalista. Es evidente que sus mensajes, con gran contenido verborreico, no llegan a su destino, hasta ahora no han conseguido articular la perspectiva están hoy más desasistidos que nunca de la ideología liberadora.