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Más allá del nominalismo. Consideraciones sobre los preliminares del socialismo en el siglo XXI

Fuentes: Rebelión

Ponencia leída en el Seminario Internacional «Movimientos sociales y marxismo» en la UNESP de Marilia, Brasil, 25-27 de agosto de 2008

En los preliminares históricos de un potencial «cambio de época» navegar entre la indefinición propia de tiempos de recomposición de fuerzas y la necesaria reflexión sobre las alternativas es una tarea difícil que no se resuelve con el recurso a abstractos ejercicios de definición o por medio del bautizo nominal de procesos reales. Ni el socialismo por definición, ni el socialismo por nominación parecen soluciones adecuadas a los desafíos antisistémicos que nos plantea la época.

En la actualidad latinoamericana el socialismo es más una bandera que «un movimiento real» que destruye el orden capitalista para construir otra formación social. En un sentido estricto, correspondiente a la intencionalidad socialista, la izquierda anticapitalista es minoritaria. En un sentido laxo, relacionado con un anticapitalismo objetivo más que subjetivo, las luchas populares son desiguales por calidad, cantidad y orientación. En sentido histórico, no sólo estamos a inicio de siglo sino en los preliminares de una posible reconfiguración de un movimiento socialista a la altura de desafiar el orden existente.

Si partimos del balance del socialismo en el siglo XX como base de inspiración para sostener su actualidad en el siglo XXI, podemos establecer un primer corte obvio entre socialismo institucionalizado y movimiento socialista. Sin descartar en su totalidad las experiencias del socialismo de estado, debemos preguntarnos si el desafío que enfrentamos en este inicio de siglo es el de actualizar el socialismo como modelo de sociedad. Mi respuesta es no. Todavía no o, para ser más polémico, nunca como modelo sino como proceso. El gran enigma de la realización del socialismo no corresponde a la configuración de un engranaje societal institucional sino de una articulación procesual subjetiva.

El socialismo no está a la orden del día. No sólo en los países que mantuvieron la continuidad de sus instituciones liberales y las reforzaron en medio de la expansión capitalista de los años 80 a la fecha. Ni siquiera en Cuba, donde todavía no prospera, desde abajo, un pluralismo socialista y un debate crítico y abierto sobre los socialismos posibles en el siglo XXI. Y lo digo respetuosamente, entendiendo las dificultades objetivas y defendiendo la legitimidad de la dirección política histórica. Simplemente lamento la ausencia de movimientos socialistas autónomos en ese país hermano y saludo las tendencias en este sentido en los últimos años. Ni siquiera creo que el socialismo esté a la orden del día en Venezuela. Respeto y aprecio las iniciativas del presidente Chávez pero no creo que el socialismo sea una cuestión que se resuelva combinando un nominalismo voluntarista y un conjunto de políticas públicas que, por cierto, festejo y apoyo. Los movimientos de masas que se gestan a la sombra del chavismo pueden ser los vectores del socialismo a partir de su distinción y acción al margen del aparato estatal y la conformación de subjetividades autónomas. Veremos. Siguiendo con la provocación diría que veo más socialismo en Bolivia que en Venezuela. Regresaré más adelante sobre esta comparación para encender la discusión.

Vuelvo al plano general de mi reflexión.

A pesar de la derrota del proyecto revolucionario, el siglo XX nos deja un saldo extremadamente positivo en el plano de las luchas socialistas, del socialismo como movimiento antagonista, mientras que en el terreno de la institucionalización deja un balance más amargo que dulce. No hay tiempo suficiente para esbozar una reflexión equilibrada sobre el socialismo real. Así que liquido este punto con una simplificación a partir de una adaptación de una fórmula de Mariategui -siempre es cómodo escudarse detrás de un clásico-: sin olvidar vicios y virtudes de las experiencias pasadas, el socialismo del siglo XXI será creación heroica. Toda creación tiene raíces históricas pero su esencia radica en la novedad, la originalidad, inclusive en la extemporaneidad, como anticipación, como vislumbre, como relámpago diría Benjamin. El heroísmo remite a la centralidad de la acción y la desconfianza -hoy en día mucho más arraigada que en la época de Mariátegui- en la orientación mecánica de los procesos estructurales, en la trayectoria lineal y la puntualidad del tren de la historia. La pérdida de un referente temporal preciso y de una meta delimitada paradójicamente exalta la idea de proceso como construcción ramificada de posibilidades históricas. Así que hay que pensar en el socialismo en el siglo XXI como vector y no como producto histórico del siglo.

La experiencia acumulada en las luchas socialistas a la largo del siglo y a lo ancho del mundo es la herencia fundamental para pensar el socialismo del siglo XXI. Esto implica valorar dos aspectos centrales. Por una parte los éxitos parciales a pesar de la derrota histórica. Si bien no triunfó la revolución mundial, el movimiento socialista fue el vector de una serie de transformaciones concretas -fue un poderoso impulso a las reformas- y al mismo tiempo fue una de las principales modalidades de politización y organización de masas, es decir de educación crítica y de práctica política. Estas consideraciones llevan a establecer tres criterios de eficacia histórica que son absolutamente actuales: organización, movilización, politización. Las luchas y los movimientos revolucionarios tienen valor más allá de la realización de sus objetivos explícitos, como factor real de transformación y son constitutivas de ámbitos de politización, movilización y organización de masas que son la base de cualquier proyecto socialista. Esto no deja de ser válido en el caso de otros movimientos nacional populares. La especificidad de los movimientos socialistas está en otra apuesta política, no plenamente sufragada por la historia del siglo XX, un cuarto elemento propiamente socialista y revolucionario: la radicalización. Conciencia, organización, acción, es decir lucha, son elementos adquiridos que justifican la existencia de un movimiento socialista. Pero la radicalización como proyección de estas tres dimensiones es el gran desafío que tenemos en frente y la especificidad que lo caracteriza, valida su presencia y permite evaluar su incidencia histórica.

En nuestros tiempos, la radicalización no está garantizada y, menos aún, entre tantos fundamentalismos reaccionarios, su orientación política antisistémica. Entre los varios radicalismos que brotan en las contradicciones del capitalismo, el socialismo revolucionario no está ocupando el centro del escenario. Aquí aparece el peso de la derrota histórica de los años 70. Una derrota que no sólo se mide en función del fracaso de la revolución mundial, sino fundamentalmente en el reflujo de las luchas y los movimientos populares en los años 80 y la desconfiguración de la centralidad del socialismo en su seno. No es suficiente festejar que el socialismo no desapareció como lo decretó el triunfalismo neoliberal de finales de los 80. Hay que buscar los caminos de una nueva centralidad histórica.

Estos caminos tienen que arrancar, una vez más, del reconocimiento de la subalternidad como condición relativamente generalizada en el campo popular. Esto implica que se asuma que cualquier hipótesis de reactivación del movimiento socialista y comunista a escala mundial enfrenta, en primera instancia, el desafío de la resistencia ante la persistente ofensiva capitalista y, sólo en segundo plano, se vislumbra la posibilidad de esbozar la construcción de alternativas. Si bien algunas experiencias nos llenan de esperanza, hay que evitar confundir la excepción con la regla y forzar una lectura de tendencia, como lo hicieron muchos marxistas y socialistas en el siglo XX. El mundo sigue moviéndose por la derecha aunque desde el inicio del milenio, con mayor frecuencia, aparecen frenos y contrapesos. Pensemos en lo que está pasando en Europa, donde la derechización marca el ritmo de las dinámicas socio-políticas. Donde, por ejemplo en Italia, el clivaje ideológico emergente es el racismo. Ni hablar de Estados Unidos, después de Osama y con o sin Obama. Visto lo que pasa en el norte, América Latina aparece como la región de la esperanza y, en efecto, desde finales del siglo XX aparecieron movimientos dinámicos e interesantes, se vivieron crisis políticas que mostraron la fragilidad de las instituciones liberales, se abrieron escenarios y posibilidades más amplias. Además de Venezuela y Bolivia, Ecuador y Paraguay están viviendo cambios que abren los marcos de la participación popular y en Argentina no desaparecen las experiencias acumuladas en 2001-2002. Pero cómo olvidar que vengo de México y estoy hablando en Brasil -el país del socialiberalismo por excelencia. Me faltó sólo hacer escala en Colombia o seguir para Chile, Perú y Uruguay para sobrevolar las distintas versiones del conservadurismo latinoamericano.

Más allá de los equilibrios electorales y las coloraciones gubernamentales, el pesimismo de la razón nos impone reconocer la profundidad de los amarres de la subalternidad en la larga y mediana duración. No sólo la colonialidad del poder que señalan autores hoy de moda. Sino sobre todo el peso histórico de casi veinte años -las décadas del 80 y del 90- de hegemonía neoliberal y neoconservadora, casi el lapso de una generación. No podemos obviar este dato, los jóvenes de hoy nacieron en el neoliberalismo. Yo, por ejemplo, crecí en la Europa de los años 80 y esto marcó mi forma de politización, aunque fuera a contracorriente de las tendencias generales.

Entender la matriz subalterna es la condición para que el optimismo de la voluntad se vuelque hacia la tarea de activar y potenciar las resistencias y reconstruir el antagonismo como desafío antisistémico.

Podría parecer que este planteamiento recupere una vieja tradición comunista: el etapismo de la Komintern con todas sus implicaciones estratégicas. Por el contrario, me parece que se trata de una fórmula que permite pensar y promover un proceso de revolución permanente a partir de la realidad existente. Obviamente, las desiguales y combinadas circunstancias de cada contexto nacional ofrecen posibilidades y oportunidades distintas. Sin embargo, a escala general, considero que el epicentro de toda estrategia socialista pasa, actualmente, por la reconstrucción de un movimiento socialista desde las resistencias antineoliberales, y en función de su proyección anticapitalista. La reconfiguración del anticapitalismo es la forma de la radicalización que los socialistas pueden y deben promover. En este terreno se medirá su capacidad de incidencia histórica. Sin soporte antagonista anticapitalista, no hay toma de instituciones y gobiernos que pueda sostenerse y que se configuren como alternativa histórica y no como simple ensayo en la lógica de la alternancia. En este sentido, el socialismo del siglo XXI no puede ser un programa sino un proyecto, una proyección.

Me encamina hacia la conclusión de esta breve presentación, recuperando la provocación sobre Venezuela y Bolivia, para animar el debate, que espero sea encendido, como debe ser cuando están en juego las pasiones y los compromisos militantes.

Decía que, más allá de la cuestión nominal, veía más socialismo en Bolivia que en Venezuela. Si asumimos que el socialismo está, en su sentido amplio de «movimiento real», en sus preliminares, me parece que en el proceso boliviano aparecen dos ingredientes indispensables de la politización y radicalización que son la levadura del socialismo.

En primera instancia, el conflicto -la lucha- que es la clave de todo socialismo. En Bolivia, desde 2000 a la fecha, el conflicto ha sido el hilo conductor de la construcción del antagonismo, entendido como conformación subjetiva. Podemos distinguir tres modalidades. Diversas oleadas de movilización articularon distintos frentes de luchas, politizando y radicalizando un movimiento que confluyó, al calor de los enfrentamientos, en torno a prácticas y demandas compartidas. Desde 2006, con la presidencia de Evo, el conflicto se mantuvo frente a las derechas y permitió que, a pesar de cierta institucionalización, se sostuvieran ámbitos de movilización que, aún en defensa de las reformas del gobierno, no son «gubernamentales» sino que, en buena medida, exigen al gobierno posturas y actitudes más radicales. A esta dialéctica política, se agregan enfrentamientos concretos con algunos sectores específicos, enfrentamientos discutibles pero que indican la persistencia de una dinámica política radicalizada. No tengo tiempo de profundizar este punto, sin embargo me parece fundamental para pensar el socialismo como construcción en el conflicto.

El segundo ingrediente, que va de la mano con el primero, es el pluralismo socialista.

El liderazgo del Evo y los cocaleros surgió desde abajo a nivel nacional sin que desaparecieran las experiencias acumuladas a nivel local y las diferencias ideológicas. El MAS surgió como federación, como movimiento de movimientos, y, a pesar de las tendencias centralizadoras y de cierta separación de los grupos dirigentes, sigue manteniendo la esencia de estos orígenes. Las dinámicas de movilización que mencioné anteriormente se nutren de y retroalimentan un pluralismo que garantiza elementos centrales: un debate abierto sobre los caminos hacia el socialismo y, su contraparte, la participación ampliada y diferenciada de un gran número de actores políticos y sectores populares en cuyas manos, más que en la iniciativa gubernamental, reside la posibilidad concreta de construir el socialismo como sociedad poscapitalista.

La apertura del debate y la proliferación de ámbitos de acción política obviamente tienen sus aristas. Existe el riesgo de cierto caos en la práctica y en las definiciones ideológicas que afecten la eficacia y la contundencia de un proceso que se enfrenta a severas amenazas, internas y externas. Sin embargo, una solución centralista, que no deja de estar presente en Bolivia, me parece que sacrificaría, en el altar de la necesidad inmediata de derrotar a las oligarquías, las condiciones necesarias para que el socialismo sea realmente, y no nominalmente, un proceso colectivo de transformación social y no una simple edificación institucional sin fundamentos, es decir bases sólidas que garanticen su permanencia más allá de una coyuntura experimental, cuyo fracaso pesaría históricamente y vacunaría frente a oportunidades en el futuro inmediato.

Sin idealizar el proceso boliviano, creo que inclusive la ausencia de definición clara sobre el socialismo es una virtud procesual que permite que no se fijen nominalmente definiciones que se pueden y se deben dar en la marcha, a lo largo de sucesivas conquistas materiales e ideológicas.

De estos elementos, se desprende, implícitamente, cierto escepticismo sobre el proceso venezolano, surgido e impulsado desde arriba, a pesar del vuelco de masas, procesado a partir de la centralización política en el partido único y de un liderazgo que precede histórica y políticamente el movimiento, aún cuando la descentralización administrativa parece, como en Cuba, ofrecer posibilidades y oportunidades de protagonismo popular. Promover el socialismo en Venezuela implica no aislarse en la crítica y participar en los procesos concretos, pero sin caer en un disciplinamiento mental y práctico. Inclusive me atrevería a decir que no podemos asumir la consigna de defender el socialismo en Venezuela hasta que se haya realizado, es decir cuando, más allá de los liderazgos y la institucionalización de la distribución de la riqueza, más allá del aparato estatal, la multiplicidad de actores y sujetos se apropie de sus vidas y abra una intensa dinámica participativa y de debate, inclusive conflictual, para decidir, día tras día, los rumbos y los caminos de su porvenir.

Estoy consciente del carácter polémico de estas afirmaciones, pero considero que el socialismo del siglo XXI está a debate, en nuestros espacios, desde el marxismo, considerando la rica ramificación de los marxismos, sin conceder nada a la derecha a la hora de defender las conquistas populares pero sin caer en los vicios que, aún justificados por las circunstancias, marcaron tantos intentos de construcción del socialismo en el siglo XX.

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Massimo Modonesi es profesor de la UNAM, México.