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Chile en recesión

Más de un millón de cesantes

Fuentes: Punto Final

A comienzos de mayo, el establishment económico empresarial chileno dio su veredicto: algunos vieron la luz al final del túnel, otros sintieron el fondo del pantano. Todos, más o menos a coro, con matices y estilos diversos, han dicho que Chile ha comenzado a salir de la crisis. Una novedad, sin duda: sería el primer […]

A comienzos de mayo, el establishment económico empresarial chileno dio su veredicto: algunos vieron la luz al final del túnel, otros sintieron el fondo del pantano. Todos, más o menos a coro, con matices y estilos diversos, han dicho que Chile ha comenzado a salir de la crisis. Una novedad, sin duda: sería el primer país del mundo en comunicar tal evento. Porque los otros han sido los operadores de Bolsa en Wall Street.

Ya no se trata de ver el vaso medio lleno o medio vacío. Simplemente, lo menos es más, visión que ha superado al relato del ministro de Hacienda de Ricardo Lagos que repitió durante un lustro que la economía iría «de menos a más». Y así estamos. Seguimos esperando.

Cuando el Banco Central publicó a inicios de mayo el desempeño económico de marzo, no dio una buena noticia. La economía chilena se había contraído en 0,7 por ciento, parte de un proceso iniciado a fines del año pasado. Desde noviembre de 2008 la economía nacional ha venido retrocediendo a un ritmo discreto, claramente recesivo. Durante el primer trimestre del año, la actividad económica se redujo en 2,1 por ciento, lo que es, a todas luces, un síndrome recesivo.

Hacienda no lo ve así. Y ve positivo lo negativo. Ve que lo negativo es menos de lo esperado, por lo que podría decirse, y así lo expresa, que es positivo. El ministro Andrés Velasco ha demostrado en un ejercicio de optimismo exaltado que lo negro es blanco, o que lo menos es más, porque, dijo, » al hacer todos los ajustes técnicos que corresponden, la economía creció 0,2 por ciento respecto del mes de febrero y 0,5 por ciento respecto de diciembre de 2008, cosa que no había pasado el mes anterior». Todo lo demás, también dijo, son «vaticinios a veces catastrofistas».

La visión de Velasco ha sido aplaudida y compartida por la cúpula económica y empresarial. En una especie de cuadro estadístico del ánimo económico, El Mercurio exhibió la interpretación del «mercado». Y sanciona: la economía chilena ha caído menos de «lo esperado»; las cosas, sugiere el diario, no son tan malas. ¿Para quién no son tan malas?

Trabajadores soportan

la crisis

No para los trabajadores. La feroz contracción de la economía tiene su efecto directo en el empleo. La encuesta que realiza el Departamento de Economía de la Universidad de Chile para el Gran Santiago ha arrojado cifras dramáticas, peores a las registradas tras la crisis asiática. Durante el primer semestre del año, la tasa de desocupación en Santiago alcanzó al 12,8 por ciento -o 363 mil personas sin trabajo-, la cifra más alta desde el tercer trimestre de 2003. Y algo similar ocurre en el desempleo nacional -bien se conocen los despidos masivos y cotidianos en la industria minera y salmonera-, que en marzo registró un 9,5 por ciento, con casi 670 mil personas sin empleo. Un número que viene en aumento y no se relaciona con el optimismo de las elites gubernamentales, funcionarias y empresariales. Según el muy oficial Instituto Nacional de Estadísticas (INE), en marzo «el número de desocupados aumentó un 23 por ciento (126 mil personas quedaron sin trabajo) respecto a igual periodo del año anterior» y entre ellos los cesantes, que son los que perdieron el trabajo, crecieron en casi 28 por ciento (123.800 trabajadores). Todo en los albores del invierno, que es el período del año caracterizado no sólo por el frío, sino por las más altas cifras de desempleo.

Estos son los cálculos oficiales. Pero otras estimaciones son simplemente pavorosas. El economista Orlando Caputo establece el índice del desempleo real, compuesto por los desocupados y los inactivos con deseos de trabajar. La combinación de estas dos variables coloca el número de desempleados en un millón 200 mil personas, que es más del 16 por ciento de la fuerza de trabajo. «Para calcular el desempleo real a nivel del país, se puede aplicar a la información del INE la metodología usada por la Universidad de Chile para Santiago: proyectando directamente el porcentaje de los inactivos con deseos de trabajar, que publica la U. de Chile para el Gran Santiago, a los inactivos totales del país, según el INE», precisa Caputo.

Estos datos se unen y suman a otros de marzo y abril: no sólo creciente desempleo, también caída en la producción, en las exportaciones, en las ventas. En marzo pasado las ventas de los supermercados (según el índice que elabora la Cámara Nacional de Comercio) bajaron 7,8 por ciento, en tanto las de artículos perecibles, como lácteos y sus derivados, cayeron en 17 por ciento. La caída de las ventas en marzo, que están expresando la contracción más bestial de todas que es la de los alimentos, es la más violenta de los últimos doce meses. Aquí, a diferencia de lo que dice la elite económica y empresarial respecto a la actividad económica, cada día se cae más abajo.

En la producción, algo similar. La industria bajó su actividad en casi un diez por ciento durante el primer trimestre del año. Y aún es peor en las exportaciones. Las faenas industriales cayeron 26 por ciento en febrero pasado. Un evidente descalabro, pero menor que las exportaciones, que van de mal en peor. En enero bajaron 71 por ciento, en febrero 42 por ciento, y en marzo, tuvieron un retroceso ¡del 82 por ciento! Y si es así con las exportaciones, las importaciones también reflejan la recesión: en marzo cayeron más de un 30 por ciento.

¿Luz al final del túnel?

El Banco Central ha venido bajando las tasas de interés desde inicios del año. Una actividad que en tiempos del capitalismo tradicional impulsaba el consumo, la inversión y el crecimiento económico. En la segunda semana de mayo, el Banco Central volvió a rebajar la tasa de interés, para colocarla en un 1,25 por ciento anual, proceso que había iniciado en enero, tras recortar la tasa de 8,25 por ciento, que mantenía desde las presiones inflacionarias por los alimentos y el petróleo en los mercados internacionales desde mediados de 2008.

Pero en tiempos de una crisis profunda, estructural para muchos y terminal para algunos, el uso de estas políticas no tiene ni fuertes ni débiles efectos. Desde la rebaja en enero, la economía chilena ha venido retrocediendo sin dar señales de reactivación, como desean ver las elites. La producción y el comercio están desde hace meses muy resentidos por un cada vez más débil consumidor que ha visto menguados sus ingresos y en no pocos casos carece totalmente de ellos, como es en el caso de un trabajador cesante.

Usura, endeudamiento y desempleo: la mezcla fatal

El Banco Central ofrece una tasa del 1,25 por ciento anual, que es la tasa rectora del dinero que lleva a circulación a través del sistema financiero privado. Pero, ¿qué es lo que recibimos? Las tasas al alcance del consumidor, si observamos las ofertas que reproduce y publica la Superintendencia de Bancos, pueden llegar hasta a un 51 por ciento anual para un crédito de consumo por un millón de pesos en el Banco París. Si ello nos parece alto o excesivo, miremos la realidad.

Un estudio realizado a fines de abril por el Sernac, reveló que la usura es una práctica cotidiana en los negocios financieros. El informe, elaborado sobre créditos de 500 mil, un millón y tres millones de pesos, incluyó a 35 instituciones financieras. Detectó que la diferencia en las tasas de interés entre una y otra entidad puede llegar hasta el 648 por ciento. En pesos, resulta aún más increíble: para créditos de 500 mil pesos a 24 meses, se puede pagar desde 58.192 pesos hasta 345.280 pesos adicionales. En el caso de un préstamo de un millón, a 24 meses, se pagará desde 89.840 pesos hasta 672.248 pesos adicionales. Si el monto es de tres millones de pesos, a 24 meses, un consumidor pagará desde 269.520 hasta 1.483.632 pesos. Frente a estos y muchos otros números, ¡qué importancia tiene para el consumidor final que el Banco Central baje su tasa de interés al 1,25 por ciento anual! Una rebaja que sólo abarata los costos de la banca, pero que no alcanza a llegar al consumidor.

Ante esta situación, sin duda crítica, alguien podría preguntarse sobre los actuales niveles de consumo, los que sin duda se mantienen gracias al crédito. Sin embargo, estos van en una clara declinación. Y si consideramos el creciente desempleo, el impacto sobre los ingresos y la capacidad de pago de los créditos sin duda será grande.

El Banco Central publicó el año pasado en su Informe de Estabilidad Financiera una encuesta sobre niveles de endeudamiento de los hogares. Se trató de una encuesta previa a la crisis, realizada en 2006. Entonces la deuda promedio de los chilenos en casas comerciales, cajas de compensación y compañías de seguro aumentó 6,1 por ciento respecto de abril de 2006, y llegaba a un promedio de dos millones 800 mil pesos por persona. Para el Banco Central no se trataba de montos preocupantes, pero sugería tomar algunos resguardos y ser prudente en los gastos. En suma, considerando estas deudas de consumo, más las hipotecarias, el informe concluía que los hogares destinaban más de un 20 por ciento de sus ingresos a pagar deudas.

Pero las cosas han cambiado. Hace un mes, el Banco Central publicó un nuevo informe sobre deudas de los chilenos. Sin cifrar las deudas, estableció la relación entre deudas riesgosas por no pago y desempleo. «Aun cuando los riesgos financieros que enfrenta un hogar son variados y provienen de distintas fuentes, la pérdida del empleo es, empíricamente, un determinante crucial en el riesgo de crédito. Al aumentar el desempleo y simular un escenario similar al de la crisis asiática (en el cual el desempleo bordeó el 11%), la deuda en riesgo aumenta respecto de la situación inicial, y pasa a representar entre 22 y 28 por ciento de la deuda total de los hogares». ¿Pero qué sucederá si las tasas de desempleo no son las de la crisis asiática, sino mucho más altas?

Ante este panorama, la pregunta es cómo sobrevivimos y quién está pagando los costos de esta crisis. Hay quienes sugieren, como el mismo Sernac, cotizar e informarse antes de comprar o suscribir un crédito. Pero bien se sabe que la concentración del mercado impulsa a la colusión entre los carteles. Y bajo un sistema tan concentrado, el mercado ya no existe. Está comprobada -y también confesada- la colusión en el sector de las farmacias, pero hay sospechas más que fundadas en otras áreas, como las tiendas por departamentos, las grandes ferreterías, el transporte aéreo y terrestre y, por cierto, el sector financiero. Sin una clara y sólida regulación el mercado se mueve a sus anchas. Enriquece a quienes lo controlan y empobrece a los más débiles.

Las elites económicas y empresariales, y también las políticas, han desarrollado un discurso que se eleva cual singular melodía en medio del rumor, a ratos rugido, de la crisis. Con el estribillo de la «luz al final del túnel» y de «hemos tocado fondo» y la aplicación de algunas medidas paliativas, como los subsidios a la contratación y al empleo, se nos intenta seducir una vez más acerca de un futuro esplendor: que la crisis actual, como tantas otras inherentes a la esencia del capitalismo, pasará tarde o temprano. Tras la turbulencia, el cielo límpido, el sol radiante, el crecimiento y el auge económico… Las mismas promesas de antaño, de los años del neoliberalismo radiante.

El gobierno ha puesto en marcha su publicitado programa de ayuda a los desempleados. Pero se trata de un detalle, una nimiedad. Para el economista Manuel Riesco, el problema del seguro de desempleo es que para » acceder a él, se exigió doce meses de cotizaciones en los últimos dos años, con las tres últimas continuas. Es decir, para acceder, hay que haber cotizado al menos un mes de cada dos a lo largo de dos años, y los tres meses anteriores a perder el empleo». Un avance respecto a las exigencias anteriores, sin embargo se estrella con la realidad: las estadísticas de los últimos 25 años del sistema previsional demuestran que las personas que cotizan en promedio menos de un mes de cada dos, alcanzan a sólo dos tercios de la fuerza de trabajo. Es decir, «la mitad de la fuerza de trabajo cotiza menos de un mes de cada tres, un tercio cotiza menos de un mes de cada cinco y un quinto cotiza menos de un mes de cada diez. Esta realidad no ha cambiado en años recientes, como lo demuestran las propias estadísticas del seguro de desempleo», afirma Riesco

(Publicado en Punto Final Nº 685, 15 de mayo 2009)