Bataille impresiona. El personaje es casi mítico, un poco al estilo Cioran. Casi un santón o un maestro zen. Aquí la vida es tan importante como la obra, o incluso la supera como determinante. ¿La vida enuncia y enmarca la obra? Su literatura monumental e inconclusa, su pensamiento lacerado por un pecado capital: demasiado rico, […]
Bataille impresiona. El personaje es casi mítico, un poco al estilo Cioran. Casi un santón o un maestro zen. Aquí la vida es tan importante como la obra, o incluso la supera como determinante. ¿La vida enuncia y enmarca la obra? Su literatura monumental e inconclusa, su pensamiento lacerado por un pecado capital: demasiado rico, excesivamente complejo, ontológicamente antiacadémico. Fue sucesivamente seminarista, bibliotecario, especialista en medallas, pornógrafo anónimo, poeta, comunista ortodoxo, disidente «rouge», místico, putañero, ateo, amoral, filósofo pesimista, psicólogo, surrealista crítico, tuberculoso, economista.
Sus experiencias axiomáticas generaron una filosofía especial. A la dimensión escandalosa de su vida personal se le solapan una docena de obras libertinas, explosivas, compuestas de ficciones y reflexiones teóricas, búsquedas truncas, investigaciones fragmentadas sin salida. El intento de abordaje de los dominios interdisciplinarios más temerarios (y opuestos) quiebran la organización de la ciencia burguesa: filosofía als antropología, poesía als economía, economía als psicología, religión als pornografía. Su trabajo táctico es erosionador: se derriban todos los departamentos estancos, los «especialismos», sean ciencias o géneros literarios. Su pensamiento a veces es indistinto de este élan vital, y es lo que lo hace radical, soberano. El verdadero pensamiento es la «experiencia interior», irremediable via regia al «no-saber», pues siempre su objeto se disuelve en la nada como la vida misma. El verdadero territorio de caza de Bataille es una «No Man’s Land» y sus presas son la muerte, el poder, el sexo: el punto arquitectónico de las pulsiones humanas, el índice de ebullición del sujeto y el mundo. La vida así disecada es un cortocircuito inevitable entre ganancia y pérdida, un péndulo azaroso entre acumulación y destrucción, una lucha nunca cancelada entre cálculo y derroche, una parodia del combate eterno entre el Bien y el Mal.
En esta para-filosofía de la historia, donde una humanidad siempre ruin doblega a la humanidad débilmente altruista, se resuelve muy mal la cuestión moral «par excellence», que para Bataille es una cuestión de horario: ¿qué tengo que hacer, aquí y ahora? Sobre esta dialéctica bloqueada, contradicción irresoluble entre un ahora como fin absoluto y un futuro como meta de un después, jamás podrá realizarse una reconciliación, ni siquiera en la ideología. La historia será siempre tragedia, porque la radicalidad es siempre negativa. Transgresión y exceso, el motor inmóvil de lo humano, substraen el devenir de toda posibilidad de sintesis y equilibrio. Como decía Wittgenstein, «al filosofar uno puede descender hasta el antiguo caos, y sentirse bien allí»… Intentando calumniarlo, un ortodoxo André Bretón (un lector atento de sus libros) en su «Deuxième Manifeste du Surréalisme»(1930), llama a Bataille «filósofo excremento», logrando que el insulto se transforme en concepto hegeliano: el filósofo à lá Bataille ya no se asquea ante nada, aunque en el fondo para él todo es Mierda. La alta teoría reprime lo excrementoso, su super-yo desilusionado no ve lo bueno de la mierda (incluso entre el jacobinismo tardío) y de ahí su nausée. La experiencia interior consiste, como en Diógenes Sinopense, decubrir la positividad de lo negativo, la productividad de lo improductivo y reconocer nuestra competencia para lo imprevisto. La filosofía-excremento es una crítica a la raíz de la sociedad burguesa (¿no llamaba Wilhelm Reich al capitalismo el ‘imperio de la analidad'»?). Bataille es un quínico profesional, un filósofo que no se asquea. Un poco como los niños, que todavía no saben nada de la negatividad de sus propios excrementos.
Tras la muerte de Bataille, un 8 de julio de 1962, Michel Leiris (compañero de ruta) describía este rasgo: «Tras haber sido el hombre imposible, fascinado por todo aquello que podía descubrir de más inaceptable… aumentó su ángulo de visión (conforme a su vieja idea de superar el ‘no’ de la pataleta del niño) y, consciente de que el hombre sólo es realmente hombre cuando busca su propia medida en esa desmesura, se convirtió en el hombre de lo imposible, desoso de alcanzar el punto en que, en el vértigo dionisíaco, el arriba y el abajo se confunden y en que se suprime la lejanía entre el todo y la nada».
No es casualidad, según el propio Bataille hacía 1914 se convierte al catolicismo y descubre que su misión en el mundo es elaborar une philosophie paradoxale. Ingresa en el seminario de Saint-Flour, planeando una vida monacal, eremita. Un año después ha renunciado a su vocación religiosa, se recibe de archivero paleógrafo y se perfecciona en Madrid, en la hoy Casa Velázquez. Muy joven lee a Nietzsche («Jenseits von Gut und Böse») y adopta definitamente la doctrina de la muerte de Dios («Todo el mundo sabe lo que representa Dios para el conjunto de los hombres que creen en él, y qué lugar ocupa en su pensamiento, y pienso que cuando se suprime el personaje de Dios en este lugar, queda sin embargo algo, un lugar vacío. De ese lugar vacío he querido hablar»). Practica lecturas cruzadas, desde Freud, Pascal, Kierkegaard, Hegel, Lautrémont hasta Dostoievski, mientras frecuenta «boîtes» y burdeles. Su vida entra en un círculo de oscuridad y disolución. Abandona el psicoanálisis por encontrarlo trés orthodoxe. En 1929, Georges Wildenstein (de una dinastía judía de galeristas), marchante de cuadros antiguos y editor de la «Gazette des Beaux-Arts«, acepta financiar una nueva revista de arte y crítica. La idea se fragua en el cabinet de medallas de la Bibliothèque Nationale de France entre Bataille y su compañero Pierre d’Espezel. Nace la mítica: «Documents (Doctrines, Archéologie, Beaux-Arts, Ethnographie)«. Colaboran en ella un conjunto heteróclito de personalidades, de conservadores de museos y bibliotecas junto con surrealistas disidentes: Limbour, Boiffard, Desnos, Vitrac y Leiris. Sólo saldrán quince números, suficientes para marcar una época. Carl Einstein es el primer director, Bataille (un prometedor especialista en monedas y medallas) el secretario, a partir del cuarto número ejercerá la dirección efectiva. En aquella época su obra pública se reducía a artículos de numismática. Sólo allegados sabían que era el autor del pornográfico «Histoire de l’œil», publicada bajo el seudónimo de Lord Auch.
La noción de «documento» que tiene en la cabeza Bataille no es la misma, ni de sus fundadores, ni de su mecenas. Menos el de los mandarines de la academia. La revista ya tiene el programa de investigación batailleano completo: anti-idealismo (contra el psicoanálisis y el surrealismo), uso de documentos poco arqueológicos (por ejemplo, un manuscrito del pianista de jazz Duke Ellington) como incentivo a reflexiones heterodoxas, bajo materialismo (a través de la etnografía, la fotografía y la arquitectura: «interpretación directa de los fenómenos brutos»)… Es el primer laboratorio colectivo de Bataille, quien ya ha roto con el surrealismo oficial y es un crítico al stalinismo. Y la marca regsitrada de su «hacer» filosofía: será un pensador siempre nucleado entorno a revistas. Le impacta el ascenso del nacionalsocialismo alemán y su consolidación en Italia. Conoce a Souvarine y se acerca a la revista «La Critique Sociale» editada por el «Cercle Communiste Démocratique». En ella aparecerán tres artículos decisivos: «Vers une nouvelle critique positive de la dialectique hégélienne» (1932) (en colaboración con Quenau), «La notion de dépense» (1933) y «La structure psychologique du fascisme» (1933). En cuanto a un análisis profundo de la economía libidinal totalitaria, es un trabajo pionero que se adelanta al estudio de Reich, a los de Daniel Guerin y al del francfortiano Franz Neumann.
En contraposición con el abordaje clásico, Bataille dirige su lente no a la causalidad (la determinación en última instancia de lo económico, un malentendido del marxismo oficial) sino a lo fenoménico, en especial a la superficie sociopsicológica de los nuevos movimientos sociales. Le interesa más lo micro, la lealtad de masas, el vínculo de obligación ficticio de las masas movilizadas (e impolíticas, ya no despolitizadas) plebiscitariamente con el charisme de los caudillos nacionales. La adoración cultural del Jefe, la performance de la forma de dominio totalitaria, la imponente escenificación, los rituales escenográficos y el lado oscuro: lo violento, la pulsión de muerte, lo hipnótico, lo ilegal, la renuncia a la apariencia de democracia, la falsa comunidad instintiva, el erotismo de la muerte. Niega la versión conservadora del psicoanálisis que parte de Le Bon (y Freud); las raíces del fascismo son más profundas que la metáfora del inconsciente. Por primera vez teoriza sobre lo heterogéneo que permitiría al capital re-utilizar la naturaleza interna de las masas en función de la nueva razón instrumental. Bataille, y hay que decirlo, tiene un momento de fascinación con el «Volkstaat» nazi (ve inminente la llegada del fascismo en Francia), casi como la presa hipnotizada por la Cobra. Un segundo momento de su reflexión es el intento (fallido) del rescate hermeneútico de la crítica de la ideología de Nietzsche. Una revista de tirada limitada, pocas ventas, de título misterioso: «Acéphale», pero que explica la perspectiva política del grupo minoritario (la famosa revista de los filósofos sin cabeza), publicaba en 1937 un número inicial, cuyo subtítulo decía: «Nietzsche y los fascistas. Una reparación». Sus principales contribuciones llevaban las firmas del propio Bataille, Klossowski, Wahl. Llevaba además un anuncio del misterioso «Collége de Sociologie», donde al resto se le unían Leiris, Callois y el malogrado Walter Benjamin. La empresa era denunciar la falsedad del culto nazi a Nietzsche, y además contra las interpretaciones francesas, en especial el libro de Drieu la Rochelle, «Socialisme Fasciste. Nietzsche contre Marx».
Mientras Heidegger intentaba con sus clases sobre Nietzsche un trabajo hermeneútico contrario, Bataille creía poder hacerse cargo de la imposible herencia de la crítica ideológica nietzscheana (es decir: disolver la modernidad partiendo de una crítica de base antropológica al cristianismo, ergo, a la religión). Su crítica a toda metafísica debía deslimitar el todo congelado, devolver al individuo encapsulado a su verdadera vida, re-ligarlo a un plexo vital cercenado, reprimido, proscrito y mutilado. Devolverle su sentido de soberanía. Souveraineté, tal como lo entiende Bataille (y cómo él creyó que la entendía Nietzsche) es la total indiferencia por el futuro y la renuncia a todo dominio sobre los otros, la afirmación del presente inmediato y la comunicación efectiva con los otros. «La soberanía de la que hablo es un aspecto que, en la vida humana, se opone al aspecto servil», resumió en una fórmula brillante. Toda dictadura excluye al hombre completo, al hombre soberano. En el capitalismo, sea bajo forma democrático-liberal sea bajo forma bonapartista, la subjetividad soberana deja de estar en juego. Ni hablar del capitalismo de estado en la URSS: «Stalin trata de abolir la soberanía y extirparla hasta la raíz de una humanidad finalmente indiferenciada». El poder es la negativa a la soberanía. Un anexo importante será su librito «Sur Nietzsche. Volonté de chance» (1945) y su inacabado trabajo sobre Nietzsche y el comunismo. Su último laboratorio-revue es «Critique» nacida en 1946, todavía sigue editándose, esta vez fundada y dirigida por él mismo. En su primera editorial apunta que su misión será hacer circular lo excelso del pensamiento humano a través de los mejores libros, es más: por subtítulo secreto la revista llevaba el siguiente «motto»: Revue Générale des Publications Françaises et Étrangéres. Como dijo de sus propias obras: «un libro no es nada si no se le sitúa«. O sea una rastrera revista de libros. En 1948 será premiada como la mejor publicación del año y Bataille escribirá cincuenta y cinco artículos.
Pero su vida no es un éxito: se encuentra sin dinero, le diagnostican arterioesclerosis cervical y debe mendigar un puesto como bibliotecario. En los años ’50 combate el deslizamiento del comunismo en capitalismo de estado puro y duro, se pelea con Sartre, publica su teoría económica del gasto, «La Part Maudite» (en realidad debería llamarse: del sujeto en su punto de ebullición) y trabaja en sus libros sobre historia del arte. La televisión francesa le realizará un largo reportaje en 1958 y Heidegger, reciclado en la cultura francesa, dirá que es «la mejor cabeza pensante de Francia». Está enterrado en el cementerio de Vézelay, en un pequeño camposanto cerca de una iglesia. Una simple y espartana losa funeraria indica: «Georges Bataille, 1897-1962». A propósito de la pasión, Kierkegaard escribía torturado que «uno no debería pensar en lo paradójico a la ligera, pues la paradoja es la fuente de pasión del pensador, y el pensador sin paradoja es como un amante sin sentimiento: una mediocridad insignificante».
http://fliegecojonera.blogspot.com/2006/06/materialismo-como-soberana-georges.html.