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Entrevista con Daniel Blanchard y Hélène Arnold

«Mayo del 68 fue derrotado por junio»

Fuentes: Diagonal/Rebelión

Daniel Blanchard y Hélène Arnold militaron activamente durante finales de los años 50 y comienzos de los 60 en el colectivo revolucionario Socialismo o Barbarie, que editaba la revista del mismo nombre. En Mayo del 68 participaron en la imprevista tormenta colectiva desde experiencias como el Movimiento 22 de Marzo o los Comités de Acción. […]

Daniel Blanchard y Hélène Arnold militaron activamente durante finales de los años 50 y comienzos de los 60 en el colectivo revolucionario Socialismo o Barbarie, que editaba la revista del mismo nombre. En Mayo del 68 participaron en la imprevista tormenta colectiva desde experiencias como el Movimiento 22 de Marzo o los Comités de Acción. Acuarela & A. Machado acaba de editar la antología de textos de Blanchard titulada Crisis de palabras; notas a partir de Cornelius Castoriadis y Guy Debord, que fue el motivo de la visita de ambos a Madrid. Participaron en las jornadas sobre Mayo del 68 organizadas por la Asociación La Caverna en la Facultad de Filosofía de la UCM.

P: ¿Qué imágenes os vienen a la cabeza cuando recordáis Mayo del 68?

D: Una constante carrera. Todo pasaba a una velocidad increíble, que ya suponía en sí misma un ruptura radical con la rutina cotidiana. Entre medias de cada carrera nos parábamos a hablar, había discusiones colectivas y apasionadas por todas partes, que cambiaban a cada momento de interlocutores. Todos los días nos sorprendíamos de lo que pasaba. La ciudad era nuestra: todo el mundo estaba en huelga, todo estaba paralizado (transportes, universidades, televisión). Seguíamos las manifestaciones y los movimientos de la policía con transistores. Una pintada lo resumía bien: «la vida, rápido».

P: ¿Por qué se luchaba?

D: El movimiento empieza en la universidad de Nanterre por cosas tales como la lucha contra la prohibición de mezclarse chicos y chicas en los dormitorios. La represión institucional y policial se abate sobre los estudiantes politizados sin extinguir su impulso, más bien todo lo contrario. El 22 de marzo un centenar de estudiantes ocupa un edificio administrativo en la universidad para protestar contra la detención de un compañero que se manifestaba contra la guerra de Vietnam en París. Ahí se crea el Movimiento 22 de Marzo. La represión politiza lo que toca: las protestas se vuelven cada vez más grandes, siempre al grito de «liberad a nuestros camaradas». El movimiento pasa de Nanterre a París y desde allí se contagia a toda Francia. En Nantes, donde existía una larga tradición anarco-sindicalista, los obreros de la fábrica Sud-Aviation se ponen en huelga a mediados de mayo, sin reivindicaciones precisas, en solidaridad con la lucha en la calle de los estudiantes.

H: Creo que aprendimos porqué luchábamos luchando, descubrimos nuestras razones para estar allí estando allí. Al comienzo no había un objetivo claro. Cuando empezamos a encontrarnos y a actuar juntos, se reveló que teníamos mucha fuerza. Esa sensación de empoderamiento se contagió inmediatamente: «no vamos a pedir ni a esperar, vamos a actuar».

P: ¿Cómo se transformó la realidad y el mismo sentimiento de la vida durante Mayo?

D: Hicimos la experiencia (efímera) de habitar la ciudad. La ruptura con el urbanismo policial fue completa. El centro de la ciudad estaba enteramente ocupado. No había lugares cerrados. Las universidades estaban ocupadas. Se dormía en los anfiteatros. Las fronteras sociales y las jerarquías se disolvieron como hielo al sol, todo el mundo hablaba con todo el mundo en un plano de igualdad sobre qué hacer.

H: Esa «toma de la palabra» fue generalizada: entre gentes de orígenes y generaciones diferentes, etc. No se trataba de hablar de cualquier cosa. No era sólo un desahogo, sino una palabra implicada. Se hablaba de la vida que llevábamos: las relaciones, el trabajo, el consumo. Todo aquello que no marchaba bien en la vida. Descubrimos una condición común: nadie era muy feliz. Las cosas se decían desde el fondo del corazón de cada cual, con palabras propias. Se cuestionó a cualquiera que quisiera arrogarse el derecho a hablar en nombre de los demás (por ejemplo, los sindicatos). Por algunos momentos se puso fin al sistema de representación que nos arrebata diariamente la palabra.

P: ¿Qué recordáis de la experiencia del Movimiento 22 de Marzo y de los Comités de Acción?

D: Los Comités de Acción eran una especie de «asambleas barriales» surgidos un poco por todos sitios. Sólo en París había 500 al final de mayo. Concretizaban la idea del vínculo entre estudiantes y trabajadores. Algunos duraron varios años más allá del 68, aunque muchos fueron abordados por los grupúsculos marxistas-leninistas y desaparecieron en el mismo junio. La idea de nuestro Comité de Acción (de los distritos 3º y 4º) era interpelar a los vecinos del barrio, suscitar discusiones, requerir la palabra: íbamos al mercado, llevábamos cartulinas con las noticias del día prendidas, solicitábamos impresiones sobre lo que estaba sucediendo. Por un lado, nos convertimos en un grupo de amigos. Por otro, actuábamos juntos. Nos disolvimos finalmente en 1972.

H: El Movimiento 22 de Marzo pasó de Nanterre a París. Era muy abierto, nosotros participamos sin ser estudiantes. Tenía la forma de una especie de asamblea permanente. Creo que lo más interesante era su concepción de la acción: lo que llamaban «acción ejemplar». No se trataba de una acción-modelo, sino de dar ejemplo de que la acción era posible. «Si nos parece justo, lo hacemos». Rompían con la idea de que la acción se deducía de un análisis exhaustivo y total de la realidad. Asumían la diversidad de la sociedad: no se trataba de dar ejemplo de lo que debía hacerse, sino de abrir posibilidades, confiando en su contagio.

P: ¿Cómo se planteaba el movimiento el problema del poder?

D: Nunca pensamos en tomar el poder. Es verdad que a finales de mayo la izquierda quiso presentar una alternativa unitaria a De Gaulle, pero un gobierno más a la izquierda no era desde luego la idea de la gente activa. La cuestión del poder simplemente no era pertinente para nosotros entonces. Más bien se trataba de construir otra sociedad. Esa nueva sociedad estaba ya contenida en las prácticas desplegadas: igualitarias, autónomas, autogestionarias. Las prácticas eran semillas de una nueva sociedad, pero no tuvieron tiempo para germinar. Fue una revuelta sobre todo en el plano simbólico: la legitimidad de todas las instituciones saltó por los aires, en todos sitios. La autoridad del profesor, la necesidad de la producción, la legitimidad de la representación. Se puso en cuestión el sentido de todo. El poder quedó vacío.

P: ¿Fracasó Mayo?

H: Ahora se dice que hubiera sido necesaria una gran organización política, porque el movimiento era muy «individualista». Pero había un gran sentido de la organización o, mejor dicho, de la autoorganización. No había individualismo, sino un sentido muy fuerte de la responsabilidad individual. Las organizaciones políticas que ocupaban la escena pública no entendían lo que pasaba porque lo interpretaban todo en términos de la toma del poder. El sentido de la organización debía buscarse más bien en lo que la gente quería hacer. Es verdad que no se superó el umbral de lo simbolico. No se desarrollaron estructuras ofensivas de contrapoder real, en las fábricas, etc. No se quiso ir más allá. El movimiento perdió sustancia y creatividad en junio, se esclerotizó y empezó a repetirse. Mayo fue derrotado por junio. En junio se agruparon masivamente los que tuvieron miedo en mayo. Miedo al «desorden», es decir, a la creación. Los sindicatos liquidaron el movimiento en las fábricas. La puntilla fue la dinámica electoral, que atomiza y despotencia a la gente e impide responder de manera colectiva y creativa. Una apertura se cerró, pero nada volvió a ser como antes.

P: Citadme algo que haya cambiado de manera significativa de entonces a ahora.

D: El impulso utópico se ha extinguido. Los años 50-60 fueron muy optimistas, a pesar del bloqueo de la Guerra Fría y de la amenaza nuclear. La idea crítica por excelencia era el contraste entre lo posible y lo real, lo que puede haber y lo que hay. Entre las posibilidades tecnológicas y la vida sometida al trabajo, entre la abundancia y la pobreza material y subjetiva, etc. Esa era la base de la sensación de lo intolerable. Y el contenido del optimismo y la crítica. Creíamos que todo podía cambiarse, enseguida. Podíamos recomenzarlo todo sobre nuevas bases. Creo que esa idea ha desaparecido completamente.