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Entrevista con Humberto Giannini, premio nacional de humanidades y ciencias sociales de Chile

«Me convertí en un optimista»

Fuentes: La Jiribilla

No había visitado antes la Isla de Cuba este chileno que vino con la Feria. El filósofo Humberto Giannini habla sobre la contemporaneidad, los medios, la educación y la individualización de los sujetos, en más de media hora de conversación; pero también deja tiempo para contarme que le ha impactado la memoria suspendida en La […]

No había visitado antes la Isla de Cuba este chileno que vino con la Feria. El filósofo Humberto Giannini habla sobre la contemporaneidad, los medios, la educación y la individualización de los sujetos, en más de media hora de conversación; pero también deja tiempo para contarme que le ha impactado la memoria suspendida en La Habana Vieja, y no olvida el abrazo final, que para él es un símbolo más del acercamiento entre su pueblo y el nuestro.

Deja incontables enseñanzas a su paso por la Isla este especialista en Hermenéutica y Filosofía de la religión y autor de obras como Reflexiones acerca de la convivencia humana (1965), El mito de la autenticidad (1968), Desde las palabras (1981), Tiempo y espacio en Aristóteles y Kant (1882) y La experiencia Moral (1992).

Usted ha expresado durante la Feria del Libro, que la dictadura pinochetista en su país se convirtió también en una persecución de aquellos que profesaban el pensamiento libre. ¿Cómo describe los daños provocados por este proceso al desarrollo del pensamiento en Chile?

Fueron enormes, porque casi toda la gente, la que no fue apresada o murió, salió del país, por lo cual quedaron las universidades desiertas de profesores, la prensa desierta de periodistas y todos esos espacios fueron ocupados por «adictos al régimen». Yo, que había sido un platónico, una persona muy dedicada al estudio clásico y me entusiasmaban mucho los autores griegos, cuando ocurre todo esto, quedé en la universidad, porque no me fichaban como políticamente incorrecto. Quedé solo, cosa que me causó un daño enorme porque pensaba: «¿qué hago aquí en la Universidad?». Me mantuve allí porque aún quedaban alumnos, pero creo que nunca renuncié, que de alguna manera escribí afuera, que incluso escribía en los diarios, protestaba, aunque era todo muy difícil, fueron años muy duros.

He leído por alguna parte que desde entonces siente que su pensamiento se radicalizó, se hizo más realista, que esta etapa marcó una ruptura en su manera de afrontar la filosofía y la vida…

Claro, no podía seguir pensando en una sociedad ideal cuando vivía en una sociedad dramáticamente real, y a la que había que darle la vuelta. Entonces me volví un optimista, una persona que piensa, pero piensa en qué hay que hacer de inmediato. Y entre las cosas que era necesario hacer, era acortar las distancias entre el filósofo y el político. El filósofo necesariamente tiene que participar de la vida pública. Si hay algo que se mantiene como grandioso del mundo antiguo es que los filósofos participaban de la política, la política era un momento muy importante para los hombres.

Aún hoy, no hemos podido relegar del todo la tendencia eurocentrista dentro de las Ciencias Sociales, hecho que tal vez ha ido un poco en detrimento del desarrollo del pensamiento filosófico en América y también de la apropiación de mucho de lo específico de nuestras naciones…

Esto ha sido muy dañino, el eurocentrismo, en gran medida, parte de nosotros mismos. Nosotros queremos hablar con Europa, y no entre nosotros. Eso sigue ocurriendo en América. Cuando nos referimos a algún autor, generalmente lo hacemos a autores europeos. Ellos no quieren saber nada de nosotros, no existimos; en cambio, para nosotros las preocupaciones giran en torno a cómo parecernos a los alemanes, cómo decir algunas palabras en alemán, etcétera. Es una comedia un poco ridícula. Creo que la preferencia o la búsqueda de la vida cotidiana suprime también eso. Nosotros somos actores del drama humano al mismo nivel, pero desde otro lugar. Yo digo que en Chile hay filósofos, no hay filosofía, porque ella se hace entre los filósofos y nosotros no lo hacemos.

Quizá otorgar mayor relevancia a ese aspecto haya sido uno de sus propósitos en obras como su Breve Historia de la Filosofía. ¿De qué manera lo ha manejado en sus textos?

He escrito bastantes obras sobre autores chilenos. En la Historia de la Filosofía en cada momento hago referencia a Chile como lugar de filósofos. Ahora se comprende que el diálogo no existe entre nosotros. Hay que provocarlo.

¿Por qué vías, a su juicio?

Atacar la forma de la sociedad chilena, la forma de reflexión, atajar todos los restos que quedan de dictadura ―aún quedan muchos―. La dictadura no se va cuando es arrojada. En la educación seguimos con muchos vestigios de la dictadura. Tiene todavía una sombra de aquella época: autoritaria, separatista ―los estudiantes que pertenecen a las clases privilegiadas deben estudiar materias sublimes; y los pobres, trabajos manuales―. Todo eso queda. Chile fue un país muy democrático en cierta época, tenía una educación de lujo, de bien. Hoy día educarse cuesta muy caro en el país. Cuando nos preguntamos cómo provocarlo, nos encontramos con un panorama en el que no hay dónde escribir. La única posibilidad es escribir libros, porque en los diarios tampoco se puede, en una sociedad marcada por una libertad de prensa que es una libertad de los directores y los dueños de medios, pero no de conciencia.

¿De qué manera los medios de comunicación pudieran contribuir al encuentro de los seres humanos consigo mismos y con su propia cultura, cuando en la actualidad las sociedades nuestras se vuelven cada vez más fragmentarias, más clasistas?

La libertad de prensa tendría que entenderse como un sistema no manejado por consorcios económicos, sino más bien por sindicatos periodísticos, por ejemplo. Una prensa manejada, en el sentido de dirigida por estos grupos, con opiniones diversas, donde se discutiera permanentemente. No como la que existe ahora.

Hace un mes, desapareció un hermano mío en la selva ecuatoriana. Yo escribí una carta a los diarios, pese a haber escrito ya en otros, pidiendo que se preocupara la prensa de ayudar a buscarlo. No me publicaron la carta. No les interesa. Se ocupan de otros temas.

Sí, se ve una marcada tendencia al show, al exhibicionismo en el contexto mediático…

Además. Está llena de una vanidad, y de un farandulismo inmenso. Les preocupa solamente el espectáculo, porque eso adormece. El espectáculo hace participar incluso a la juventud y la hace perderse un poco, perder la capacidad de crítica, que es lo más hermoso en esta etapa.

De enajenación, pero con respecto al trabajo, ha hablado usted utilizando la imagen de los seres humanos convertidos en «tabajólicos»…

El trabajo está concebido como una competencia simplemente. Desde que se entra a estudiar, como cuesta tanto dinero, lo que piensa naturalmente el padre del alumno es que tiene que recuperar lo que ha perdido en esos años de estudio. El afán del joven entonces es recibirse, para trabajar, trabajar para ganar dinero, ganar dinero para él, como individuo. Es muy distinto a la idea de una profesión como contribución social, como servicio público, que era la que teníamos nosotros cuando la educación era gratuita en Chile.

¿Cuál es el papel que deben jugar entonces las instituciones formativas y la literatura dentro de sociedades marcadas por la proliferación de paradigmas enajenantes?

Me parece que las instituciones humanistas deben jugar el papel más libre posible, no proponerse sino hacer lo que deben hacer, enseñar la belleza del pensamiento, de las letras, enseñar cada una su propia materia con pasión, y mostrarnos que la actividad en la vida humana es esencialmente eso. La idea de vocaciones se ha perdido y debe recuperarse. La profesión no es una manera de ganar plata a costa de los individuos que deben servirse de ella, sino que debe basarse en la vocación.

¿Qué valoración le merece el rol de los llamados medios de información alternativos, hablando de contemporaneidad y comunicación?

No creo que haya una gran contemporaneidad a través de medios que están siempre distantes. Pero me parece que se crea una posibilidad muy buena frente a la prensa dominante, monopólica, con estas buenas alternativas de información que están surgiendo. La gente se está comunicando mucho, más allá de la prensa, creando como un nuevo tipo de conciencia. Yo soy prudente en eso. Me parece que ahí hay una posibilidad.

Cada vez leemos menos la prensa, la oficial, la prensa piraña. Yo mismo he renunciado casi públicamente a leerla. Es necesario buscar otros medios de comunicación.

¿Qué posibilidades tienen de realizarse los presupuestos de su teoría de la relación de los sujetos con las ideas (conocimiento de los individuos de sí y de los demás a través de la experiencia común y de la comunicación) en escenarios donde las clases y grupos se separan cada vez más?

En la medida en que eso cunda, que no seamos capaces de reaccionar ―y hay esperanzas de que podemos hacerlo― el individuo es aquel que dice: «solo yo cuento, los demás no». Lo que yo trato de demostrar en filosofía es que el sujeto como individuo, no como persona, vive una ilusión: existimos porque existen los demás, la conciencia de mi existencia está dada por los demás, y mi relación al mundo es una relación a los otros. En la medida en que se pierda esa noción de una relación a los otros la vida pierde todo sentido. Las sociedades se van realmente a la catástrofe. La chilena, afortunadamente, tiene ahora un gobierno que ha hecho lo que ha podido. Hay que empujar mucho más. Es necesario tener una conciencia de que la sociedad, aquella por la cual viven los individuos, hay que cuidarla.

¿Cómo ha visto reflejada la cultura chilena, las letras, el pensamiento de su país, en esta Feria Internacional del Libro de La Habana?

Fue maravillosa. Una muestra del lado de Cuba de cultura, de interés, aunque Chile no estuvo totalmente representado. Aquí veo que ocurre lo de siempre en otras ferias. Llegamos aislados y nos mantenemos así. Aunque la Feria ha sido una muestra extraordinaria, no ha provocado un encuentro entre nosotros, que podía haber sido un medio para producir. Diez días de Feria no pueden lograr el milagro. Pero va en camino. Por ejemplo, el hecho de que estemos conversando, es muy bueno, porque yo estoy intercambiando con una persona fuera de mi país sobre él y estoy abriendo una perspectiva con Cuba para entendernos más.

En esos puentes de entendimiento entre un país y otro, entre una cultura y otra, ¿qué faltaría por lograr para que nuestros pueblos se conocieran más, en ese anhelo americano de la integración?

Faltaría una relación más permanente. Esta relación ha sido momentánea y muy hermosa; pero, por ejemplo, es necesaria la presencia en las universidades de profesores de ambos países, que pudiera mostrar de manera estable cómo se está viviendo, y dar la posibilidad de conversar sobre lo que nos pasa.

La Universidad de Chile, se abre bastante al intercambio. Una Feria desgraciadamente se termina, pero una relación a través de organismos es muy importante. Yo ofrezco lo que tiene la Universidad de Chile, que es como mi casa, para lo que pueda contribuir al pensamiento cubano.