Hace ya casi medio siglo que fui por primera vez a una marcha de protesta en Puerto Rico. Creo que discurría el año de 1974. El fin de la isla parecía inminente. Apenas se hablaba de otro asunto que no fuera la proyectada minería del cobre en el centro del país. El entonces gobernador de […]
Hace ya casi medio siglo que fui por primera vez a una marcha de protesta en Puerto Rico. Creo que discurría el año de 1974. El fin de la isla parecía inminente. Apenas se hablaba de otro asunto que no fuera la proyectada minería del cobre en el centro del país. El entonces gobernador de Puerto Rico, Rafael Hernández Colón, impulsaba no ya el cierre de 283 escuelas, sino la clausura de al menos tres pueblos: Lares, Utuado y Adjuntas, para facilitar la minería del cobre, oro y molibdeno (que eran codiciados por los monopolios extranjeros).
Si la memoria no me falla, cerca de 20 000 personas asistieron al evento del Primero de Mayo convocado por el Partido Socialista Puertorriqueño (PSP) en 1974. Para esa época las marchas de decenas de miles de socialistas e independentistas eran comunes. Pero yo, que acaba de salir de Guayama, quedé impactado para siempre; nunca había visto tanta gente junta. Recuerdo que la marcha fue al atardecer, por todo Puerto Nuevo, y la gente llevaba antorchas encendidas. Juan Mari Brás, a quien no había visto en persona nunca, dio un discurso impresionante. En sus palabras, el autonomismo había llegado a su fin; ya no se distinguía en nada del anexionismo. También tildó al presidente de la Compañía de Fomento Industrial, Teodoro Moscoso, de «boticario inmoral e indecoroso». Las generaciones contemporáneas no lo saben; pero, Moscoso era entonces tan malo como «tres palitos». Su plan era crear un gigantesco superpuerto petrolero en el sur de la isla, que sirviera de almacenamiento para el petróleo importado a Estados Unidos desde el Medio Oriente. O sea, algo así como la CORCO, pero veinte veces más grande.
Algo más que recuerdo de esa marcha es el discurso de un joven líder obrero de la UTIER. En un lenguaje templado, como el más fino sable de acero, pronosticó cuál habría de ser, a su juicio, el futuro de Puerto Rico bajo el coloniaje. Progresivamente, dijo, el imperio habría de cerrar todas las avenidas existentes para la solución democrática de los problemas del país. Únicamente la movilización del pueblo trabajador podría salvar a la nación.
Gran Marcha para Vieques, foto de Alina de Lourdes Luciano, periódico Claridad (Puerto Rico).
No es un secreto que ni la minería ni el superpuerto llegaron. Tampoco es secreto que, de 1974 en adelante, las marchas de protesta fueron achiquitándose. La virazón, por así decirlo, ocurrió el 21 de febrero de 2000. Ese día, más de 150,000 personas marcharon por el expreso Las Américas bajo la consigna ‘Paz para Vieques ni un tiro más’. No es descabellado decir que la Gran Marcha para Vieques quizás sea la marcha más amplia que ha habido en la historia del país. La descripción de lo allí ocurrido es impresionante:
«Escoltados a ambos lados por una cadena de miembros del Comité de Disciplina de la marcha y portando una gran pancarta que leía ‘Paz para Vieques ni un tiro más’, caminaron en primera fila de la comitiva el arzobispo de San Juan, Roberto González; el arzobispo de la Iglesia Metodista, Juan Vera; la alcaldesa de San Juan, Sila María Calderón; el representante del Partido Independentista Puertorriqueño, Víctor García San Inocencio; y el representante del Partido Nuevo Progresista, Augusto Sánchez, entre otros muchos líderes de distintas iglesias, partidos políticos, y miembros de la clase artística en la isla. Asistió también una delegación de 300 residentes de Vieques».
Así como las grandes marchas de la década de los setenta no detuvieron, de por sí, los proyectos de explotación minera o el superpuerto (otras actividades tuvieron que darse simultáneamente para que así ocurriera), la ‘Gran Marcha por Vieques’ no le quitó enteramente el sueño a la marina de guerra estadounidense. Dos meses después, el 4 de mayo de 2000, más de 300 ‘marines’ procedieron al desalojo de los desobedientes que estaban el área de tiro. La marina anunció enseguida la reanudación de los bombardeos.
El problema es que el imperio subestimó en 2000 la relación enloquecida que hay en Puerto Rico con los procesos electorales. Sí, el gobierno estadounidense prometió en enero de ese año una consulta electoral sobre los bombardeos en Vieques. Pero este país nuestro, que tanto cree en las elecciones, también cree que los votos de por sí no resuelven los problemas colectivos. Es precisamente por eso que durante más de medio siglo nuestra historia ha estado marcada por dos tendencias políticas contradictorias. Por un lado, una tremenda estabilidad electoral, en que se turnan partidos burgueses antinacionales. Por el otro, la explosión periódica de situaciones que parecen contener gérmenes insurreccionales. No es que se hayan materializado enteramente, pero de que no hemos perdido la «efervescencia tropical» en nuestra respuesta a los problemas sociales y económicos, eso es innegable. ¿Quién ha visto en Estados Unidos un evento tal como una «huelga del pueblo» contra el gobierno? Pero en nuestro país, con relativa facilidad, los conflictos sociales hacen que aflore el tema de la «soberanía del pueblo».
No es extraño, pues, que apenas cinco días después de que la marina estadounidense reanudó las prácticas militares comenzaron las penetraciones de desobedientes civiles para paralizar los bombardeos. Solamente en la primera semana entramos 55. Luego siguieron entrando decenas y cientos de personas, que enfrentaron abusos de todo tipo y encarcelamiento. Es como si aquel vaticinio del joven líder obrero de 1974 hubiera brincado décadas enteras para convertirse en realidad material: la movilización del pueblo trabajador para salvar la nación. La desobediencia civil, en todas sus formas, paralizó el bombardeo. La marcha del 21 de febrero fue el anuncio de un paro. O, si se quiere, fue parte del paro.
Y así llegamos a una de las contribuciones mayores de Vieques para el proceso revolucionario de nuestro país. Me refiero a la consulta electoral del 29 de julio de 2001. A pesar del desempleo en la Isla Nena, de la pobreza rampante y de todas las presiones y manipulaciones, el 68% de los votantes optó por la salida de la marina. Por un instante, en esa isla municipio se trastocó la lógica de los procesos electorales de Puerto Rico. ¿Por qué? Por la simple razón de que ya el mismo pueblo viequense, utilizando todos los medios a su alcance, había paralizado el bombardeo. La consulta era académica. Entre mayo de 2000 y julio de 2001 hubo en efecto un paro. Y el paro iba a seguir, como en efecto siguió hasta 2003, no importa el resultado.
Desde la perspectiva del momento actual, la pregunta es, entonces, ¿cómo se paraliza el proceso de saqueo de riquezas que vive el país actualmente? ¿Cómo hacerlo de manera duradera y continuada, más allá del Primero de Mayo? Yo no le quito que se pueda pensar en las elecciones del 2020 como una de las tareas; pero, ausente una paralización real de las medidas de la Junta de Control y del gobierno colonial, las reflexiones electorales son una trampa. Por eso es sumamente preocupante que algunas personas ya estén en campaña abierta para la gobernación. Aquí lo fundamental es efectuar un paro análogo al que se hizo en Vieques. Y de ese paro, que debe ser duradero y sostenido, al final tiene que surgir un trastrocamiento de los patrones de conducta electoral, insuflándolos de sentimiento insurreccional. La actividad del Primero de Mayo es el primer paso. Y, al igual que en Vieques hay que desplegar una estrategia que golpee al enemigo todos los días, horas y minutos. Venceremos, no me cabe duda alguna.
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