vivimos cada día devorando en silencio la vida,ya sea ésta dulce o repugnante, feliz o enemiga. Pier Paolo Pasolini Las sociedades sin política, dominadas por el acontecimiento y el espectáculo, tienden a la mediocridad como la calma sigue a la tempestad. El capitalismo, bajo la estructura moderna de estado de mercado, ha conseguido una forma […]
vivimos cada día devorando en silencio la vida,
ya sea ésta dulce o repugnante, feliz o enemiga.
Las sociedades sin política, dominadas por el acontecimiento y el espectáculo, tienden a la mediocridad como la calma sigue a la tempestad. El capitalismo, bajo la estructura moderna de estado de mercado, ha conseguido una forma perfecta de sumisión ciudadana (y una exageradaapatía individualista) que, sin duda, favorece la estúpida lealtad de zafios, arribistas e interesados. Eliminada la responsabilidad social del trabajo, suprimida la capacidad de aglutinar de la conciencia de clase y la legitimidad moral que la producción de bienes y servicios conllevaba, el universo de la precariedad ha abierto la senda a la inestabilidad, la obligada improvisación y los accidentes laborales. En este paisaje, la explotación muestra su rostro más implacable ya que el individuo -sometido al permanente temor al despido- es incapaz de ofrecer una respuesta política articulada. En el estado de mercado, en la ilusión multicolor ydemocrática, el mundo del trabajo se ha convertido -a la fuerza- en un espejismo gris de sensaciones y complacientes sonrisas. Un patético darwinismo gestual.
Las relaciones de fuerza entre el trabajador y la empresa, reguladas por la presión de los sindicatos de clase y por la potencia intrínseca de la propia producción, han desaparecido. En realidad, el único espaciode libertad dentro de los centros de trabajo ha quedado reducido al tablón de anuncios -vendo piso- y a las jubilaciones anticipadas. Las multinacionales abandonan los países que antaño ofrecían excelentes condiciones (sic) dejando un cadáver industrial y miles de familias a merced de los subsidios. Las cajas de resistencia han sido sustituidas por tarjetas de crédito y la solidaridad entre iguales ha pasado a ser un anuncio publicitario de coches, muebles de cartón (redecora tu vida) o de ONG´s. La banalidad del trabajo y (por extensión) de la vida, el exagerado incremento de las empresas colocación temporal y la mercantilización de la relaciones humanas han logrado, por fin, el sueño que el capitalismo industrial lleva persiguiendo desde los albores del siglo XX: la máquina reproductora (de aspecto humano) capaz de soportar y consumir sin límite. Incluso cantidades jamás imaginadas de psicofármacos para paliar el perpetuoestado de sitio inmoral en el que habitamos los ciudadanos del occidente.
En este contexto, asistimos sin remisión al triunfo bárbaro de los mediocres y sus estrategias de rendición incondicional. Los poderes dominantes premian su capacidad de adaptación y reverencia. En su muestrario han olvidado la huella de la condición humana para convertirse en simples correas de transmisión. EE.UU. es el modelo -frente a la antigua estabilidad laboral europea y la esclavitud del resto del mundo- en el cual está bien visto cambiar, sin tregua, de actividad profesional, de ciudad, de familia, de amigos. La ductilidad de sus espinazos, la ausencia de toda visión crítica, la mentira y la reiteración de sus ocurrencias hacen de estos trabajadores desucio cuello blanco la mejor infantería para alimentar las divisiones de las corporaciones. Si se admite la comparación, aparecen en la escala social como una nuevaaristocracia obrera que, pese a vivir atemorizados por los cambios de humor y estrategia de la patronal, se sueña corresponsable. Cada uno a su manera,Eichmann en Jerusalén de Hannah Arendt y La corrosión de carácter de Richard Sennett pueden ser dos libros que ilustren con mayor claridad esta cuestión.