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Medios de comunicación de la Iglesia

Fuentes: Rebelión

El mundo eclesiástico occidental, las Iglesias cristianas, decidieron tomar posiciones en los nuevos medios de comunicación, sobre todo en la radio, al final de la segunda guerra mundial. La Iglesia católica en particular se dedicó a crear una prensa y una radio confesionales como apéndice de aquella otra estrategia política que consistió en patrocinar la […]

El mundo eclesiástico occidental, las Iglesias cristianas, decidieron tomar posiciones en los nuevos medios de comunicación, sobre todo en la radio, al final de la segunda guerra mundial.

La Iglesia católica en particular se dedicó a crear una prensa y una radio confesionales como apéndice de aquella otra estrategia política que consistió en patrocinar la creación de un partido demócrata cristiano nacido para enfrentase a la influencia comunista creciente en Italia. La decisión fue estrechamente apoyada por el Gobierno norteamericano y en ello tuvo mucho que ver el influyente cardenal Spellman, verdadero «broker» entre el Vaticano y el poder vencedor en la segunda guerra mundial, algo que se hizo cada vez más necesario al comenzar la guerra fría.
Los medios católicos no adoptaron el modelo confesional de las Iglesias protestantes que crearon periódicos y emisoras de radio como ampliación de las actividades estrictamente piadosas. Los obispos protestantes querían simplemente llegar más allá de la mera predicación desde el púlpito y en sus medios se limitaban a fomentar la devoción de sus clientelas.

El Vaticano, por su parte, permitió en algunas diócesis que se utilizara ese modelo pero prestó atención principal a la acción política.
El escenario español fue particularmente interesante porque la alianza de los obispos españoles con Franco y su refrendo vaticano, les permitió gozar de una posición privilegiada en el muestrario de unos medios de comunicación, censurados o dirigidos desde el Estado. La Iglesia apoyaba al régimen desde el diario YA y durante mucho tiempo los comunicadores eclesiásticos tuvieron las mismas prioridades políticas que el Gobierno, además de sazonar la predicación piadosa con componentes patrióticos que los que vivimos la época recordamos muy bien. Ser español incluía ser católico y las otras confesiones cristianas estaban reducidas al silencio.

Precisamente por ello la llegada al solio pontificio de personajes como Juan XIII y, sobre todo, Pablo VI complicó la vida de los medios de comunicación eclesiásticos españoles cuando ambos Pontífices empezaron a tomar distancia del franquismo.

Mientras tanto, el Vaticano II y movimientos paralelos en las Iglesias protestantes trataron de disminuir el componente político de la predicación y del mensaje mediático también porque las Iglesias empezaban a tomar distancia ideológica del poder americano. La causa de la justicia se hacía eclesiástica en la predicación y en los medios confesionales de Europa y América Latina y la lucha entre obispos y teólogos conservadores y progresistas se libró también en el terreno mediático propio, con importantes peleas y divisiones que aún persisten.

La llegada de la televisión permitió las retransmisiones piadosas pero no hubo por el momento un protagonismo eclesiástico de emisoras. De hecho, el catolicismo americano prefería comprar espacios para la predicación y así se hicieron famosas las charlas de monseñor Fulton Sheen, cuyas prédicas estaban patrocinadas por una marca de jabón.

Sin embargo, el neoconservadurismo americano, en su versión religiosa, iba a introducir una modificación sustancial en las reglas de juego no solo porque, en el amplio mercado confesional de aquel país se imponían las emisoras de radio y televisión más conservadoras sino porque se produjo una alianza política con el partido republicano desde que Ronald Reagan consiguió el apoyo de telepredicadores como Pat Robertson y otros que, pese a los muchos escándalos financieros y sexuales que protagonizaron, lograron enrolar a la masa conservadora, especialmente en el Medio Oeste, en una operación muy simplista, metiendo en el mismo saco al comunismo, las minorías étnicas radicales, las feministas, los sindicalistas y cualesquiera otro grupo que pusiera en discusión el modelo de capitalismo patriótico que impuso Reagan y al que los Bush incorporaron las conocidas aventuras guerreras que hoy siguen vigentes.

Los medios de comunicación eclesiásticos se tornaron decisivamente partidistas y se aliaron con otros fogosos patriotas, como Ross Limbaugh, cuya charlas cotidianas trataban de poner en solfa al partido demócrata y eligieron al presidente Clinton como chivo expiatorio de sus frustraciones.

La influencia americana en Europa se ha traducido singularmente en España donde una emisora eclesiástica, la COPE, hace causa común con el ala más conservadora del partido popular y los defensores de unas supuestas esencias castellanas para denigrar a las personas, regiones o instituciones que no les gustan, en ese estilo caústico y barriobajero que inauguró el susodicho Limbaugh.

La mezcla de la condición mercantil, confesional y partidista de la COPE tiene muy confusos a bastantes obispos, sacerdotes y fieles católicos pero no parece que la Conferencia episcopal, que detenta la propiedad de la emisora, parezca interesada en modificar la situación. Especialmente incómoda ha sido la situación con motivo de las reformas políticas y sociales que pretende introducir el Gobierno Zapatero y que para la Cope y sus dueños constituye un atentado a la esencia católica española.

Ningún experto avisado deja de reconocer que esta situación se debe a la persistencia de una extraña situación de privilegio de la Iglesia española en un país que todavía cumple un concordato con el Vaticano de tiempos de Franco y presta una atención financiera a la burocracia eclesiástica y sus apéndices escolares escasamente homologable con Europa.

De hecho, esta peculiaridad de la radio de los obispos no hubiera sido posible sin el largo pontificado de Papa polaco, un hombre visceralmente anticomunista y conservador, interesado en la vuelta a la confesionalidad del Estado y que eligió el caso español para probar su viabilidad. Obviamente la vuelta a la confesionalidad de un país aún escaldado por la mezcla religioso política del franquismo parece imposible de proponer ni siquiera a las clientelas más conservadoras del partido popular y es, desde luego, difícilmente digerible por sus nuevas generaciones pero la situación no parece pueda enmendarla el nuevo papa, menos político pero también partidario de la confesionalidad. El estrépito mediático de la COPE se ha incorporado ya a la escena política española y no parece sea posible desdeñar su influencia cuando se presentan al país nuevos retos políticos y sociales que pueden incomodar a muchos conservadores, sean o no religiosos.

Mientras tanto, los creyentes españoles, como los americanos, parecen haber elegido una especie de religión a la carta en la que algunos incluyen la dieta mediática de la COPE aunque la mayoría prefiere productos menos estridentes.