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Memoria histórica

Fuentes: Rebelión

La memoria histórica debe desplegarse al completo, no sólo en forma de batallas y de historias humanas que venden más y comprometen menos o nada. En España estamos tratando de no olvidar que por culpa de un alzamiento militar contra el poder civil legalmente instituido, muchos ciudadanos -no sólo españoles- murieron. Y en Europa y […]

La memoria histórica debe desplegarse al completo, no sólo en forma de batallas y de historias humanas que venden más y comprometen menos o nada. En España estamos tratando de no olvidar que por culpa de un alzamiento militar contra el poder civil legalmente instituido, muchos ciudadanos -no sólo españoles- murieron. Y en Europa y Estados Unidos conmemoramos además el fin de la II Guerra Mundial, centrando el tema, sobre todo, en el hundimiento de Hitler, en su bunker y en sus detestables campos de concentración. Es decir, de nuevo un recordatorio a medias, fuera de contexto, olvidando conscientemente que los acontecimientos no se producen porque un día Hitler se levantara por la mañana y dijera: «Voy a matar judíos y a invadir Polonia». O Franco dijera después de tomar café: «Voy a darles café a todos los rojos» (una expresión, «Dadle café, mucho café», se utilizaba para fusilar a la gente). Por desgracia -o por fortuna- las cosas son mucho más complejas pero aquí pocos mueven un dedo para situar las cuestiones en su medida.

Claude Lévi-Strauss recordaba recientemente en una entrevista, que se ha acusado al estructuralismo de olvidar al sujeto y añadía que una gota de agua, en primera instancia, es algo sencillo pero si se la mira a través del microscopio aparece una estructura, elementos invisibles a simple vista. Eso no significa que la gota de agua como tal haya dejado de tener importancia, lo que se quiere decir es que por encima (o junto a ella) hay factores ocultos que explican su significado. El método estructural se ha borrado de la mente del ciudadano (de los pocos que lo tenían) y se cuida de que las nuevas generaciones no lo adquieran porque, de ser así, la dominación de «los que viven arriba», como diría Brecht, sería más complicada. La eliminación del método hace posible espectáculos superficiales como éste de la recuperación de la memoria histórica (que para muchos jóvenes ni es recuperación sino enterarse de que existieron unos hechos luctuosos y violentos) y el juego a la democracia en sus variadas vertientes, así como la acusación de anacrónicos a los contrarios. El método de la enseñanza de la historia vuelve a ser parecido al de la lista de los reyes godos del franquismo o al del NO-DO -el informativo audiovisual franquista de obligada visión antes de observar una película en una sala-, sólo que esta vez la lista goda se sustituye por estos actos simbólicos sobre la historia donde apenas se profundiza en algo, y el embarazo y natalicio de la señora de un príncipe en España reemplaza a las actividades de Franco que el NO-DO nos mostraba. De esta forma se contribuye a formar generaciones acríticas y se fomenta el hastío e incomprensión de la gente. Pero a ver cómo explica ese método el asesinato de Kennedy, Allende, o la dimisión de Nixon. Eso no significa que la cuestión no tenga vuelta atrás o corrección pero sí que se lo están poniendo difícil a esa minoría de personas que, guiada por su propio pensamiento y ambiente cultural, decide tomar otro camino no trazado oficialmente.

Comprendo que cuando se está en el poder haya que nadar y guardar la ropa pero también el que es investido mandatario por los ciudadanos tiene la obligación de fomentar la formación de éstos para que el conocimiento sea mayor y de esa forma la democracia se fortalezca. Quiero decir que, por una parte, los políticos en el poder en Europa, España y EEUU, se ven obligados a recordar pero sin molestar demasiado al Poder estructural porque, a fin de cuentas, tanto el fascismo como el nazismo son regímenes brotados del propio capitalismo. Su misión, protegerlo frente al avance bolchevique y de otras fuerzas transformadoras. Ese Poder estructural sigue ahí pero no se nos menciona su papel real en otros tiempos, el recuerdo se centra en la persona, en el «malo», en la punta del iceberg (Hitler, Franco). A cambio, nadie se refiere a los Siemens, los Thyssen, Flick, Mohn, etc. (entre 60.000 y 70.000 millones de marcos ganaron los comerciantes alemanes con los pedidos que les hizo Hitler) ni en España se nombra a los March o los Luca de Tena, que apoyaron a Franco en su «Cruzada». Tampoco se profundiza más en el recuerdo y los homenajes. Se desarrolla un acto en la Plaza Roja de Moscú pero ignorando a Stalin porque mentarlo sería excesivo (se puede ser un monstruo en algunos comportamientos pero hay que dar a cada uno lo suyo, la izquierda no debe tener complejos en esto). Porque el plan era que Hitler venciera a Stalin en una victoria pírrica y el frente occidental -fresco y bien pertrechado- acabara con un nazismo debilitado por la batalla en el frente oriental. Tampoco se recuerda cómo EEUU aprovechó la infraestructura del espionaje nazi para utilizarla contra la URSS y el comunismo occidental y dio cobijo a nazis en su territorio o hizo la vista gorda cuando se refugiaron en América Latina. Dijo Iñaqui Gabilondo que en la Plaza Roja se echó de menos que Putin recordara cómo la URSS implantó su totalitarismo en parte de Europa tras la guerra pero entonces yo echo de menos que se recuerden las causas de la guerra: la rivalidad comercial entre potencias mercantiles. Todo esto no procede, claro, ahora con unos detalles de marketing se cubre el expediente, a fin de cuentas no hemos de olvidar que fueron ellos los vencedores (legitimaron a Franco por miedo a la «revolución») y que el fascismo y el nazismo existen en la actualidad pero disfrazados de democracias, unos regímenes en cuyo seno se desenvuelven organizaciones supuestamente alternativas que, en realidad, lo que pretenden es vivir del propio sistema al que dicen cuestionar o rechazar.

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