Traducido del inglés para Rebelión por S. Seguí
Entre el 26 de marzo y el 1 de mayo del presente año 2006, cerca de cinco millones de trabajadores inmigrantes y ciudadanos solidarios salieron a la calle en casi un centenar de ciudades de Estados Unidos. Se trata de la mayor y más apoyada manifestación de trabajadores de la historia de EE UU. En ningún momento de sus 50 años de historia, la confederación estadounidense de sindicatos AFL-CIO ha sido capaz de movilizar siquiera una fracción de los trabajadores que ha convocado el movimiento de trabajadores inmigrantes. El surgimiento y auge del movimiento se enmarca en la experiencia histórica de los trabajadores inmigrantes (en su mayoría de México, América Central y el Caribe), en la experiencia de explotación y racismo a que se enfrentan hoy en EEUU, y en un futuro que les ofrece prisión, expulsiones y desahucios.
El movimiento de trabajadores inmigrantes está comprometido en una lucha política independiente, dirigida contra los gobiernos locales, estatales y en particular contra el gobierno federal. El objetivo inmediato del movimiento es acabar con una legislación del Congreso de EEUU que persigue la criminalización de los trabajadores inmigrantes empleados y un «compromiso» que busca separar a los trabajadores recién llegados de los trabajadores llegados antes. La principal demanda de los trabajadores inmigrantes es la legalización de todos los trabajadores, antiguos y nuevos. La opción por métodos de acción directa es una respuesta a la falta de efectividad de las actividades legalistas y de cabildeo de las organizaciones «latinas» controladas por la clase media establecida, y el fracaso total de la confederación de sindicatos y sus afiliados para organizar a los trabajadores inmigrantes en sindicatos o siquiera formar organizaciones de solidaridad.
Si deseamos comprender la dinámica de crecimiento del movimiento de trabajadores inmigrantes en EEUU y su militancia, es preciso analizar los profundos cambios estructurales sobrevenidos en las décadas de 1980 y 1990 en México y América Central.
El ALCA, las guerras por procuración y los mercados libres
A comienzos de la década de 1980, Estados Unidos, por mediación del FMI, y los presidentes-clientes de México (Salinas, Zedillo y Fox) promovió una política de «libre comercio» en la que colocó la etiqueta de Area de Libre Comercio de América del Norte (ALCA). Dicha política abrió las puertas de par en par a la entrada masiva de productos agrarios estadounidenses fuertemente subvencionados que han debilitado a los pequeños y medianos agricultores. Las inversiones extranjeras a gran escala en el comercio al por menor, la banca y las finanzas han dado como resultado la bancarrota de millones de pequeños empresarios. El crecimiento de las zonas francas industriales (maquiladoras) ha degradado la legislación laboral y la protección social. Los pagos de la deuda externa, la corrupción en el proceso de privatización y el crecimiento a gran escala de los empleos precarios han producido una reducción de los salarios en términos absolutos, a la vez que se ha multiplicado la cifra de multimillonarios mexicanos. Enormes beneficios y pagos de intereses a las grandes compañías del Norte salieron del país en dirección a Estados Unidos, acompañando a miles de millones de dólares apropiados por políticos corruptos y blanqueados por bancos estadounidenses, como el CITI Corporation.
Al flujo al exterior de beneficios e intereses pronto siguió el de los trabajadores rurales y urbanos desplazados y empobrecidos. El razonamiento, con arreglo al «libre mercado», era que la libre circulación de capital estadounidense hacia México iría acompañada de la libre circulación de trabajadores, trabajadores mexicanos, hacia el vecino del Norte. Pero EEUU no llevó a la práctica la doctrina del «libre mercado», sino que persiguió únicamente una política de entrada ilimitada de capitales en México y una política restringida de inmigración laboral.
Las políticas de libre mercado crearon un enorme ejército de reserva formado por desempleados y subempleados mexicanos, a la vez que las restricciones legales a la libre inmigración obligaban a los trabajadores a cruzar la frontera sin documentos legales.
La enorme entrada de trabajadores no era simplemente resultado de la búsqueda, por parte de los trabajadores mexicanos y centroamericanos, de mayores salarios: era el resultado de las adversas condiciones estructurales impuestas por el ALCA, que expulsó a los trabajadores de su puesto de trabajo. La estructura del libre mercado mexicano es un «modelo de acumulación centrado en el Imperio», y como tal estructura centrada en el Imperio, se convirtió en un imán que atrajo a los trabajadores en busca de empleo en el Imperio.
El segundo rasgo estructural de importancia que provocó movimientos masivos de trabajadores desde América Central fueron las guerras imperiales de la década de 1980: la masiva intervención militar estadounidense librada por procuración en Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Honduras destruyó en toda América Central la posibilidad de realizar reformas sociales y establecer economías viables. Con su financiación de los escuadrones de la muerte y la práctica de lucha contrainsurgente de tierra calcinada, EEUU expulsó a millones de centroamericanos del campo y les obligó a hacinarse en villas miseria urbanas y emigrar a México, EEUU, Canadá y Europa. El «éxito» estadounidense en la imposición de gobiernos derechistas corruptos en toda la zona acabó con toda posibilidad de mejora individual o colectiva en el marco de las economías nacionales. La puesta en práctica de medidas neoliberales produjo un desempleo mayor y un descenso acentuado en los servicios sociales, forzando con ello a muchos trabajadores a buscar empleo en el Imperio, precisamente en el lugar de origen de su miseria.
Un legado de lucha: la militancia en los trabajadores emigrantes
La primera oleada de inmigrantes, en los años ochenta, como epílogo del choque neoliberal y del terror militar, buscaba trabajo de cualquier tipo, en el anonimato e incluso en las peores condiciones; muchos de sus componentes disimularon su pasado militante pero no lo olvidaron. A medida que la afluencia de trabajadores inmigrantes aumentaba, en las principales ciudades de California, Texas, Arizona y Nuevo México se concentraban grandes cantidades de trabajadores latinoamericanos. Ello condujo a la creación de una densa red de clubes sociales, culturales y deportivos, y de organizaciones informales basadas en anteriores vínculos familiares, de barrio o regionales. Florecieron muchos pequeños negocios, aumentó el poder adquisitivo, aumentó también la asistencia de niños a escuelas en que los latinoamericanos ya eran mayoritarios, y numerosas estaciones de radio se dirigían a los trabajadores inmigrantes en su propia lengua. Pronto, el sentimiento de solidaridad creció por la simple fuerza del número, la facilidad de comunicación, la proximidad de otros trabajadores compatriotas, y por encima de todo de la experiencia común de una explotación no sujeta a regulación ni a moderación, en los peores y peor pagados empleos, todo lo cual iba acompañado de actitudes racistas por parte de empresarios, trabajadores blancos, policías y otras autoridades.
La decisión del Congreso de añadir a todo ello nuevas amenazas de encarcelamiento y expulsiones masivas coincidió con la profundización y el crecimiento de redes sociales y solidarias en el interior de las comunidades latinas. La anterior militancia proveniente de la resistencia popular masiva a los escuadrones de la muerte en El Salvador, el gusto por la libertad y la dignidad adquirido durante el periodo sandinista en Nicaragua, los múltiples movimientos campesinos de México «salieron del armario» y hallaron nueva expresión social en el movimiento de masas de los trabajadores inmigrantes.
La convergencia de una militancia sumergida o latente con la exigencia de derechos laborales y reconocimiento legal en el nuevo contexto de explotación/represión dio impulso a la solidaridad social de comunidades enteras. Participaban en ella familias y barrios enteros, y personas de toda edad: estudiantes de secundaria junto a trabajadores de la construcción, jardineros, empleados de talleres de confección y empleados domésticos llenaron las calles de Dallas y Los Angeles con cientos de miles de manifestantes, para gran sorpresa de los observadores no latinoamericanos, desconocedores del legado histórico, de las potentes redes sociales y de la decisión que impulsaba a esas gentes a decir basta y movilizarse ante dos opciones: o luchar por la vida o ser expulsados y encarcelados
En resumen, no es posible comprender la masiva inmigración desde México sin prestar atención al masivo flujo de capitales estadounidenses hacia ese país, a su destructivo impacto en las relaciones socioeconómicas y al reflujo o transferencia no regulada de beneficios e intereses en dirección a EEUU. Del mismo modo, no es posible explicar los grandes flujos de largo plazo de inmigrantes desde América Central a EEUU sin tener en cuenta el flujo masivo de armas estadounidenses puestas en manos de las clases dirigentes de la región, la destrucción a gran escala de la agricultura de pequeña escala, la restauración en el poder de las oligarquías cleptocráticas y el retroceso de las reformas sociales, especialmente en Nicaragua.
La emigración de trabajadores centroamericanos y mexicanos es un resultado directo de la victoria de la contrarrevolución impulsada por Estados Unidos en la región. La emergencia del actual movimiento masivo de trabajadores emigrantes es, en cierto sentido, una repetición de las luchas anteriores entre el capital estadounidense y los trabajadores mexicanos y centroamericanos en América Central y México, ahora en el nuevo terreno de la política estadounidense y con un nuevo contenido. La continuidad de las luchas, en América Central, México y ahora en Estados Unidos, se fundamenta en las demandas comunes de «autodeterminación» y los métodos comunes de lucha y acción directa. Todo ello se refleja en la fuerte componente de clase trabajadora o «popular» de la lucha, y la memoria histórica de la solidaridad de clase.
Significado del nuevo movimiento de trabajadores inmigrantes (NMTI)
La emergencia de este movimiento masivo de trabajadores inmigrantes abre un nuevo capítulo en la lucha de la clase obrera, tanto en América del Norte como en América Central. En primerísimo lugar, representa el primer gran brote de lucha independiente de la clase trabajadora en EEUU tras más de cincuenta años de decadencia, estancamiento y retroceso de la confederación sindical establecida en este país. En segundo lugar, el NMTI revela un nuevo protagonista, un nuevo sujeto, elemento destacado del movimiento obrero: el trabajador inmigrante. Mientras que en el pasado los sectores más dinámicos de la clase obrera organizada en el sector privado (industria automóvil, camioneros, acero y estibadores (en la costa Oeste) perdían más de dos tercios de sus afiliados y hoy día representan sólo el 9% de la fuerza de trabajo del sector privado, más de dos millones de trabajadores inmigrantes se manifestaban y mostraban una clase de solidaridad social desconocida en Estados Unidos desde los años treinta. En tercer lugar, el NMTI se ha organizado sin un gran aparato burocrático sindical y con un presupuesto mínimo basado en el trabajo voluntario movilizado mediante la comunicación horizontal. De hecho, uno de los factores clave que explican el éxito de la movilización es que ha estado en gran parte liberado del lastre de la jerarquía sindical, aun cuando una minoría de trabajadores participantes eran miembros de un sindicato. En cuarto lugar, el liderazgo y los estrategas del NMTI eran independientes de los dos principales partidos capitalistas, en particular del mortífero abrazo del Partido Demócrata.
Gracias a su independencia política, el NMTI ha salido a la calle, ha mantenido una actitud crítica hacia la política de los dos partidos principales de expulsión de los trabajadores inmigrantes, y no se ha autolimitado a la banal actividad de cabildeo de los políticos en los pasillos del Congreso. El masivo NMTI ha servido, en cierta medida, como «polo social» que ha atraído y politizado a decenas de miles de estudiantes de secundaria, de las escuelas superiores e incluso de las universidades, especialmente a los de origen latinoamericano. Además, una minoría de sindicalistas disidentes anglos, progresistas de clase media y clérigos progresistas han participado activamente en la preparación del movimiento. La lucha del NMTI es política: va dirigida a influir en el poder político, la legislación nacional y va contra el gobierno del «capitalista blanco» que pretende criminalizar y expulsar al «trabajador moreno».
El movimiento demuestra lo adecuado de un enfoque que combina las políticas de raza y de clase. La emergencia de un polo sociopolítico organizado y masivo basado en los trabajadores tiene el potencial de crear un nuevo movimiento político que podría llegar a desafiar la hegemonía de los dos partidos capitalistas. El dinámico crecimiento del movimiento de trabajadores inmigrantes en EEUU puede formar la base de un movimiento internacional de trabajadores que, liberado de la tutela de la AFL-CIO, vaya de Panamá a los estados del Sur, Oeste y Sudoeste de Estados Unidos. Los vínculos familiares y étnicos pueden reforzar la solidaridad de clase y crear la base de un apoyo recíproco en las luchas contra el enemigo común: el modelo neoliberal de capitalismo, el aparato represivo y la legislación estatales tanto del Sur como del Norte.
La positiva evolución del NMTI enfrenta, no obstante, obstáculos de crecimiento y consolidación. En primer lugar «del exterior»: numerosos empresarios despidieron a trabajadores participantes en la primera oleada de manifestaciones masivas y los trabajadores latinos sindicalizados recibieron escasa o ninguna ayuda de sus jefes sindicales. En segundo lugar, tras el éxito masivo de las manifestaciones, numerosos políticos latinos tradicionales, consultores profesionales, organizaciones no gubernamentales y jerarcas eclesiásticos se subieron al carro y están intentando desviar el movimiento hacia los canales convencionales de las «peticiones» al Congreso o de apoyo al «mal menor» que representan los políticos del Partido Demócrata. Estos colaboradores de clase media están intentando dividir el movimiento en favor de sus propios fines y conseguir una plataforma que les permita medrar en su carrera política.
Asimismo, el movimiento se halla ante el problema de un desarrollo desigual de la lucha en el seno de la clase trabajadora y entre las diferentes regiones de Estados Unidos. La mayor parte de los trabajadores anglos asisten, en el mejor de los casos, pasivamente, mientras que probablemente más de la mitad consideran a los trabajadores inmigrantes una amenaza para sus empleos, salarios y comunidades. La falta, en general, de una educación antirracista y de clase por parte de la burocracia sindical dificulta en gran medida la unidad de los trabajadores. Los trabajadores inmigrantes tienen ante sí la tarea de contactar y establecer coaliciones con trabajadores negros, puertorriqueños y asiáticos, así como con una minoría de sindicalistas anglos. Hay también una presión por parte de los líderes de los países capitalistas de dividir a los trabajadores inmigrantes mediante la aprobación de legislación que favorezca a los trabajadores legales frente a los ilegales, los trabajadores contratados a largo plazo contra los temporales, los alfabetizados contra los poco alfabetizados, los cualificados contra los no cualificados.
Por último, es preciso hacer frente a la nueva oleada de ataques policiales a gran escala en los lugares de trabajo y los barrios, en los que centenares de trabajadores latinos son arrestados y expulsados. Hoy día, en el mejor estilo nazi, barrios latinos enteros están cerrados y la policía realiza registros casa por casa. La policía de inmigración ha aumentado las detenciones masivas en los lugares de trabajo, intentando provocar un clima de intimidación. Durante la semana del 21 al 28 de abril, el jefe neocon de la Homeland Security Agency, Michael Chertoff, dirigió la detención de 1.100 trabajadores indocumentados en 26 estados.
A pesar de estos desafíos, el movimiento de trabajadores inmigrantes está en ascenso: el 25 de marzo miles de personas se manifestaron, el 10 de abril más de dos millones salieron a la calle, y el 1º de mayo millones de ellas participarán en marchas y huelgas masivas. Mientras los políticos reaccionarios están agazapados en el Congreso, planeando nuevas maneras de dividir y conquistar el movimiento, millones de miembros del pueblo latino están en la calle luchando por sus derechos, su autodeterminación y su dignidad.
27 de abril de 2006