Por lo general nuestras leyes no son conocidas, sino que constituyen un secreto del pequeño grupo aristocrático que nos gobierna. Aunque estamos convencidos de que estas antiguas leyes se cumplen con exactitud, resulta en extremo mortificante el verse regido por leyes para uno desconocidas. –La muralla china y otros relatos, Franz Kafka[1]
¿Las elecciones de estos meses son análogas a la mañana impensable de Gregorio Samsa? No sé, pero parece que las peores metamorfosis son las preferidas por importantes segmentos del electorado de los países americanos. No obstante Argentina y Ecuador son hiperbólicos, ¿está bien el orden? Cachai, la preocupación, porque de este carnaval surrealista a lo bestia volveremos por el túnel del tiempo. Y para colmo, la sociología política se vuelve inservible cuando buscas respuestas no a preguntas sino a otras respuestas que son devueltas como preguntas más perturbadoras. Este despelote impensable, con la ideología del ridículo arrugado de seriedad, sucedió al progresismo. Como si las audacias políticas suponían avances sin retorno. ‘Ver para creer’ es el santo y seña de ciertas conversaciones. Un breve recuento por las vías más andadas de la incredulidad. En Esmeraldas la candidatura socialcristiana agotó la capacidad de asombro: su eslogan de campaña electoral fue “no hay pa’nadie” y aun así triunfó. ¿Sorpresa? Quién sabe. O aquello que dijo, sin quimbas ni combas, Verónica Abad con tal seriedad que su caradurismo kafkiano fue entendido como chiste benévolo. No al mismo nivel de increíble credulidad, pero Daniel Noboa volvió con la cantaleta de la “reducción del Estado”, abrir de par en par las universidades y extender el emprendedurismo juvenil hasta la punta del Chimborazo. Bueno, la mayoría del electorado le puso fe a esa guasa electorera. ¿Y lo de Javier Milei en Argentina? ¿O las manifestaciones multitudinarias a favor de Jair Bolsonaro? ¿Ya olvidaron los buenos resultados de José Antonio Kast en Chile? Las estrategias de gurúes electorales se vuelven vainas de museo, pero así, de una elección a otra. Un espejismo electoral es convertido en realismo mágico atroz. Una vaina kafkiana por fuera del gozo literario. O para la desventura social cotidiana. ¿Que cómo así? De eso se trata esta jam-session, de esta entelequia absurda, indescifrable, incomprensible, desesperante y no agotamos los sinónimos, continúe usted.
Son periodos político-electorales kafkianos. El ambiente eleccionario fue percibido al revés de aquello que debía (o debió) ser: cambiar para mejorar gestiones gubernamentales, enderezar entuertos lassitas y reducir las angustias familiares por la extrema ineficiencia de GASLM. La mayoría del electorado ecuatoriano cultivó una intención secreta de que esta vez sí acertaría por su juventud, por acartonamiento festivo y por envenenamiento sistemático con la mala química del anticorreísmo. Y aceptó a Daniel Roy Gilchrist Noboa Azín, sin las dudas correspondientes a sus dichos. Son estos últimos años políticos, posteriores al progresismo, que tienen eso de sorprendentes y sorpresivos. De cuestiones imprevistas y desconcertantes, porque nos las complican a millones para facilitar las ganancias del grupito económico que ganó el premio electoral supremo. Wow, no es de admiración, más bien es de desconcierto e inmenso. En el mismo continente social y político se discrepa con la aspereza del contenido político de cada ejecución del Gobierno noboista, al menos este pueblo que apostó por la otra opción que parecía de mayor seriedad popular en sus probables actos. No son buenos tiempos para la gente de barrio adentro, ni siquiera malos, afinando el dicho, empeoran del mediodía hacia la tarde.
Estos últimos años del Ecuador, un paso adelante y muchos más para atrás, se describen con humor kafkiano. ¿Hay de eso en la taxonomía del buen ánimo? Este jazzman no sabe e importa poco, porque la desdicha agobia a la mayoría de la gente ecuatoriana. ¿Humor kafkiano? Claro, es gramática social muy próxima a lo vivido. No solo es humor malo o bueno, angustiante e indescifrable, pero humor al fin, no para la risotada y sí para el disgusto disimulado con sonrisas fingidas o con muecas que recuerdan a una mala digestión. Humor kafkiano para desentenderse de la metamorfosis ecuatoriana. Es un humor áspero, agrio y sin finura por la violencia sistemática y el bartoleo incesante de este trío último de Gobiernos. O como dicen los mejores lectores de las obras de Franz Kafka: son “esas reacciones populares incongruentes” a los estropicios causados por los exiguos grupos gobernantes y dominantes. Estas calamidades comenzaron con aquel presidente llamado Boltaire (pretenciosa confusión con Voltaire, algún día descifraremos el significado de ese apelativo con la ‘B’), se ahondaron con GASLM y su cultivada ineptitud y ahora el cogollo exclusivo hecho de cartón piedra corresponde a Danny Roy Gilchrist (y a la Embajada usaíta metiche).
Nunca como ahora es válido el calificativo de ‘Gobierno de la oligarquía’. En lo absoluto. Este grupito gobernante de estos días cuida que no nos confundamos. Así haga mercadeo para adquirir metáforas y paradojas de las esquinas proletarias, haga combas y quimbas con el habla de la calle, quizás intente con artificios hiperbólicos o intente confundirnos con charlas espesas por el flow de los diálogos. No importa si algún pana le enseñó tres o cuatros palabritas de acá: conchudo, atrasa-pueblo o bacano. (Sabe qué, Brother President, le sale desafinado, falseta, postizo. Resumen: una chambonada). La calle enseña y el barrio educa. Ese castellano de acá tiene sus cimarronismos históricos, sus palabras para desquiciar las vainas chimbas del poder económico, sus veredas finas para certificar autenticidad y finura en la parla y las repuestas a las dudas no dichas pero dibujadas en la cara. Brother, Roy Gilchrist, vuelva a lo suyo, no se disfrace de pueblo barriobajero. Please.
Y cómo no, oootra
consulta a la gente. Aquello que debería inflarnos el pecho por ejercitar la
democracia cada triqui traque se convierte en burla internacional por dos
preguntas claves de las once: las del casillero D y E. D: ¿Está de acuerdo que
quien la cague en el Ecuador demande al Estado ante su propio tribunal y
en su país? No dice exactamente así, pero ese es el verdadero propósito.
Auténtico. ¿Y la E? Algo parecido: ¿está de acuerdo que le paguen a usted menos
por más trabajo? O quizás, ¿está de acuerdo que le reduzcan sus derechos
laborales? Preguntas kafkianas, si las hay.
[1] La muralla china y otros relatos
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